CRÓNICA DE FARSAS Y ABSURDOS HISTÓRICOS


CRÓNICA DE FARSAS Y ABSURDOS HISTÓRICOS

 

EDUARDO DAVID LÓPEZ ESPINOSA

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                                        INDICE

 

Memorial de pensamiento -------------------------- página 3

Introducción------------------------------------------- página 5

Las Monarquías--------------------------------------- página 7

OCTAVIO--------------------------------------------  página 11

TIBERIO-----------------------------------------------página 17

CALÍGULA--------------------------------------------página 19

CLAUDIO--------------------------------------------- página 23

NERÓN------------------------------------------------ página 27

La Religión-------------------------------------------- página 37

Historia de la Iglesia y biografía de los papas---- página 49

La Religión musulmana------------------------------página 211

Resumen y conclusiones-----------------------------página 231

NOTA IMPORTANTE------------------------------página 245

LISTA DE NOMBRES DE LOS PAPAS --------página 249

 

Nota: Debido a la variedad de formatos, puede haber diferencia en el orden de numeración de páginas, pero el de los temas es el mismo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                           MEMORIAL DE PENSAMIENTO.

 

Nunca pude digerir mentalmente los relatos de los evangelios que aseguran que Dios embarazó a una mujer y que ésta tuvo un hijo humano que luego se convirtió en un ser divino tan dios como el mismísimo Creador del universo. Por eso, con muchas dificultades investigué a fondo ese asunto, en cuyas acciones leí las biografías y las historias de todos los papas y antipapas que existieron y en detalle todo el trascurrir histórico de la Iglesia, y sin que me quedara duda pude constatar que la ‘endiosada’ de Jesús fue una farsa inventada y aplicada con engaños y con toda clase de crueldades por la antigua oligarquía romana para someter y ordeñar económicamente a la humanidad. Y, luego de verificar la farsa religiosa de la religión cristiana, se me hizo insoportable el no hacer todo lo posible para develar ese engaño y contribuir a que la humanidad sepa la verdad histórica de los delitos y engaños que entraña esta religión.

A estas alturas de civilización es fácil verificar ese asunto y cada quien es libre de creer o no en la farsa eclesiástica de que Dios tuvo un hijo con una mujer y que ese supuesto descendiente divino-humano es tan dios como el mismísimo Creador, pero la realidad histórica es que ese hijo humano del Creador jamás existió, sino que esa endiosada es la mayor calumnia que hizo para su provecho la antigua y perversa oligarquía romana. Y, por haber sido así las cosas, la Iglesia está en la obligación moral de reconocer la autoría ancestral de esa farsa, aclarar ese asunto y pedirle perdón a Dios por haberle calumniado y a la humanidad por haber usado de herramienta política la fe religiosa para someterla, esclavizarla y, mediante poderes ilegítimos, dictar leyes amañadas para legalizar robos y saqueos con los que se convirtió en la entidad más rica y más poderosa del mundo, sin haberle importado en su propósito perverso cometer toda clase de injusticias y millones de veces todas las maldades y todos los delitos humanos que existen.

Por lo demás, conviene aclarar que los evangelios no son relatos de hechos históricos, como siempre ha pretendido hacerle creer la Iglesia a la gente, sino un contenido de farsas religiosas que ni la misma Iglesia sabe realmente quienes fueron sus autores. Como prueba de esta explicación está el hecho de que en el Concilio Vaticano II, la Iglesia reconoció que no sabe realmente quienes fueron los autores de los evangelios. Y algún día, cuando su fin esté cerca, a la mal llamada Santa Iglesia no le quedará otra alternativa que reconocer su calumnia y sus delitos y, por la presión de la gente, pedirle perdón a la humanidad por los tantos males que le ha causado.

Desde tiempos remotos, el propósito de las farsas religiosas siempre ha sido el de usar, con mentiras y sin tales asignaciones de Dios, la representación divina del Creador y el chantaje Diabólico para el sometimiento humano y el lucro económico y político de las élites que manejan los imperios religiosos. Para prueba de esta afirmación, con total soporte histórico, en esta obra podrá ver que los delincuentes más criminales de la humanidad fueron pontífice de la Iglesia o califas del Islam; y que los intereses económicos y las ambiciones personales siempre han estado por encima de la vocación religiosa, entre otros, de los papas cristianos y de los califas musulmanes.

Es lamentable que, para beneficiarse de poderes y riquezas, las perversas monarquías religiosas hayan cometido tantas crueldades y engañado a tanta humanidad. Y por eso es conveniente que la gente y en especial los religiosos radicales lean la propia historia de su religión y no crean a ciegas todo lo que dicen los mal llamados libros sagrados. En el supuesto de que no crean lo que dice esta obra, ahora es fácil verificarlo por Internet.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CRÓNICA DE FARSAS Y ABSURDOS HISTÓRICOS

 

                             EDUARDO DAVID LÓPEZ ESPINOSA

 

                                               INTRODUCCIÓN

 

En esta obra se demuestra que los humanos, históricamente, nada sabemos de Dios ni del Diablo. Y también se demuestra que la muerte de Jesús, si existió, fue por asuntos económicos y no religiosos; que la religión musulmana no nació de una recomendación divina hecha al profeta Mahoma sino de una estrategia político-militar para robar territorios y enfrentar el poderío político y militar que había alcanzado el cristianismo; que las guerras cruzadas entre musulmanes y cristianos no fueron por asuntos religiosos sino para robar tierras, saquear pueblos y ciudades y esclavizar sus habitantes; que emperadores y políticos perversos romanos, porque no pudieron acabar con el creciente movimiento religioso cristiano, se volvieron ellos papas cristianos perversos; y que, en realidad, en términos generales, las divinidades de esas religiones han sido una gran farsa, pues, como veremos en este recorrido histórico, sus inventores lo que realmente buscaban con ellas era obtener riquezas y poderes. Y, si nos atenemos a la lógica de que “de tal palo tal astilla”, no podremos asumir como cosa de inspiración divina los escritos religiosos, pues, por las historias que veremos, es fácil deducir que muchos de ellos fueron concebidos por personas que eran mucho más delincuentes que religiosas. Además, en el recorrido de esta obra veremos que los monarcas y las noblezas han tenido comportamientos y costumbres nada nobles. También veremos que la mayoría de las monarquías, los jefes religiosos católicos y los jefes musulmanes han sido gente de la misma calaña y con los mismos propósitos; y que esos propósitos fueron y siguen siendo mantener a la gente confundida mediante la enseñanza de creencias religiosas y político-sociales, que han sido o son astutamente elaboradas por ellos y que dan como resultado el sometimiento de la sociedad humana a los intereses particulares de esas monarquías.

Aquí se hace un seguimiento histórico biográfico del comportamiento y propósitos de cada una de esas organizaciones, y, haciendo comparaciones, podremos ver claramente que casi no hubo diferencia entre los procedimientos y propósitos de los jefes religiosos católicos, los jefes musulmanes y las monarquías perversas, esclavistas y asesinas que por tantos siglos han azotado a la humanidad.

Esas y otras cosas se explican en esta obra, lograda al cruzar y unir información tomada de numerosos textos religiosos, entre otros la Biblia, el Corán, la Torá, el Avesta y del contenido de muchos hechos históricos, narrados por un gran número de historiadores o

escritores, entre otros; Plinio el viejo, Fabio Rustico, Tabari Hadith, Plutarco, Cluvio Rufo, Heródoto, Plinio el nuevo, Séneca, Suetonio, Dion Casio, Tácito, Marco Lucano, Filón, Josefo, Epicteto, Bárbara Levíck, Liutprando de Cremona, Tito Livio, Eginardo, Lutero, Al-Tabari, Flavio Josefo y muchos otros que vivieron después y que sus datos de algún modo se salvaron de ser destruidos por las órdenes religiosas; en resumen: Esta es la historia de los crímenes y delitos de los papas, de los califas musulmanes y de numerosos monarcas.

Cabe explicar que entre algunos historiadores hay varias contrariedades, y que por eso no se incluyeron en esta obra muchos detalles históricos importantes.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                                           SIPNOSIS

 

En este libro es contada, en orden cronológico, la historia criminal de todos los papas y antipapas de la Iglesia; de Mahoma, de los califas musulmanes que lo sucedieron y de numerosos monarcas. Y el propósito de esta obra es hacerle saber a la gente que las organizaciones religiosas jamás han sido las entidades divinas y sin ánimo de lucro que han fingido ser, sino todo lo contrario. Leyéndolo descubrirá que, por asuntos económicos y políticos, esas agrupaciones han sido los carteles más criminales de la humanidad, cuyas directrices siempre han fomentado la ignorancia, el fanatismo religioso y la estupidez humana como herramientas que les han facilitado la impunidad, el poder político para matar, robar, esclavizar, y, mediante un adoctrinamiento perverso, someter a gran parte de la humanidad.

 

Y este libro deja al descubierto que las personas más criminales de la humanidad han sido papas de la Iglesia. Además, sin rodeos, deja en evidencia que Mahoma, los califas y casi todos los monarcas de la antigüedad fueron personajes criminales full delitos. Y además de contar en detalle el enorme rollo criminal de los pontífices, es contada la increíble historia de la Santa Sede, como lo es explicado, un lugar que algunas veces ha sido un prostíbulo público y, en la antigüedad, para los romanos muchas veces una indeseable guarida de jefes eclesiásticos criminales, además de haber sido un sitio desde donde han ejercido varios antipapas ya que la Iglesia, en varias ocasiones, ha tenido varios papas a la vez y cuya definición oficial se hizo tiempo después a conveniencias políticas de la oligarquía romana.

 

El contenido de este libro no deja duda de que el verdadero dios de la monarquía eclesiástica siempre ha sido el ‘Señor Dinero’, y que lo aprobado en los concilios de Nicea y de Éfeso demuestran que, mientras sea rentable en lo político o en lo económico un asunto, en los concilios eclesiásticos cualquier cosa es conciliable, razón por la que los albigenses han aducido que la Iglesia es La Puta de Babilonia. Y se puede ver que el Islam es otra farsa religiosa que en algunos detalles es casi una copia de la endiosada de Jesucristo, para realizar propósitos perversos exactamente iguales a los eclesiásticos.

En la primera parte, en forma resumida, es contado el increíble historial criminal de los papas cristianos y de numerosos monarcas de Occidente. Y en la segunda parte es contada la historia criminal que se conoce del profeta Mahoma y de los califas musulmanes que lo sucedieron y establecieron el Islam. Y ambos historiales están en orden cronológico, lo cual facilita seguirle el hilo histórico a cada asunto, cosa que hace único en su género a este libro. A lo anterior es de agregar que, al leer este libro, aprendemos hechos históricos que por diversas razones no enseñan en ningún centro educativo, y adquirimos el conocimiento que nos permite saber que del adoctrinamiento religioso surgieron muchas de las causas que provocaron las injusticias humanas habidas en la evolución político social en los últimos veinte siglos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                           LAS MONARQÍAS

 

La especie humana es inteligente, pero, en conjunto, no ha podido aprender a manejar la inteligencia de su grupo, incluso, a estas alturas de civilización la gran mayoría de la gente ni siquiera sabe manejarse individualmente. Por eso no es raro que más de la mitad de lo que produce el trabajo de la humanidad se gaste en guerras que lo único que producen es muerte, dolor y destrucción.

Los absurdos humanos son tan viejos como la humanidad misma. Pero en esta Crónica de Farsas y Absurdos Históricos solo se abordan casos de hechos que estén registrados en algún texto histórico, es decir; de cosas que están escritas o que han ocurrido luego de ser inventada la escritura, cosa que es, sin lugar a dudas, el mejor invento humano porque es nada menos que el soporte de nuestra sabiduría.

Continuando con el asunto iniciado, si se analizan los datos existentes, se puede deducir que los absurdos humanos debieron iniciarse con incidentes pequeños y por causas salvajes o por ignorancia, y que, igual a los absurdos, las causas que los producen se han ido modernizando con la misma velocidad de la evolución humana, siendo deducible que los grandes disparates humanos hayan iniciado con el comienzo de las monarquías y que casi todos los grandes absurdos han surgido por asuntos políticos y/o religiosos.

Monarquía quiere decir ‘gobierno de uno solo’, cuyo comienzo debió resultar de victorias o liderazgos en guerras que arrojaron a una persona al dominio de una o varias comunidades, de lo cual pudo surgir el establecimiento de monarquías, modo de dominio familiar que, al ser establecido por los primeros líderes como gobierno hereditario, expuso a los Estados monárquicos a ser gobernados por personas ineptas, con resultados, en numerosas ocasiones, desastrosos en muchos sentidos.

No hay manera de saber cuándo empezaron las monarquías ni mucho menos una lista de todos los monarcas que han existido. Es casi seguro que el primer modo de gobierno que usó la humanidad fue monárquico, y se puede deducir que los primeros imperios nacían del resultado de una guerra grande y morían en otra guerra que, por lógica, debía ser más grande que la de su nacimiento. Los registros históricos concluyen que la idiosincrasia de las primeras monarquías, todo el tiempo, fue estar ampliando sus dominios mediante la toma violenta de territorios, saqueos y esclavizaciones a otros pueblos o imperios.

En toda la historia de las monarquías casi no figuran monarcas negros. Se cree que, desde el comienzo de la humanidad, casi toda ‘la negramenta’ fue esclavizada por ‘los blancos’, cosa que ellos también quisieron hacer con los indios, pero éstos también eran maestros en ese asunto y rebeldes indomables; la malicia indígena, en la colonización de América, hizo que para ‘los blancos’ casi no valiera la pena esclavizarlos y por eso los asesinaban y usaban esclavos negros.

En total, desde que han  existido, no ha sido gran cosa lo que han aportado a la  ciencia los miembros de las monarquías; sus majestades más que todo se han destacado como grandes asesinos, esclavistas, perversos, oportunistas, ladrones, aduladores, vanidosos, despilfarradores, buenos para mostrar en público un comportamiento de nobleza y sabiduría que en realidad muy pocos monarcas han tenido; los que existen actualmente, aunque lo tienen todo, casi no se destacan en ninguna profesión, pues, cuando son jóvenes, además de despilfarradores, suelen ser muy flojos y malos estudiantes, cosa que con frecuencia y mucho empeño ocultan sus majestades padres. Sus enemigos históricos primero fueron otros monarcas, cuyo motivo de enemistad casi por lo general era el robo de propiedades y el sometimiento a la esclavitud; luego, ya inventada la escritura, surgieron las enemistades con algunos escritores, quienes casi siempre han sido rivales ideológicos pero que con sus escritos llegaron o llegan a causarles a los monarcas, incluso, hasta más problemas que las poderosas armas de sus adversarios propiamente guerreros.

Conviene señalar que en el trascurrir monárquico ha habido rey de reyes, y emperadores y otros gobernantes que han tenido de títeres o como figuras decorativas a reyes y a toda clase de monarcas, cosa que en esos casos limitó o limita los poderes de las majestades o altezas sometidas.

Se supone que, desde que empezaron a existir, los monarcas han tenido por costumbre elegir sucesores antes de morir, elección que casi siempre ha recaído en un hijo, hermano o familiar suyo y así el único requisito para gobernar el Estado o Imperio ha sido el de ser heredero elegido, pero es un modo de elección que muy pocas veces garantiza la capacidad o eficiencia del nuevo gobernante. Sin embargo, eso no impidió que poco a poco las monarquías se establecieran en casi todos los pueblos existentes y, aunque en la gran mayoría de ellos contribuyeron en su cultura y civilización, el modo monárquico de elección de gobierno fue y sigue siendo uno de los peores absurdos humanos, pues se originan y operan con tal injusticia que con un poco de sensatez basta para admitir que en vez de honorable debería ser indigno y vergonzoso heredar trono.

Todavía hay monarcas de todas las calañas, pero, por lo general, lo importante del trono es la riqueza que contiene, cuyo origen es casi siempre el fruto de una guerra donde la gente del pueblo raso puso los muertos y el monarca tomó el premio; siguiendo el tiempo, la norma es que los herederos del monarca heredan la riqueza del Estado y la gente del pueblo raso hereda la continuación del servilismo. El peor inconveniente de los tronos es que, entre las monarquías, el mayor riesgo de morir ‘de repente’ o en ‘accidente’ es para el heredero directo del trono.

No obstante a las injusticias contenidas en esos gobiernos, aún es un hecho que la mayoría de la gente admira a los monarcas y que muchas personas sienten envidia de ellos, lo cual debe ser porque entre toda la gente hay muy poco hábito de lectura y son muy pocas las personas que han leído las historias de las monarquías, donde se registra que muchos de ellos cometieron todos los delitos humanamente posibles, y que para todas las sociedades ha resultado y sigue siendo astronómico el costo que han tenido o tienen que pagar para sostener los desequilibrados caprichos de las majestades, por lo que si se hiciera un análisis o juicio justo, seguramente las monarquías resultarían siendo la gente más despreciable de toda la humanidad.

Las monarquías son antiguas en todo el mundo. En Asia, cinco siglos antes de la era cristiana, tras numerosas guerras entre varios pueblos, se formó el imperio Qin; luego, siguió allí un rosario de guerras cuyo propósito era el saqueo, la esclavización a los vencidos y el robo de sus tierras. Mucho después, un líder guerrero mongol, llamado Temuchin, fue elegido Khan, cosa que significaba ser rey o gobernante. Poco tiempo después, Temuchin se cambió el nombre y se hizo llamar Gengis Khan, que quería decir ‘Señor Absoluto’. El “Señor Absoluto” en guerra corrida se hizo dueño de casi toda Eurasia. Cuando él murió, en los mejores caballos tomaba casi un año en ir y regresar de un lado a otro de su imperio. Sin embargo, Ogödei, hijo y sucesor del ‘Señor Absoluto’, siguió saqueando y peleando por tierra; muy pronto se tomó casi toda la parte medio calientita de Rusia.

Las llamadas guerras púnicas fueron un fracaso para África; el guerrero Aníbal no pudo     tomarse a Roma, y los romanos le cobraron bien cara esa falla. Tras varias guerras, los romanos le arrebataron Cartago y esclavizaron una enorme población negra africana, casi todos ajenos a ese asunto. Un poco antes de la supuesta vida y muerte de Jesús murió Cleopatra, la última reina de Egipto, quien era casada con un hermano suyo, menor que ella, y se dice que sedujo a Julio César, monarca romano, de cuya relación hubo un hijo, llamado Cesareón, el cual fue asesinado “sin remordimiento alguno” por su hermano adoptivo, Octavio –el Venerable-, ya que por línea directa él hubiera podido heredar el trono de Roma, que estaba en poder del asesino Octavio en ese momento, de lo cual hay detalles más adelante.

Luego de la muerte de Julio Cesar, Cleopatra sedujo y fue amante de Marco Antonio, uno de los triunviros del imperio romano, pero éste, tras perder una guerra con su socio triunviro Octavio, ahora llamado Augusto, se suicidó, y su amante Cleopatra también se suicidó haciéndose morder de una culebra venenosa que le causó la muerte.

De América se sabe que, antes de la invasión y esclavización europea, existieron los imperios Azteca, Maya, Inca y Tahuantinsuyo. Pero en esto hay una contradicción –mas bien puede ser un absurdo-, ya que España se auto-atribuyó el descubrimiento de América, cosa que no sería válida porque cuando los españoles llegaron a este continente, ya encontraron aquí una gran civilización formada por los descendientes de esos imperios. De prueba de eso podría servir un cuadro, pintado en esa época, donde aparece el saqueador español Pizarro, arrodillado ante el emperador indígena inca Atahualpa, quien luce la parafernalia normal de un emperador. El resultado final de ese asunto fue que el saqueador Pizarro secuestró a Atahualpa y luego de recibir una habitación llena de oro y plata por su rescate lo asesinó, saqueó su imperio y esclavizó a numerosos nativos del imperio inca.

Del comportamiento personal de los primeros emperadores de Europa existen muchos más registros históricos que de todos los demás emperadores del mundo. Debido a la coincidencia de esa época con el comienzo de la época de Jesús, CRÓNICA DE FARSAS Y ABSURDOS HISTÓRICOS toma como punto de partida la historia de los ‘Julio Claudios’, cinco emperadores provenientes de las familias oligarcas romanas Julii y Claudii, cuyos registros históricos son numerosos y están llenos de perlas que pueden dar una idea del comportamiento normal de las monarquías romanas que tiempo después endiosaron a Jesús y establecieron obligatorio el cristianismo. Conviene aclarar que Jesús no tiene historia, pues ningún historiador de su tiempo lo menciona, los únicos escritos que cuentan de su supuesta existencia son los evangelios, pero esos datos religiosos fueron hechos sin ningún soporte histórico y cuando ya hacía más cien años de la muerte del supuesto Salvador.

Para dar una idea histórica de que las perversidades han ido de la mano con las monarquías desde que existen y que entre monarcas los comportamientos han sido muy similares, a continuación se hace un relato de algunos hechos internos de la dinastía ya mencionada, que empezó a gobernar el imperio romano poco antes del comienzo de nuestra era, que es la misma época en la que ocurrieron los primeros hechos narrados en esta obra. Y, como puede verse en sus biografías, los siguientes emperadores romanos, por muchos siglos, fueron iguales o más perversos que los ‘Julio Claudios’.

 

 

                                                     OCTAVIO

 

 

 Su primer nombre era CAIUS OCTAVIANUS TURINO, y gobernó el imperio romano desde el año 27 a.C. hasta el 14 d.C, siendo éste el primer monarca de los ‘Julio Claudio’ que ascendió al trono romano. En su lapso terminó la era juliana y empezó la actual era gregoriana, cosa que él no supo debido a que, con retroactividad a esa época, el calendario juliano fue cambiado 15 siglos después. 

Ya bastante avanzado su gobierno, el emperador romano Octavio, usando una vieja costumbre de las putas ricas de Atenas que ya era popular en Roma, se cambió el nombre de Octavio por Augusto, palabra cuyo significado era ‘venerable’.

Octavio o Augusto – a este señor, para evitar confusiones, debido a que tenía varios nombres y títulos, y era el emperador de Roma, aquí lo llamaremos ‘Venerable’-, era de familia aristocrática, a los 15 años de edad ya era pontífice, y tenía 18 años cuando, por herencia dada por su tío abuelo Julio César, ascendió al trono de emperador de Roma. Julio César, el monarca anterior, había sido asesinado, y, para ganarse sus favores, absurdamente los senadores de Roma aprobaron que ‘Venerable’ estaba preparado para manejar el destino del poderoso imperio romano. Pero, desde antes de ascender al trono - o coronar diría la mafia italiana ahora-, empezó a tener problemas: Marco Antonio, un amigo militar de Julio César, el anterior ‘César’, lo acusó de haberse ganado la adopción de éste a cambio de favores sexuales. Enseguida, por el trono, los dos se enfrentaron en guerra; ganó ‘Venerable’, pero poco después, estando ‘Venerable’ en otra guerra, le tocó pedirle ayuda a Marco Antonio y luego tuvo que dividir el imperio romano en tres partes; una para Marco Antonio, otra para Lépido, un poderoso guerrero antes vinculado con su tío abuelo Julio César, y, como era de esperarse, ‘Venerable’ se quedó con la que incluía Roma, que era la más importante.

Esa partida de trono se llamó Triunvirato; ya hecha, los tres triunviros promovieron una campaña, cuyo pretexto era castigar a los asesinos del César, pero en realidad lo que hicieron fue asesinar a sus rivales políticos y a numerosos ricos, para robar sus propiedades, y usaron parte de esos recursos para el pago de sus numerosas tropas, con las que se hicieron temibles y poderosos. Al final de esas acciones, Roma quedó con poquitos ricos, y más de 300 senadores, por ser ricos o porque los incomodaban a ellos, habían sido asesinados. Pero el pueblo romano era permanentemente abastecido con los botines de guerra que producía el saqueo a territorios conquistados por los ejércitos del imperio y el producto de los impuestos obligados a los pueblos sometidos, por lo cual ‘Venerable’ tenía una gran aceptación popular en Roma. El pueblo raso romano, siempre y cuando el emperador desarrollara formas que le mantuvieran la barriga llena, apoyaba ciegamente a su emperador de turno y le importaban un bledo los líos políticos internos y las injusticias que cometían sus monarcas con los pueblos sometidos.

Puede resumirse que el ‘Venerable’ fue un gran guerrero, saqueador y esclavista, que llevaba a Roma los impuestos que les aplicaba a los pueblos que sometía y todo lo que saqueaba, para que el pueblo romano satisficiera sus necesidades y lo venerara a él y, para que se divirtieran a todo dar, con esclavos y lo que sobraba construyó numerosos templos y edificaciones para muchos eventos, incluido el de duelo a muerte obligado entre sus prisioneros de guerra. No se cansó de decir que había recibido a Roma de ladrillos y la dejaría de mármol. Se rumoraba que era bisexual y que había sido amante de su tío abuelo, el Cesar anterior, pero no se destacó en aberraciones sexuales como sí lo hizo su única hija, habida en su segundo matrimonio, apodada ‘Viuda alegre’, y también muchos de los miembros de su dinastía, cosa que veremos más adelante. Más puede decirse que fue un emperador bandido, idólatra, que aseguraba que los dioses de Roma eran mucho más poderosos que los de Egipto, y que tenía una gran actitud esclavista, siendo además un gran despilfarrador del trabajo y sacrificio ajenos, cosa esta última que ha sido normal en todos los monarcas pasados y existentes.

La mayor parte del trabajo de exterminio de miembros de la monarquía, en ese periodo, lo hacía Livia Drusila, tercera y última esposa del ‘Venerable’, cuya primera víctima importante que envenenó se llamaba Marco Claudio Marcelo, quien era primo y esposo de Julia la Mayor, a quien en el bajo mundo llamaron después ‘Viuda alegre’, y quien era la única hija del ‘Venerable’, siendo el yerno del emperador, antes de ser asesinado, un fuerte candidato a ocupar el trono, luego de que el monarca falleciera.

Livia Drusila, con su primer esposo tuvo dos hijos llamados Tiberio y Druso el Mayor, pero el emperador hizo que Druso desde niño viviera con su propio padre y, según registros históricos, ella fue una gran envenenadora que pasó a mejor vida a varios de sus familiares y a muchas personas que por alguna razón le resultaron incómodas. Nunca la investigaron debido a que era nada menos que la muy hermosa emperatriz de Roma, pero se ha creído que ella, además de a Marcelo, envenenó a Lucio y a Cayo, nietos e hijos adoptivos de ‘Venerable’, y entonces herederos al trono. No hay pruebas de que fue ella la que hizo esos asesinatos, pero puede deducirse si se tiene en cuenta que su hijo Tiberio fue el único que siendo candidato al trono nunca tuvo inconveniente, incluso él se dio el lujo de renunciar a ese privilegio y luego su madre se lo hizo restablecer.

El ‘Venerable’ se enamoró locamente de Livia Drucila el mismo día que la conoció. Ella era una oligarca de la dinastía de los ‘Claudio’ y en ese entonces estaba felizmente casada, inclusive embarazada, pero el emperador enseguida la obligó a divorciarse, se divorció también él y a los pocos días de haber parido ella su segundo hijo se casaron. Se dice que Livia envenenó a todos los ‘Julio Claudio’ que se convirtieron en herederos del trono romano, pero no es fácil creer que ella aplicara sus brebajes tóxicos sin el consentimiento de su esposo ‘Venerable’, pues a varias de sus víctimas era él quien las convertía en envenenables. Más bien pudo ser que ‘Venerable’, para mantener agitado el ambiente de su familia y evitar que lo asesinaran a él, estratégicamente iba creando esas situaciones. Así, en condición de envenenable, puso a su fiel amigo Agripa, un general emparentado con su familia, a quien convirtió en candidato al trono al casarlo con su hija ‘Viuda alegre’, ahora viuda de Marco Claudio, siendo ésta una hermosa mujer cuya historia de prostitución es larga; varios historiadores registraron que era amante a las orgías y que mantenía frecuentes relaciones sexuales con senadores, caballistas, plebeyos, libertos y esclavos. Tenía fama de lasciva, se decía que nunca le rechazaba una propuesta sexual a un hombre que le gustara. El general Agripa estaba viejo y achacado cuando ‘Venerable’ lo hizo casar con ella y, aunque lo más seguro es que nunca la embarazó, durante su matrimonio nacieron cinco hijos, dos hembras y tres varones, entre éstos Lucio y Cayo, los dos que se cree que envenenó Livia. Pero Agripa tampoco se salvó de Livia, o al menos no heredó trono porque murió ‘de repente’ mucho antes que el ‘Venerable’.

Al morir el general Agripa, ‘Venerable’ adoptó a Tiberio, hijo de su esposa con Tiberio Claudio Nerón, el esposo con quien se divorció ella para casarse con el emperador, y lo obligó a divorciarse de su amada esposa Vipsania, hija del fallecido general Agripa, y luego lo obligó a casarse con su hija, la putísima ‘Viuda alegre’, quien para nada había dejado la prostitución.

Después, en ese matrimonio nació un hijo, pero murió recién nacido, y se sospechó que fue asesinado por Tiberio, para no reconocerlo porque no era hijo suyo. Todo indica que Tiberio sufrió mucho con ese matrimonio porque su esposa ‘Viuda alegre’ siguió fornicando y ‘Venerable’ le prohibió a él que viera a su amada ex-esposa Vipsania.

Los dos cónyuges eran casi de la misma edad, pero ese matrimonio como tal nunca funcionó sino que más bien sirvió para delatar las horribles mañas sexuales de ‘Viuda alegre’ ante su padre, quien como emperador de Roma era sumamente moralista y un gran defensor de la fidelidad matrimonial. La ‘Viuda alegre’ fue acusada de adulterio; según el desarrollo de ese pleito, ‘Venerable’ no sabía del horrible comportamiento de su hija y al saberlo se sintió burlado y enormemente avergonzado, por lo cual la hizo desterrar a la isla Pandatoria y luego a Calabria, donde murió poco después. Pero ‘Venerable’ no le levantó a Tiberio la prohibición de ver a Vipsania, ya que veía justo que si él perdía a su hija éste debía perder su esposa.

No se sabe bien cuál fue el acuerdo al que ellos llegaron, pero se sabe que Tiberio renunció a sus privilegios y se marchó a Rodas, adonde se cree que llevó a Vipsania, lo cual, se deduce, debió enfurecer a ‘Venerable’. Lo que siguió fue que ‘Venerable’ anuló la adopción de Tiberio y adoptó a los dos hijos mayores de su hija, Lucio y Cayo, y se los llevó para su casa, siendo así ellos herederos directos al trono, pero ambos fueron envenenados, según rumores, por su esposa Livia, en uno de estos casos con la ayuda de su nieta Livila la Mayor, porque representaban un inconveniente para que su hijo Tiberio llegara al trono.

Es de agregar que, tal vez por respeto a su amigo yerno y para permitir la continuación de su linaje, ‘Venerable’ al principio no adoptó a su nieto menor, Póstumo Agripa, pero, al morir sus hermanos, lo adoptó y seguramente para protegerlo del veneno de su esposa lo desterró sin causa aparente, con lo cual tampoco pudo salvarlo de la malvada Livia. Otro detalle era que, por un acuerdo con ‘Venerable’, Tiberio había adoptado a su sobrino Claudio Druso, hijo de su ya fallecido hermano Druso el Mayor, luego conocido como Germánico, futuro padre de Calígula, cosa que no le complicaría su ascenso al trono, pero que sí era un riesgo que éste lo asesinara para tomar su lugar y además le impedía que alguno de sus hijos heredara el trono.

Ya eliminados los dos herederos del trono, la envenenadora Livia hizo regresar a su hijo a Roma, “como un ciudadano romano nada mas”, pero luego logró que su esposo le restituyera el derecho a heredar el trono romano.

Cuando murió ‘Venerable’, los herederos del imperio romano eran Tiberio, el hijo de Livia, y Póstumo Agripa, el hijo de la ‘Viuda alegre’ con el general Agripa, o sea el único nieto sobreviviente de ‘Venerable’. Pero, Póstumo había sido desterrado y no pudo regresar a Roma porque Livia logró eliminarlo antes de que él pudiera molestar a su hijo Tiberio, a quien ella quería en el trono. Y en esta historia no ocurrió como en las películas donde el malo siempre pierde: en este caso un hijo (Tiberio), un nieto (Claudio), un bisnieto (Calígula) y un tataranieto (Nerón) de Livia, la envenenadora, fueron emperadores de Roma. De los dos hijos que tuvo con su primer esposo surgieron los siguientes cuatro emperadores de Roma, pero conviene aclarar que todos ellos eran familiares por varias líneas, adoptaban parientes y se repetían los mismos nombres, y eran endogamistas o sea que para no perder el trono romano se casaban entre ellos mismos, por lo que es fácil confundirlos y resulta difícil explicar los varios grados de familiaridad que tenía cada uno con los demás. Y debió ser por eso el poco respeto que, entre ellos, les tenían las esposas a sus esposos, ya que, más que a un esposo, podían verlo como un miembro más de su familia. Además, la regla común de las dinastías monárquicas era que todos querían estar lo mas cerca posible de heredar el trono y con tal de conseguirlo mataban a cualquiera o hacían lo que fuera. Y, la muerte de un heredero solía cambiar las condiciones y las alternativas de poder de cada uno de los miembros de la dinastía.

 El ‘Venerable’ gobernó el imperio romano por más de 40 años. En su largo periodo de dictadura pasó la fecha en que supuestamente nació Jesús, pero, aunque Nazaret el lugar donde se dice que él nació era entonces parte de una provincia romana, ningún historiador de esa época lo mencionó. ‘Venerable’ era insaciable; tal como lo intentaron algunos papas romanos varios siglos después, él quiso someter el resto del mundo para que Roma lo ordeñara económicamente, pero, por no lograr esa gran conquista, para beneficio propio y de los romanos sometió, saqueó y esclavizó numerosos y extensos territorios y fue un monarca que, fuera del pueblo romano, no le permitió la libertad a ningún otro pueblo sometido por Roma; su cultura fue la guerra y eso fue lo único que le enseñó a su gente que desde entonces se acostumbró a esas lides y a vivir del trabajo ajeno. Poco después de su muerte, políticamente fue convertido en “Divus”, divinidad entonces equivalente a los actuales santos de la Iglesia; dos de sus nombres, César y Augusto, se convirtieron en títulos de gobernantes, y fueron usados durante más de 400 años por la monarquía romana. Los tres nombres, literalmente querían decir: ‘Divino Venerable Todopoderoso’. El mes entonces llamado Sextílis fue cambiado de nombre y en honor suyo, de nombre le pusieron Augusto, que es el actual mes agosto.

 

 

 

 

 

 

 

                                                       TIBERIO

 

 

Su nombre era TIBERIO CLAUDIO NERÓN GERMÁNICO, y fue el segundo emperador de la dinastía ‘Julio Claudios’. Tiberio gobernó el imperio romano desde el año 14 hasta el 37 d.C. En ese tiempo Judea -el territorio de Palestina e Israel de ahora- era una colonia o provincia del imperio romano. Se supone que en la época de gobierno de este emperador hizo su reguero de milagros, vivió, murió y resucitó en esa colonia romana el históricamente desconocido Jesús de Nazaret, hechos o cosas que en la realidad histórica jamás existieron, pues ninguno de los tantos historiadores que había en esa época, ni los que siguieron hasta el día de hoy, registraron algo acerca de la existencia del Jesucristo resucitador y milagroso que se describe en la gran farsa de los Evangelios Romanos. Y. analizando ese asunto, es fácil deducir que las farsas que contienen los Evangelios fueron inventadas o editadas a conveniencia de la perversa monarquía romana, más de cien años después de la muerte de Tiberio, cosa que veremos más adelante.

Los primeros años de gobierno de Tiberio fueron solo de calentamiento en cuanto a asesinatos familiares. Su hijo Julio Druso, habido con su esposa Vipsania la hija del general Agripa, no estaba en línea de trono porque se lo impedía su sobrino e hijo adoptivo, ahora conocido como Germánico, quien ocupaba un alto cargo en Siria. Pero, más tarde, asesorado por Lucio Sejano, un ambicioso asesino, y supuestamente por orden de Tiberio, el gobernador de Siria, Cneo Calpurnio Pisón, envenenó a Germánico y le dejó despejada la línea de trono al hijo del emperador Tiberio. Por la muerte de Germánico surgió un escándalo, Pisón estuvo a punto de involucrar al emperador, pero se cree que prefirió suicidarse. Livila, una de las hermanas del asesinado Germánico y quien era esposa de Julio Druso y en secreto amante de Sejano, acusó e hizo morir a su cuñada Agripina, esposa de Germánico, y a dos de sus hijos, porque ésta acusaba directamente al emperador Tiberio del asesinato de su esposo. De esta familia el único varón que se salvó fue el entonces niño, Calígula, quien después asesinaría al emperador y ascendería al trono. Esta Livila es la misma que le colaboró a su abuela Livia en el envenenamiento de uno de los nietos del ‘Venerable’, y quien ahora estaba casada con el único hijo del emperador Tiberio, su tío, a quien ella le había ayudado a despejar el camino hacia el trono romano.

En ese tiempo, Tiberio poco a poco fue delegando sus funciones y por último dejó a Sejano encargado de los asuntos más importantes del imperio y se marchó a Capri, donde, según datos históricos, se dedicó a la perversidad. Y, según registros históricos, fue Sejano quien nombró a Poncio Pilato de prefecto de Judea, cosa de la que sí hay numerosos detalles históricos, pero en estos no es mencionado el ahora endiosado Jesús.

Sejano, al tomar el poder, creó en Roma un ambiente de terror con una red de espías e informantes cuyo incentivo para acusar de traición a los adinerados era hacerse a una pequeña parte de las propiedades del acusado, tras su reclusión y pronta muerte. Ante esa situación hubo muchas personas acusadas de traición que prefirieron suicidarse, antes que someterse a las amañadas acusaciones del proceso, pero el resultado era que así le facilitaban los robos a Sejano.

Según se dijo, el emperador Tiberio, en Capri, se dedicó casi de lleno a la perversidad y casi no gobernaba ni les daba mayor importancia a los asuntos del imperio. Su hijo, Julio Druso, era alcohólico y degenerado; era tal la perdición de Julio Druso, que cuando él apareció muerto nadie sospechó que había sido envenenado. Pero su inesperada muerte causó estragos en el ánimo de su padre. El historiador Tácito dice que “él emperador se convirtió en la persona más triste de la humanidad”, y añade que, desde entonces, con frecuencia, él cambiaba de actitud y desconfiaba de todo el mundo.

Se cree que tal vez por desconfianza, Tiberio primero rechazó la propuesta de Sejano de casarse con su sobrina y ex nuera Livila, la viuda de su hijo Julio Druso, pero poco después autorizó el matrimonio y regresó a Roma; luego se marchó de nuevo a Capri y dejó a Sejano en su reemplazo; mas tarde, Sejano obtuvo el consulado con el emperador como “el otro cónsul”, cosa que Tiberio había reservado solo para los herederos al trono. Tiempo después, Sejano fue convocado al senado, adonde llegó muy flamante creyendo él que recibiría gran parte del poder tribunicio, pero en lugar de eso fue leída una carta donde Tiberio lo acusaba de traición y daba la orden de matarlo enseguida y eliminar a toda su organización. Esa misma semana murió Sejano y todos sus más cercanos y prominentes colaboradores. Pocos días después, Apicata, ex esposa de Sejano, antes de suicidarse le hizo llegar una carta a Tiberio, denunciando que Julio Druso había sido envenenado con la complicidad de su esposa Livila. Luego, en una investigación, el copero de Julio Druso, llamado Ligido, y Eudemo, médico de Livila, confirmaron la acusación de Apicata. Por ese crimen, Livila fue encerrada por su propia madre quien la obligó a morir de hambre.

Existen numerosos escritos que aseguran que el emperador Tiberio cometió toda clase de perversidades, pero en eso no están de acuerdo varios de los historiadores de ese tiempo, por lo que resulta dudoso publicar esos registros como cosas ciertas. En lo que más están de acuerdo los historiadores es en que el emperador Tiberio pasó a la historia, no como un dictador tirano sino como un hombre que nunca quiso gobernar, y que llegó al poder llevado por su ambiciosa madre. Se ha considerado que su único tiempo feliz fue cuando estuvo casado con Vipsania, y que luego de su divorcio con ella fue un resentido con el mundo; muy reservado, de gran estatura, de tez blanca, ojos verde azul como los gatos, sentía vergüenza de su calvicie, y era extremadamente cruel; Suetonio, un historiador de ese tiempo, escribió una anécdota, según la cual, un pescador de Capri subió un acantilado para regalarle al emperador el mejor pescado que había capturado ese día. Al aparecérsele de repente, el pescador hizo asustar y enojar al emperador quien ordenó restregarle en la cara su pescado. Pero el pescador como que también era de muy malas pulgas, pues, en medio de sus lamentos por el dolor que le causaba la refriega del pescado, se felicitó por no haber traído una enorme langosta que había capturado ese mismo día. Tiberio era vegetariano y ahora más irritado por esos lamentos, ordenó traer la langosta e hizo que también con ella le restregaran la cara al pescador.

Tiberio murió en Miseno, un puerto ubicado en el sur de Italia. En esa época, el imperio romano era presa de la anarquía porque la familia del emperador no se había puesto de acuerdo para elegir a su sucesor. Su muerte fue anunciada aún estando él vivo, cosa que en vez de velorio causó fiesta en el imperio y luego decepción al saberse que estaba vivo. Pero muy pronto volvió el regocijo, luego de que Calígula y el prefecto Macro lo asesinaron. En su testamento, Tiberio había delegado en su reemplazo a Calígula, quien era hijo de su sobrino Germánico, y a su primo Tiberio Gemelo, para un reinado compartido. Calígula, con el respaldo del prefecto Macro, tomó el poder y luego asesinó a Tiberio Gemelo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                                        CALÍGULA

 

 

 

Su nombre era CAYO JULIO CÉSAR GERMÁNICO AUGUSTO, pero es más conocido como Calígula; fue el tercer emperador de la dinastía Julio Claudios. Gobernó el imperio romano desde el año 37 hasta el comienzo del 41. d . C.

Su gobierno empezó con muy buenas expectativas en el senado y muchas celebraciones populares que pronto acabaron con las grandes reservas del tesoro imperial que había dejado su antecesor, el emperador Tiberio.

Cuando el imperio quedó sin recursos, para conseguirlos, el nuevo emperador creó nuevos impuestos y subió los que había, pero con esa reforma tributaria no se recaudaba lo suficiente porque sus caprichos, lujos y gastos subieron a niveles astronómicos. El emperador Calígula, para sus placeres hacía construir palacios en lugares profundos del mar, otras veces hacía demoler montañas de durísimas piedras, para construir allí castillos para él divertirse; todo con suma rapidez, pues castigaba con pena de muerte la lentitud. Avanzado su reinado se erigió tres templos para sí mismo, dos en Roma y uno en Mileto, Asia. En esa época vestía de Dios, gobernaba y se hacía tratar como si fuera Dios; firmaba los documentos públicos con el nombre de Júpiter, el dios de Roma entonces.

Antes que los palacios, había hecho construir naves con velas de varios colores, de diez filas de remo y adornadas en la popa con piedras preciosas. A esas naves ordenó hacerles baños, galerías, comedores, y acomodarles gran cantidad de árboles frutales; en ellas navegaba costeando la campiña, cómodamente acostado, en medio de ceremonias animadas con danzas y música. Se bañaba con perfumes, a veces frío y a veces caliente; con frecuencia se tragaba perlas de buen valor disueltas con vinagre; en sus frecuentes banquetes hacía decorar con oro en polvo los panes y los platillos que consumían él y sus invitados. A los miembros del senado les exigió que a su caballo preferido, Incitatus, lo nombraran cónsul de Bitinia y sacerdote. Además, a ese caballo le hizo construir una caballeriza de mármol con pesebres de marfil y le asignó una villa con jardines y 18 sirvientes para que lo atendieran. Incitatus dormía abrigado con mantas de color púrpura, que eran las más costosas en ese tiempo, y usaba collares de perlas y piedras preciosas. Era un animal de carreras, la noche antes de que fuera a correr en el Hipódromo, un escenario romano especial para eventos públicos, Calígula dormía junto a su caballo y decretaba ‘silencio general’ para que Incitatus durmiera tranquilo, y quien hiciera algún ruido era condenado a muerte. Se dijo que perdió solo una carrera y que en esa ocasión Calígula le echó la culpa al jinete, por lo cual éste fue cruelmente ejecutado.

Para sostenerse su caprichoso y costoso modo de vida, Calígula vendió propiedades del imperio y cometió toda clase de fraude; les quitaba los bienes a las personas que los hubieran recibido de herencias de antepasados que no fueran sus padres, porque él consideraba que los descendientes no podían pasar más allá de la primera generación. Y, poniendo como causa la ingratitud personal, anuló los títulos y tomó como suyas todas las herencias de testamentos viejos que desde el principio del reinado de Tiberio respaldaban bienes, sin habérselos donado a él o a su imperio. Los títulos de herencias firmados por Julio Cesar o Augusto los anulaba como viejos y sin valor. También anulaba cualquier título de herencia si alguna persona declaraba que el testador, antes de morir, había manifestado que quería que el César fuese su heredero. Como quiera que para ese propósito tenía un buen número de testigos falsos, muchos ricos lo incluyeron a él en sus testamentos como un heredero más entre sus hijos o familiares. Pero, antes de hacer el reparto, él ordenaba eliminar a los demás herederos para quedar como único heredero. Cuando en un reclamo actuaba como juez, antes de subir al tribunal fijaba la cantidad que quería recoger, y tan pronto la completaba levantaba la sesión, la daba por terminada y se marchaba. Le gustaba humillar, para divertirse obligó a correr a algunos senadores detrás de su carro; se vestía de Dios y obligaba al pueblo romano y al senado a rendirle culto como si fuera un ser divino. Cuando actuaba en el senado se auto consideraba Dios. Por unas verdaderas y otras supuestas conspiraciones hizo ejecutar a numerosos senadores y a otros personajes, entre los cuales cayeron su cuñado Marco Lépido, el gobernador de Germania Cneo Cornelio Léntulo y el prefecto Macro, su aliado en el asesinato del anterior emperador. Por oponerse a rendirle culto de divinidad hizo ejecutar al faraón de Egipto, Aulo Flaco, y ordenó que fuera puesta una estatua suya en el Templo de Jerusalén, cosa que por su pronta muerte no alcanzó a realizarse.

Calígula fue invitado al matrimonio de un patricio, llamado Pisón, y en plena fiesta le robó la esposa, llamada Livia Orestila, todavía virgen aseguró Calígula después, y se encerró con la recién casada en la alcoba matrimonial e hizo con ella todo lo que le dio la gana. Años después hizo divorciar a Livia Orestila y se casó con ella. Con mucha frecuencia Calígula tomaba a cualquier mujer y tenía sexo con ella sin importarle que fuera casada, y se ufanaba de haber fornicado con todas las esposas hermosas de sus súbditos, añadiendo que mataba a los esposos de las que le causaran alguna incomodidad para realizar esas acciones. Cometió incesto con sus hermanas Agripina, Drusilla y Julia y las obligó a prostituirse. Se casó cinco veces, una vez en secreto con Drusilla, la hermana suya, a quien embarazó y asesinó embarazada; su cuarta esposa tenía ocho meses de embarazo cuando se casaron; nació una niña que no era suya, pero a él le encantaba esa niña porque ella disfrutaba arañándoles la cara a otras niñas. Él era un asesino despiadado que mataba por diversión y las arañadas de la niña lo divertían; siempre quiso a ‘la gatita’ como hija suya.

Según Suetonio, Calígula era alto, algo grueso, pero de piernas muy delgadas, la parte superior de su cabeza era totalmente calva, lo cual no le agradaba y por envidia hacía rapar a las personas que se cruzaran en su camino, luciendo una hermosa cabellera; en términos generales, su aspecto era repugnante. Pero él no quería tener mejor presencia y practicaba sus gestos en un espejo para saber cómo verse más horrible y terrorífico, que era la forma en que le agradaba que lo vieran. Solía decir: “No me importa que me odien con tal de que me teman.” Sufría de epilepsia y de insomnio, pero sus males de salud no impidieron que fuera gladiador, actor, cantor mediocre, conductor de carro en un circo lleno de obstáculos; aseguraba que sabía hacer de todo menos nadar.

A su ejército de Occidente le ordenó que en vez de atacar a las tribus enemigas se dedicaran a recoger conchas marinas, un tributo que según él le debía ese mar a la Colina Capitolina y al Monte Palatino.

Para que el pueblo lo adorara, Calígula se autoproclamó Dios y le hizo cortar la cabeza a la estatua de Júpiter Olímpico, entonces el dios de los romanos, y en reemplazo hizo poner una cabeza labrada que correspondía a la suya. Y, desde entonces, impuso la obligación de que lo adoraran a él y a la estatua como Júpiter Lacial o Dios de Lacio.

Es de aclarar que Calígula fue solo uno de los tantos miembros de la antigua oligarquía romana que se auto endiosaron, cosa que debió servir de inspiración a la tardía oligarquía romana que, para beneficiarse con los obligados diezmos y primicias, varios siglos después ‘endiosó’ a Jesús, quizá un filósofo y religioso judío poco conocido en su tierra, nacido y muerto en Judea, una provincia romana entonces.

Antes de casarse en secreto con su hermana Drusilla, la hizo ‘divinizar’ –en esa época no existían los santos y desde entonces había que llamarla Diva Drusilla, algo así como Santa Drusilla-, siendo ella una mujer casada, antes de casarse con su hermano, y que, según Suetonio, era “de comportamiento harto censurable”, y luego se dijo que murió asesinada por él, pero que por ser su amante preferida le hizo un gran funeral y decretó diez días de duelo, durante los cuales fue prohibido reírse o tener relaciones sexuales, cosa que no le gustó al inquieto pueblo romano. Además, luego del funeral la deificó nuevamente con el nombre de Pantea.

En Roma, el inconformismo con el gobierno era insoportable, luego de poco más de tres años en el poder, el emperador Calígula fue asesinado por la guardia pretoriana, en una acción liderada por Casio Querea. En ese hecho también murieron la esposa del emperador, Milonia, y su hija Drusilla a quien le golpearon la cabeza en un muro.  Poco después de muerto Calígula, en uno de sus palacios fue encontrado veneno suficiente para matar a la mitad de la población de Roma y una larga lista de personas que iban a ser envenenadas para que el emperador heredara sus riquezas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                                         CLAUDIO

 

 

Su nombre era TIBERIO CLAUDIO CÉSAR AUGUSTO GERMÁNICO; fue el cuarto emperador de la dinastía ‘Julio Claudios’, gobernó el imperio romano desde el año 41 hasta el 54.d.C; este emperador es más conocido como Claudio, y con ese nombre será mencionado en esta obra. Era hijo de Druso el Mayor, o sea del hijo del que estaba embarazada la envenenadora Livia cuando se casó con ‘Venerable’, y por lo tanto sobrino del emperador Tiberio, el otro hijo de la envenenadora.

Según los relatos de la época, los hombres de la guardia pretoriana, luego de asesinar a Calígula, encontraron a Claudio detrás de unas cortinas, donde se había escondido para evitar que lo mataran. Y, por mala coordinación entre los senadores y los mandos de la guardia pretoriana en cuanto al propósito que ellos tenían de reestablecer un gobierno republicano, Claudio fue llevado al senado y entronizado ese mismo día, ya que, debido a su precaria salud y su inexperiencia política, todos creyeron que él sería un emperador títere, fácil de controlar y les evitaría problemas en cuanto a la legalidad gubernamental.

Claudio era el único hombre adulto de la familia del emperador que había sobrevivido de una cadena de asesinatos intrafamiliares, cuya causa había sido la ambición de todos sus familiares de obtener el trono romano. Y ninguno de ellos lo mató porque todos sus familiares lo habían considerado como un tonto, enfermo y mediocre, que ni siquiera valía el sacrificio de matarlo. Por línea materna, era nieto de Marco Antonio; su propia madre lo trataba de “caricatura de hombre, aborto de la naturaleza”, y cuando quería explicar la calidad de un imbécil, decía: “Es más estúpido que Claudio, el hijo mío”. Augusta, su abuela materna, lo despreciaba tanto que si había algo indispensable que decirle, lo hacía por medio de una carta y usando términos humillantes. Nadie de su familia lo quiso; desde niño fue un solitario que caminaba tambaleándose; al hablar botaba espuma por la boca y tatareaba, goteaba por la nariz, balbuceaba y le temblaba la cabeza, su risa era desagradable y su carácter impulsivo. No lucía como miembro del alto gobierno, su familia monarca no lo tenía en cuenta en los cargos públicos y, por eso, le tocó dedicarse a asuntos académicos. Ya siendo adulto, el único que lo había tenido en cuenta había sido su sobrino emperador, Calígula, quien en un arrebato lo había nombrado senador, pero después lo tomó de burla y lo humillaba en el senado, donde Claudio tenía que hablar sentado, debido a sus problemas de salud. Sin embargo, contrario a lo que todos esperaban, Claudio no fue un tonto que se dejó manejar sino más bien un estudioso y buen administrador de los asuntos del imperio, cosa que no descuidó y que manejaba con mucho tino y justicia. Pero le sobraron los problemas; las intrigas y los asesinatos entre sus familiares no pararon, además, él era hijo de familias apasionadas del sexo, de lo cual no sería ajeno. Aun con ese legado en su contra, él fue el único de los emperadores de esas dos familias que no fue ni homosexual ni pederasta. Y se dice que fue un buen escritor de historia, cosa que empeoró sus relaciones con sus familiares, porque en sus escritos ellos no salían bien librados. Sin embargo, siendo emperador deificó a su abuela, la envenenadora Livia, que aunque nunca lo quiso tampoco lo humilló. Y, tal como sus antecesores, siguió complaciendo al pueblo romano con los duelos a muerte obligatorios entre gladiadores prisioneros de guerra, cosa que necesariamente lo deja como un emperador sanguinario. Otro detalle en su contra es que se dice que fue el primer emperador que sobornó a su ejército para sostenerse en el poder. Pero nada le causó más problemas que las mujeres, pues, a pesar de su aparente salud precaria, yendo en línea con el modo familiar endogamista, se casó cuatro veces, con mujeres familiares suyas que se casaron con él por interés, y tuvo numerosas amantes que ninguna lo quiso, pero que con sus comportamientos ingratos le causaron fuertes lunares sentimentales a su vida.

Hay datos escritos que aseguran que cuando no le funcionaba su miembro viril en el acto sexual, con tal de complacer a sus mujeres usaba de reemplazo cualquier cosa, aunque, según registros históricos de esa época, fue Mesalina, su joven y tercera esposa, la que le enseñó esas mañas. De Mesalina se sabe que, además de ambiciosa, era ninfómana y que el emperador Claudio, su esposo, no le impedía sus desaforados gustos sexuales; se cuenta que en una ausencia del emperador, la emperatriz Mesalina organizó una competencia sexual en el palacio imperial, con prostitutas que ella logró convencer, donde se apostó a quién de ellas era capaz de tener relaciones sexuales con más hombres en una sola tanda, o sea uno tras otro sin parar. Existen numerosos registros que dicen que, en ese concurso, la prostituta que más le aguantó fue la siciliana Escilia que se rindió luego de haber tenido relaciones sexuales con 25 hombres seguidos. Pero, según algunos escritos históricos, esa noche Mesalina pasó por ese número de hombres satisfechos fresquita y alargó el tiempo de competencia; cuando llevaba 70 hombres complacidos, hizo traer más prostitutas, empezó a competir de nuevo y les ganó a todas. Al final fueron 200 los hombres atendidos por Mesalina en esa competencia, un récord que es muy posible que no hubiera establecido de verdad y que es difícil que le quiten en todo el resto de la existencia humana.

Pero, no obstante a su erotismo, Mesalina siempre estuvo enamorada de un joven llamado Cayo Junio Apio, quien desde antes de ella ser emperatriz había sido nombrado en un cargo, lejos de Roma. Mesalina logró que su esposo trasladara a Apio a Roma y para tenerlo más cerca lo hizo casar con su madre, pero ni aún así Apio cedió ante los deseos de Mesalina, a quien él consideraba degenerada. Por negarle sus deseos, ella lo acusó de traición y lo hizo ejecutar. Se dijo que la madre de Mesalina estaba muy amañada con el joven Apio y que, por su muerte, madre e hija tuvieron un gran agarrón. Y, poco a poco, fueron numerosos los hombres que murieron por problemas de sexo con Mesalina; otro que corrió igual suerte que Apio fue Valerio Asiático, quien, por estar enamorado de Sabina Popea la Mayor, se negó a complacer a Mesalina, por lo cual la emperatriz hizo ejecutar a Popea y a Valerio. Era un hecho sabido que ella no quería ni respetaba a su esposo; en cierta ocasión, estando el emperador en la isla de Ostia, Mesalina se casó con Cayo Silio, un amante suyo, y los dos tramaron un complot en contra del emperador, pero éste, avisado por un funcionario de palacio, regresó a Roma e hizo ejecutar a Silio y le ordenó a su esposa que se suicidara. Ella le suplicó que la dejara seguir viviendo y que de ahora en adelante le sería fiel toda su vida, cosa que Claudio consideró como la mayor mentira del mundo, y le ordenó a un centurión que la matara con su espada, cosa a la que éste no podía negarse aunque significara su propia muerte y que al cumplirse fue el fin de la muy erótica emperatriz Mesalina.

Los historiadores de la época cuentan que Claudio, decepcionado por tanto cuerno que le habían aplicado sus esposas, le ordenó a su guardia pretoriana que lo matasen si volvía a casarse. Pero no demoró mucho y mediante una licencia especial se casó con su sobrina Agripinila, más conocida como Agripina la Menor, quien tenía un hijo llamado Lucio Nerón. Para tener una mejor idea de quién era Agripina, la nueva esposa de Claudio, conviene recordar que ella era hermana de Calígula, de Drusila y de Livila, y que las tres hermanas estando casadas eran amantes de Marco Lépido, y que habían cometido incesto con su hermano Calígula, quien además las prostituía con sus amigos favoritos.  El primer matrimonio de Agripina fue con Cneo Dominicio.

No se sabe el porqué, pero, tras la muerte de Drusila, quien entonces estaba casada con su hermano Calígula y con Lépido; las otras dos, Agripina y Livila, pelearon con su hermano emperador y luego participaron en un complot en contra suya, organizado por el amante de ellas, Lépido, en el que también participó Léntulo Getulio, otro amante de Agripina, y por lo cual ellas cayeron en desgracia con Calígula, quien luego de descubrir el complot hizo ejecutar a numerosas personas, entre estas Lépido y  Getulio, y a sus hermanas conspiradoras las hizo desterrar, humilladas y en total pobreza.

Luego de la caída de Calígula, por orden del nuevo emperador Claudio, Agripina y Livila regresaron a Roma, adonde había quedado Nerón al cuidado de su tía Dominisia. Al llegar a Roma, Agripina recuperó a su hijo Nerón y se casó nuevamente, esta vez con el cónsul Pasieno Crispo, a quien luego envenenó para casarse con su tío, el emperador Claudio.

Mesalina, durante su matrimonio con el emperador Claudio, había tenido un hijo y una hija, llamados Británico y Octavia, de los cuales ni ella ni nadie sabía quién o quiénes de sus tantos amantes eran sus padres, pero por ley eran hijos de su esposo Claudio y por lo tanto Británico era heredero directo al trono romano. Agripina, luego de casarse con el emperador, comprometió en matrimonio a su hijo Nerón con Octavia, la supuesta hija de su esposo y además hizo que éste adoptase a Nerón como hijo y heredero al trono.  Se puede decir que ese fue el fin del emperador Claudio, pues al poco tiempo murió envenenado por su esposa y sobrina, Agripina. Y, con la muerte del emperador, el hijo de Agripina, Nerón, y Británico, el supuesto hijo de su envenenado esposo, quedaron de herederos del trono romano.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                                              NERÓN

 

 

Su nombre era NERÓN CLAUDIO CÉSAR AUGUSTO GERMÁNICO, más conocido como Nerón; fue el último miembro de las dinastías, Julio-Claudios que fue emperador de Roma; gobernó el imperio romano desde el año 54 hasta el 68 d.C. Tenía 16 años de edad cuando fue hecho emperador.

Agripina, que era hermana del asesinado emperador Calígula y que había envenenado a su esposo y tío el emperador Claudio, era madre de Nerón, el ahora elegido emperador, y sabiendo que su hijo no estaba preparado para gobernar el imperio romano, contrató al gran maestro Burro e hizo traer del exilio al sabio Séneca, para que éstos educaran al nuevo monarca, pero sin enseñarle filosofía, ciencia que ella odiaba. Antes, ella había sobornado a los senadores para que el día de la elección no dudaran en entronizar a su hijo, y, según se dijo, su verdadero propósito era gobernar ella y que su hijo emperador supiera expresarse bien ante el pueblo romano y en el senado, cosa que funcionó bien al comienzo, pero que no duró mucho así porque el muchacho era indomable y le gustaban las cosas del bajo mundo. Se hizo amante de una liberta y meretriz muy popular llamada Claudia Actea y repudió a su esposa Octavia, la supuesta hija de su tío abuelo Claudio, lo cual políticamente no era conveniente porque ella legalmente era hija del emperador fallecido y bien vista por el pueblo romano. Pero él se negó a tener relaciones sexuales con su esposa Octavia y desde antes de casarse cometía incesto con su madre Agripina, quien por celos le ordenó que dejara a Actea, a lo cual Nerón, respaldado por su maestro Séneca, se opuso. Y sus amigos, casi todos de mala calaña, lo atizaban en contra de su madre porque él era el emperador, pero, en la práctica, ella era la que gobernaba.

Hay razones para creer que, de cualquier manera, Agripina quería que su hijo siguiera siendo el emperador y que para evitarle problemas envenenó a Británico, el hermano de Octavia, un día antes de él ser mayor de edad y desde cuando podía asumir el trono. Aunque también se ha creído que fue el propio Nerón quien, con la ayuda de Locusta, una especialista en asesinatos, envenenó a Británico.

No hubo claridad razonable en lo que siguió, pues, sin mas ni mas, luego de la muerte de Británico, Nerón expulsó a su madre de la residencia imperial. Pero ella no se quedó tranquila en su cómoda y lujosa villa, sino que aumentó el número de colaboradores suyos y se hizo amante del influyente Fausto Cornelio Sila y de Séneca, el maestro de su hijo emperador. Y, por tantos movimientos raros, Nerón creyó que ella quería asesinarlo para poner de emperador a otro amante suyo, llamado Cayo Rubelio Pluto. Poco después, por esa sospecha, Nerón asesinó o acusó a varias personas cercanas a su madre, incluido su maestro Séneca, a quien, al saber que era uno de sus amantes, acusó de varias cosas, pero no lo pudo hacer ejecutar porque no logró probarle ninguna de las acusaciones.

En esa época, para festejar la aparición de su primera barba, Nerón hizo una fiesta enorme y unas competencias deportivas, a las que llamó Juegos de la Juventud. Poco después se hizo amante de Popea Sabina la Menor, cuya madre había sido ejecutada por orden de la emperatriz Mesalina. Popea tenía un hijo del mismo nombre de su primer esposo, Rufo Crispino, y ahora, en segundas nupcias, era la muy hermosa esposa del general Marco Salvio Otón, futuro emperador de Roma, a quien Nerón, para quedarse con la esposa del militar, lo hizo divorciar y lo trasladó a Lusitania con el cargo de cuestor, y quería casarse con ella pero no podía por estar casado con su hermanastra Octavia, matrimonio cuya anulación era difícil debido a que ella era hija legítima del anterior emperador, dificultad a la que había que agregarle la oposición de la madre de Nerón a ese divorcio y la gran popularidad y el cariño del pueblo romano ganado por Octavia.

Para acabar con los problemas que le estaba generando, Nerón ordenó asesinar a su madre, diligencia que no fue fácil de cumplir porque la veterana era una asesina experta, estaba arisca y tenía las vidas de un gato. El primer atentado que le hicieron consistía en aplastarla con un cielo raso, hecho con planchas de plomo, que moviendo una palanca le hicieron caer en su cama, en la madrugada cuando llegó borracha. Pero, a pesar de que cayó casi toda la casa, el plan falló porque la vieja se había quedado dormida, orinando en un baño que estaba en el patio de la vivienda, y el derrumbe de placas de plomo lo que hizo fue ponerla más arisca.

Cabe destacar que Nerón le tenía pavor a su madre, pues estaba seguro de que ella haría todo lo posible para eliminarlo; o sea que uno de los dos debía morir eliminado por el otro. La falla del primer atentado lo deprimió mucho, pero no se quedó quieto en ese propósito. Poco después, cuando supo que su madre estaba en unas festividades en Minerva, hizo modificar el barco que la transportaría de regreso, para que la nave se partiera en pleno mar, se hundiera y se ahogara ella, pero, aunque así ocurrió con el barco, el plan falló porque la veterana nadaba más que un pato y no tuvo mayor problema para llegar a tierra en el golfo de Bayas.

La pelea de ellos dos, internamente había generado una guerra en los altos mandos de la monarquía y no paraban las ejecuciones y asesinatos porque casi todos los burócratas preferían perder la vida antes que alejarse del trono. En el senado ella tenía varios colaboradores y no faltaban las conspiraciones a su favor, pues la veterana tenía claro que, al morir su hijo emperador, el nuevo monarca sería el hombre que ella eligiera de esposo. Por estar involucrados en esos problemas, Nerón hizo ejecutar entre otros a los influyentes, Pluto, Sila, Pales, y le ordenó suicidarse a su exmaestro y amante de su madre, Séneca.

Cuando falló el plan del barco partido, Nerón le ordenó a Aniceto, un oscuro personaje de su confianza, que personalmente eliminara a su gran conspiradora madre Agripina.     Poco después, la veterana Agripina no pudo escaparse de este astuto asesino, quien la agarró de sorpresa, y ella lo único que pudo pedirle antes de morir fue que le abriera el vientre con su espada y, en señal de protesta, dijo que lamentaba que allí se hubiera generado ese monstruo hijo suyo que ahora era emperador.

Se ha creído que Popea forzó a Nerón a que la hiciera emperatriz, y que él no quería matar a Octavia sino divorciarse de ella y que, por eso, mientras se tramitaba ese asunto, la desterró a la isla Pandatoria. Pero los trámites del divorcio resultaron lentos y engorrosos, porque no había motivos reales para justificarlo, mientras Nerón estaba afanado por la exigencia de su amante y tuvo que acudir nuevamente a Aniceto, quien le cortó la cabeza a Octavia y se la llevó a la perversa Popea que la exigía para estar segura de la muerte de su rival. Según el historiador Tácito “esa mujer lo poseía todo, menos honestidad.”

Luego de la muerte de Octavia, Nerón se casó con Popea y los dos se dedicaron a gozar en grande, posando como dioses ante un pueblo casi inconsciente que los admiraba y envidiaba. Poco después Popea tuvo un hermoso hijo que falleció recién nacido. La muerte del niño hizo enfurecer a Nerón con su esposa, ya que según rumores su muerte se debió a un descuido de ella, aunque de eso no hubo investigación ni pruebas que lo demostraran. De todas maneras, desde entonces, las cosas entre ellos dos cambiaron mucho, tanto que estando Popea nuevamente embarazada, Nerón, borracho, le dio una patada en el vientre y la mató. Después nunca se supo si la muerte de Popea había sido un asunto premeditado o si fue que a Nerón se le fue la mano en la patada, pero sí hay registros que demuestran que él estaba muy enamorado de ella y que tras su muerte quedó un poco deprimido pero, para reemplazarla, hizo castrar y mutilar sexualmente a Esporo, un homosexual que se parecía mucho a ella, y se casó con él  -o con ella, la definición debió ser confusa-, en una ceremonia pública realizada en Grecia, a donde entraron de paso a realizar esa ceremonia debido a que en Roma no eran permitidos los matrimonios gais, en un viaje de un año de vacaciones que cubriría un recorrido a Brindisi y Corinto, acompañados de una gran corte de cantantes, danzantes, músicos y hasta modistos.

Todo indica que Nerón era bisexual, ya que con frecuencia hacía de mujer, teniendo relaciones sexuales con hombres jóvenes y fuertes, y entonces el emperador se quejaba y chillaba como una mujer erótica.

Nerón regresó a Roma antes de lo planeado, debido a un asunto supersticioso, ya que al consultar el oráculo éste le aconsejó su inmediato retorno. Llegó a Roma con nuevas ideas artísticas y deportivas, cosa que mostraba una cara distinta a la guerra a muerte que se vivía al interior del gobierno, para derrocar al emperador.

En el año 64, un enorme incendio consumió gran parte de Roma. El fuego empezó cerca del Circo Máximo, en un lugar donde vendían cosas inflamables, por lo que el incendio pudo ser un hecho accidental, pero Nerón odiaba a los cristianos, que entonces eran una pequeña organización religiosa que predicaba el modo religioso de Jesús, y los culpó a ellos del incendio de la ciudad, para tener una razón de eliminarlos. Con ese pretexto, Nerón hizo detener a gran parte de los religiosos cristianos y luego los hizo matar con perros adiestrados, crucificados o quemados, cosa que él mismo supervisaba montado a caballo. Se dice que, entre éstos, hizo decapitar y crucificar, respectivamente, a los después llamados como apóstoles Pablo y Pedro.

En cierta ocasión Nerón supo que su tía Lépida, quien lo había cuidado cuando niño, estaba enferma, y fue a visitarla. Lépida estaba un poco achacada, su sobrino emperador la animó y le deseó un pronto alivio, pero antes de irse ordenó envenenarla y luego robó su testamento y lo modificó para quedarse con sus propiedades.

Nerón participó en los juegos olímpicos del año 67; en actuación y canto no fue el mejor pero sobornó a los jueces y obtuvo las medallas; corriendo en carro de caballo casi se mata y tuvo que abandonar las competencias, lo cual fue un alivio para los jueces y los deportistas participantes.

Entre sus atrocidades, Nerón hizo ejecutar al cónsul Marco Vestino Ático, para casarse con su esposa, Estatilia Mesalina, de quien ya era amante; y también mató al pequeño hijo de Popea, Rufo Crispino, porque alguien le dijo que el niño se divertía haciéndose llamar “el emperador” cosa que para él significaba que ese niño quería derrocarlo.

Para que el pueblo romano se divirtiera con más fervor, Nerón hacía que senadores y nobles bajaran a la arena y se mataran entre ellos, riñas en las que se dice que murieron más de 400 senadores y un número mucho mayor de hombres libres. Por eso, el senado lo declaró enemigo público de Roma y nombró emperador al general Galba, pero éste dijo que con lo desprestigiado que estaba el cargo de emperador él prefería gobernar como general de Roma. Galba ordenó la captura de Nerón, pero, antes de ser capturado, él se hizo matar de su secretario y escudero Epafrodito. Con autorización del general Galba, el emperador Nerón fue sepultado por Actea, la humilde y antigua amante suya.

Nerón murió el 9 de junio del año 68. Con un gran apoyo militar de Marco Silvio Otón, desde entonces el general Galba se convirtió en el nuevo emperador de Roma, cargo que ocupó hasta el 15 de enero del año 69 cuando, por el trono romano, fue asesinado por Otón, que era el mismo general a quien Nerón le había quitado su esposa Popea, y que quizá para cobrar esa deuda había colaborado en la caída del último emperador de las dinastías Julio-Claudio. Y el emperador Otón gobernó a Roma desde el 15 de enero del año 69 hasta el 16 de abril de ese mismo año y, también por el trono romano, fue obligado a suicidarse por Aulo Vitelio, quien siendo emperador mató a sus dos hijos y a su propia madre y quien fue uno de los hombres más perversos y más asesinos que ha ejercido el trono romano. Por la misma razón de sus antecesores, Vitelio fue asesinado el 22 de diciembre de ese mismo año, por Tito Flavio Vespasiano, el primer emperador romano de la ‘Dinastía Flavia’, otra tanda de emperadores romanos tan perversos como los ‘Julio-Claudio’. El emperador Tito Flavio se autoendiosó y través de una gran campaña publicitaria logró que las historias acerca de su divinidad, tramadas e iniciadas en Egipto, circularan por todo el Imperio y, el mismo día que murió, fue oficialmente divinizado por su hijo y sucesor Tito, quien también se autoendiosó y murió asesinado por su hermano Domiciano, quien lo sucedió y cuyo primer acto imperial fue autodivinizarse y deificar a su recién envenenado hermano. []

Los emperadores de la dinastía Flavia decretaron la revisión de todos los libros que se escribieran entonces y no permitían la publicación ni lectura de los que no los favoreciera, incluso, se dijo que sobornaron o intimidaron a los historiadores Tácito, Josefo, Suetonio, Plinio el Viejo y a otros menos conocidos de esa época. En el imperio romano, durante ese lapso de gobierno, la divinidad de esos monarcas era de obligatorio reconocimiento público, pero Domiciano, el último emperador de los Flavio, fue asesinado en una conspiración y sus estatuas fueron destruidas por los conspiradores, quienes no dejaron en pie ninguno de los símbolos de sus divinidades, y Plinio el Viejo escribió que Zoroastro, el inventor de la fe monoteísta, era el único hombre del mundo que había nacido con una sonrisa en los labios, lo cual auguraba su sabiduría divina.[

Para mejor entendimiento en la continuación de esta obra, es conveniente repetir que, supuestamente, Jesús nació durante el gobierno del emperador Augusto ‘el Venerable’, y murió en el de Tiberio, pero los historiadores de ese tiempo no escribieron nada acerca de lo que dicen los evangelios cristianos, que, como ya se dijo, fueron escritos o editados en Roma, más cien años después de la supuesta muerte de Jesús. Pero, como ya lo hemos visto con los hechos históricos hasta aquí contados, sí hay muchos escritos de los historiadores de ese tiempo que cuentan en detalle las historias de todas las personas trascendentales que vivieron en la época de los supuestos milagros de Jesús.

Por haber existido en esa época los historiadores, se saben muchos detalles biográficos de los emperadores Augusto y Tiberio, pero no hay ningún dato histórico de Jesús, y por eso se puede deducir que todo lo que dicen los evangelios acerca de su vida y milagros es falso, y que la única razón por la que los historiadores contemporáneos del supuesto Mecías no escribieron nada acerca del Jesucristo milagroso y resucitador de la Iglesia, ni de las tres personas resucitadas, fue porque nada de eso existió ni ocurrió, pues resulta imposible creer que ellos no hubieran aprovechado esa única oportunidad de hablar con dichas personas y registrar sus historias, si tales hechos hubieran ocurrido. Por ejemplo, la competencia sexual de la emperatriz Mesalina ocurrió poco después de la supuesta muerte de Jesús, y esa faena con todos los detalles fue registrada por varios historiadores de esa época. Es lógico que con tantas historias que había de prostitutas, para los historiadores, una sola resurrección hubiera sido un hecho histórico más importante que todos los concursos de prostitución juntos. Pero, repito, no existe ningún escrito histórico acerca del Jesús divino que relatan los evangelios.

Hay relatos bíblicos que dicen que Herodes Antipas, rey de Galilea cuando vivió Jesús –Galilea hacía parte de Judea y estaba sometida a Roma en esa época-, por ambiciones territoriales se llevó a vivir con él a Herodías, la esposa de su medio hermano Herodes Filipo, debido a que ella era hija de un rey, y con esa relación él creía que podía hacerse a más territorio.

Según ese relato bíblico, cierto día, festejando Herodes su cumpleaños, acompañado de Herodías, ahora su amante, y de Salomé, hija de ésta y también amante suya, ocurrió que ya estando ellos borrachos, los movimientos eróticos de Salomé, bailando, deslumbraron al rey, quien le dijo a ésta que le pidiera lo que quisiera, que así fuera la mitad de su trono él la complacería. Ella, aconsejada por su mamá, le pidió la cabeza de Juan el Bautista, un moralista religioso que usaba agua para bautizar a la gente, y que solía criticar públicamente los bacanales sexuales que estos monarcas hacían con frecuencia, agregando: “No es permitido sino pecado tener sexo con la mujer de un hermano y más pecado es hacerlo también con la hija de ella.” Enseguida, el rey ordenó matar al Bautista y poco después, en una bandeja, le entregó a su joven amante la cabeza solicitada. Se ha comentado que el rey no quería matar a Juan el Bautista –ahora san Juan Bautista-, pero, por norma, las palabras del rey no tenían reversa. Si eso fue cierto, queda la duda de lo que hubiera ocurrido si la sádico-arrebatada Salomé, en vez de la cabeza del Bautista, hubiera pedido el pene del rey Herodes, frito en una bandeja.

Eso dice en algunos textos bíblicos antiguos, pero, según los registros históricos, Herodes gobernó a Galilea en la época de ‘ Venerable’, y los relatos anteriores eran un ejemplo del comportamiento íntimo de casi todas las dinastías de los monarcas que tuvo el Imperio Romano, los gobernantes que endiosaron a Jesús, siendo esos hechos muy similares a los muchos casos aberrantes que han ocurrido en todas las monarquía del mundo, cuyos monarcas fueron lo peor y más nefasto de la humanidad, y que reinaron porque la inconsciencia y la ingenuidad de la gente fue, y sigue siendo, aprovechada por las astutas monarquías, la peor plaga social de la humanidad. Pero, aunque son pocos los mencionados en esta obra, con lo relatado hasta esta parte debe ser suficiente para que quede claro que las monarquías, de la virtud que entendemos como nobleza, en el correr histórico de la humanidad han tenido muy poca.

Ya vimos que con la muerte de Nerón finalizó el reinado de la dinastía Julio-Claudios, pero, en el Imperio Romano, después surgieron otras dinastías similares o peores que esta, y, por casi dos mil años, todos los Estados del mundo siguieron siendo gobernados por monarcas iguales o más perversos y asesinos que éstos, parte de lo cual es narrado mas adelante, en las historias de los jefes de la Iglesia y del Islam, donde veremos que, en la práctica, los emperadores o reyes, los papas cristianos y los califas musulmanes han sido monarcas criminales de la misma calaña.

Es de añadir que por la ingenuidad y la inconsciencia del común de la gente surgieron grandes imperios religiosos, y que los matrimonios habidos entre diversas monarquías, en numerosas ocasiones produjeron una fusión de países que podrían llamarse “ensalada de Estados”, concretamente que la unión matrimonial entre hijos de monarcas causaba la unión o mezcla de varios Estados que habían sido heredados por los cónyuges y de esos matrimonios surgieron imperios enormes y poderosos. Por ejemplo, Isabel de Castilla se casó con Fernando de Aragón y, con una “ensalada de Estados” que luego heredaron o conquistaron ellos, formaron la España que con la complicidad de la Iglesia saqueó, colonizó y esclavizó a América.

Casi todos los imperios, incluido el romano, algún día fueron divididos entre varios herederos, por lo cual se debilitaron y murieron o se desintegraron en guerras familiares.  

Es casi seguro que, al principio, los monarcas fueron bravos combatientes, y que solo había monarcas masculinos -machos- y rudos, pero más tarde, afeminados, mujeres y niños también heredaron trono y, falsamente, se volvieron poderosos, cosa que debió ser el comienzo de los desastres imperiales y de las degradaciones sexuales monárquicas.

La historia de la humanidad hace suponer que los primeros monarcas fueron jefes guerreros, saqueadores, violadores, esclavistas y que además hacían funciones de jueces. Sirve de base en ese sentido la conocida leyenda del rey Salomón y las dos mujeres que ambas decían ser la madre de un mismo niño. Según esa leyenda, para solucionar un pleito por un niño que era reclamado por dos mujeres que ambas aseguraban ser la madre del pequeño, el rey ordenó partir el niño en dos mitades y darle una mitad a cada una de las mujeres que lo reclamaban; una de las mujeres aceptó que mataran al niño y le dieran su mitad, la otra rogó que no lo mataran, que ella renunciaba a su mitad para que se lo entregaran vivo a su rival. Pero, según la leyenda, el rey Salomón ordenó entregarle el niño a la que no quiso que lo mataran, y por ese hecho, aunque antes había ordenado matar al niño, cosa que era normal de los reyes, el legendario Salomón no es famoso como asesino sino como juez y como rey.

Si eso hubiera sido cierto podría dársele actitud positiva a Salomón, pero quien en realidad salvó al niño fue su propia madre, al no aceptar que lo partieran, pues de no ser así lo más seguro es que el rey Salomón se hubiera sostenido en partirlo en dos mitades.

Pero son pocos los monarcas que históricamente han sido reconocidos como buenos o justos, pues casi todos los que han sobresalido brillaron por matones, saqueadores, esclavistas, perversos, degenerados sexuales, ineptos; en fin, los mal llamados nobles han sido tan malos que algunos filósofos creyeron que a muchos monarcas, en vez de sangre noble, lo que les corría por las venas era mierda y por eso eran de sangre ‘azul’. Sin embargo, conviene aclarar que las monarquías no han sido la única gente mala, pues en la humanidad todo el tiempo ha habido la costumbre de que el más poderoso se aproveche de los más débiles o los elimine cuando le causan molestia. Y la verdadera causa de las injusticias se debe a que la mayoría del pueblo raso, todo el tiempo, ha sido poco estudioso, inconsciente y desordenado y por eso fácil de someter; y no obstante a lo costosos y malos que han sido para sus súbditos los monarcas, los pueblos ignorantes e ingenuos casi todo el tiempo se han baboseado admirándolos, inclusive, todavía hay mucha gente que los considera como auténticos dioses, y aún hay varios Estados que siguen estando sujetos a las reglas y caprichos absurdos de las monarquías.

Casi todas las grandes organizaciones mafiosas están inspiradas en el antiguo sistema de las monarquías. Por lo general, el jefe mafioso no comparte jefatura con nadie, se cree un todo poderoso y cuando muere en guerra con otro clan, los vencedores se apoderan de todo su imperio, procedimiento que es el mismo que usaron las antiguas monarquías. Pero las monarquías han sido mucho peores que las mafias, pues un rey, emperador, papa, califa, emir o como sea que se designe, es nada menos que un dios viviente, dueño de todo un Estado con toda su población, y en él puede hacer públicamente lo que le dé la gana, sin que nadie de sus gobernados pueda siquiera protestarle, pues se da por hecho que por encima suyo solo está Dios, quien nunca le reclama ni se mete con él.   

La Iglesia Cristiana y el Islam musulmán han sido dos monarquías, con los males y las perversidades normales de las demás monarquías, cosa que es demostrada más adelante.

Desde la antigüedad, los monarcas han engañado a sus pueblos haciéndoles creer que son descendientes directos de Dios, cosa que lograron durante muchos siglos mediante el impedimento de la sabiduría al pueblo raso. Así, durante mucho tiempo, casi toda la población del mundo, además de ingenua era ignorante, lo cual les facilitó mucho la falsa divinización y el poder absoluto a sus altezas o majestades. Y, aunque se diga lo contrario, la ignorancia fue lo que facilitó la endiosada de Jesús y la formación de la Iglesia y del imperio y mundo musulmanes.

Conviene añadir que todavía hay mucha gente ingenua y estúpida que es odiosamente fanática a las religiones y/o a las monarquías, que con su apoyo legitiman sus poderes y los caprichos absurdos de sus jefes, sin tener en cuenta los desastres que provocan sus acciones criminales, ni los desmesurados costos que generan sus comportamientos perversos o vanidosos, cuyo pago de alguna manera tienen que asumir, con sangre, cárcel o dinero, los vasallos de esas majestades, sean o no sus admiradores.

Con el advenimiento de las revoluciones francesa y norteamericana, seguidas de la independencia de Latinoamérica, vino la crisis de las monarquías, acciones que luego generaron el nacimiento de otros tipos de monarquías, cuya repercusión fue que a sus majestades les tocó ceder –en cada caso la proporción fue o es distinta- propiedades y parte de sus divinidades y poderes absolutos.

En la actualidad hay 46 Estados con diversos modos de monarquía, en los que en algunos el monarca es sólo una figura decorativa onerosa -casos muy repetidos con su majestad de Inglaterra que en varios países gana sueldo de Jefe de Estado, sin gobernar ni hacer nada-, pero todavía hay cuatro Estados con monarquía absoluta; Arabia Saudí, Brunei, Omán, y Suazilandia pertenecen a dioses humanos, es decir, a monarcas que se autoconsideran divinos, con poderes absolutos. Sin embargo, debido a que la gente cada día es más consciente y menos ingenua, en el mundo cada vez son menos las monarquías, el modo de asumir gobierno más absurdo que ha tenido la humanidad.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                                  LA RELIGIÓN

 

La religión es el invento político más perverso de la humanidad y también es uno de los peores absurdos humanos, pues, además de ser usada para justificar y cometer toda clase de delitos, en realidad nada justifica ofrendas y sacrificios a todopoderosos que de ante mano se reconoce que nada necesitan. Y nunca ha habido un argumento serio que demuestre la existencia verdadera de alguno de los tantos dioses, vírgenes, ángeles, demonios o divinidades que han inventado las organizaciones religiosas.

Es increíble que a estas alturas de sabiduría haya tanta gente que, sin estar loca, asegure que ‘Dios es un Señor’, pues la realidad histórica es que hasta la fecha no existe ninguna prueba, realmente verdadera, que demuestre que alguna persona, en algún momento y lugar determinado, se haya topado con el propio Dios, y lo que indican los aconteceres naturales históricos es que Dios no es un Ser individual, como aseguran algunas religiones, sino el contenido virtuoso-esencial del universo. Sin embargo, fingiendo sabiduría y usando cualquier forma de explicaciones ambiguas, varias religiones aseguran tener origen divino, y casi toda la gente está sometida de conciencia por alguna fe religiosa y cree que Dios tiene semejanza humana, tal como en provecho propio, junto con un gran rollo de farsas que utilizan en sus propósitos perversos, lo predican varias organizaciones religiosas.

Los ateos cultos no niegan ni aseguran la existencia de Dios. Por lo general admiten que de Dios y del Diablo no saben nada. Dicen que no tienen argumento que les permita siquiera deducir que los dos existen, ni mucho menos algo que les dé una idea para poder asegurar que el uno sea bueno y el otro malo. Además, no creen que sea pecado el no creer en un dios que nunca han visto. Ellos, en el universo ven evolución natural y no milagros divinos, aunque admiten que todo lo existente debe ser manejado por una gran energía virtuosa universal.

El comienzo religioso de la humanidad debió darse por la incapacidad de la gente de comprender el funcionamiento del universo, lo cual necesitaba explicaciones, y poco a poco, personas ambiciosas que se auto proclamaban como sabios o dioses, para dominar la gente, con toda clase de trucos y ambigüedades las fueron inventando, y así lograron que la ingenua población creyera en sus divinidades, pero casi todas las prédicas o teorías religiosas, científicamente, han resultado equivocadas, y puede resumirse que, desde su inicio, la religión ha hecho culturas a base de farsas y engaños, casi siempre cometiendo toda clase de delitos y con el propósito de crear alguna monarquía.

Los registros religiosos más antiguos revelan que, por lo general, las comunidades más antiguas eran politeístas y que en ellas cada cosa importante tenía un dios propio. El monoteísmo, creencia religiosa que admite la existencia de un solo dios, apareció por primera vez en la religión del profeta Zoroastro, cuya religión es conocida como Zoroastrismo, a quien también se le atribuye haber inventado la existencia de los ángeles y los arcángeles. Del zoroastrismo derivaron las religiones judía, romana, cristiana, musulmana y, de alguna manera, casi todas las que existen.

Pero, eso de religiosamente pretender que Dios tiene imagen y semejanza humana es una pretensión sumamente absurda, pues se supone que el tamaño de la tierra, comparada con la inmensidad del universo, es como una gota de agua comparada con la cantidad de líquido que hay en el mar. Creer o pretender que Dios, siendo hacedor y dueño de todo ese universo, hubiera decidido hacernos a su semejanza, para nosotros los humanos hubiera sido como ganarnos la lotería más de un trillón de veces continuas.

Desde el comienzo de las creencias religiosas, con las ofrendas y sacrificios religiosos se cometieron toda clase de injusticias y asesinatos. En todas partes del mundo se han encontrado registros o pruebas de muertes de personas y de animales en ofrendas religiosas; niños, y mujeres jóvenes y hermosas fueron el material preferido para sacrificar y ofrecer en rituales de numerosas comunidades religiosas. Pero, en algunas creencias religiosas, Dios aceptaba cualquier cosa; le ‘daban’ oro, joyas, sangre, comida, incluso hasta porquerías.

En la antigüedad, los modos y las creencias de las religiones judía y romana eran bastante parecidos; las dos, ya se dijo, se originaron del zoroastrismo, pero mientras los romanos eran idólatras y no tan apegados a la religión, los judíos eran monoteístas y fervientes religiosos. Se da por hecho que los jefes de la religión judía fueron las primeras personas que se beneficiaron vendiendo promesas divinas, asunto que en sus prédicas justificaban proclamando haber sido guías o profetas asignados directamente por Dios. Los sacerdotes judíos, desde mucho antes del comienzo de la era cristiana, les habían establecido a sus feligreses -todo el pueblo judío-, un sistema disimuladamente obligatorio de impuestos religiosos, llamado Diezmos y Primicias, recaudo que, con la endiosada de Jesús, en algo parecido a un golpe de estado religioso les robó la Iglesia a los sacerdotes y rabinos judíos.

Desde que existen los registros históricos, el modo de convencimiento que usan los muy astutos y mal llamados religiosos ha cambiado poco. Consiste en un adoctrinamiento religioso con el que les llenan la cabeza de cucarachas a las personas, preferiblemente siendo niños, con cuentos fantásticos y asuntos religiosos que son siempre amoldados a las conveniencias socioeconómicas particulares de ellos. Así, con esos cuentos en la cabeza, los niños crecen llevando en la mente unas creencias religiosas que por muy absurdas que sean, de ellas será muy difícil zafarse cuando sean personas adultas.

En el mundo hay millones de religiones, pero son pocas las que tienen bastantes creyentes. El budismo es seis siglos más antiguo que el cristianismo; la religión judía es más antigua que el budismo, tiene como cuatro mil años, pero no hay fecha exacta de su comienzo ni datos creíbles de su origen; casi todos los hechos dados como ciertos en sus tanaj o libros religiosos, viablemente son imposibles o absurdos. Por ejemplo, en esas escrituras se asegura que Noé, un hombre que tenía tres hijos, llamados Sem, Cam y Jafet, por orden de Dios hizo un arca –o barca en español- para salvarse de un inminente diluvio. Según los datos escritos, las medidas de esa barca eran 135 metros de largo por 22.5 de ancho y 13.5 de alto, un tamaño, según expertos en ingeniería naval, con relación de medidas adecuadas, pero que no alcanzaría ni siquiera para almacenar los alimentos suficientes para sostener durante una semana los animales que supuestamente embarcó Noé en ella. El hecho fue que, según el relato del libro sagrado judío, por orden directa de Dios, además de su familia, Noé embarcó y llevó en su barca siete parejas de cada especie de los animales puros y una pareja de cada una de las especies de los animales impuros existentes, dado que era necesario salvar del diluvio al menos una pareja de cada una de todas las especies de animales que había en el mundo.

Según los escritos de la Torá -un libro que agrupa los tanaj judíos y que fue escrito o compilado por el rabino Moshe Ben Maimón, cuyo contenido puede considerarse la base de la Biblia y del Corán-, el diluvio fue durísimo y duró 30 días con sus noches y la creciente duró más de un año en bajar, pero no explica cómo se las arregló Noé para capturar y meter en su barca tantos animales, ni mucho menos cómo hizo él para alimentarlos durante tanto tiempo, pues solo el peso y la comida de una pareja de elefantes requieren de un gran espacio y mucha logística. De haber sido cierto ese asunto, a todos debió tener que alimentarlos con pescado, incluidos los miembros de su familia y los animales herbívoros, puesto que en esa época no existían aparatos para conservar carnes o alimentos. No es necesario analizar mucho para suponer que, en ese espacio tan pequeño, además de los problemas alimenticios, el manejo de las parejas de elefante, rinoceronte, jirafa, león, tigre, ganado, bestias y de culebras, por mencionar solo algunas, en esa nave y con sólo ese grupo familiar, en realidad hubiera sido algo imposible de lograr.

A los absurdos mencionados hay que agregar que todo, incluyendo el arca, tuvo que hacerlo Noé con las uñas, ya que en esa época no habían inventado las herramientas, y sin presupuesto ni prestaciones sociales porque, según las explicaciones de la Tora, Dios era su amo y no su patrón. Además, aunque ninguna religión funciona sin dinero, todos los dioses que han inventado los religiosos suelen ser totalmente pobres o al menos no hay registro, sin ambigüedades, de alguno que, en vez de pretencioso, sea o haya sido platudo y dadivoso.

Pero la historia de Noé tiene más cabezas absurdas. Resulta que, según la Torá, de los hijos de Noé surgió toda la humanidad existente, aunque de este asunto tampoco hay explicaciones claras. A su hijo Sem se le atribuye haber generado los habitantes del oriente próximo, literalmente la raza blanca; a Cam se le da la paternidad de toda la gente negra de África; y a Jafet la de todos los indios que viven esparcidos en la tierra. No dice la Torá si Noe fue o no un abuelo racista ni que tuviera una esposa blanca, una negra y una india. En cuanto a la barca, desde que la desocupó Noé está perdida, pero se sabe que todavía hay gente ingenua buscándola.

Otro hecho inusitado de la religión judía es el que tiene que ver con la recibida de los Diez Mandamientos, de parte de Moisés. Según los escritos de la Torá, Moisés duró 40 días con sus noches, a la intemperie, en pleno desierto, esperando instrucciones u órdenes de Dios. Pasado ese tiempo de espera, dice la Torá, se le apareció Dios con dos tablas de piedra donde estaban los Diez Mandamientos “escritos con su dedo”, es decir, con el dedo de Dios. – En esta parte del escrito religioso no hay claridad acerca de cómo supo Moisés que el escrito de las tablas había sido hecho con el dedo de Dios, ni de qué tan grandes y pesadas eran las dos láminas, pero, para evitar corrosión y destrucción del documento, así como menos peso y facilidad para transportarlo, hubiera sido más conveniente que Dios hubiera escrito esos mandamientos en una lámina de aluminio-.

La Torá dice que Moisés, cuando bajaba –debió ser que estaba en una loma-, vio al pueblo judío adorando a un becerro de oro, por lo que él se enfadó y rompió las dos tablas de piedra. No explica la Torá si entre toda esa población había siquiera una persona que supiera leer, cosa que hubiera sido muy poco probable ya que en esa época más de 99 por ciento de la gente del mundo debió ser analfabeta. Tampoco se sabe qué se hicieron los pedazos de piedra de las dos tablas en las que estaban escritos los Diez Mandamientos, pero resultaba obvio que a esos documentos no se les podía sacar fotocopias y que debían ser tratados con sumo cuidado, ya que habían sido escritos con el ‘dedo’ y letra del mismísimo Dios. Si hubiera ocurrido realmente ese asunto, habría sido muy mala la escogencia de los judíos al haber elegido al profeta malas pulgas Moisés, para manejar tan valiosos ‘documentos’.

En algunos casos, la religión judía pretende ser la más antigua de la humanidad, pero tiene muchas cosas del zoroastrismo, de donde se concluye su origen. Pero es poco lo que se sabe en realidad del profeta Zoroastro. De los sacerdotes judíos sí se sabe que para la época en que supuestamente vivió Jesús de Nazaret, ellos en Jerusalén tenían armada una organización, llamada Sanedrín, que con argumentos religiosos era un eficiente sistema de aprobación y cobro de diezmos, es decir, un recaudo que les permitía a los jefes de esa religión vivir con comodidades de reyes.

Y, por lo poco que históricamente se sabe del asunto, si la crucifixión del nazareno fue cierta, puede deducirse que es casi seguro que los sacerdotes judíos hicieron matar a Jesús fue porque su modo de predicar religión los perjudicaba económicamente. Según algunos comentarios de Orígenes, un filósofo y escritor cristiano que vivió mas o menos entre los años 185 y 254, Jesús decía que no había que ir a templos ni que pagar diezmos para ganar la gloria de Dios, anuncio que debió ser visto por los rabinos judíos como un predicado flagelante para sus ingresos económicos. Pero hay más detalles que demuestran que la muerte de Jesús pudo ser por motivos económicos y no religiosos. Se deduce que el prefecto Poncio Pilato, que era un romano astuto, se lavó las manos en presencia de los sacerdotes judíos fue porque era conocedor de la inocencia de Jesús y sabía que éstos querían matarlo con la mayor crueldad posible, para con eso disuadir a los seguidores de su movimiento religioso, que quizá ya eran numerosos y bien vistos por la población pobre judía que estaba casi esclavizada con los impuestos romanos y el sanedrín judío del Templo de Jerusalén. No tiene otra explicación el hecho de que a Jesús, en su muerte, los sacerdotes judíos le hubieran dado un trato tan cruel sin él haber sido acusado de haber cometido un delito atroz.

La inexistencia de la historia de Jesús hace suponer que él fue solo un religioso que no alcanzó a ver su fama, por lo que es fácil deducir que los evangelios, que es donde empieza a aparecer la supuesta vida divina de Jesucristo y que fueron escritos más de cien años después de su muerte; por los fracasos de las autoendiosadas de los monarcas romanos fueron inventados y elaborados a conveniencia de políticos corruptos y de la aristocracia romana, de donde surgió la perversa monarquía eclesiástica romana que se convirtió en la Iglesia Cristiana. Es obvio que la endiosada de Jesús fue hecha en aras de riqueza y de poder político, pues, por fe religiosa, en Roma jamás se hubiera podido desarrollar un cristianismo imperial, esclavista, saqueador y asesino como ocurrió desde cuando la religión cristiana se convirtió en la religión oficial del imperio romano.

En la antigüedad, los líderes religiosos judíos predicaron y establecieron que el dios de Israel era el único Creador del universo que existía y que Él había elegido y bendecido únicamente a las tribus de los 12 hijos de Jacob que se hallaban esparcidas en Judea, es decir, al pueblo judío, y que a ellos los había designado para que en el futuro dirigieran y gobernaran al resto de la humanidad y les había concedido el Don para que, con el correr del tiempo, todos los demás pueblos humanos fueran sus esclavos o vasallos.

Los judíos proclamaban y creían que ningún otro pueblo había sido elegido de Dios y, cuando podían, marcaban las viviendas de los integrantes de otras tribus y por el mero hecho de no ser judíos los asesinaban. Por sus creencias religiosas estaban seguros de que ellos algún día podrían eliminar o esclavizar a los seguidores de las demás religiones, y a quienes no fueran judíos los consideraban de una clase social mas baja.

Debido a que muchas veces en Judea había pestes o escaseaba la comida, con frecuencia había emigraciones judías y, con propósitos expansionistas, los israelitas siempre trataban de formar Estados judíos independientes dentro de las tribus o naciones que los acogían, sin importarles a ellos lo bien que los recibieran o trataran en el exterior, comportamiento que los convirtió en extranjeros indeseables.

Para ellos, el mero hecho de ser judíos significaba tener una posición divina y social más alta que el resto de la humanidad, ya que, según sus creencias, ese único dios, en dos láminas de piedra les escribió, "con su propio dedo", los Diez Mandamientos, en los cuales basaban sus ideas religiosas y por lo tanto creían que, en general, sus enseñanzas eran instrucciones directas de Dios y que con su apoyo se tomarían el mundo.

Es absurdo que los judíos, después que crucificaron a Jesús, hubieran reconocido que él era el mecías que ellos estaban esperando, y que desde mucho antes sabían de su llegada. Eso quiere decir que los sacerdotes judíos, igual que los romanos, en el tiempo del acondicionamiento político de la religión cristiana, también quisieron participar de la utilidad de la rica torta socio-económica en que se estaba convirtiendo el cristianismo. Pero los romanos, después que saquearon lo que consideraron útil de las escrituras de la religión judía, se adueñaron de toda la utilidad que producía la religión cristiana, y a los jefes religiosos judíos les tocó quedarse cayados y desligados de esa mina de riquezas y hacer toldo aparte.

En el año 70 de nuestra era hubo una gran revuelta judía en contra del emperador Vespasiano, cuyo resultado fue una serie de masacres en Judea y la destrucción de Jerusalén, incluido El Templo, y la esclavización y esparción de judíos y cristianos por todo el imperio romano, siendo humillados los miembros de ambas religiones, lo que produjo un acercamiento religioso entre judíos y cristianos, lo cual se cree que fue el comienzo de que los cristianos tomaran parte de las creencias judías, que esa época eran unas enseñanzas tradicionales que no estaban escritas en su totalidad. Después, durante mucho tiempo, la monarquía romana asesinó a los religiosos cristianos y, como no pudo acabar con esas ideas religiosas, poco a poco se hizo dueña de la religión cristiana, acondicionó los evangelios y reglamentó el cristianismo de acuerdo a sus conveniencias económicas y políticas, cosa que veremos más adelante.

Causa suspicacia que los papas siguientes no hubieran tenido en cuenta el consejo bíblico que el obispo Ireneo de Lyon (130 - 202) les hacía a los ricos de entonces, a que se deshicieran de sus riquezas, para poder obtener vida eterna. Eso ya lo había hecho varios siglos antes, con propósitos de humildad, el señor Siddartha Guatama, más conocido como Buda, el fundador del budismo. Y, siguiendo ese ejemplo, hubiera sido razonable que los papas, para obtener la vida eterna que la Iglesia predicaba, hubieran rechazado la riqueza y preferido la sufrida vida de los pobres. Pero, más tarde, los papas se convirtieron en poderosos emperadores, ladrones, esclavistas, saqueadores y hasta la fecha los asesinos más crueles del mundo han sido pontífices de la Iglesia. Más adelante veremos que la Iglesia, con falsas divinidades religiosas que se autoproclamaron los papas romanos, mediante toda clase de tramoyas, causó más muertes y saqueos que las dos guerras mundiales juntas. Y aunque la Iglesia ya no es un imperio gubernamental, todavía es una monarquía de ricos, defensora de sus ancestros oligarcas y gran productora de riquezas para sus dueños que, se dice, la mayoría son oligarcas italianos.

Cabe recordar que venía refiriéndome a la religión judía y no a la cristiana. Pero es que después de la supuesta muerte de Jesús, por un largo tiempo, la política romana y las religiones judía, romana y cristiana se convirtieron en una ensalada de arreglos y conflictos; en la Roma eclesiástica, durante mucho tiempo, muchas veces emperador y pontífice era la misma persona y en la práctica este individuo era el jefe de todas las organizaciones políticas y religiosas del Mundo Cristiano que, desde entonces, por más de 15 siglos fue gobernado por la monarquía romana, aunque en esto conviene aclarar que la palabra ‘pontífice’, antiguamente quería decir: “Máximo responsable del puente sobre el río Tíber y jefe religioso de Roma”.

Para tener una idea del respeto que la monarquía romana le tenía a la religión, nótese que el emperador Augusto –‘el Venerable’-, había sido pontífice a los 15 años de edad, tres años antes de ascender a emperador, y que este hecho ocurrió poco antes del supuesto nacimiento de Jesús. Además, también vale añadir que el papa Benedicto IX fue consagrado pontífice cuando solo tenía once años de edad, cosa que veremos más adelante. Y debe entenderse que, de acuerdo a las pretensiones de las leyes eclesiásticas romanas, el obispo de Roma era el pontífice romano y jefe religioso de todos los seres humanos y el rey de todos los gobiernos del mundo.

Por los motivos ya mencionados, la explicación más lógica de estos hechos es que la muerte de Jesús, si es que la hubo, fue por asuntos económicos entre judíos y ajena a los intereses de Roma. Y que la verdadera causa de la formación del Pontificado cristiano, como lo conocemos ahora, no fue por fe religiosa sino por propósitos económicos y políticos de la monarquía romana, en provecho de la muy astuta oligarquía italiana. 

En cuanto a otros impedimentos que debió haber para culminar ese asunto, conviene tener en cuenta que entre Roma y Jerusalén hay una gran distancia; y que Judea, cuya capital cuando nació Jesús era Jerusalén, entonces era un Estado-provincia sometido y oprimido por el imperio romano, con ninguna aceptación local voluntaria a los romanos. Otro inconveniente para esa unión religiosa era que judíos y romanos hablaban idiomas diferentes, y que, en asuntos religiosos, mientras los primeros eran monoteístas, los segundos eran politeístas, dos creencias distintas que debieron impedir ese engranaje religioso. Además, casi toda la gente del imperio romano en asuntos religiosos se sentía segura porque veía a su nobleza como dioses todopoderosos y, en cuanto a la religión, el pueblo romano hacía lo que ordenara el emperador, quien casi siempre se creía y se auto consideraba un dios protegido de los dioses romanos, ante los cuales éstos no creían que existiera un ser divino más poderoso. Pero la mayoría de los emperadores romanos fueron más supersticiosos que religiosos; casi no creían que existiera el Demonio sino varios dioses, superiores a ellos, que se irritaban con facilidad y que para evitar sus castigos o ganarse sus favores era necesario hacerles diversos eventos y sacrificios.

Las creencias religiosas de los judíos han sido casi las mismas todo el tiempo; creen que existe un sólo Dios, universal, omnipotente, con semejanza física de hombre blanco, pero totalmente bueno y misericordioso. Igualmente, creen en la existencia de un solo Demonio, también con semejanza humana pero de raza negra y malísimo; piensan que el Demonio a toda hora está buscando la manera de joderlos y poniéndoles trampas para hacerlos pecar.

En teorías, la religión cristiana tiene bastantes cosas de la religión judía. Las dos son monoteístas, aceptan los mismos Diez Mandamientos y han cumplido de igual manera con “No matarás”, pero, en la práctica, los cristianos no son monoteístas porque creen y predican que Jesús también es Dios, y en su nombre han sido mucho más criminales que los judíos y grandes hacedores de leyes, abogados, santos, vírgenes, y de inventos casi inexplicables como la Trinidad; del bautizo mojado con agua bendita, las hostias y muchas otras cosas, referidas más adelante.

Para darle más claridad al enredo religioso habido entre Roma y Jerusalén, ya hechas las explicaciones anteriores, habría que reconocer que sería absurdo aceptar que se hubiera hecho una unión y conversión netamente religiosa de la perversa monarquía romana a las creencias de los tercos y perseguidos religiosos seguidores del entonces desconocido Jesús, añadido que, en ética religiosa, las dos partes eran como el agua y el aceite.

Lo que ocurrió, según los registros históricos, fue que a pesar de que los sacerdotes judíos y las autoridades romanas persiguieron y asesinaron a los cristianos por predicar ese novedoso modo religioso, luego de la muerte del creador de esas teorías, dichas enseñanzas, que además de sabias evitaban pago de impuestos, se convirtieron en apoyo económico y espiritual de los oprimidos o necesitados, y la religión cristiana se regó por casi todo el mundo civilizado de entonces, y, con el tiempo, los corruptos y astutos dirigentes romanos, cuyas falsas divinidades no habían funcionado, vieron las inmensas oportunidades que podrían surgir al divinizar y explotar política y económicamente esa religión, cosa que perversamente hicieron después. Y lo que siguió mas tarde, como puede verse más adelante, fue que varios líderes de la monarquía romana poco a poco acabaron con los verdaderos religiosos cristianos y después endiosaron a Jesús y ellos mismos se hicieron papas o los elegían a su antojo, y así el papa pasó de ser un religioso, verdaderamente seguidor de la fe y las enseñanzas cristianas, a ser un monarca perverso o un títere de la aristocracia romana, con todos los viejos vicios de las monarquías, como ocurrió, entre otros tantos casos, en el grupo de papas elegidos por la familia de Teofilacto y Teodora, conocidos como ‘la pornocracia’, lo cual es narrado más adelante. 

Pero eso no fue un asunto resuelto de un día para otro sino un lentísimo proceso con numerosos conflictos entre varias generaciones de monarcas romanos, contra religiosos cristianos. Antes no había el título de papa, al principio, la religión cristiana era dirigida por varios obispos que no tenían jefatura unificada, y casi todos esos primeros jefes cristianos fueron cruelmente asesinados por la monarquía romana, muchas veces con la complicidad judía. En todos los territorios ocupados o sometidos por el imperio romano, siempre se imponía la religión del emperador, pero los religiosos cristianos cada vez ganaban más seguidores y además se mezclaban con líderes políticos, lo cual indujo a algunos emperadores, ya avanzado el conflicto, a convertirse en gobernantes antipapas como lo fueron los emperadores Diocleciano y Maximiano, cosa que veremos adelante.

Pero, para mayor claridad, regresemos al comienzo del supuesto hecho que dio lugar al surgimiento de la religión cristiana, tal como la conocemos ahora. Según la Biblia, en un relato que es muy rico en protocolo y jerga religiosa, con ángeles y espíritu santo abordo, el asunto empezó en Judea cuando los padres de una tierna muchacha, llamada María, quisieron hacerla casar con un señor, llamado José, que ella casi no conocía.

El relato evangélico dice que María, para evitar el matrimonio, huyó de su casa y se internó en un monte tupido de olivos, donde, estando meditando, se le apareció un ángel –o arcángel según otras escrituras religiosas, esa parte no es muy clara en cuanto al grado del mensajero de Dios-, y le dio un mensaje acerca de un romance divino, y varios días después ella apareció muy nerviosa explicando que por obra y gracia del Espíritu Santo había quedado embarazada de Dios y que iba a tener un hijo suyo.

La Biblia dice que José al principio no le creyó a María, pero que después, en un sueño, se le apareció el ángel Gabriel –éste como que sí portaba escarapela con identidad porque en todos los escritos evangélicos aparece con el nombre de ‘ángel Gabriel’- y lo convenció del asunto, y que cuando el niño nació José lo aceptó como hijo de Dios. Pero, como sea que hubieran ocurrido las cosas, lo cierto fue que para los romanos de la época del arreglo o acomodo de los evangelios, con lo jodidas y putas que eran las mujeres en ese tiempo, por mucho que adornaran ese asunto fue muy difícil que ellos lo creyeran, y esa fábula a todos les causaba más suspicacias que credibilidad.

Vale aclarar que a pesar de las muy adornadas y ambiguas explicaciones de la Biblia, respaldando la veracidad de esos hechos, hasta la fecha no hay prueba cierta de que Dios haya negado o reconocido la paternidad de Jesús, y que sí hay numerosas pruebas históricas de que la endiosada de Jesús fue decretada a la fuerza por la influencia del emperador Constantino en el primer concilio cristiano, realizado en el año 325 en Nicea; y también vale señalar que, desde tiempos remotos, endiosar no era una cosa rara ni desconocida para la monarquía romana; recordemos que Calígula se autoconsideraba divino y exigía que lo trataran como un dios, y que por decreto deificó a una de sus prostitutas hermanas y que, entre otros, los tres emperadores de la dinastía Flavia se autoendiosaron. Y también decía ser dios un tal Simón que vivió en la época que se dice que existió Jesús, pero no existe prueba histórica de que Jesús hubiera hecho o dicho lo que de él dicen los evangelios, cuya escritura parece haber sido planeada y contratada por la monarquía romana más de cien años después de la muerte del ahora llamado Jesucristo, cuando ya no vivía nadie que lo hubiera podido conocer; o sea que ni siquiera hay prueba histórica de la existencia de los apóstoles, y lo más probable es que, como tales, nunca existieron. Más que a lo que dicen los evangelios, el éxito de esa farsa se debió a que fue escrita en una época en la que todo el pueblo raso era analfabeta y entonces a todos les hacían creer que era cierto todo lo que estuviera escrito.

Pero no hay duda de que el contenido del modo religioso cristiano tenía mensajes de esperanza y de justicia social que atraían a las multitudes maltratadas, prédicas de fe que hicieron enojar primero a los sacerdotes judíos y después a los gobernadores romanos, quienes trataron con crueldad a los entonces indefensos seguidores de esa religión.

Así pasaron varias décadas de lucha en esa puja religiosa y social, y la desprestigiada monarquía romana no pudo acabar con la cada día más creciente comunidad cristiana, y, para beneficiarse y superar ese fracaso, los monarcas romanos decidieron apropiarse de la religión cristiana y adecuarla a sus conveniencias económicas y políticas. De esa estrategia política surgió la endiosada de Jesús, y después, con toda clase de crueldades, la monarquía eclesiástica romana obligó a la gente a creer y a aceptar la existencia de un supuesto Salvador que, luego de asignarle a Roma la Santa Sede, los había facultado a ellos para que dirigieran la humanidad y fueran jefes de todos los gobiernos del mundo.

En el año 440 hubo un acuerdo que iluminó la imagen de la Iglesia: Los monarcas y la oligarquía romana eligieron pontífice cristiano a León Magno, un político y diplomático del imperio romano que después manejaría bastante bien las cosas, incluso se asegura que además de oligarca era religioso y que salvó a Roma del cruel Atila. Según registros históricos de ese hecho, ante la inminente llegada de Atila, el emperador había huido de Rávena a Roma y luego de esta ciudad quién sabe hacia dónde y atrás huyeron los generales, los coroneles; todo el que pudo puso pies en polvorosa y se marchó de Roma; los precios de los caballos se pusieron por las nubes, hasta los lentos jumentos fueron vendidos a precio de oro. Pero el valeroso papa León Magno, no huyó sino que salió armado de una camándula a enfrentar al temible rey de los hunos, quien quedó lelo al ver al frente suyo nada menos que al sumo jefe de los otrora perseguidos cristianos, de quien no sabía nada de su vida u origen. Se asegura que Atila, quien no era creyente pero tampoco un cobarde capaz de matar a un religioso desarmado, cuando salió de la sorpresa, sonrió y cordialmente saludó al religioso, y que luego los dos hablaron respetuosamente, quedando convenido que los hombres de Atila solo tomarían un mercado al estilo pirata en Roma y no le harían ningún daño a la ciudad. Con ese convenio, el gran político y diplomático papa salvó a Roma de una segura y deseada destrucción de parte de Atila. Pero el papa León Magno fue solo un buen representante entre los muy numerosos papas bandidos que resultaron después, con la conversión de la monarquía romana en jefes religiosos cristianos.

Aunque al alcance del público siempre hubo abundantes datos acerca de las obras religiosas, políticas y de gobierno que realizaron todos los papas, los delitos que ellos cometieron fueron un secreto de Estado de la Iglesia. Es muy cierto que, todo el tiempo, en el Vaticano lo que no ha sido sagrado ha sido secreto; gran parte de lo que veremos de aquí en adelante es un resumen de casos que por mucho tiempo fueron tapados por la Iglesia, pero que por algún motivo fueron sabidos y registrados por los historiadores, aclarando que estos son solo la parte de los ‘pecaditos’ cometidos por los papas, que pudieron ser registrados por algún historiador de la época y salvados de ser quemados por la Iglesia, pero es de suponer que gran parte de los delitos y maldades pontificias quedaron sin registro histórico.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

         HISTORIA DE LA IGLESIA Y BIOGRAFÍA DE LOS PAPAS

 

Primero, a vuelo de pájaro, antes de meternos de lleno en la HISTORIA DE LOS PAPAS Y DE LA IGLESIA miremos algunos de los inventos y arandelas protocolarias religiosas que algunos pontífices le agregaron al cristianismo: A san Clemente (Ejerció de jefe de la Iglesia del año 88 al 97), se le atribuye el anexo de la palabra Amén al cristianismo. A san Alejandro (105 a 115), además de reglamentar la materia prima para hacer las hostias, se le atribuye el invento del agua bendita. -Él ha sido un suertudo pues, aunque no patentó su invento, hasta el presente nadie le ha robado esa patente ni se sabe de pirateo ni de plagios a su famosa y mundialmente conocida agua-.

A san Higinio (136 a 140), se le atribuye el invento de los padrinos, una hembra y un varón, en el bautizo cristiano. -Es de notar que este invento sí fue plagiado o se le dio un uso diferente por parte de la mafia siciliana que estableció un sólo padrino en sus organizaciones mafiosas-.

San Urbano I (222 a 230), permitió que la Iglesia tuviera propiedades. - Y a él también se le puede considerar de suertudo porque, en esa época, ningún gobierno del mundo le cobraba impuesto a las propiedades de la Iglesia católica-.

Ponciano (230 a 235), inventó la frase “El señor esté con vosotros”.  San Lucio I (253 a 254), prohibió las relaciones sexuales de cristianos que no fueran entre esposos. –Menos mal que él no duró mucho, no se sabe si después oficialmente abolieron esa prohibición, pero, para los hombres cristianos, no debió ser buena cosa vivir con esas reglas-.

A san Félix I (269 a 274), se le atribuye la fusión humano-divina de la Trinidad, que dio como resultado que el Padre, el hijo y el Espíritu Santo son tres personas distintas y un sólo Dios verdadero. –Matemáticamente, todavía la humanidad no ha podido entender cómo es que funciona ese asunto-.

San Eutiquiano (275 a 283), estableció el uso religioso de la ‘dalmática’, una prenda muy parecida al manto que usaban los emperadores romanos. -La pinta de ellos no tenía porqué ser inferior a la de los emperadores, siendo que ya la Iglesia producía de sobra el dinero para comprarla-.

En el lapso de san Melquíades (311 a 314), ocurrió el triunfo militar cristiano que luego convirtió a la religión cristiana en religión oficial del Imperio Romano. Pero, el verdadero cristianismo hacía mucho tiempo que había desaparecido y los papas ya no eran pacíficos, como el Jesús de Nazaret de la leyenda evangélica, sino hombres sanguinarios y guerreros, miembros de la oligarquía romana que poco a poco se había adueñando de la religión cristiana.

San Silvestre (314 a 335), inventó la ‘Corona Férrea’ y formuló el contenido de El Credo. A san Marco (336), se le atribuye el invento del ‘Palio’, hecho de lana blanca de cordero bendito. –No está claro si el cordero blanco se bendecía o era solo a su lana.

San Dámaso (366 a 384), introdujo al cristianismo la palabra hebrea ‘aleluya’ e hizo traducir y agregar a esta religión gran parte de las sagradas escrituras de la religión judía. Todo indica que él fue el papa que inició el saqueó cristiano a las escrituras sagradas judías, y que era miembro de la monarquía romana y muy erudito.

San Zósimo (417 a 418), prohibió que los hijos no legítimos fueran ordenados sacerdotes. El sacerdocio era la profesión más lucrativa en ese tiempo y, respecto a ese asunto, La Infamia Cristiana, un libro anónimo viejísimo, dice que a muchísimas personas que vivían en unión libre desde jóvenes les tocó casarse ya viejos, para que sus hijos pudieran ser sacerdotes. El asunto es que, según ese libro, en esos matrimonios de viejos, muchos hombres cambiaron de mujer y metieron “gata nueva por liebre vieja”, cosa que se facilitaba, debido a que las mujeres de esa época no tenían documentos de identidad.

San Félix (483 a 492), no fue casado por la Iglesia pero tuvo varios hijos, entre ellos el padre del famoso san Gregorio Magno. Su sucesor fue Gelasio I (492 a 496), el inventor de la frase: “señor ten piedad”.

A San Juan II (533 a 535), se le atribuye el invento del cambio de nombre de los pontífices. –Él tuvo que cambiarse de nombre porque se llamaba Mercurio, nombre de un dios pagano de Roma, pero ese invento ya era viejo entre los monarcas, y según la obra de Idaclio, Los Seglares de Grecia, quienes verdaderamente lo idearon y lo usaron primero fueron, Dolocia, Idona y Antea, tres hermanas, hermosas y ricas prostitutas de Atenas, lo cual , según la obra de Idaclio, “primero contagió a casi todas las putas de Atenas, y poco a poco a los monarcas y luego a todas las putas y también a las demás mujeres del mundo.” Y, desde entonces, a casi todos los papas que siguieron-.

San Sabiniano (604 a 606), estableció y organizó el sonido de campanas en las horas de ceremonias religiosas. Adeodato I (615 a 618), fue el primer papa que usó sello en los documentos de la iglesia. San Teodoro I; (642 a 649), le agregó a Pontífice el título de Soberano. -Eso fue algo muy parecido a los caprichos de la familia de Augusto, el ‘Venerable’, y los ‘césares’ Julio-Claudios-.

San Eugenio I (654 a 657), les impuso la castidad a los sacerdotes. -En ese tiempo se pensó que el propósito del papa era evitar los abusos sexuales que estaban cometiendo muchos eclesiásticos, pero, el remedio, además de absurdo, puede haber sido peor que el mal que se pretendía sanar. Para mejor remedio y buen ejemplo eclesiástico hubiera sido mejor imponerles a todos sus funcionarios religiosos el matrimonio por la Iglesia-.

San Constantino (708 a 715), implantó el ‘beso de pies’. -Los ateos cultos, a este acto, además de humillante, lo consideran antihigiénico-.

San Zacarías (741 a 752), impuso a Pipino el Breve, de rey de los Francos, quien fue el primer soberano ascendido por un pontífice.

San Esteban II fue papa solo un día en el año 752, pero eso fue suficiente para que sea llamado san Esteban. Cabe señalar que su sucesor fue San Esteban III, a quien se le atribuye el invento de ‘la sacada en hombros’.

Sergio III (904 a 911) fue el primer papa que hizo esculpir la tiara en sus medallas. Juan XV (985 a 996), fue el inventor del ascenso de humanos fallecidos a santos o al menos el primero en iniciar un proceso de canonización; el elegido fue un obispo oligarca alemán, llamado Ulrico, siendo él el primer santo de la Iglesia. -Pero vale aclarar que, en la práctica, san Joaquín y santa Ana, los supuestos abuelos de Jesús, deben ser los santos más viejos de la Iglesia-.

Benedicto VIII (1012 a 1024), estableció que los clérigos no se casaran. –Eso fue una gran ventaja para los curas: casaban a los demás hombres y ellos se quedaban solteritos haciendo ochas y panochas-.  Juan XIX (1024 a 1032), le puso el nombre de un salmo a las 7 notas musicales. Benedicto IX fue la persona mas joven en llegar a ser papa. Ocupó ese puesto a los 11 años de edad (1032); fue papa en tres lapsos distintos y murió no siendo papa. Siguiendo el orden cronológico de los pontífices, en otro aparte de esta obra hay más información de este papa de cero en conducta.

San Celestino V (1294) fue un hombre virtuoso que renunció al pontificado cuando se dio cuenta que la monarquía romana, perversamente, lo usaban a él y a la religión cristiana de instrumentos políticos. En la práctica, él ha sido el único papa, verdaderamente cristiano, que ha tenido la Iglesia.

Según rumores históricos, el papa Calixto III (1455 a 1458) excomulgó al cometa Halley por considerarlo cosa del Diablo.

La Iglesia Cristiana, o sea el Vaticano que existe ahora, es un invento romano. Y si Jesús existió, hay que dar por hecho que él fue un semiesclavo del imperio romano, por lo que quizá jamás se imaginó y tal vez por ningún motivo lo hubiera admitido en un testamento, que Roma fuera su ‘Santa Sede’ y que, desde esa ciudad esclavista, la monarquía que tenía sometida a su patria administrara su organización religiosa.

Cabe aclarar que, aunque han sido numerosos los conflictos de papas romanos con reyes o monarcas, casi siempre los problemas graves fueron por asuntos políticos y no por causas religiosas, ya que, como veremos en adelante, la gran mayoría de los papas o jefes de la Iglesia, no fueron personas religiosas sino personajes políticos, ambiciosos de riquezas y poder, sin vocación religiosa.

Tito Domiciano, el último emperador de la dinastía Flavia, fue sucedido por el emperador Nerva (96-98) y este por el emperador Trajano (98-117) en cuyo lapso, en el año 115, ocurrió una rebelión judía. En ese año los judíos declararon como Mesías al líder judío Simón bar Kojba, quien dirigió una gran rebelión que causó una vez más la destrucción total de Jerusalén y, en total, más de un millón de muertos, habiendo finalizado el conflicto en el año 135 cuando el ‘Mesías’ judío fue derrotado y su cabeza fue enviada como trofeo de guerra al emperador Adriano (117-138) quien había sucedido a Trajano. El sucesor de Adriano fue el emperador Antonio Pío (138-161), y ningún historiador volvió a mencionar a los cristianos desde el lapso del emperador Nerón, en el año 68, cuando Tácito escribió que los cristianos se declararon culpables del incendio de Roma, o sea que, durante esos cien años, la secta cristiana pasó inadvertida para los historiadores.

La lista de los primeros 12 papas fue hecha, alrededor del año 173, por el obispo intelectual Irineo de Lyon, pero hasta esa fecha el cristianismo debió tener un número mucho mayor de jefes, pues Irineo cubre 140 años con solo 12 papas, a un promedio de mas de 10 años por papa, lo cual debió ser imposible en el comienzo del cristianismo. Además, al comienzo, la religión de Jesús era dirigida por varios obispos que ninguno se consideraba jefe de los demás, es decir, el cristianismo era algo así como una filosofía religiosa, que era predicada por hombres avanzados en ideas justas y que no tenía jefatura unificada. Pero, según Irineo de Lyon, los primeros 12 papas fueron: San Pedro, quien murió en el año 64 o 67; san Lino (67 a 76); san Anacleto (76 a 88); san Clemente (88 a 97); san Evaristo (97 a 105); san Alejandro (105 a 115); san Sixto (115 a 125); san Telésforo (125 a 136); san Higinio (136 a 140); san Pío (140 a 155); san Aniceto (155 a 166); san Sotero (166 a 175). Hasta esta época, el cristianismo no había hecho registro histórico de sus jefes ni de sus actividades, se cree que casi todos los primeros obispos fueron analfabetas y lo más seguro es que Irineo inventó la mayoría de esos nombres y con ellos llenó el vacío, para ordenar desde entonces una lista verdadera de jefes de la religión cristiana, y, hasta donde se sabe, Irineo fue el primer cristiano en sugerir que Jesús era una Creación de Dios

Es deducible que en esa época, en el Oriente se estaba iniciando la imposición romana de la endiosada de Jesús. Poco antes se habían enfrentado con sus ideas los filósofos Orígenes y Celso. Orígenes era un religioso puritano, seguidor del antiguo cristianismo, de quien, aunque los menciona, no hay datos acerca del modo de su interpretación de los evangelios, pero sí hay registros de escritos suyos con los que ataca al filósofo Celso porque éste en sus obras se burlaba de Jesucristo; entre otras cosas, en uno de sus libros Celso aseguraba que Jesús había sido hijo de una judía amancebada con un soldado romano de nombre Pantero, y que había practicado la magia que aprendió en Egipto y que por eso había tenido unos cuantos discípulos de entre la plebe más miserable y digna de compasión, añadiendo que era indigna de una divinidad su muerte en la cruz.

Es casi seguro que los evangelios surgieron de las obras de Orígenes y del obispo Irineo de Lyon, pero al comienzo éstos no fueron escritos como hechos reales sino como frases máximas de sabiduría. En esa época eran pocas las personas que sabían leer y no existía el papel; la escritura se hacía en papiros y en pergaminos, elementos que sólo estaban al alcance de personas ricas, circunstancia que va en contra de que los supuestos humildes seguidores de Jesús hubiesen podido comunicarse por escrito y con sus cartas generar los Evangelios. Y a lo anterior hay que añadir que, además de los desastres habidos en Judea por la primera guerra romana-judía (66-74), el emperador Adriano (117-138), en la segunda guerra contra los judíos dejó en escombros el territorio de Judea, incluido Jerusalén, por lo que es muy difícil que un siglo después, en la tierra del supuesto Mesías existiera algo que hubiese sido escrito allí, en la época que se supone que vivió y murió Jesús.

En los 140 años siguientes a la lista de pontífices de Irineo de Lyon hubo 22 papas y ya las condiciones de seguridad para ellos eran mucho mejores, pero de la historia de los primeros y verdaderos cristianos, hasta 100 años después de la muerte del inventor de esta religión, no quedó nada registrado o que se sepa con certeza. La mezcla de la religión cristiana con la perversa monarquía romana fue un proceso lento, que empezó en el segundo siglo del actual calendario gregoriano, pero todos los jefes religiosos que seguían y predicaban la auténtica religión cristiana fueron eliminados por los sacerdotes judíos y la monarquía romana, durante el primer siglo del cristianismo.

Siguiendo el orden que estableció Irineo de Lyon, el papa número 13, sucesor de san Sotero, fue san Eleuterio (175 a 189), cuyo nombre significaba ‘hombre libre’ por lo que se deduce que había sido esclavo y liberado, y lo más seguro es que su libertad y su elección de pontífice se dieron con alguna condición política de la monarquía romana. En esa época, el emperador de Roma era Marco Aurelio (161 a 177), quien no había hecho persecución cristiana, y su hijo y sucesor, el emperador Cómodo (177 a 180), tampoco persiguió a los cristianos y el papa Eleuterio fue aliado suyo.

El siguiente papa fue Víctor I (189 a 199), quien fue el primer papa que luchó con los obispos para que celebraran la pascua según el rito romano y no el hebreo, y en idioma latín; en la práctica, ya la monarquía romana influía en la elección del papa y se estaba tomando el cristianismo. Su sucesor fue el papa Ceferino (199 a 217), un romano que era analfabeta y que fue elegido y consagrado por ser títere de Severo, el entonces emperador romano, y quien, debido a su mínimo conocimiento religioso, tuvo que nombrar de secretario suyo a Calixto, otro servil del emperador que sería después su sucesor, el papa Calixto I (217 a 222) quien construyó las catacumbas de la Vía Appia o catacumbas de san Calixto, donde después fueron sepultados 46 papas y numerosos cristianos que por persecuciones político-religiosas fueron asesinados.

Tras la muerte del papa Ceferino, debido a inconformidades internas en el cristianismo por el servilismo político al que estaba sometida la fe cristiana a la dinastía monarca romana de los Severo, en especial a Caracalla, junto con Calixto los opositores religiosos eligieron otro papa, ahora conocido como el antipapa Hipólito, lo cual causó el primer cisma religioso en el cristianismo.

Luego de la muerte de Calixto, fue elegido el papa Urbano I (222 a 230) quien ejerció casi todo el tiempo de su papado enfrentado políticamente con el otro papa de entonces, el ahora antipapa Hipólito, pero sin persecución imperial por ser él aliado y servil del emperador Severo Alejandro, el último monarca romano de la dinastía de los Severo. Pero, por asuntos políticos, este papa fue cruelmente martirizado y asesinado por Maximiano el Tracio, un militar gigante que se convirtió en enemigo del joven emperador Severo Alejandro y, luego de derrotarlo, se hizo emperador de Roma. Poco después, por ser aliados políticos de la monarquía romana, Maximiano asesinó numerosos líderes cristianos; y, como dato curioso, vale añadir que este emperador deificó a su fallecida esposa Paulina, y que él fue el único emperador romano que no conoció a Roma. Sin embargo, su cabeza sí llegó a Roma, en mayo de 238, como trofeo de guerra, y entonces empezó el lapso de los ‘Soldados Emperadores’ un periodo de 50 años en los que, además de un sinnúmero de supuestos herederos del trono, hubo 26 emperadores romanos, de los que sólo Claudio II a quien lo eliminó una peste, no murió asesinado o suicidado. Pero varios de ellos fueron deificados, entre estos el mencionado Claudio II y el emperador Aureliano, o sea que Roma nunca ha parado de ser una fábrica de divinidades humanas.

El sucesor de Urbano I fue Ponciano, (230 a 235) el primer papa, hasta entonces, que abdicó y no murió siendo papa. Fue desde entonces que empezó a registrase por escrito la historia de los papas. Tanto el antipapa Hipólito como el papa Ponciano fueron encerrados por el emperador Maximiano, en una mina de sal, donde concilió con ellos sus abdicaciones a favor de Antero (235 a 236, Antero duró de papa solo 43 días), quien fue el primer papa impuesto directamente por un monarca. Luego de conciliar con el emperador Maximiano, los hasta entonces papas Hipólito y Ponciano, por asuntos políticos fueron martirizados y azotados hasta morir, y sus cuerpos fueron sepultados en las catacumbas de San Calixto. Según rumores históricos, el papa Ponciano era casado y él era el mismo Valeriano, amigo del papa Urbano y esposo de santa Cecilia, la actual patrona eclesiástica de los músicos. Y también existen escritos que dicen que esta santa, que era de familia monárquica, tenía relaciones románticas y políticas con el papa Urbano, amigo de su esposo Valeriano.

El siguiente papa fue Fabián (236 a 250), quien era un granjero laico y fue elegido papa en una reunión secreta debido a la persecución religiosa del emperador Maximiano. Según datos históricos, en esa reunión secreta los dirigentes cristianos estaban discutiendo la elección del sucesor del papa Antero y de repente una paloma se posó sobre el granjero, que era un simple espectador del asunto, lo cual fue interpretado por los religiosos como una señal de Dios para elegirlo a él, y por unanimidad fue elegido papa, procediéndose enseguida a su ordenamiento de sacerdote y de obispo. Eso parece increíble, pero, según el historiador Eusebio de Cesarea, en su obra, Historia de la Iglesia, el granjero laico, de esa reunión salió siendo papa. El papa Fabián murió martirizado, 14 años después, por líos políticos con el emperador Decio (249-251), y fue sepultado en las catacumbas de san Calixto.

Para elegir al sucesor de Fabián hubo que esperar la muerte del emperador Decio, ocurrida 18 meses después, y el elegido fue el papa Cornelio (251 a 253), a quien le tocó enfrentar un problema de apostasía religiosa, surgido poco antes por la persecución del emperador Decio. Ese lío de apostasía se le convirtió al papa en un gran problema con un obispo romano, llamado Novaciano, porque el papa Cornelio era partidario de perdonar y reintegrar a la Iglesia a los cristianos que querían reintegrarse, conocidos como ‘lapsi’, que eran numerosas personas que para evitar la persecución religiosa del emperador Decio habían renunciado a la fe cristiana y que al calmarse las cosas querían reintegrarse a la Iglesia, pero el obispo Novaciano era contrario a ese perdón, ya que él consideraba que el cristianismo debía estar integrado solo por personas santas, que jamás hubieran pecado. Por ese asunto, el obispo Novaciano fue elegido papa por tres obispos puritanos y fundó una congregación religiosa conocida como la Iglesia de los Puros, con lo que provocó la realización de un sínodo, en el cual se condenó su liga religiosa y él fue excomulgado.

El papa Cornelio murió encarcelado y martirizado por líos políticos con Galo, el nuevo emperador romano, quien, para desprestigiar a los jefes del cristianismo, sus enemigos políticos, le acusó de ofender a los dioses romanos y con ello provocar una epidemia en Roma. Su sucesor fue el papa Lucio (253 a 254), quien siguió la política de su anterior en contra de los novacianos o puritanos y, por ser su aliado político, no fue perseguido por Valeriano, el nuevo emperador de Roma.

El siguiente papa fue Esteban I (254 a 257), quien continuó con el problema de los lapsi, pero siendo contrario al emperador y a favor de los novacianos. Fue un papa político y autoritario, decretó que la Iglesia Romana estaba moral y jurídicamente por encima de todas las demás iglesias del mundo, con lo que provocó la ruptura de varias iglesias extranjeras con la romana. Por asuntos económicos y políticos, murió degollado en su silla papal.

El siguiente ocupante de la silla de san Pedro fue el papa Sixto II (257 a 258), quien solucionó el problema lapsi, pero, por orden del emperador Valeriano, fue detenido en una ceremonia religiosa, estando en un cementerio, y ese mismo día fue asesinado junto con varios religiosos que le acompañaban. Su sucesor fue el papa Dionisio (259 a 268), que fue elegido casi un año después de la muerte de su anterior, debido a las persecuciones del emperador Valeriano. Este papa persiguió con dureza el modalismo, una doctrina de un filósofo llamado Sabelio que aseguraba que las tres formas de nombrar a la santísima Trinidad no eran otra cosa que tres formas distintas de nombrar al único Dios. Y por ese mismo asunto tuvo conflictos con el obispo Dionisio de Alejandría, un pleito religioso conocido como “la controversia de los dos Dionisios”. El papa Dionisio fue amigo y colaborador de Galieno, el nuevo emperador de Roma. Su sucesor fue el papa Félix I (269 a 274) quien siguió el conflicto religioso con la Iglesia de Oriente, por la interpretación religiosa de la Trinidad y el concepto de la divinidad humana de Jesús, y también tuvo roces religiosos por el reconocimiento eclesiástico de dos naturalezas distintas en Jesucristo.

El siguiente papa fue Eutiquiano (275 a 283) quien ejerció su papado en alianza con los tres seguidos emperadores romanos: Tácito, Floriano y Probo.

En el año 283, tras la muerte de Eutiquiano, fue elegido el papa Cayo (283 a 296), quien era sobrino de Diocleciano, el nuevo emperador romano, siendo este político el primer miembro de la monarquía romana en ser elegido papa. Durante su papado estableció las normas que debían seguirse para ascender a obispo; por conflictos internos por asuntos políticos, cuando él murió, la Iglesia se enemistó con el gobierno romano y eligió de pontífice a un líder político de la oposición del emperador romano.

Ese líder de la oposición y nuevo jefe de la Iglesia fue el papa Marcelino (296 a 304), a quien le tocó soportar una fuerte persecución política de parte de Diocleciano, el emperador de Roma. Por asuntos políticos, el emperador decretó la pena de muerte para todos los ciudadanos romanos que no renunciaran a la religión cristiana e hizo destruir las iglesias y quemar los libros y los textos religiosos cristianos. A la vez los donatistas, un movimiento religioso fundado en Cartago, África, por el obispo Donato, acusaron al papa Marcelino de cobarde y traidor por haber quemado o entregado libros religiosos a los funcionarios romanos, pero ese asunto también era político y no fue comprobado.

La Iglesia siguió siendo contraria al emperador, y, tras la muerte del papa Marcelino, debido a la persecución política, hubo que esperar cuatro años para elegir a su sucesor. El elegido fue el papa Marcelo I (308 a 309) quien tuvo problemas por haber decretado que quienes hubieran renunciado a la fe cristiana por persecuciones políticas, si querían volver a ser cristianos tendrían que pagar fuertes penitencias.

Por ese conflicto del papa con los lapsi, el nuevo emperador romano, Majencio, hizo desterrar al papa Marcelo, quien poco después fue asesinado en el exilio. El siguiente papa fue Eusebio (309) quien quiso arreglarle el problema a los lapsi pero encontró fuerte oposición de un radicalista religioso llamado Heraclio. Ese conflicto fue tan fuerte y amplio que, para solucionarlo, el emperador Majencio los desterró a ambos. Igual que su predecesor, el papa Eusebio fue asesinado en el exilio. Su sucesor fue el papa Melquíades (311 a 314), quien era un político guerrero que antes de ser papa había sido perseguido por los emperadores Diocleciano, Maximiano y Majencio. Durante su papado ocurrió la Batalla del Puente Milvio, en la que Constantino I el Grande, con ayuda militar cristiana derrotó al emperador Majencio. En esa batalla, Majencio murió ahogado tratando de pasar el río Tíber y, por entonces, terminó la persecución política a los cristianos. 

En el año 313, el nuevo emperador romano, Constantino el Grande, legalizó la religión cristiana, temporalmente, y le devolvió las propiedades a la Iglesia mediante una ley que fue conocida como el Edicto de Milán, y después convocó el Primer Concilio de Nicea, realizado en el año 325, donde se confirmó la legalización de la religión cristiana en el imperio romano y por la influencia del emperador se abolió la tesis Arriana, una teoría cristiana que no reconocía a Jesús como hijo de Dios.

En este punto de la historia, no es muy clara la posición que tenía la Iglesia Cristiana Romana acerca de la divinidad de Jesucristo; los dirigentes cristianos romanos eran jefes políticos que lo que les interesaba era el poder y la riqueza, pero los líderes cristianos de Oriente sí eran fanáticos a la religión, y en ese entonces había un conflicto entre dos obispos de Alejandría, con el que estaban causando roces y divisiones entre los cristianos de todo el imperio romano. En ese pleito religioso, de un lado estaba la idea del obispo Alejandro de Alejandría, quien sostenía que Jesucristo tenía naturalezas divina y humana y que por lo tanto era verdadero dios y verdadero hombre; y en contra de ese concepto estaba la creencia del obispo Arrio, cuya posición era que Jesús había sido una creación de Dios y que por eso ni era dios ni tenía naturaleza divina.

Hay que entender que el problema era porque los dos religiosos suponían de modos diferentes la naturaleza de Jesús, pero que eran solo las suposiciones de ellos, y que ese lío era una duda que no se podía aclarar. Para solucionar esa controversia religiosa, a ese concilio asistieron un poco menos de trecientas personas, casi todas del área del conflicto religioso y, en los alegatos, primero hubo un empate entre las dos partes, pero, según se dijo, el emperador Constantino hizo inclinar las cosas hacia el lado de su favorito, el obispo Alejandro, y la endiosa de Jesús quedó realizada, pero enseguida las cosas se complicaron y surgió una guerra civil por el resultado de ese concilio, evento en el que, además de la endiosada de Jesús, nació el credo niceno, pero sin filioque, es decir, no mencionaba al hijo de Dios.

Luego de la derrota de Majencio, el emperador Constantino siguió compartiendo el gobierno del imperio con Licinio, pero, con apoyo cristiano, en el año 337 derrotó a este otro emperador y quedó gobernando todo el imperio y después del Concilio de Nicea hizo ejecutar a quienes no estaban de acuerdo con la existencia del dios cristiano. La colaboración militar cristiana fue determinante para que este emperador se quedara en solitario con el poder romano, y en agradecimiento a esas victorias, entre otras cosas, Constantino le regaló una basílica al siguiente papa, Silvestre I (314 a 335), conocida actualmente como la Basílica de San Juan de Letrán, y antes de morir se hizo bautizar por un obispo cristiano, cosa que lo convirtió en el primer emperador cristiano, siendo él además, en la práctica, el verdadero jefe del cristianismo durante todo su mandato. Pero, aunque Constantino pudo ser el emperador que más les dio ayudas y prebendas a los cristianos, no fue él quien convirtió la religión cristiana en religión oficial del imperio romano, lo cual se dio en el año 380, con el Edicto de Tesalónica, emitido por el emperador Teodosio.

Lógicamente, esa conversión religiosa no se debió a la fe de los romanos en el dios de los cristianos, sino porque, al pasar ese tiempo con la religión cristiana legalizada, la desprestigiada y perversa monarquía romana se convenció de que el cristianismo era sumamente rentable en lo económico, en la política y en la guerra.

Desde el año 314, como consecuencia de la legalización del cristianismo, en el imperio romano hubo una gran persecución a las religiones paganas, con el resultado de un gran número de sacerdotes paganos asesinados y sus templos saqueados y destruidos. O sea que los cristianos empezaron a hacer con otras religiones lo que antes habían hecho con la de ellos.

El emperador Constantino, con apoyo cristiano, destruyó todos los templos de dioses paganos de Grecia y de ellos robó todos sus tesoros, con los que financió y decoró la nueva capital romana que construyó, entonces llamada Constantinopla, ahora Estambul.

Como ya se dijo, en la práctica, el emperador Constantino fue el verdadero jefe de los cristianos durante su lapso, y, en cuanto a su comportamiento humano, Constantino fue como los demás monarcas de su tiempo, es decir, un emperador esclavista y saqueador y un despiadado asesino que ejecutó a todos sus enemigos políticos y a varios familiares suyos, entre estos a Crispo, su hijo mayor, y a Fausta su esposa. Se supo que su hijo fue ejecutado por falsas acusaciones de Fausta, y que luego Constantino descubrió la trama de su esposa, por lo que la ejecutó y se arrepintió de haber ejecutado a su hijo y por eso sufrió un grave cargo de conciencia; el papa Silvestre le dijo que, si se confesaba, Dios le perdonaría todos sus pecados, lo cual hizo, y desde que verificó el error en la muerte de su hijo prohibió la ejecución de niños, cosa que condenaba con pena de muerte a quien lo hiciera.

Hasta que finalizó su mandato (en el año 337) fueron prohibidas las crucifixiones y las peleas a muerte de gladiadores en la arena, pero esta última prohibición no le gustó al pueblo romano, ya que desde tiempos remotos esas muertes eran su diversión favorita. En resumen; el emperador Constantino fue el hombre que más influyó en la endiosada de Jesús y fue el padre de ‘los Constantino’, una dinastía de monarcas romanos que pudo ser igual o más perversa y asesina que la de los Julio- Claudios.

El papa Silvestre I fue el creador de la Tiara pontificia, y en todo fue un fiel servil del emperador romano. Su mayor problema fue el surgimiento del arrianismo, un conjunto de doctrinas cristianas escritas por el presbítero Arrio, el hombre de la tesis que no reconocía a Jesús como hijo de Dios, y cuyas ideas fueron derrotadas por la influencia del emperador Constantino; en otras palabras: sin la influencia del emperador Constantino, lo más probable es que en el Concilio de Nicea se hubieran aprobado las ideas de Arrio y con ello Jesús hubiera quedado reducido a profeta, o quién sabe a qué, pero, bajo cuerda, en esa época la oligarquía eclesiástica romana ya tenía bastante avanzada la endiosada de Jesús. El papa Silvestre I aprobó el resultado del Concilio de Nicea ya mencionado, condenó el arrianismo y, por imposición romana, Jesús fue oficialmente endiosado. En ese concilio, el erudito Arrio fue excomulgado y después murió envenenado, en el año 336, un día antes de serle levantada la excomunión.

El sucesor del papa Silvestre I fue el papa Marcos (336), quien, según rumores, no quiso ser un papa títere del emperador Constantino, y murió poco después de ser entronizado, quizá asesinado, pero no hay mayor información de sus acciones. Su sucesor fue el papa Julio I (337 a 352), a quien le tocó ejercer su papado con el imperio romano dividido. Tras la muerte del emperador Constantino, el imperio romano fue repartido entre sus tres hijos Constantino II, Constancio II y Constante. Poco después, Constantino II fue ejecutado por su hermano Constante y su parte del imperio fue anexada a la de éste. El imperio quedó dividido en dos gobiernos, Constancio II gobernaba al Oriente, y su hermano Constante al Occidente. En cuanto a religión, Constancio era arriano y Constante católico romano, por lo cual, al comienzo, el papa Julio no tenía persecución en Roma, pero el poco antes glorioso obispo Anastasio de Alejandría, sucesor de Alejandro, fue depuesto, y, en el año 350, Constante murió asesinado en una guerra territorial con el autodeclarado emperador Magnencio y luego el imperio romano fue reunificado bajo el mando de Constancio. Esa reunificación imperial fue seguida de una gran persecución religiosa al catolicismo cristiano, de parte del emperador Constancio, cuyo propósito era, igual que en Oriente, establecer el arrianismo en Occidente, en otras palabras: No permitir en Occidente que se predicara que Jesús había sido hijo de Dios o dios, sino un profeta, cosa que se aseguraba en Oriente, incluido el lugar donde, supuestamente, había vivido y muerto Jesús. Por solicitud del papa Julio I se realizó un concilio en Sárdica, en el cual se debía dilucidar la destitución de obispos en Oriente, pero, por no cumplirse unos requisitos, los arrianos no asistieron y por eso el concilio fracasó.

No hay datos precisos acerca de la muerte del papa Julio I, lo que sí se sabe es que él fue el inventor de la farsa de que Jesús había nacido el 25 de diciembre, mentira que decretó para beneficiar al dios cristiano, ya que en esa fecha, desde tiempos remotos, en gran parte del mundo se celebraba el Solsticio de Invierno. En su lapso, la endiosada de Jesús estuvo casi abolida, pero la pretensión de la monarquía romana era endiosar a Jesús a como diera lugar y asignar a Roma como su Santa Sede; y ser los monarcas romanos los únicos representantes y beneficiarios del dios hijo de Dios que habían inventado los oligarcas romanos, cosa que sobradamente lograron después. Y, en la práctica, el concilio de Nicea fue el primer salto de la monarquía romana para establecer universalmente la endiosada de Jesús, cosa que, como veremos más adelante, coronarían del todo en el Concilio de Éfeso.

El siguiente papa fue Liberio (352 a 366), cuyo lapso empezó en plena persecución religiosa arriana. El papa no aceptó el cambio religioso, por lo que fue desterrado a Berea, donde durante dos años fue cruelmente maltratado, mientras en Roma varios obispos católicos se volvieron arrianos y eligieron papa a un diácono arriano que ahora es conocido como el antipapa Félix II. Pero la presión política, respaldada por el pueblo romano, hizo que el emperador permitiera el regreso del papa Liberio a Roma. La intención del emperador era que en Roma hubiera un papa católico y otro arriano, y que cada quien creyera a Jesús como le diera la gana, pero el papa arriano Félix II, que creía que Jesús no era Dios porque nació y no existía antes de su nacimiento, mientras Dios ha sido sin principio y eterno; el religioso, indignado por la farsa de la Iglesia Romana, se encerró en su casa y no volvió a ejercer la religión.

En el año 361 murió el emperador Constancio II, su sucesor fue Juliano el Apóstata quien restauró el paganismo como la religión oficial romana, pero éste no duró mucho en el trono; murió en el año 363. Tras su muerte, el imperio romano nuevamente fue dividido entre dos hermanos; uno, llamado Valente, gobernaba en Oriente, y su hermano Valentiniano I en Occidente. Para bien de la oligarquía romana y del papa Liberio, el emperador Valentiniano resultó católico, o sea que admitía que Jesús había sido hijo de Dios y que también era dios. Y muy pronto hubo alianza entre el papa, el emperador de Occidente y gran parte de la oligarquía romana.    

El siguiente papa fue Dámaso I (366 a 384), quien continuó el propósito romano de endiosar mundialmente a Jesús y, para facilitar las cosas, estableció el cambio de idioma, de hebreo a latín, en los ritos religiosos cristianos e hizo traducir la Biblia, del hebreo al latín, que era conocida entonces como la Vulgata. El emperador romano de Oriente era Teodosio I (378-395) quien, en el año 380, declaró como religión oficial la versión ortodoxa de la religión cristiana, con lo que en la práctica dejó al cristianismo romano como religión oficial de los dos imperios.

En la práctica, Dámaso I fue el papa que convirtió a Roma en La Santa Sede Cristiana y además él fue un gran saqueador de los escritos sagrados de la religión judía, a los cuales hizo editar a modo y conveniencia romana; era más mujeriego que religioso y sus preferidas eran las mujeres casadas, los arrianos, sin éxito, lo acusaron de adulterio, siendo él un líder elitista y guerrero que durante los dos primeros años de su lapso peleó con dureza con otro papa, ahora conocido como el antipapa Ursino, elegido junto con él por varios obispos inconformes con su elección. Esa guerra entre religiosos fue tan fuerte que en sus batallas campales diariamente se recogía más de un centenar de cadáveres. Por ese asunto, el papa Dámaso fue acusado de asesinato, pero el emperador de Occidente, Valentiniano I, que como ya se dijo era su aliado, le dio su respaldo, lo defendió y desterró a Ursino. Después, el papa Dámaso, apoyado por el emperador Valentiniano, hizo un gran número de masacres de religiosos arrianos, apolinaristas y macedonianos, a quienes con toda crueldad asesinaba por herejes, pero, aunque cometió un sinnúmero de asesinatos, la Iglesia lo convirtió en santo por haberle servido tanto a sus intereses económicos y políticos.

Cabe explicar que el apolinarismo era una doctrina contraria al arrianismo, en el sentido de que aseguraba que el espíritu de Jesús sí era Dios, pero no engranaba con la creencia del papa porque convertía el cuerpo del Cristo romano en una marioneta de Dios; y el macedonianismo era una liga religiosa que negaba la divinidad del espíritu santo.

Tras la muerte de Dámaso fue elegido el papa Siricio (384 a 399), quien fue el primer papa que imitó a los emperadores en cuanto a ejecutar leyes, decretos cristianos y mandatos civiles. Y también fue el primer jefe cristiano que usó el título de ‘Papa’.

Como buen miembro de la monarquía romana, el siguiente papa, Anastasio I (399 a 401) ejerció el papado como un monarca eclesiástico y fue reemplazado por su hijo, llamado Inocencio I (401 a 417), quien tuvo fuertes enfrentamientos religiosos con los seguidores del pelagianismo, un movimiento religioso formado por un filósofo de nombre Pelagio, quien, entre otras cosas, consideraba que no existía el pecado original; en otras palabras, para Pelagio, las relaciones sexuales normales de la gente no eran un pecado religioso sino una regla normal de la naturaleza en su función evolutiva. El papa excomulgó a Pelagio por pensar de esa manera, pero con eso no se arregló el lío sexo- religioso, así como tampoco los problemas de fe en la divinidad de Jesús. 

Pero las peores dificultades del papa Inocencio I surgieron por la ocupación del rey visigodo Alarico a la ciudad de Roma, un problema originado por la división del imperio romano en Oriente y Occidente. En esa época era normal dividir el imperio romano entre varios herederos del trono, pero esos repartos fueron causando problemas internos que lo debilitaron y generaron la principal causa de su desastroso fin.

Tras la muerte del papa Inocencio I, fue elegido el papa Zósimo (417 a 418), un político impulsivo que estaba de acuerdo con las teorías de Pelagio y lo absolvió de la condena de herejía que le había impuesto su predecesor, pero por el trato que le dio a ese asunto tuvo varios conflictos religiosos internos y murió de repente, quizá envenenado.

Luego de la muerte del papa Zósimo, fue elegido el papa Bonifacio I (418 a 422), pero su elección no fue aceptada por los diáconos de Roma, porque ellos lo consideraban como muy viejo, terco y mañoso; éstos eligieron papa a Eulalio, quien se entronizó y se instaló en el Palacio Laterano. Sin embargo, el emperador de Roma, Flavio Honorio, mediante decreto resolvió que el verdadero papa era Bonifacio; éste, con su respaldo tomó el Laterano y asumió como legítimo papa, siendo esta la primera vez que la Iglesia, públicamente, permitió que una autoridad civil solucionara un problema suyo religioso. Y aunque muy pocas personas entendieron el significado de ese detalle, el emperador con ese decreto también por primera vez, públicamente, puso en claro quién era el verdadero jefe de los jefes de la Iglesia.

El sucesor del papa Bonifacio fue el papa Celestino I (422 a 432), quien era pariente del poco después emperador romano, Valentiniano III. En el lapso de este papa todavía no se había solucionado el lío religioso por las naturalezas de Jesús, y, en el año 431, por ese tema había un conflicto religioso entre Nestorio, el obispo de Constantinopla, y el obispo de Alejandría, cuyo nombre era Cirilo. Nestorio quería establecer religiosamente que Jesús era un dios que había habitado en un ser humano, pero separado lo humano de lo divino, y que María era madre del Jesús humano pero no de Dios. Al contrario, Cirilo mezclaba lo humano con lo divino y era partidario de establecer que María era madre de Jesús y de Dios. Para solucionar ese asunto, en ese año los jefes cristianos hicieron un Concilio en Éfeso, convocado por el emperador Teodosio II, cuyo resultado inicial fue un empate en condenas mutuas de ambas partes religiosas, pero, poco después, Cirilo sobornó a los familiares y representantes del emperador, quienes obligaron a que el veredicto fuera favorable a la proposición de Cirilo, cuya tesis era igual a la de la monarquía eclesiástica romana.

En la práctica, el concilio de Éfeso lo hicieron en solitario los seguidores de Cirilo, ya que luego del empate entre las tesis de Cirilo y Nestorio, la familia del emperador, que aún no había llegado cuando hubo empate en el evento, intervino en el concilio y los jefes nestorianos fueron acusados como herejes y expulsados del recinto.

 En el Concilio de Éfeso fue confirmada la endiosada de Jesús y, de ñapa, fue conciliado y quedó oficialmente establecido que María, además de ser virgen, era madre de Dios, y además se decretó la prohibición de modificar el credo niceno, norma que fue anulada en el Concilio de Toledo, en el que le añadieron la norma filioque.

Con la explicación anterior debe quedar claro que ‘La Fábula de Jesucristo y la de la Virgen María’ fue aprobada por Cirilo y la familia del emperador Teodosio II, en el Concilio de Éfeso, y que desde entonces la tesis de este obispo quedó legitimada como el soporte divino del cristianismo.

Cabe aclarar que en esa época había un fuerte conflicto religioso entre las iglesias de Oriente, porque, en el primer concilio de Constantinopla, realizado en el año 381, le habían añadido el filioque al credo niceno, o sea que al contenido del rezo le añadieron que el Hijo de Dios era tan dios como el Padre, cosa que no era admitida en todo Oriente. Ese lío religioso era la continuación del conflicto por la tesis arriana, pero en Roma como que no le dieron mayor importancia a ese asunto, pues al Concilio de Constantinopla no asistió ningún representante del emperador romano ni de la iglesia romana y por eso hubo que conciliar ese tema en Éfeso. El credo original de Nicea era así:

Creemos en un Dios Padre Todopoderoso, hacedor de todas las cosas visibles e invisibles. Y en un Señor Jesucristo, el Hijo de Dios; engendrado como el Unigénito del Padre, es decir, de la substancia del Padre, Dios de Dios; luz de luz; Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no hecho; consubstancial al Padre; mediante el cual todas las cosas fueron hechas, tanto las que están en los cielos como las que están en la tierra; quien para nosotros los humanos y para nuestra salvación descendió y se hizo carne, se hizo humano, y sufrió, y resucitó al tercer día, y vendrá a juzgar a los vivos y los muertos. Y en el Espíritu Santo.

Y en el concilio de Constantinopla, el credo quedó así:

Creo en un solo Dios Padre, Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible. Creo en un solo Señor, Jesucristo Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre por quien todo fue hecho; que por nosotros los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó en María La virgen, y se hizo hombre; y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato,  padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria, para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin. Creo en el Espíritu Santo, señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas. Creo en la Iglesia que es Una, Santa, Católica y Apostólica. Confieso que hay un solo Bautismo para el perdón de los pecados, espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén.

Si a estas alturas de cultura humana se analiza el contenido del credo, se debe llegar a la honesta conclusión de que la humanidad jamás ha tenido información de que Dios haya engendrado un hijo “nacido del Padre antes de todos los siglos”, y que tampoco se sabe con certeza, que ese supuesto hijo de Dios “vendrá con gloria, para juzgar a vivos y muertos y su reino no tendrá fin”, y que, por lo tanto, el credo cristiano no es mas que una farsa religiosa surgida de los caprichos arcaicos de sus redactores.

En el concilio de Éfeso se prohibió la versión del credo niceno de Constantinopla y, por disposición de la Iglesia Romana, la diáspora nestoriana fue expulsada del imperio romano, habiéndose refugiado en el imperio sasánida. De hecho, lo resuelto en este concilio fue un edicto impuesto a la fuerza por la familia del emperador Teodosio II y la monarquía eclesiástica romana. Y, en esencia, establecieron una cosa absurda, pues se supone que Dios es mucho más viejo que María, su supuesta madre. Y también es un mandamiento religioso que se contradice; la religión cristiana se autoconsidera como monoteísta, es decir, admite que existe un solo Dios y que es un ser increado, agregados que por lógica desvirtúan a María como madre suya o que exista un hijo de Dios que también sea Dios. Sin embargo, con la jerga religiosa cristiana cualquier absurdo puede ser explicado como cosa cierta.

 Si nos atenemos a la historia que ha sido escrita, ‘La Fábula de Jesucristo’ es una auténtica farsa religiosa romana, pues la realidad histórica es que jamás ha existido el Cristo hijo de María con Dios, sino que el dios Jesucristo fue un invento perverso de la monarquía romana, impuesto en los concilios ya mencionados, para con sus divinidades falsas obtener poderes económicos y políticos, cosa que a la fuerza y usando toda clase de crueldades impuso la Iglesia en todos los lugares que con su chantaje religioso logró conquistar más tarde, ya convertida en el poderoso Imperio Cristiano, tal como lo veremos más adelante. En una parte del contenido del asunto resuelto en el Concilio de Éfeso dice:

“Pues, no decimos que la naturaleza del Verbo, transformada, se hizo carne; pero tampoco que se trasmutó en el hombre entero, compuesto de alma y cuerpo; sino, más bien, que habiendo unido consigo el Verbo, según hipóstasis o persona, la carne animada de alma racional, se hizo hombre de modo inefable e incomprensible y fue llamado hijo del hombre, no por sola voluntad o complacencia, pero tampoco por la asunción de la persona sola, y que las naturalezas que se juntan en verdadera unidad son distintas, pero que de ambas resulta un solo Cristo e Hijo; no como si la diferencia de las naturalezas se destruyera por la unión, sino porque la divinidad y la humanidad constituyen más bien para nosotros un solo Señor y Cristo e Hijo por la concurrencia inefable y misteriosa en la unidad... Porque no nació primeramente un hombre vulgar, de la santa Virgen, y luego descendió sobre Él el Verbo; sino que, unido desde el seno materno, se dice que se sometió a nacimiento carnal, como quien hace suyo el nacimiento de la propia carne... De esta manera [los Santos Padres] no tuvieron inconveniente en llamar madre de Dios a la santa Virgen.”

 Es obvio que una mujer no puede quedar virgen después de parir un hijo de carne y hueso y que, por lo tanto, lo aquí explicado, además de ser ambiguo, se contradice en cuanto a la virginidad carnal de María.

Así pues, históricamente es claro que la endiosada de Jesús y la farsa de la Virgen María fueron establecidas a la fuerza, por los emperadores Constantino I y Teodosio II con el beneplácito de la monarquía cristiana romana, en los concilios de Nicea y de Éfeso. Después del concilio de Éfeso hubo numerosos conflictos religiosos por las obligadas cualidades y naturalezas del Jesús que luego impuso la monarquía romana, pleitos que ocurrieron porque, sin ninguna prueba verdadera de que tales cosas eran ciertas, la Iglesia estableció a la fuerza que toda la humanidad tenía que creer que Jesús era Dios. Más adelante veremos que la monarquía eclesiástica romana estableció que los papas debían ser exclusivamente ciudadanos romanos, que ejercieran y vivieran en Roma, o, en otras palabras, los jefes de la Iglesia Romana decretaron que la monarquía eclesiástica romana debía ser la única directora del cristianismo y beneficiaria exclusiva de las riquezas económicas y del poder político que producía en el mundo la religión cristiana, y también veremos que hubo un papa que al ser elegido renunció dos veces a la elección del pontificado, para evitarse la obligación de tener  que calumniar a Dios predicando que el Creador había tenido un hijo con una mujer.

Desde entonces, la Iglesia persiguió y asesinó a todos los ideólogos que no estuvieron de acuerdo con las divinidades poco antes proclamadas. Y la forma o modo obligatorio que aplicó la Iglesia en esa imposición religiosa fue tan fuerte que todavía en el Mundo Cristiano no es fácil discutir libremente la certeza de la divinidad de Jesús. Pero, en esa época, el concilio de Éfeso, con la condena nestoriana a la tesis arriana y la definitiva endiosada de Jesús, no solucionó el conflicto interno de la Iglesia, sino que, al contrario, las cosas se complicaron mucho más y por ese lío fueron asesinados muchos religiosos, casi neutrales en ese asunto, porque no veían posible que una mujer hubiera parido un hijo del propio Dios, como era la posición oficial de la Iglesia. Y los asesinatos por supuestas controversias religiosas continuaron por largo tiempo; durante más de mil años, para robar riquezas o por asuntos políticos, la Iglesia no paró de asesinar gente, y quizá causó más muertos que la segunda guerra mundial, pero, con la evolución de la cultura humana y la llegada de Internet, cada vez son menos los que desconocen la historia de esas farsas, y a la vez disminuyen los ingenuos que creen en el dios romano.

Cabe señalar que desde el punto de vista de muchos filósofos, la Iglesia calumnia a Dios al asegurar que Jesús es su hijo y que por lo tanto todos los papas han sido farsantes o ingenuos al predicar tal cosa.

El siguiente papa tomó el nombre de Sixto III (432 a 440), quien por tratar de conciliar el conflicto religioso entre cirilianos y nestorianos fue acusado por los cirilianos de apoyar a los nestorianos. Este papa era miembro de la familia oligarca Colonna, una dinastía de la que muchos de sus miembros hacían parte de la rosca eclesiástica.

En el año 440 murió el papa Sixto III y, para fortunio de la Iglesia, fue elegido papa el político y diplomático León I el Magno (440 a 461), de quien se dice que fue uno de los papas más benéfico para la Iglesia. En el año 450, Valentiniano III, entonces emperador de Roma, había huido de la ciudad de Rávena ante la inminente llegada de Atila, el temible rey de los hunos. En esa época Roma era odiada por muchos pueblos de Europa que antes habían sido saqueados y esclavizados por el imperio romano, cuando era poderoso, pero que los repartos y conflictos internos de las monarquías romanas ya habían debilitado y esa situación la estaban aprovechando algunos de los pueblos que habían sido maltratados por los romanos, reinos que ahora eran poderosos, y le estaban cobrando a Roma esa vieja deuda, mediante saqueos y asesinatos. En esta ocasión, la diplomacia del papa León, con un arreglo hecho en Mantua impidió que Atila destruyera a Roma, y además con ese accionar puso a la Iglesia como la mayor fuerza política de Europa y fue él en la práctica el primer papa que gobernó a Roma. Sin embargo, en el año 455 Roma fue saqueada por Genserico, rey de los vándalos, y lo único que pudo hacer el papa León fue salvar de la muerte a los romanos y evitar que la ciudad fuera incendiada.

Luego de la muerte del papa León I, el siguiente papa fue Hilario (461 a 468), de quien no hay registros de acciones importantes en su papado. Su sucesor fue el papa Simplicio (468 a 483), en cuyo lapso, en el año 476, Odoacro, rey de los hérulos, venció y depuso al emperador Rómulo Augústulo, con lo que finalizó el imperio romano de Occidente. En ese entonces, por el imperio romano de Oriente, estaban en guerra Basilisco y Zenón; primero Basilisco le arrebató el trono a Zenón y declaró el monofisismo como doctrina imperial admitida. La doctrina monofisista sostenía que en Jesús solo había habitado la naturaleza divina, lo cual no engranaba con la doctrina oficial de la Iglesia Católica que sostenía que Jesús había tenido dos naturalezas, una divina y la otra humana. Esta doctrina, en el año 451, había sido condenada en el concilio de Calcedonia. El final de lo resuelto en ese concilio dice: “Tras haber sido reguladas totalmente por nosotros estas cosas, este Santo Concilio ecuménico definió que a nadie se permita proferir otra fe ni escribirla, ni pensarla o enseñarla a otros”.  – Ya la Iglesia quería ser la dueña del pensamiento de toda la humanidad y someterla de conciencia a sus caprichos-.

En Oriente, luego de ser destronado, con ayuda cristiana Zenón recuperó el imperio y prohibió la doctrina monofisista. Entonces, el Imperio de Oriente se convirtió en Imperio Bizantino, con lo que dio fin el antiguo imperio romano, y la Iglesia ya era una gran fuerza religiosa, sin frontera. El papa apoyó a varios líderes invasores y no tuvo problema con los cambios de gobierno que surgieron en Europa. Puede decirse que engranó bien con los nuevos y varios gobernantes de los dos hemisferios.

El siguiente papa tomó el nombre de Félix III (483 a 492), quien hasta antes de ser elegido papa era un aristócrata de la oligarquía romana, con mujer y dos hijos, habiendo ocupado la silla de san Pedro gracias al rey germano, Odoacro. Tan pronto se hizo papa entró en conflicto con su subalterno, el patriarca Acacio de Constantinopla, porque éste era seguidor de la doctrina monofisista. El primer paso de ese conflicto fue que el papa Félix excomulgó al patriarca Acacio y éste a su vez lo excomulgó a él, con lo que se inició el después llamado Cisma acaciano; en resumen, un papa en Roma y otro en Constantinopla, los dos mutuamente excomulgados. –Ese conflicto fue tan despiadado, que algunos religiosos creyeron que Dios, haciendo justicia, a los dos papas los mandaría directo al infierno-.

La ‘excomulguitis’ de los papas continuó con Gelasio I (492 a 496), sucesor del papa Félix, quien también excomulgó al patriarca Acasio y él recibió igual trato de éste.

Tras la muerte de Gelasio I, en el año 496, fue elegido papa un miembro de la aristocracia romana, quien tomó el nombre de Anastasio II (496 a 498), siendo en esa época Anastasio I el emperador bizantino. Los dos Anastasio trataron de arreglar el lío del cisma acaciano, pero el papa Anastasio murió de repente, posiblemente envenenado. El sucesor del papa Anastasio II fue elegido el 22 de noviembre del año 498 y tomó el nombre de Símaco (498 a 514), y ese mismo día, el senador romano Festo, apoyado por el emperador bizantino Anastasio I, reunió y dirigió un grupo de clérigos y políticos que eligieron papa al arcipreste Lorenzo.

Debido a que entonces en Occidente había dos papas y que por haber dos eran un gran problema para el rey de Italia, Teodorico el Grande; el monarca, para solucionar ese asunto, apoyó a Símaco y convocó un concilio en Roma en el que Lorenzo, a cambio de ser nombrado obispo de Nocera, aceptó la legitimidad de Símaco. Pero, en el año 501, el senador Festo acusó a Símaco de haber cometido diversos crímenes y el obispo Lorenzo regresó a Roma, para apoyarlo. Poco después, al ser requerido, el papa Símaco se negó a comparecer ante el rey a responder las acusaciones de Festo y, para legitimar su negación, convocó un sínodo, conocido como ‘Synodus Palmaris’, en el que se estableció que ninguna corte humana tenía facultad para enjuiciar a un papa, porque éste solo podía ser juzgado por Dios. Debido a ese imposible, el rey Teodorico encerró a Símaco, y con funciones de papa instaló a Lorenzo en el Palacio de Letrán, hasta el año 506 cuando los dos tuvieron disgustos por asuntos políticos, por lo que lo removió y nuevamente le restableció las funciones papales a Símaco y lo instaló en el palacio de Letrán.

El viejo problema del ‘Cisma acaciano’, o los dos papas a la vez, uno en Oriente y otro en Occidente, fue solucionado por el papa Hormisdas (514 a 523), sucesor del papa Símaco, y padre del futuro papa Silverio. Ya en esa época los papas eran políticos ambiciosos que estaban mezclados o en conflictos con oligarcas y líderes políticos, y la Iglesia era el botín político y económico por el que todos los políticos luchaban para obtener su control.

En el año 525, el rey Teodorico comisionó al papa Juan I (523 a 526), sucesor del papa Hormisdas, para que fuera a Constantinopla a negociar unos asuntos políticos con el emperador bizantino Justino I, pero el papa regresó sin los resultados esperados. Por ese fracaso, al regresar el papa a Roma, Teodorico lo encarceló en Rávena, capital del reino ostrogodo, y lo hizo ejecutar martirizado. Poco después, por imposición de Teodorico, fue hecho papa Félix IV (526 a 530), quien hasta la muerte del rey fue un títere suyo y luego siguió siendo títere del nuevo rey, Atalarico.

En el año 529, se publicó un edicto del papa mediante el cual se nombraba de sucesor suyo a Bonifacio II, cuando Félix muriera, cosa que revivió por poco tiempo el cisma eclesiástico, ya que, cuando murió el papa, el clero eligió a Dióscuro para sucederlo, pero, como cosa normal de quienes estaban en contra de los deseos del monarca de turno, Dióscuro murió a los pocos días de su elección. Y la elección del papa Bonifacio II (530 a 532) quedó en firme, siendo éste un protegido y servil del rey godo Atalarico, pero tuvo una fuerte oposición en el senado romano porque él también quería, mediante edicto, dejar nombrado su sucesor. El papa Bonifacio II murió sin poder definir ese asunto, según rumores, envenenado.

La elección del sucesor de Bonifacio II, no fue fácil. Debido al auge de candidatos y aspirantes a sucederle hubo dos meses de discusiones y luego fue necesario debatir el asunto en el senado romano, y de allí pasó a la Corte Ostrogoda de Rávena, donde se convirtió en un lío bochornoso, por lo cual la Corte emitió un decreto condenatorio de la ‘simonía’ cristiana, en el que agregaba que si volvía ese alegato allí, los involucrados tendrían que pagarle a la corte 3.000 sólidos que serían repartidos entre los pobres.

Conviene explicar que la Iglesia, desde mucho antes, tenía un gran número de curas con nombramientos estables, que, en la práctica, casi todos eran misioneros serviles de la monarquía eclesiástica romana, estratégicamente adoctrinados y esparcidos por muchas partes del mundo, predicando el cristianismo, recogiendo los diezmos para sus jefes y llenándole la cabeza de cucarachas a la gente ingenua y, para someterla de conciencia, estimulando la estupidez.

Por el trabajo y buen engranaje de esos religiosos, los problemas en la elección del papa nunca afectaban la maquinaria productora de diezmos y riqueza de la religión cristiana. En muchos casos los religiosos misioneros también fueron víctimas aprovechadas de los astutos y perversos monarcas de la Iglesia, quienes en su totalidad eran miembros de la oligarquía política de Roma, personajes ambiciosos de riqueza y poder, nada creyentes religiosos, que tuvieron a su favor la falta de comunicaciones y la ignorancia de la gente. Y el adoctrinamiento aplicado por los misioneros eclesiásticos fue tan sometedor de conciencia que todavía hay un sinnúmero de ingenuos que creen en las promesas divinas que venden las iglesias y pastores en todo el mundo.

Luego de numerosos problemas y discusiones, en reemplazo de Bonifacio II fue elegido papa un favorito de la monarquía romana, llamado Mercurio, siendo este el primer pontífice que cambió su nombre, y que, en su caso personal, le tocó cambiárselo por tener el mismo nombre de un dios pagano de los romanos. Tomó el nombre de Juan II (533 a 535), y murió en un concilio, tratando de arreglar el viejo conflicto religioso por la tesis arriana, según rumores envenenado.

El sucesor del papa Juan II fue el papa Agapito I (535 a 536), un radicalista religioso que generó numerosos conflictos entre la Iglesia católica y religiosos arrianos, así como con la emperatriz Teodora, la esposa del emperador bizantino Justiniano I, porque ella era seguidora del monofisismo y contraria a las ambiciones de la monarquía eclesiástica romana. Ya el territorio del imperio romano de Occidente se había convertido en varios Estados, y ahora gran parte del antiguo imperio romano de Oriente era el Imperio Bizantino, cuyo territorio tenía conflictos religiosos con Roma, porque sus habitantes se negaban a reconocer la divinidad de Jesús.

En el año 536, el rey ostrogodo Teodato envió al papa Agapito I a Constantinopla a disuadir al emperador Justiniano I, para que pusiera fin a sus ambiciones territoriales en Italia, donde, Belisario, un general bizantino, se había tomado a Sicilia. Agapito, se cree que murió envenenado en Constantinopla, regresó a Roma en un ataúd de plomo, y no pudo conseguir lo solicitado por el rey Teodato.

El sucesor de Agapito fue el papa Silverio (536 a 537), quien era hijo legítimo del papa Hormisdas y fue elegido con el apoyo del rey Teodato, pero sin el del emperador Justiniano I, quien quería en la silla de san Pedro a Vigilio, su protegido. Estando en Constantinopla, sin saber de la elección de Silverio, Vigilio viajó a Italia con una carta del emperador bizantino dirigida al general Belisario ordenándole que apoyase a Vigilio para su elección de papa. El general, luego de recibir la carta, con su ejército entró a Roma e hizo sitiar la ciudad; después hubo un malentendido de donde resultó acusado de traición el papa Silverio, quien fue despojado de su investidura y enviado al exilio a la ciudad de Patara, entonces en Bizancio, actual Turquía. Poco después, el papa regresó y logró probar su inocencia, pero fue encarcelado por orden de la emperatriz Teodora, la esposa del emperador Justiniano, quien lo hizo asesinar en la cárcel, en el año 537, y su sucesor fue el papa Vigilio (537 a 555), el favorito de Teodora. Vigilio era miembro de la nobleza romana y fue un papa desprestigiado por sus frecuentes cambios de actitud religiosa. Cuando murió lo sepultaron en un cementerio de la monarquía romana.

La capital del imperio bizantino era Constantinopla, la antigua capital romana que había construido Constantino I el Grande; de aquí en adelante, hasta el año 590, la elección y el manejo de los papas estuvieron a cargo de políticos bizantinos y reyes godos, que varias veces se tomaron Roma. El papa siguiente fue un miembro de la nobleza romana, elegido por el emperador bizantino Justiniano I, y consagrado con la asistencia de solo dos obispos romanos, quien tomó el nombre de Pelagio I (556 a 561), siendo él en su papado una marioneta del emperador bizantino, por lo cual varias ciudades se separaron de la Iglesia Romana, entre estas Rávena y Milán.

El sucesor del papa Pelagio I también era miembro de la nobleza romana y también fue elegido por el emperador Justiniano I. Tomó el nombre de Juan III (561 a 574), pero casi no existen registros de las acciones de este papa, debido a que su archivo fue destruido por invasores lombardos, es decir, escandinavos.

En el año 565 murió el emperador Justiniano I, y fue sucedido por su sobrino, Justino II (565 a 578). El sucesor del papa Juan III fue elegido casi un año después de vacancia de la silla de san Pedro, debido a las sucesivas invasiones lombardas a Roma. El elegido tomó el nombre de Benedicto I (575 a 579), de quien tampoco se conocen sus actividades religiosas. El siguiente papa fue elegido por el rey visigodo Leovigildo, y no hay registro de sus actividades antes de ser papa. Al ser elegido tomó el nombre de Pelagio II (579 a 590); de este papa se sabe que tuvo conflictos con el patriarca de Constantinopla, por no reconocerle a éste el título de ‘ecuménico’ que ya llevaba, y que él fue un papa mucho más militar que religioso. Murió de peste. 

En el año 590 fue elegido papa un oligarca romano que tomó el nombre de Gregorio I Magno (590 a 604). Este pontífice era bisnieto y nieto, respectivamente, de los papas Félix III y León IV y antes de él ser papa, debido a las constantes guerras habidas entre varios emperadores y reyes, Roma había sido destruida y saqueada varias veces. No hay duda de que el papa Gregorio fue un gran hombre. Su familia, oligarca y de la rosca eclesiástica, lo había educado para la política, pero él tenía vocación religiosa. La clase alta y política de Roma, cuando no quedaba nada que robar, abandonó la ciudad. Se dice que el único rico que se había quedado en Roma era el luego elegido papa Gregorio, quien junto con la tiara cristiana le tocó asumir la crisis de Roma, y por eso fue que este papa ejerció a la vez como protector de Roma y de papa limosnero y dador de limosnas, pues aunque usaba todos los recursos producidos por todas las iglesias cristianas de otros lugares, éstos no eran suficientes para aliviar las enormes necesidades del pueblo romano y le tocó pedir ayuda extranjera. Y tenía que pagarle 500 libras de oro anuales al rey lombardo Agilulfo, para que no atacara la ciudad. Todos sus datos históricos indican que el papa Gregorio fue un hombre bueno y sabio, distinto en eso a casi todos los papas anteriores. 

El sucesor de Gregorio I tomó el nombre de Sabiniano (604 a 606) y fue un papa injusto y odiado por los romanos. Su sucesor fue impuesto por Flavio Focas, el entonces emperador bizantino. Tomó el nombre de Bonifacio III (607), siendo este un hombre de carácter, que al ser entronizado se negó a ser marioneta del emperador, lo que se supone que pudo ser la causa de su pronta muerte. En su corto lapso trabajó con dureza a favor del liderazgo religioso y político de la monarquía eclesiástica romana.

El siguiente turno en la silla de san Pedro fue para el papa Bonifacio IV (608 a 615), quien también fue impuesto por el emperador Focas, pero que, a diferencia del anterior, hasta la muerte de Focas en el año 610, no tuvo problemas con él.

El nuevo emperador bizantino fue Flavius Heraclio I (611-641), quien tras la muerte del papa Bonifacio IV, para sucederlo eligió papa a un sacerdote viejito que tenía más de 40 años de ser cura y que se decía que era taumaturgo porque curaba a los enfermos besándoles las partes enfermas. El anciano sacerdote se llamaba ‘entregado por Dios’ y figura con el nombre de Adeodato (615 a 618), y, como era de esperarse, fue un alma de Dios que curó un gran número de enfermos y no se metió con nadie. 

El siguiente papa fue Bonifacio V (619 a 625), a quien luego de ser elegido papa le tocó esperar más de un año para consagrarse, debido a la demora en la ratificación de su elección por parte del emperador bizantino Heraclio I. Para aliviar la inseguridad política en Italia, este papa estableció que las iglesias católicas fueran lugares de asilo político. 

Tras la muerte del papa Bonifacio V, fue elegido papa el hijo de un cónsul romano, quien tomó el nombre de Honorio I (625 a 638), y quien en su largo lapso tuvo que afrontar un enorme lío político-religioso surgido a raíz de las conquistas territoriales de Egipto, Palestina y Siria por parte del emperador Heraclio. El problema era porque los seguidores de las doctrinas religiosas de esos territorios tenían un conflicto con el cristianismo romano, debido a las naturalezas divina y humana que la Iglesia le había impuesto a Jesús. En algunas creencias no era aceptada la existencia de un dios humano, y entre otras cosas se alegaba que, de ser así, el cuerpo humano de Jesús habría sido tomado por un espíritu divino y convertido en una marioneta de Dios; que el cuerpo de Jesús era humano y que el hijo de Dios era su espíritu; que María era madre del Jesús humano y que ni era virgen ni era madre de un hijo de Dios. Y la Iglesia aseguraba que la virgen María era madre de Jesús humano y de Jesús divino, y que Él era el único y verdadero hijo de Dios y tan dios como el Creador. Con frecuencia, por los alegatos religiosos surgían conflictos violentos en el imperio bizantino; al emperador Heraclio no le temblaba la espada para arrebatar territorios o posesiones, pero en su imperio no quería luchas internas por creencias religiosas. Para solucionar ese conflicto hizo que entre los patriarcas y el papa encontraran un arreglo acerca de las naturalezas de Jesús, acuerdo que supuso el establecimiento del monotelismo, una doctrina que sostenía que en Jesús habitaban dos naturalezas, pero una sola voluntad. En este arreglo, el Jesús del catolicismo romano perdió la voluntad humana, actitud que recuperó el Cristo romano en el Tercer Concilio de Constantinopla, en el año 681, en el que fue excomulgado el ya entonces fallecido papa Honorio I, datos históricos que veremos más adelante.

En el año 638, luego de la muerte del papa Honorio, fue elegido papa un religioso radical que tomó el nombre de Severino (640), y que no pudo consagrarse papa hasta el año 640, debido a que el emperador bizantino, Heraclio, se negaba a ratificar su elección si él no se comprometía a aprobar la Ecthesis, un edicto promulgado por el emperador en el que se establecía predicar en el imperio bizantino la fe monotelista, el modo ya explicado relacionado con las naturalezas de Jesús. En respuesta a esa exigencia, el papa hizo embargar los fondos que se usaban para pagarles a las tropas bizantinas de Roma, lo cual provocó que el emperador ordenara el decomiso del tesoro de la Iglesia. Para arreglar el asunto, varios legados de Severino fueron a Constantinopla y le prometieron al emperador que éste firmaría la Ecthesis, obteniendo con esa promesa la ratificación de la elección del pontífice. Pero, luego de ser consagrado, el papa Severino además de negarse a aprobar la Ecthesis convocó un concilio en el que se declaró herético el contenido del edicto del emperador. Entonces el emperador hizo saquear la iglesia de san Juan y el Palacio de Letrán, y en el desarrollo de esas acciones el papa Severino fue asesinado.

El siguiente papa tomó el nombre de Juan IV (640 a 642) y continuó con el conflicto de la Ecthesis, lo que debió ocasionar su pronta muerte.

En el año 641 murió el emperador Heraclio y el trono bizantino quedó dividido entre sus dos hijos, Constantino III Heraclio, hijo de su primera esposa, y Heraclonas, hijo de Martina, segunda esposa del emperador Heraclio. Heraclonas tenía 15 años y estaba bajo la protección de Martina, quien en vida del emperador había tratado a Constantino como hijo propio, pero éste ahora era adulto y estaba casado. Poco después de estar compartiendo el imperio los dos hermanos, Constantino murió envenenado y luego se descubrió que los causantes del envenenamiento habían sido Martina y su hijo Heraclonas. La familia del difunto emperador Heraclio le cortó la lengua a Martina, y a Heraclonas le cercenaron la nariz y los dos murieron desangrados. Entonces, el hijo mayor de Constantino, de once años y llamado Constante II, fue elegido emperador.

En el año 642, tras la muerte del papa Juan IV, fue elegido papa un cardenal oriental que tomó el nombre de Teodoro I (642 a 649) y que al lío por la Ecthesis, con el nuevo emperador Constante II (641-668), le agregó un conflicto con Pablo, Patriarca de Constantinopla, aduciendo que su elección era anticanónica por haber sido destituido ilegalmente Pirro, el Patriarca anterior. Los dos, el patriarca y el ex-patriarca, se declararon seguidores de la doctrina monotelista y ambos fueron excomulgados por el papa Teodoro. En respuesta a la excomunión, el patriarca Pablo ordenó destruir los templos católicos en Constantinopla y encarcelar a los nuncios papales. Tratando de acabar con ese conflicto, el joven emperador Constante II emitió un edicto, conocido como ‘Typos’, en el que prohibía a todos los súbditos ortodoxos que estaban en la fe cristiana inmaculada y pertenecían a la Iglesia católica y apostólica, luchar o querellarse unos con otros sobre una voluntad o dos voluntades en Jesús”, y ordenó eliminar todos los escritos religiosos conflictivos, incluyendo la Ecthesis. Sin embargo, el emperador no eliminó la doctrina monotelista, de la cual era seguidor, por lo que dejó insatisfecho al papa Teodoro I, razón por la que él convocó un concilio en Letrán para que se aclarara ese tema, pero habiendo muerto Teodoro antes de que dicho concilio se realizara. Este papa se hacía llamar ‘Pontífice Soberano’ y no hay datos públicos acerca de la causa de su muerte.

El siguiente papa fue Martín I (649 a 655), quien continuó con el conflicto religioso habido entre la Iglesia Romana y el emperador bizantino. Luego de ser entronizado, convocó de nuevo al ya mencionado concilio en Letrán, con cuya determinación fue condenado el monotelismo, que era la fórmula religiosa que quería imponer en Roma el emperador bizantino Constante II, con el propósito de solucionar el problema religioso surgido entre la ortodoxia cristiana y el monofisismo romano. Asimismo, ese concilio confirmó la condena a la Ecthesis, el edicto decretado por el anterior emperador, Heraclio, y excomulgó al patriarca de Constantinopla. En respuesta a esas medidas, el emperador Constante II ordenó que le llevaran preso al papa a Constantinopla. En cumplimiento de esa orden, el exorca de Rávena depuso al papa y lo llevó preso a Constantinopla, donde encadenado y con toda clase de vejaciones fue procesado en el Hipódromo y sentenciado a muerte, pero el emperador le conmutó la ejecución por el exilio en Crimea, lugar donde murió poco después a causa del mal trato que había recibido en el Hipódromo.

Un año antes de la muerte del papa Martín I, por orden directa del emperador Constante II, fue elegido papa un títere suyo que tomó el nombre de Eugenio I (654 a 657); la única novedad de este papa fue que decretó que los sacerdotes cristianos fueran castos a perpetuidad. – La humanidad puede perdonarle su servilismo político, pero la naturaleza sexual humana jamás estará de acuerdo con su decreto absurdo-.

El sucesor del papa Eugenio también fue impuesto por el emperador Constante II. Este papa tomó el nombre de Vitaliano (657 a 672), y durante su largo periodo de funciones el emperador Constante II visitó a Roma y fue recibido con pompas religiosas, pero hubo protestas ciudadanas, por lo cual el emperador permitió que luego de marcharse él sus tropas saquearan la ciudad, cuyo botín incluyó el bronce de la cúpula del Panteón. De ese hecho surgió un conflicto entre el papa y Mauro, el obispo de Rávena, quien con el apoyo del emperador hacía todo lo posible para debilitar el poder político del papa, dando como resultado que los dos jefes religiosos se excomulgaron mutuamente.

El emperador Constante II, para que sus hijos heredaran el trono, había asesinado a su hermano Teodosio. En el lapso de este pontífice, el emperador murió asesinado y fue sucedido por sus tres hijos Constantino IV, Heraclio y Tiberio, siendo Constantino IV quien en realidad gobernó el imperio.

Constantino IV, tratando de arreglar los conflictos religiosos, convocó un concilio, que fue realizado en los años 680 y 681 en Constantinopla y en el que, bajo la dirección del emperador, Jesús recuperó la voluntad humana que había perdido en el arreglo antes explicado y en el que surgió otro arreglo de fe religiosa para el imperio bizantino. El resumen de este arreglo se reduce a que, por la presión política de la Iglesia Romana, en este concilio se le reconocieron de nuevo los atributos divinos y humanos al Cristo romano, tema que es retomado y explicado un poco más adelante.

En el año 683 el emperador Constantino IV (668-685) les cortó la lengua a sus hermanos Heraclio y Tiberio, para inhabilitarlos como gobernantes o candidatos al trono y asegurarle la sucesión del trono a su hijo Justiniano II. Este emperador, motivado por asuntos políticos, se apartó del modo religioso que apoyaban sus predecesores y adoptó en el imperio bizantino la vieja fe religiosa de los cristianos romanos. El papa Vitaliano murió antes del concilio del 680, pero engranó en ambos modos religiosos, e inició el empalme de las dos doctrinas religiosas en Bizancio.  

El siguiente papa fue impuesto por el emperador Constantino IV; tomó el nombre de Adeodato II (672 a 676), pero no fue un ‘entregado por Dios’, como su tocayo, sino un títere del emperador y un pontífice que persiguió con dureza a los seguidores del monotelismo, el antiguo modo religioso bizantino, ya entonces considerado hereje por su jefe y elector.

El siguiente ocupante de la silla de san Pedro fue el papa Dono (676 a 678), impuesto por el emperador bizantino, de quien fue un títere y fiel servidor político.

En el año 678, por haber regalado sus riquezas, fue elegido papa por los religiosos romanos un señor religioso que tenía más de 100 años de edad, quien tomó como nombre Agatón (678 a 681). Este señor era un empedernido seguidor de la antigua fe religiosa cristiana y, como era lógico, el emperador bizantino no se opuso a su elección. El veterano religioso, debido a su vejez, no asistió al concilio convocado y dirigido por Constantino IV en Constantinopla, de cuyo resultado se logró un arreglo que restableció el monofisismo religioso en el imperio bizantino; se condenó el monotelismo y se excomulgó al mucho antes fallecido papa Honorio I, excomunión en la que no estuvo de acuerdo el emperador. El viejito papa antes de ser elegido pontífice había quedado en la miseria y logró que el emperador Constantino IV aboliera un impuesto de 3.000 escudos, establecido por Justiniano I, que tenían que pagarle los elegidos a pontífice al emperador bizantino por confirmar su elección.

El siguiente turno en la silla de san Pedro fue para el papa León II (682 a 683), pero la excomunión al papa Honorio I le atrasó por mas de un año la consagración, ya que el emperador Constantino IV, por no creer en la divinidad conciliada y ser creyente del monotelismo como lo era el papa excomulgado, se negó a confirmar su elección hasta cuando fuera anulada esa excomunión, una vuelta incómoda en ese entonces que tuvieron que cumplir los arcaicos o astutos asistentes al ya mencionado concilio. Sin embargo, esa delicadeza moral desapareció en los monarcas eclesiásticos y después no tuvieron problemas para hacer cualquier clase de vejaciones con los papas muertos, como entre otros casos ocurrió con el difunto papa Formoso, cosa que veremos en su turno, en orden cronológico. El pontificado de León II duró menos de un año y se puede decir que lo gozó o lo pasó inadvertido.

La consagración del papa siguiente, Benedicto II (684 a 685), también tuvo un año de atraso después de su elección, por falta de confirmación del emperador Constantino IV, y también pasó en cero su labor eclesiástica, pero este pontífice logró un acuerdo con el emperador, para que de allí en adelante ese asunto pasara a ser manejado como confirmación simple y que estuviera a cargo del exarca de Rávena, requisito que desde entonces fue mucho mas ágil, por solucionarse cerca de Roma, y que empezó favoreciendo a su sucesor Juan V (685 a 686), quien fue confirmado el mismo día de su elección. Lo único que se sabe del papa Juan V fue que le despojó los obispados de Cerdeña y Córcega a la ciudad de Cagliari y se los asignó a la Santa Sede.

En la elección del sucesor del papa Juan V había un conflicto de intereses políticos entre religiosos y militares; por mientras se ponían de acuerdo eligieron papa a un religioso viejito, quien tomó el nombre de Conón (686 a 687) y quien murió envenenado un año más tarde, sin meterse con nadie ni saberse cuál de los dos bandos le dio el tóxico.

El emperador Constantino IV falleció en el año 685 y su sucesor, Justiniano II (685-711), después restableció el viejo modo de confirmación imperial en la elección de los papas, porque el exarca de Rávena fue sospechoso de simonía y señalado de haber sido sobornado en la elección del sucesor del papa Conón. El sucesor del papa Conón, luego de pagar el soborno, tomó el nombre de Sergio I (687 a 701); aunque antes habían sido elegidos el arcediano Pascual y el arcipreste Teodoro, ninguno de éstos fue aceptado por el exarca de Rávena y la Iglesia los convirtió en los antipapas Teodoro II y Pascual II.

Cabe señalar que el emperador Justiniano II fue despojado del poder por dos generales entre los años 695 y 705, y no pudo poner preso al papa Sergio I, debido a la oposición del pentápolis y a la alianza del papa con los militares de Rávena, quienes por poco linchan al general Zacarías, el segundo personaje enviado por el emperador para apresar al pontífice. Y también es de señalar que el papa Sergio I, por presiones de la monarquía eclesiástica romana, no aprobó un canon con el que se pretendía establecer que los hombres casados pudieran ejercer el sacerdocio.

Luego de la muerte del papa Sergio I, después de sobornar al exarca se hizo elegir papa un hombre de nombre desconocido que tomó el nombre de Juan VI (701 a 705), siendo este un pontífice político que mediante la entrega de dinero y territorios de dominio eclesiástico a Gisulfo, jefe lombardo, evitó que éste invadiera a Roma. A pesar de no ser religioso, su papado fue bien aceptado por los romanos. Por la buena imagen pública de este papa, su sucesor tomó el nombre de Juan VII (705 a 707), quien logró que el nuevo rey lombardo, Ariperto II, le devolviera los territorios que su anterior le había entregado a Gisulfo. Además, tuvo buenas relaciones con el emperador Justiniano II, quien había perdido el trono y lo recuperó en el lapso de este papa.

El sucesor del papa Juan VII fue un religioso, enfermo de gota, que solo duró 20 días y que tomó el nombre de Sisino (15 de enero a 4 de febrero de 708).

Tras la muerte del papa Sisino fue elegido pontífice un religioso oriental que tomó el nombre de Constantino I (708 a 715) y que después fue bien recibido por el emperador Justiniano II, en un viaje que el pontífice hizo a Constantinopla.

En el año 711, ya habiendo regresado el papa a Roma, se invirtieron las cosas en cuanto al requisito de la confirmación del papa por el emperador bizantino. El cambio en la regla se debió a que el emperador Justiniano II fue derrotado militarmente y ejecutado por el rebelde Filípico Bardano, quien enseguida se autoproclamó emperador. Pero los problemas que se le presentaron por ilegitimidad en el ejercicio de funciones imperiales obligaron a Bardano a pedirle certificación al papa Constantino, quien se la negó porque él era seguidor religioso del monotelismo y quería restablecer esa doctrina en el imperio. Debido a esa negación, Filípico Bardano cayó en desgracia y, en una revuelta política, un militar aliado del papa le hizo sacar los ojos, lo destronó y con el respaldo de la Iglesia se convirtió en el nuevo emperador bizantino Anastasio II (713-715), quien luego hizo abolir todos los edictos de su anterior que fueran contrarios a la voluntad del papa, incluso, al ser destronado por Teodosio III (715-717), este emperador se convirtió en monje, pero luego volvió a la política y en una rebelión fue ejecutado por León III, el entonces emperador bizantino. Y, antes de esa ejecución, para evitar que asesinaran a un hijo suyo, el emperador Teodosio III renunció al trono y luego se convirtió en obispo de Éfeso, o sea que la monarquía y los jefes religiosos eran una misma mezcla.

El siguiente papa fue Gregorio II (715 a 731), un romano de nombre desconocido que además de papa se convirtió en defensor de Roma y mezcló los asuntos religiosos con acciones militares, habiendo abatido con su ejército al exarca de Rávena, cuando éste iba a detenerlo por orden del emperador bizantino. Gregorio II fue el primer papa que gobernó un territorio eclesiástico y su gobierno fue bien aceptado por los romanos; en su lapso aumentó el adoctrinamiento religioso en Europa, especialmente en Alemania, y, por los beneficios que le generó al cristianismo romano, la Iglesia lo considera como uno de sus mejores pontífices.

El sucesor de Gregorio II fue elegido por el pueblo romano, en el funeral del papa fallecido. Tomó el nombre de Gregorio III (731 a 741), y al ser entronizado fue un amigo de doble cara del rey de Lombardía, Liutprando, quien por su amistad con él no se tomó Roma, pero después el papa se hizo amigo de los enemigos de Liutprando, a quienes apoyó militarmente, cosa que desató la ira de éste y fue necesario que el papa se le humillara para evitar la toma de unos territorios que eran de la Iglesia. Lo sucedió el papa Zacarías (741 a 752), un pontífice político que contribuyó para que Pipino el Breve destronara a Childerico III, el último rey de la dinastía merovingia, es decir, de los monarcas que gobernaron el territorio donde ahora están Alemania, Bélgica, Francia y Suiza.

El rey Childerico era un monarca inepto y perezoso, Pipino era solo el mayordomo de Palacio pero en la práctica él era quien gobernaba el pueblo franco. Habiendo planeado él la usurpación del poder, con la intención de legitimar su condición de monarca le consultó al papa acerca de quién debía ser el rey de los francos. La pregunta que le hizo Pipino al papa fue: ¿Quién debe ser el rey; quien ejerce en la práctica la realeza o quien la ostenta nominalmente? El papa le respondió: “Quien lo es de hecho, séalo de derecho”.

Con el apoyo del papa, el mayordomo destronó al monarca y entonces nació entre ellos dos una fuerte alianza política y militar que fue el pilar para que Pipino el Breve se convirtiera en el origen de la dinastía carolingia. Y fue una alianza simbiótica, pues, con la ayuda de Pipino el Breve, los papas Zacarías y Esteban II formaron o fundaron los Estados Pontificios y, en agradecimiento a esa ayuda, el papa Esteban II (752 a 757), sucesor del papa Zacarías, proclamó a Pipino de ‘Patricio de los romanos’, quien con ese título se convirtió en el político más influyente de Occidente. Y, desde entonces, los papas, por ser a la vez pontífices de la Iglesia y gobernantes de los Estados Pontificios, se convirtieron en poderosos emperadores.

El papa Esteban II fue un fiel aliado de Pipino, y su sucesor fue su propio hermano, quien tomó el nombre de Pablo I (757 a 767) y quien tan pronto fue elegido papa le juró total fidelidad a su amigo el rey Pipino, que fue su jefe y protector.

Cuando murió el papa Pablo I, la elección de su sucesor no fue fácil. Primero hubo un gran conflicto entre clérigos y políticos; luego los clérigos eligieron papa a un sacerdote llamado Felipe, pero enseguida los políticos lo obligaron a renunciar. El duque de Nepi provocó una insurrección armada que impuso como papa a un hermano suyo, quien tomó el nombre de Constantino II, pero poco después fue depuesto y luego declarado antipapa por la Iglesia. La muerte de Pipino el Breve, ocurrida en ese entonces, complicó más el asunto; luego de ires y venires, entre clérigos y políticos acordaron la elección de un colaborador mutuo quien tomó el nombre de Esteban III (768 a 772), siendo él un político que hizo un cambio temporal de la política eclesiástica en cuanto a un alejamiento de los reyes francos y acercamiento a los lombardos, motivado por el matrimonio del nuevo rey franco, Carlomagno, con la hija de Disiderio, rey de Lombardía. Se dijo que Esteban III, como papa, fue un buen diplomático; Carlomagno era hijo de Pipino el Breve, el papa Esteban al comienzo estuvo alejado de él pero muy pronto se vio obligado a solicitar su ayuda para evitar la invasión de Disiderio a territorios de la Iglesia, cosa que resultó positiva a favor del papa.

El sucesor del papa Esteban III, fue el hijo de Tódulo, un importante duque de Roma, siendo él antes de su elección un influyente cónsul romano, y al ser elegido papa tomó el nombre de Adriano I (772 a 795). Al poco tiempo de ser entronizado este influyente político, el rey Disiderio cometió el error de intentar hacerse a los Estados Pontificios, pero el papa Adriano, igual que su anterior, solicitó ayuda a su amigo el rey Carlomagno, quien no solo le ayudó a evitar la toma de Roma por parte del rey lombardo, sino que además le devolvió al papa todos los territorios dados por su padre, Pipino. Y, Carlomagno, con la ayuda del papa Adriano, destronó a su suegro Disiderio y se hizo rey de los lombardos, siendo él además rey de los francos.

Ya en ese tiempo era total la ausencia de verdaderos cristianos entre los jefes de la Iglesia Católica. Pero, como siempre, esparcidos por todo Oriente y Occidente había un gran número de sacerdotes, predicando la religión cristiana y adoctrinando pueblos ignorantes, llenándoles la cabeza de cucarachas con absurdos religiosos a los ingenuos, que los había de sobra porque así era casi toda la población del mundo en ese entonces.

El emperador bizantino de esa época, Constantino VI (776 a 797), no hizo mayor cosa; Irene, madre del emperador, fue en realidad quien gobernó el imperio en casi todo ese lapso y, para sostenerse en el poder, encegueció y asesinó a su hijo emperador. Pero este imperio había sido sometido por los musulmanes y la emperatriz no le pagaba impuestos religiosos al papa romano sino al califa al-Mahdi. Ya en ese tiempo, el Islam y la Iglesia, además de imperios saqueadores y esclavistas, eran grandes cobradores de impuestos religiosos obligados, y los califas y los papas no dudaban en hacer ejecutar a quien se negara o se opusiera a pagárselos.

El sucesor del papa Adriano era hasta entonces el tesorero de la Iglesia. Al ser elegido papa tomó el nombre de León III (795 a 816) y aunque no hacía parte de la oligarquía romana, sí era un político astuto que tan pronto se entronizó le envió una carta a Carlomagno, con la que le envió la llave de la supuesta tumba de san Pedro y la bandera de Roma, con la cual reconocía al rey de los francos como protector de los Estados Pontificios. Pero, por no ser de la oligarquía romana, el papa no contaba con el apoyo de la dinastía de su predecesor, quienes le hicieron un atentado en el que León III resultó herido y fue formalmente depuesto e internado en el monasterio de San Erasmo, de donde logró huir a Paderborn a reunirse con Carlomagno a quien le pidió ayuda.

Estando el papa León protegido en Paderborn, la monarquía romana envió allí una embajada que lo acusó de adulterio, pero el rey no validó su deposición y le dio tropas para que lo escoltaran a Roma. Tiempo después el rey fue a Roma y convocó un sínodo, donde escuchó al papa y a sus acusadores; ganó el papa, dos días después, en la Basílica de San pedro, el papa León III coronó a Carlomagno como emperador de Occidente.

Ese acto de coronación imperial fue el nacimiento del nuevo Imperio de Occidente, una tradición que duró hasta el año 1452 y que supuso el engranaje de la iglesia cristiana con los imperios de Oriente y de Occidente, con primacía de Roma pero aceptando el papa un poder temporal a los emperadores, quienes ejercían un gobierno civil que era distinto al del pontífice quien, además de Jefe de Estado de los Estados Pontificios, era el jefe mundial de la ya influyente y poderosa Iglesia Cristiana.

En el año 817 fue elegido papa un aristócrata romano que tomó el nombre de Esteban IV (816 a 817) que fue el sucesor del papa León III y que tan pronto fue consagrado le exigió al pueblo romano jurarle fidelidad a Ludovico Pío, rey de los francos, a quien enseguida coronó de emperador de Occidente. El papa Esteban, por problemas políticos, murió envenenado poco después.

El nuevo emperador Ludovico Pío era hijo y sucesor de Carlomagno. Al morir el papa Esteban IV, este emperador hizo elegir papa a un miembro de la oligarquía romana, quien tomó el nombre de Pascual I (817 a 824) y a quien por su ascenso le regaló los territorios de Córcega y Cerdeña. Además, mediante un convenio escrito conocido como ‘Pactum Ludovicianum’, confirmó las donaciones hechas antes a la Iglesia por su abuelo Pipino el Breve y por su padre Carlomagno, integradas por Roma, Rávena, Pentápolis, Sabina, Tuscia, Perúgia, Campania y Trívoli, y fueron establecidos entonces los límites del Estado de la Iglesia, dentro del cual el pontífice ejercía de emperador.

El papa Pascual coronó de emperador regente a Lotario, hijo de Ludovico, pero este papa era sumamente ambicioso, a lo último de su mandato entró en conflicto con el emperador, por reclamos de primacía territorial, y tratando de inclinar la balanza a su favor hizo asesinar a dos investigadores imperiales que habían sido asignados para aclarar y solucionar ese asunto. Por esas muertes, el papa fue acusado de asesinato y murió durante el proceso, no se sabe si fue envenenado o si se suicidó. Su gobierno en el Estado de la Iglesia fue injusto, el pueblo romano lo odiaba y no permitió que lo sepultaran en la Basílica de san Pedro.

Debido a que el gobierno pontificio cada vez era más influyente y su alcance de mayor tamaño, ya que en lo religioso no tenía fronteras; el pontífice que reemplazó al papa Pascual, mediante un compromiso político hecho con el candidato antes de ser elegido, fue impuesto por los emperadores Ludovico y Lotario; el elegido fue un político y oligarca romano que tomó el nombre de Eugenio II (824 a 827) y que tan pronto fue consagrado, guiado por el emperador regente, Lotario, estableció las normas de convivencia del pontífice con el imperio de Occidente. Los dos, mediante un documento conocido como ‘Constantitutio Lotharii’, establecieron que de allí en adelante, para la consagración de los papas, sería indispensable que, antes, su elección fuera aprobada por el emperador de Occidente.

En el año 827 las relaciones intrafamiliares de los emperadores Ludovico y su hijo Lotario andaban muy mal. Los dos, por estar peleándose los poderes del imperio, descuidaron la elección del nuevo papa, cuando murió el efímero papa Valentín (duró solo un mes del año 827), quien desde antes de ser papa había sido un servil de ellos dos.

El nuevo papa elegido fue un presbítero de Roma, quien tomó el nombre de Gregorio IV (827 a 844) y a quien ambos emperadores, padre e hijo, por separado, le hicieron jurar fidelidad, antes de su consagración. El asunto fue que el hombre se arrepintió de ser papa, cuando se dio cuenta del lío en que estaba metido por la pelea entre los dos monarcas, y para consagrarlo fue necesario sacarlo a la fuerza de la iglesia de san Cosme y san Damián donde estaba internado, huyéndole a la postura de la tiara.

Lo difícil de resolver, para el recién elegido papa, era que de todas maneras tenía que decidir si apoyaba al emperador Ludovico, o a su hijo Lotario quien quería destronar a su padre y hacerse único emperador de Occidente; se decidió por Lotario, ya en rebeldía con su padre, y lo acompañó con su ejército a Francia, donde el papa armó un tremendo conflicto con los obispos franceses porque ellos apoyaban a Luis el Piadoso – este Luis el Piadoso, que de piadoso no debió tener mucho ya que por conveniencias políticas había enceguecido y asesinado a un sobrino suyo, era el mismo emperador Ludovico, pero en Francia usaba ese otro nombre-, a quien reconocían como el legítimo soberano y a quien destronó su hijo Lotario con la ayuda del papa y de unos hermanos suyos, habidos en varios matrimonios del Piadoso.

En medio de ese conflicto, el papa amenazó con excomulgar a los obispos franceses que no apoyaran a Lotario, pero los obispos le respondieron por escrito que en lo religioso la iglesia gala no dependía en nada de las peculiaridades de Roma y que, si los excomulgaba, ellos desconocerían sus cánones. Poco después, la solución de ese conflicto religioso se dio por asuntos políticos; los hijos de Ludovico se pelearon entre ellos por el trono francés y tuvieron que restituir nuevamente a su padre a emperador de los francos y las cosas en Francia casi volvieron a la normalidad política y religiosa. Pero en Roma, el manejo de las rentas que le producía la religión a la Iglesia seguía siendo peleado por la muy ambiciosa y corrupta oligarquía eclesiástica romana; el cargo de papa era un premio mayor que todos los miembros de la monarquía romana querían obtener o al menos ser príncipes beneficiarios de la Fábula de Jesucristo.

Cuando murió el papa Gregorio IV, por asuntos políticos y religiosos fueron elegidos dos papas a la vez: un archidiácono llamado Juan fue elegido por el público religioso, y la oligarquía política romana eligió a un aristócrata que tomó el nombre de Sergio II (844 a 847) y que fue consagrado sin que su elección fuera confirmada por Lotario, el emperador de Occidente, razón por la que éste envió a Roma a su hijo Luis II con un gran ejército, para que castigara esa falta. Desde antes, el archidiácono Juan había sido declarado antipapa y condenado a muerte; el papa Sergio II, para arreglar el problema de su consagración sin la aprobación del emperador, coronó como rey de Lombardía a Luis II, el hijo del emperador  –Lombardía es un territorio de Italia, que en ese tiempo era uno de los estados de la Iglesia, cuya capital era Milán-, y según registros históricos, este papa, además de conceder ese reinado, vendió todos los puestos eclesiásticos que pudo vender y todas las cosas de la Iglesia que tuvieron cliente que las comprara, por lo cual su santidad Sergio II ha sido acusado de gran cometedor de simonía, el delito de vender puestos y cosas sagradas de la Iglesia. Cuando él murió era raro el oligarca romano que no tenía el título de ‘obispo cristiano’, certificado por el papa Sergio II.

El sucesor de este papa fue un estratega militar que por no ser religioso se negaba a ser pontífice, pero al fin lo convencieron. Tomó el nombre de León IV (847 a 855), y pronto derrotó a los saqueadores sarracenos en Ostia y libró a Roma de esos invasores.

Tras la muerte del papa León IV, los romanos eligieron pontífice a un señor religioso que tomó el nombre de Benedicto III (855 a 858), pero el emperador Lotario I se había decidido por el cardenal Anastasio, un aristócrata y político que no contaba con el respaldo de la oligarquía romana, pero que con el apoyo del emperador se entronizó y ejerció de papa hasta cuando la presión romana lo hizo salir para consagrar a Benedicto, quien excomulgó a su similar y éste pasó a la lista de antipapas. Pero hay numerosos datos que aseguran que, en vez del cardenal Anastasio, quien ocupó la silla de san Pedro en ese lapso fue la papisa Juana. En esta época, la familia del emperador de Occidente estaba inmersa en un gran conflicto, peleándose el poder imperial.

Cuando murió el papa Benedicto, para sucederlo fue elegido un oligarca que había sido ‘ascendido’ a subdiácono por el papa Sergio II, quien tomó el nombre de Nicolás I el Magno (858 a 867), siendo este un político ambicioso y astuto que aprovechó la crisis habida en el llamado reino carolingio, por el ya mencionado enfrentamiento monárquico intrafamiliar, y, sin que el emperador Luis II se diera cuenta, estableció una doctrina que ponía el poder religioso del papa por encima de cualquier poder civil, incluido el representado por el emperador de Occidente, y con esa norma, el papa Nicolás I se convirtió en jefe del emperador y, de frente, le negó el divorcio a Lotario II, hermano del emperador Luis II, cosa que provocó que el emperador sitiara a Roma. Luego se proclamó jefe religioso del patriarca de Oriente, Focio, quien también era un político de la misma calaña del papa Nicolás I y quien ahora estaba en conflicto con una parte de la monarquía de Oriente. Pero, el patriarca Focio no solo se negó a aceptarle la subordinación religiosa al papa Nicolás sino que, en respuesta, lo excomulgó, le eliminó el filioque al credo de Oriente y puso al papa en conflicto con el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.

Nicolás, como la gran mayoría de papas, no fue un hombre religioso, pero debido a los logros económicos y de poder político que él consiguió para el cristianismo romano, la Iglesia lo tiene en la lista de los mejores papas.

En el año 858, el pueblo raso romano, cansado del gobierno que venían haciendo los papas políticos y corruptos, eligió papa a un viejito cristiano que era casado y tenía una hija, pero que era un hombre honesto, culto, bueno y religioso. El viejito se negó en varias ocasiones a aceptar la elección de papa, pero el pueblo le rogó que aceptara y lograron convencerlo. Tomó el nombre de Adriano II (867 a 872), y fue él un papa que se dedicó a solucionar los problemas religiosos entre la iglesia de Oriente y la de Occidente, y autorizó ejercer el cristianismo en cualquier idioma, ya que desde su punto de vista Dios no tenía barreras idiomáticas, libertad que no era permitida por la Iglesia. El viejito papa vivía sanamente con su esposa y su hija en el Palacio de Letrán, pero un oligarca, familiar del antipapa Anastasio, asesinó a las dos mujeres en Letrán y a los pocos días murió el anciano papa, no se sabe si de tristeza o envenenado.

Se ha rumorado que el papa Juan VIII (872 a 882), sucesor del papa Adriano II, fue la mujer que, haciéndose pasar por hombre, tomó ese nombre. Este papa, poco después de ser consagrado coronó de emperador de Occidente a Carlos el Calvo, para que le ayudara a combatir los sarracenos, que estaban a punto de tomarse Roma. En esencia, los sarracenos eran musulmanes, más que todo árabes, quienes muchas veces intentaron tomarse Roma. En su lapso, este papa hizo numerosas masacres y murieron como animales salvajes un gran número de sarracenos, él perdió varias batallas y le tocó lidiar el problema del cisma religioso de Oriente, al fin aceptando su dogma católico, con lo que, entre otras cosas, fue admitida por la Iglesia de Occidente la legalidad en Oriente del credo sin filioque, es decir, sin incluir en el rezo al Hijo a Dios.

También se especuló que los enemigos políticos de este papa lo trataban de papisa Juana por su afeminada manera de hablar y por ser conciliador con los orientales, pero que éste no fue la papisa Juana, ya que se asegura que ésta había sido asesinada alrededor del año 857, y que, desde su muerte, para la ceremonia de consagración, la Iglesia había establecido el uso obligado de una silla con el asiento perforado, conocida como ‘Chaise Percée’, donde, antes de ser consagrado, debía sentarse el elegido a pontífice, casi desnudo, quedando el gajo de sus partes en discusión colgado y a la vista, para que dos altos funcionarios eclesiásticos, conocidos como Confirmantes, pudieran verificar que el aspirante era varón, debiendo ellos palpar con sus manos la dotación sexual del elegido, y después que jalaban el miembro y los testículos se oía declarar: “Duos habet et bene pendentes”, literalmente: “Tiene dos y cuelgan bien”, y los presentes respondían en coro: “Demos gracias a Dios”. Esa regla, que ya existía en el tiempo del papa Juan VIII, duró hasta el siglo XVI, cuando fue eliminada por el papa Adriano VI. Sin embargo, aunque todo indica que la papisa Juana sí existió, su época de funciones es confusa, pues hay numerosos datos que la ubican enseguida del papa León IV, en el año 855, inclusive, algunos escritos aseguran que el padre del hijo de la papisa era Lamberto de Sajonía; de todas maneras, la Iglesia ha sido experta en ocultar o silenciar sus fallas y delitos, y es casi seguro que su relación oficial de papas no corresponde en todo con la realidad. El papa Juan VIII fue muerto a martillazos, al no hacerle efecto rápido el veneno que ya le habían dado.

El sucesor del papa Juan VIII, fue un religioso que había estado preso por orden del emperador bizantino Basilio I, y quien tomó el nombre de Marino I (882 a 884). Era un hombre revolucionario y murió envenenado poco después de haber anulado la excomunión que su antecesor le había hecho al obispo Formoso, por haber apoyado a su amigo Arnulfo como rey de Italia, en vez de al monarca franco Carlos II el Calvo, a quien apoyó y coronó el papa Juan VIII.

 El sucesor del papa Marino fue un criminal que antes de ser papa les sacaba los ojos a sus enemigos. Era miembro de la oligarquía romana y al ser elegido tomó el nombre de Adriano III (884 a 885). Fue un dictador eclesiástico a favor de la Iglesia Romana; en uno de sus tantos abusos hizo azotar desnuda a una dama en Letrán. En ese tiempo se le consideró como guerrero y sanguinario; expidió un decreto donde establecía que la consagración del papa no requería autorización de ningún emperador. Murió asesinado en circunstancias desconocidas cuando iba en camino a Francia invitado por el monarca Carlos III el Grueso, a quien había adoptado como hijo de la Iglesia Romana. Este papa fue beatificado y, por haber sido un gran criminal, le habían impugnado la canonización, pero fue hecho santo de la Iglesia, mediante un decreto del papa León XIII, en el año 1891. –En vez de san Adriano debería llamársele san Cuervo-.

El sucesor del papa Adriano fue elegido sin que éste hubiera muerto todavía, razón por la que él se encerró en su casa a esperar la confirmación del asesinato del papa Adriano y no salió hasta cuando le confirmaron el crimen. Enseguida fue consagrado y tomó el nombre de Esteban V o VI (885 a 891) y con él comenzó otra época de papas títeres, que es conocida como ‘la noche del papado’, siendo esta una de las tantas épocas en que los papas fueron títeres de la mal llamada nobleza.

El patriarca de Oriente era Esteban I, hermano del emperador bizantino; allí, en Oriente, el cristianismo desde hacía mucho tiempo estaba en manos de la monarquía imperial. En este lapso, en Occidente fue destronado el emperador Carlos III el Gordo, y el llamado Sacro Imperio Romano Germánico se fraccionó en tres Estados: Alemania, Francia e Italia. Poco después de estos hechos, el rey de Italia, Guido de Spoleto, se hizo coronar de emperador del Sacro Imperio, por su servil, el papa Esteban, quien fue un títere suyo en todo su lapso.

El sucesor del papa Esteban fue el obispo Formoso, un líder político que había tenido un conflicto con el papa Juan VIII, porque mientas él apoyaba para rey de Italia a Arnulfo, Juan VIII apoyaba a Carlos III el Calvo; fue elegido el Calvo, y el papa Juan VIII excomulgó a Formoso, excomunión que, como vimos, le fue levantada por el papa Marino I. Este obispo, cuyo nombre es desconocido, al ser elegido papa tomó el nombre de Formoso (891 a 896), y luego se vio forzado a coronar de emperador a su contrario político, Lamberto de Spoleto, hijo del ahora fallecido Guido de Spoleto, pero tramó su caída al convencer a su amigo Arnulfo, ahora rey de Francia, para que se tomara a Roma y la liberara de la familia Spoleto. Arnulfo se tomó la ciudad, expulsó a Lamberto y fue coronado por Formoso, en la Basílica de San Pedro, como legítimo emperador del fraccionado Sacro Imperio. El papa Formoso murió envenenado poco después de dicha coronación, y Arnulfo, por enfermedad, tuvo que abandonar Roma y así pudo regresar Lamberto quien nuevamente se posesionó como emperador del Sacro Imperio.

Para reemplazar al papa Formoso fue elegido un oligarca, amigo de la familia Spoleto, quien tomó el nombre de Bonifacio VI (896), pero que, como cosa normal en esa mezcla de papas y emperadores, murió a los quince días de su consagración, de lepra, según la Iglesia, pero se rumoró que fue envenenado porque se negó a hacer un espectáculo de circo con el cadáver del papa Formoso. Para sucederlo fue elegido otro amigo de la familia Spoleto. Éste tomó el nombre de Esteban VI (896 a 897) y tan pronto se consagró ordenó hacer un concilio que fue conocido como ‘Sínodo del terror’, concilio que consistió en hacerle un juicio al cadáver del papa Formoso, cuyo esqueleto fue exhumado y vestido con ropa de papa, con una corona sobre la calavera. El cadáver de Formoso fue acusado de deslealtad a la Iglesia por haber nombrado a su sucesor de forma incorrecta, al hacerlo obispo de la Diócesis de Padua donde supuestamente lo había preparado para que fuera su sucesor. Pero la verdadera razón del asunto era una deuda política; se debía a que Formoso había apoyado a Arnulfo en la anterior destronada de Lamberto de Spoleto, cuya familia asesinó a sus enemigos políticos y quería vengarse con el papa Formoso, sin importarle que ya estuviera muerto. En medio de un gran hedor a carne podrida, el cadáver de Formoso fue interrogado y sin que éste respondiera cosa alguna fue hallado culpable, por lo cual fue declarada inválida su consagración de papa y anuladas todas sus aprobaciones y nombramientos. Al cadáver le quitaron la ropa de papa y le pusieron unos harapos, a la vez que le cortaron los tres dedos que usaba en las bendiciones y luego fue atado a una carroza que lo arrastró por las calles de Roma, y ante el asombro del pueblo romano fue lanzado al río Tíber y luego rescatado con las redes de un pescador que lo llevó a un lugar donde estuvo oculto un corto tiempo. El pueblo romano, al conocer los hechos, apresó al papa Esteban VI y poco después fue estrangulado en un calabozo. La familia Spoleto, por la presión del pueblo romano, para suceder al papa Esteban V permitió la elección y consagración de un oligarca de la oposición, hermano del fallecido papa Marino I, quien tomó el nombre de Romano (897) y quien murió envenenado tres meses después.

El sucesor del papa Romano era de su mismo partido político. Al ser consagrado tomó el nombre de Teodoro II (897) y solo duró veinte días para morir envenenado, tiempo que apenas le alcanzó para hacer sepultar en La Basílica de san Pedro los restos del cadáver de Formoso y anular todo lo resuelto en el ‘Sínodo del terror’, ahora llamado ‘Concilio del cadáver’, y devolverle validez a los actos y nombramientos de Formoso, a la vez que anuló todas las actas suscritas por Esteban VI con la familia Spoleto.

Muerto Teodoro II, la familia Spoleto impuso de papa a un títere del emperador Lamberto de Spoleto, quien tomó el nombre de Juan IX (898 a 900) y quien tan pronto se consagró anuló la coronación del emperador Arnulfo, hecha por el papa Formoso, y en su lugar coronó de emperador, con retroactividad a la coronación de Arnulfo, a su protector Lamberto de Spoleto, quien falleció poco después en un accidente ecuestre. El papa Juan IX continuó las acusaciones en contra del fallecido papa Formoso.

El siguiente papa fue un oligarca romano que tomó el nombre de Benedicto IV (900 a 903), y que al ser consagrado se negó a coronar de emperador del Sacro Imperio a Berenguer, rey de Italia, y en lugar de éste coronó al rey carolingio Luis III, quien fue derrotado y enceguecido por Berenguer, quedando el papa, hasta su pronta muerte, bajo el dominio de la familia del poderoso jefe militar y senador romano Teofilacto y de su esposa, la aristocrática prostituta Teodora, igual que de la hija de ambos, la también prostituta Marozia, quienes desde entonces y por largo tiempo manejaron a su antojo la Iglesia y nombraron y asesinaron a varios papas seguidos.

Su sucesor fue el papa León V (903), quien solo duró un mes en ejercicio y por líos con Teofilacto fue depuesto y encarcelado por su director espiritual, el cardenal Cristóbal, un títere del senador que ejerció ilegalmente el papado durante el año siguiente.

En el año 904 fue elegido el primer papa de la después llamada ‘pornocracia’, cuyos integrantes fueron elegidos y manejados por las prostitutas oligarcas Teodora y Marozia. Estas mujeres, ya se dijo, eran la esposa y la hija de ésta con el cónsul y senador Teofilacto, quienes además fueron dos prostitutas hermosas de la más alta élite social de la Roma de entonces y quienes mediante fornicaciones, intrigas y asesinatos ponían y deponían papas a su antojo. Teofilacto era homosexual y se casó con la aristocrática y hermosa Teodora por apariencias y ambiciones económicas y políticas. Y ella se casó con él porque era un rico jefe militar y todopoderoso político romano, dueño del castillo San Ángel, siendo él una persona tan ambiciosa y perversa que, en aras de conseguir dinero, le dio libertad sexual a Teodora y no se molestaba al ver, primero a su esposa y después a su supuesta hija, poniendo sus hermosuras y pasiones a fin de acrecentar más las riquezas y las posesiones de su familia. 

Luego de la derrota del rey Luis III, por asuntos políticos el manejo de la Iglesia quedó bajo el dominio total de la familia del senador Teofilacto y eran ellos quienes decidían la elección de los pontífices, y lo que podía y debía hacer el papa. El nombramiento del papa y todo el producto económico y político de la Iglesia les pertenecían a ellos. Pero, en la práctica, Teofilacto manejaba el ejército y el senado romano, y su esposa, con la ayuda de su hija, manejaba la Iglesia. Teodora premiaba a sus amantes preferidos con la tiara pontificia, pero ese premio era una muerte anunciada.

El primero de estos papas tomó el nombre de Sergio III (904 a 911), quien había participado, como obispo, en el ‘Concilio del cadáver’ y quien antes de consagrarse hizo degollar al encerrado papa León V y ordenó estrangular al ahora antipapa Cristóbal. Desde antes de ser elegido pontífice, el papa Sergio era amante de Teodora y luego lo fue también de su hija, Marozia, de cuya relación hubo un hijo que fue papa, con el nombre de Juan XI; siendo estos oligarcas los pilares de una familia romana perversa que después gobernó a Roma por varias décadas y le aportó a la Iglesia varios papas, entre estos los muy perversos Juan XII y Benedicto IX. En este periodo de pontificado, el emperador Luís III había sido capturado, cegado y depuesto por el rey de Italia Berenguer I, quien después trató infructuosamente de que Sergio III lo coronara como emperador sucesor, cosa que el papa no aceptó porque eso no era conveniente para el esposo y padre de sus dos amantes, Teodora y Marozia, y ellas no se lo permitieron.

Aunque solo se interesaba en la política, en el año 906 el papa Sergio emitió una bula, conocida como Canon Episcopi, con la que declaró como hereje la brujería.

En esa época el patriarca de Oriente se había negado a aprobarle el divorcio a León VI, emperador bizantino, para casarse con su amante Zoe, que le había dado su único hijo. El emperador acudió y arregló las cosas con la élite romana, y el papa Sergio ignoró tanto la legislación civil de la época, como la eclesiástica y aprobó el divorcio del emperador. Eso lo enfrentó con el patriarca Nicolás el Místico, quien dejó de reconocer su autoridad religiosa. En resumen; este papa fue un títere de sus jefes electores y en todo lo que fue útil puso la Iglesia y la religión cristiana al servicio de sus jefas y amantes Teodora y Marozia. 

Cuando murió el papa Sergio, el nuevo papa elegido fue un eclesiástico que también era amante de Teodora y quien tomó el nombre de Anastasio III (911 a 913). Este papa fue un títere de Teodora, pero no llenó las expectativas de su familia, razón por la que fue envenenado por su amante, en coordinación con su esposo, el senador Teofilacto.

El sucesor de Anastasio fue otro amante de Teodora, quien tomó el nombre de Landón (913 a 914) y quien tan pronto se consagró, por orden de Teodora, nombró arzobispo de Rávena a Juan de Tossignano, quizá el más antiguo y más preferido de sus amantes, quien después fue su sucesor con el nombre de Juan X. El papa Landón duró en funciones un poco más de seis meses y murió envenenado por Teodora.

El nuevo papa fue Juan X (914 a 928), y resultó menos manejable y más arisco para el veneno que sus predecesores e hizo valer sus poderes al lograr una coalición pacificadora entre los distintos príncipes de Italia, entre estos Alberico I, el entonces esposo de Marozia, y más tarde coronó como emperador del Sacro Imperio a Berenguer I, con lo cual empezó a organizar un gran ejército para arreglar el problema de los ataques sarracenos. Fue Juan X el primer papa de la historia en ponerse al frente de un ejército, y con un manejo bien motivado derrotó definitivamente a los sarracenos en la Batalla de Garigliano, con lo que se ganó la admiración del pueblo romano y la envidia de Guido de Toscana, el nuevo esposo de Marozia, quien con el apoyo de su excuñado, Hugo de Arlés, lo apresó y lo hizo asesinar en prisión, en compañía de Pedro, hermano del papa y jefe de seguridad del Palacio de Letrán.

Según se ha dicho, el verdadero padre de Marozia fue el papa Juan X; en el año 924, Marozia y su esposo Alberico I intentaron tomarse el poder absoluto de Roma y se enfrentaron con el papa Juan X, resultando asesinado Alberico I, muerte que convirtió en enemigos al papa con su supuesta hija.

Cabe señalar que este Alberico I, para tomarse el poder, había asesinado al duque Guido de Spoleto, y que, poco después de enviudar de Alberico, Marozia se casó con el marqués Guido de Toscana. Y, aunque el papa Juan X fue impuesto por Teodora y hace parte del grupo de papas conocido como la ‘pornocracia’, hay que reconocer que él no fue un títere de la familia de Teofilacto, quienes luego se arrepintieron de haberlo entronizado. Además, vale aclarar que Marozia, cuando se casó con Alberico I, su primer esposo, estaba embarazada de su amante, el papa Sergio III, pero el niño que resultó de ese embarazo, nacido en el año 910, fue legitimado por Alberico. Este hijo de Marozia con el papa Sergio también fue papa y tomó el nombre de Juan XI. Y, durante el matrimonio de Marozia con Alberico I, nació un hijo de ambos que tomó el nombre de Alberico II, quien más tarde protagonizaría la caída de su madre y el asesinato de su hermano; y en su tercer matrimonio, con el rey Hugo de Arlés, Marozia tuvo una hija, primero llamada Berta y luego Eudoxia, que fue esposa de Romano II, emperador bizantino, y amante de Otón I, emperador del Sacro Imperio. La esposa de Teofilacto, Teodora, además de Marozia, tuvo otra hija llamada Teodora la Menor, cuyos descendientes también fueron papas y/o líderes políticos perversos, como veremos más adelante. Y, como dato curioso, seis de los tantos papas perversos que le aportó a la Iglesia esta dinastía, tomaron el nombre de ‘Juan’, siendo el primero Juan XI y el último Juan XIX; y Benedicto fue el otro nombre que más usaron los papas de este grupo de pontífices perversos.  

Años después, siendo Marozia prisionera de su hijo Alberico II, en una charla le aseguró al escritor Tenissio, autor del libro El dios de la Donna Senatrix de Roma, que los escritos de la Vulgata Romana, es decir, la actual Biblia Cristiana, estaban llenos de mentiras piadosas que eran lo mejor para embobar a la gente; que ella nunca había sido religiosa ni había tenido vínculo alguno con ningún religioso; que ninguno de los papas con quien ella había tratado era religioso, y que, hasta donde ella sabía, el único dios de todos los papas era el poder del Señor Dinero. -No hay duda de que Marozia ha sido la mujer más ‘en-papada’ de la historia: hija de papa, amante de papa y madre de papa-.

El sucesor de Juan X fue elegido por la familia de Teofilacto, antes de que el papa en funciones fuera asesinado en prisión. El elegido fue un cardenal oligarca de quien se decía que era amante de Teodora y quien al ser consagrado tomó el nombre de León VI (928) pero, por alguna razón, fue asesinado a los pocos meses por orden de Marozia.

El siguiente papa fue elegido por Marozia y tomó el nombre de Esteban VII (928 a 931); este papa títere le duró a Marozia un poco más de dos años y, por orden suya, fue asesinado en febrero de 931. Su segundo esposo, Guido de Toscana, murió de repente en el año 929 y se rumoró que había sido envenenado para ella casarse con Hugo de Arlés, rey de Italia.

El sucesor del papa Esteban VII fue el hijo de Marozia con el papa Sergio, quien entonces tenía 20 años de edad y quien tomó el nombre de Juan XI (931 a 935). Fue elegido por su propia madre, Marozia, y fue un títere suyo que lo único importante que hizo fue anular el matrimonio del rey de Italia, Hugo de Arlés con su esposa Alda, para que éste pudiera casarse con Marozia. Hugo de Arlés era hermanastro del segundo esposo de Marozia, Guido de Toscana. Con este matrimonio, el propósito de Marozia era hacerse al poder absoluto de Roma y de Italia, pero resultó fallido debido a que su hijo, el príncipe Alberico II, también quería tener ese poder y se rebeló en contra de su familia; destronó a su padrastro y puso en prisión de por vida a Marozia, su propia madre, igual que a su hermano, el papa Juan XI, a quien hizo ejecutar en prisión.

Desde entonces, Alberico II, en alianza con Odón el abad de Cluny, convirtió a Roma en un ducado independiente, con lo cual pudo controlar el manejo de los papas en los años siguientes. Agilizada la muerte de su hermano papa, Alberico eligió de pontífice a un monje benedictino, quien tomó el nombre de León VII (936 a 939) y a quien destinó para que le arreglara el problema entre él y su padrastro, Hugo de Arlés, que, apoyado por el pueblo italiano, le exigía el gobierno de Italia. Ese asunto fue arreglado mediante el matrimonio de Alberico II con Alda, la hija de su padrastro. Por lo demás, puede decirse que el papa León VII fue un títere totalmente manejado por Alberico, quien fue un monarca seglar con todas las perversidades de los monarcas de su época. El papa León VII murió fornicando con una mujer adúltera.

Para suceder al papa León VII, Alberico eligió a otro papa títere suyo, quien tomó el nombre de Esteban VIII (939 a 942) y quien fue un mandadero y comodín político de este monarca. Hay registros históricos que aseguran que el papa Esteban VIII murió de tétano, luego de que le cortaran la nariz por falta de olfato en los asuntos políticos.

Tras la muerte de Esteban VIII, el conde Alberico nombró un nuevo papa títere, quien tomó el nombre de Marino II (942 a 946) y quien fue tan privado de Alberico que casi no hay registros de sus funciones papales, ni de la causa de su muerte.

El sucesor del papa Marino también fue elegido por Alberico y tomó el nombre de Agapito II (946 a 955). En esa época hubo bastante movimiento político en Europa, Hugo de Arlés, el suegro y padrastro de Alberico, poco antes de morir abdicó de rey de Italia a favor de su hijo Lotario, y luego Lotario fue envenenado por Berengario II, quien fue coronado rey de Italia junto con su hijo Adalberto. Poco después, Berengario II, para afianzarse más en el poder, quiso casar a su hijo Adalberto con Adelaida de Borgoña, viuda de Lotario, pero ésta le pidió auxilio al rey alemán Otón I, quien con un poderoso ejército entró a Italia, se casó con Adelaida y fue proclamado rey de los francos y de los lombardos. Berengario II aceptó ser rey de Italia y vasallo de Otón I.

En suma, la intención de Otón era que el papa lo coronara de emperador, pero Alberico se opuso e hizo que su títere, el papa Agapito, le enviara una embajada al rey alemán, para que le comunicara su negativa en ese sentido. Esa coronación dependía de la poderosa Roma y el amo de Roma era el conde y senador Alberico. Siendo así las cosas, Alberico reunió en la Basílica de san Pedro a los miembros de la nobleza romana y les hizo jurar que al morir el papa Agapito II, elegirían a Octaviano, el hijo suyo, en su reemplazo. Pero, de repente, quizá envenenado, antes que el papa murió el conde Alberico, y el joven Octaviano heredó el título de “Senador y Príncipe de todos los Romanos”. En ese entonces, Octaviano tenía 17 años y era un ‘gomelo’ que no se cansaba de fornicar, jugar dados y correr caballos. Era altanero, no tenía vocación religiosa ni había recibido capacitación o enseñanza en ese sentido.

Un año más tarde que Alberico murió el papa Agapito II, y tal como lo había prometido la nobleza romana, el príncipe Octaviano, con 18 años de edad, fue elegido papa. Tomó el nombre de Juan XII (955 a 964). Según registros escritos, este joven papa fue uno de los hombres más perversos de la Iglesia; en su lapso pontificio se aseguraba que antes que a Dios él prefería al Diablo y que no se sabía ni siquiera el Padrenuestro. Hay tantos escritos acerca de la vida del papa Juan XII, que es imposible saber cuales son ciertos y cuales no. Muchos de esos escritos dicen que era bisexual y que además de las mujeres le gustaban los adolescentes musculosos, y que premiaba a los que mejor se lo fornicaran, dándoles obispados de ciudades selectas, incluso, muchos aseguraron que los ascendía a obispos en cualquier parte, mas que todo en pesebreras de caballos. Y que cometía incesto con su madre, con sus hermanas, con sus sobrinas; y que en el Palacio Laterano mantenía un harem de prostitutas, con lo que lo convirtió en “una casa pública de prostitución”; que a las mujeres de esa época les advertían que no fueran a la iglesia del Laterano, porque el papa para violar no tenía hora ni escogencia, que igual violaba a doncellas, casadas o solteras; que el tipo era un fornicador tan impulsivo que era capaz de violar a una culebra. Además, hay registros donde se narra que Benedicto, director espiritual de Juan XII, le dijo a él que no quería ver más violaciones en el Laterano, y que el papa, para que Benedicto no volviera a ver las violaciones, le hizo quemar los ojos y lo encegueció. También hay acusaciones acerca de que hizo castrar a un cardenal, con lo cual le causó la muerte. Se decía que tenía como 2.000 caballos y que a sus caballos preferidos los emborrachaba con higos empapados en vino y luego los ponía a fornicar con yeguas hermosas y tiernas; y que si alguno de esos caballos, por muy borracho o por cualquier otra razón no fornicaba él lo mataba. Que cuando jugaba le pedía ayuda al Diablo y que a veces, emocionado por un triunfo, brindaba por el Diablo en el altar mayor de la Basílica de san Pedro. 

Cabe señalar que en cuanto a los normales pleitos de las monarquías, el papa Juan XII se vio forzado a pedirle ayuda al rey de Alemania, el luego emperador Otón I. Eso se debió a que Berengario II, rey de Italia, intentó extender su soberanía sobre algunos territorios de la Iglesia, que eran gobernados por el papa. La recompensa por esa ayuda, ofrecida por Juan XII y recibida por Otón I, fue la corona imperial y un juramento de fidelidad de parte del papa, por lo cual el pueblo romano se vio obligado a jurarles fidelidad a los dos. Ese evento fue hecho en Roma, y de ese convenio surgió el Sacro Imperio Romano Germánico. Pero el papa Juan XII no era persona que cumpliera compromiso; tan pronto se marchó Otón de Roma, él buscó alianza con los bizantinos, los búlgaros y los príncipes romanos, para desencartarse del muy ostentoso emperador. Sin embargo, al darse cuenta del incumplimiento, Otón reaccionó con una marcha militar sobre Roma, el papa huyó y el emperador convocó un concilio en la Basílica de san Pedro, en el que el papa fue depuesto y luego lo acusó de traidor, perjurio, incesto, omisión y sacrilegio; imputaciones que eran del todo serias y documentadas. Ese mismo día, para sustituir a Juan XII fue elegido papa el secretario del emperador Otón, un seglar laico llamado León que recorrió todos los grados o instancias religiosas en pocas horas para ser consagrado papa ese mismo día, y que quizá por no tener tiempo para pensar en otro alias, tomó el nombre de León VIII.

El papa Juan XII en su huída se había llevado los tesoros de la Iglesia, luego usó parte de ellos para armar un ejército con el cual regresó a Roma tan pronto se había ido Otón para Alemania. Entonces el papa León VIII tuvo que huir y, tal como había hecho Otón, el ya destituido papa y nuevo ocupador de Roma convocó un concilio, en el que depuso al papa León VIII y le repuso la tiara pontificia a Juan XII, es decir, a él mismo. Desde entonces el papa Juan XII se dedicó el resto de sus días a vengarse de sus supuestos enemigos y a gozar la vida, cometiendo un gran número de asesinatos y de violaciones.

Son muy numerosos y diversos los delitos que se le atribuyen al papa Juan XII y por lo singulares es difícil creer que los haya cometido todos. Lo que sí se sabe con certeza es que su santidad murió de 27 años de edad, de unos martillazos que le dio en la cabeza el esposo de una mujer que él estaba violando.

El clero romano, para suceder al papa Juan XII eligió papa a un cardenal diácono que tomó el nombre de Benedicto V (964), pero Otón, cuando supo ese asunto regresó a Roma, puso preso a Benedicto y lo regresó al rango de diácono, para más tarde enviarlo exiliado a Hamburgo, donde murió asesinado. El emperador repuso en la silla de san Pedro a su protegido, el papa León VIII (964 a 965), quien fue un servil suyo y quien, según registros históricos, murió en plena acción sexual, luego de haber comido demasiado.

Tras la muerte de este papa, el emperador Otón, ahora amante de Berta la hermana del papa Juan XII, nombró papa a Giovanni Crescenzi, hijo de Teodora la Joven y sobrino de Marozia, quien tomó el nombre de Juan XIII (965 a 972), y a quien, aunque varios papas anteriores habían sido títeres de su familia, paradójicamente, le tocó ser títere de Otón y coronarle de emperador a su hijo Otón II, de solo 12 años de edad, pero antes hubo compensación porque ya Otón había nombrado prefecto de Roma a Crescencio I, también hijo de Teodora la Joven y hermano del papa.

Cuando Murió Juan XIII, el emperador Otón eligió papa a un títere suyo que era un desconocido de la oligarquía romana, entonces en cabeza de Crescencio I que quería en la silla de san Pedro a un pupilo suyo llamado Francone. El elegido de Otón tomó el nombre de Benedicto VI (973 a 974), pero debido a la muerte del emperador, este papa fue depuesto por Crescencio I y luego estrangulado por un papa impuesto por éste, el ahora llamado antipapa Bonifacio VII, quien ejerció de papa hasta cuando Sicco de Spoleto, el representante del nuevo emperador Otón II, los hizo salir de Roma a él y a Crescencio I, y luego, por orden de Otón II, impuso de papa a un nieto de Marozia y miembro de la élite de la oligarquía romana, quien tomó el nombre de Benedicto VII (974 a 983) y quien fue un papa títere tanto de la monarquía romana como de Otón II.

Cuando murió el papa Benedicto VII, el emperador Otón II impuso de papa a su vicecanciller imperial, quien tomo el nombre de Juan XIV (983 a 984), pero poco después murió Otón II y fue sucedido por Otón III, de solo tres años de edad, quedando el papa Juan XIV indefenso, circunstancia que fue aprovechada por el entonces también papa Bonifacio VII, para regresar a Roma y hacerlo poner preso y ejercer de papa por segunda vez. El papa Juan XIV fue asesinado poco después estando preso.

En el año 984 murió Crescencio I, y el sucesor de Juan XIV fue impuesto por Crescencio II, monarcas estos que, como ha sido explicado, eran descendientes de Teodora y Teofilacto I. Este papa tomó el nombre de Juan XV (985 a 996) y, después, por asuntos políticos los dos disgustaron y el papa se alió con Otón III, rival político de los Crescencio. En ese tiempo lo que menos quería Crescencio II era tener cerca de Roma a Otón III, razón por la que decidió reconciliarse con el papa y manejarlo a su favor, ya que él, como bisnieto de Marozia y sobrino del fallecido papa Juan XIII, tenía experiencia en ese asunto.

El papa Juan XV, por nepotismo, fue odiado por el pueblo romano, y en lo religioso es recordado porque por un decreto suyo fue ascendido a santo Ulrico de Augsburgo, un obispo que había sido miembro de la nobleza alemana y que fue el primer santo canonizado por la Iglesia. No hay datos que permitan establecer las razones por las que fue canonizado este obispo, lo que sí se sabe es que, para ser santo, la Iglesia jamás ha exigido que el difunto haya sido buena persona; y tampoco ha sido requisito eclesiástico que para ser papa haya que ser religioso. Desde la endiosada de Jesús, en el año 325, la monarquía romana había suspendido las divinizaciones humanas y no hay claridad acerca de la causa del invento de las canonizaciones, pero ese asunto resultó ser un buen negocio para la Iglesia y por eso esta no ha parado de gestionar y canonizar santos.

Pero el santo alemán no cayó bien en la monarquía romana, y, por asuntos políticos, al final del lapso de este papa, que ya era aliado del gobierno alemán, Crescencio II hizo un levantamiento en contra de la Iglesia, rebelión que causó que el emperador Otón III ocupara a Roma y, cuando el papa Juan XV falleció, éste impuso de pontífice a un primo suyo, que fue el primer alemán en ocupar la silla de san Pedro.

El primo del emperador Otón, al ser elegido papa tenía 24 años y tomó el nombre de Gregorio V (996 a 999) y su primer acto como papa fue coronar a su primo Otón III como emperador del Sacro Imperio. Pero este papa, por ser alemán igual que el primer santo, no era bien aceptado por la monarquía eclesiástica romana, y, aprovechando que Otón y el papa habían salido de Roma, Crescencio II, con apoyo bizantino hizo nombrar de segundo papa al obispo Juan Filigato, quien tomó el nombre de Juan XVI. Sin embargo, poco después Otón regresó a Roma e hizo decapitar a Crecencio II y se dice que encarceló de por vida a Juan XVI. En cuanto al papa Gregorio V, todas sus funciones fueron de apoyo a su primo emperador; como cosa normal en esa época, el papa Gregorio V murió de repente.

En el año 999 el emperador Otón III eligió de pontífice al primer francés que ocupó la silla de san Pedro, un hombre que había sido profesor suyo, llamado Gerberto de Aurillac, quien al ser entronizado tomó el nombre de Silvestre II (999 a 1003). Este señor no era religioso ni político sino un sabio muy adelantado a su tiempo, que estableció el conocimiento de la matemática moderna por toda Europa. Además, era un gran inventor de relojes, ábacos, astrolabios y numerosas cosas que sólo él sabía manejar. También era mago, astrónomo, filósofo y hablaba numerosos idiomas. -Sin comentarios: me quito el sombrero ante este hombre sabio al que la Iglesia Romana ha considerado como diabólico-.

Desde entonces, en la práctica, la monarquía eclesiástica romana se hizo cargo del nombramiento de los papas, y éstos elegían y coronaban a los reyes y a los emperadores que fueran convenientes a los intereses de la Iglesia Romana. Para dar una idea de cómo funcionaba ese asunto, pongamos el ejemplo de que un pastor controla miles de ovejas con un perro. Las ovejas le temen al perro y se dejan controlar de éste, pero es el pastor quien decide lo que haga el perro. Cambiadas las cosas, las ovejas son la gente, el papa es el perro y la monarquía eclesiástica romana es el pastor.

En el año 1002 murió el emperador Otón III y el poder de manejo de los papas pasó a manos de Crescencio III, hijo de Crescencio II y nuevo gobernador de Roma. El sucesor del papa Silvestre fue elegido por Crescencio III; este papa, sin haber existido antes Juan XVI, tomó el nombre de Juan XVII (ejerció cinco meses en el año 1003), y de él solo se sabe que era casado, que tenía tres hijos y que murió asesinado. Su sucesor fue el papa Juan XVIII (1003 a 1009), quien fue una marioneta del monarca romano Crecencio III, su elector, y quien siendo papa coronó de rey de Italia a Enrique II, futuro emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, cosa que disgustó a su protector. Después, por presión de Crescencio III, el papa Juan XVIII tuvo que retirarse del papado poco antes de morir envenenado. Luego, Crescencio III impuso de papa a un clérigo de familia humilde, quien tomó el nombre de Sergio IV (1009 a 1012) y a quien Crescencio casi no pudo controlar, debido a que éste era más religioso que político y casi no se interesaba en los poderes terrenales del monarca.

En el año 1012 murió Crescencio III, y los condes de Túsculo aprovecharon para elegir papa a Teofilacto, uno de sus hijos, quien tomó el nombre de Benedicto VIII (1012 a 1024), pero enseguida fue expulsado de Roma por la familia Crescencio, sus parientes y enemigos políticos descendientes de Teodora y Marozia, quienes eligieron a otro papa que tomó el nombre de Gregorio y que ejerció en Roma durante dos años. Sin embargo, con la ayuda de Enrique II de Sajonia, el papa Benedicto recuperó su lugar en Roma. Después, para devolverle ese favor, el papa coronó de emperador del Sacro Imperio a Enrique II, le dio una cruz con símbolo de poder universal y con él participó en varias guerras, donde el papa estableció que desde el sábado en la noche hasta el lunes no hubiera acciones de combate, intervalo que fue conocido como ‘la tregua de Dios’.

El emperador Enrique II era miembro de la dinastía de los Otón y en su lapso revivió el lío del filioque, tema que poco después generó el conflicto religioso conocido como el Cisma Cristiano entre Oriente y Occidente. En cuanto a Benedicto VIII, este fue un papa monarca y guerrero, que hizo subir más la élite de su familia que, igual que los Crescencio, era descendiente de Teodora y Teofilacto. Su sucesor fue su propio hermano, llamado Romano, quien tomó el nombre de Juan XIX (1024 a 1032). Este papa, antes de ser elegido para ocupar la silla de san Pedro, además de cónsul era un corrupto senador romano, seguidor de la religión laica, y para consagrarse sobornó a los cardenales, quienes en un solo día le hicieron todos los ascensos eclesiásticos requeridos y, ese mismo día, de hombre laico pasó a ser papa cristiano. Juan XIX es uno de los papas más acusados de sodomía, entre muchas cosas al respecto, se dijo que vendió por una gran cantidad de oro el título de ‘Ecuménico’, es decir, de Patriarca Universal, al patriarca de Constantinopla, pero que después la presión política de la monarquía eclesiástica romana le hizo devolver el oro que había recibido y anular ese asunto. Por los registros históricos es fácil deducir que este papa fue un fiel seguidor del ‘Señor Dinero’, que según su tátara abuela Marozia, había sido el verdadero dios de todos los papas que ella conoció.

Hasta aquí hemos visto que los papas no eran elegidos por gente religiosa y que los elegidos ni eran religiosos ni mucho menos sus elecciones eran con fines religiosos. Créase o no, lo que en realidad decidía la elección de los papas era el poder económico, con el que también se costeaba el poder político y el militar. La inversión en obtener el control de la Iglesia o el poder de elegir a los papas, todo el tiempo ha sido la mejor inversión económica y política en todo el sentido de la palabra. Y ese gran negocio, casi todo el tiempo ha sido de propiedad exclusiva de la oligarquía romana, cosa que seguiremos viendo en adelante.

Al morir el corrupto papa Juan XIX, la todavía muy poderosa dinastía de Marozia, mediante soborno a la curia, eligió papa a un tataranieto de esta difunta prostituta, de nombre Teofilacto, que era sobrino de los dos papas anteriores e hijo del conde Alberico III, el dueño del poder de Roma en ese tiempo. El elegido tenía solo 11 años de edad y tomó el nombre de Benedicto IX, y fue papa en tres ocasiones y lapsos diferentes, entre los años 1032 y 1048. La primera parte del lapso de este niño papa estuvo manejada por su padre Alberico III (1032 a 1044), quien como todos los miembros mayores de su familia era un político perverso en todo el sentido de la palabra. Pero el niño papa muy pronto empezó a hacer diabluras; le gustaban las orgías sexuales y andando en esas se enamoró de una prima suya y renunció al pontificado, para casarse con ella, pero después se arrepintió y retomó la silla de san Pedro. En funciones políticas se hizo aliado del emperador Conrado II y para cobrar una vieja enemistad que Conrado tenía con Heriberto, arzobispo de Milán, excomulgó al arzobispo. En suma de casos, el papa Benedicto IX era un criminal todo delito y varias veces fue expulsado de Roma por los Crescencio, sus parientes y enemigos políticos, pero su aliado emperador lo protegía, lo apoyaba y lo restituía en la silla de san Pedro.

En el año 1039 murió el emperador Conrado y aprovechó Gerardo di Sasso, un militar romano, para expulsar de Roma al papa y mediante un soborno a la curia, pagado por la familia Crescencio, fue elegido en su lugar el obispo de Sabina quien tomó el nombre de Silvestre III (1045). Pero, poco después, con el apoyo de su familia, Benedicto expulsó a Silvestre y se posesionó nuevamente en Roma. Más tarde le vendió por 1.500 libras de oro el trono de papa a Juan Graciano, quien fue consagrado con todos los protocolos y las reglas normales de la Iglesia, y luego tomó el nombre de Gregorio VI (1045 a 1046), pero, poco después, el ahora ciudadano Teofilacto, regresó sin el oro, a reclamar el trono de papa que había vendido. Había entonces tres papas reclamando como suya la silla de san Pedro: Gregorio VI, en Roma; Benedicto IX, en Túsculo; y Silvestre III, en Sabina. Sin embargo, se tenía como verdadero papa a Gregorio VI que se había consagrado papa oficialmente luego de la compra del trono. Y, como si tres papas no fueran suficientes, con el apoyo de Enrique III, sucesor de Conrado II, fue elegido y consagrado papa el conde de Morsleben quien tomó el nombre de Clemente II (1046 a 1047), siendo éste un total servil de su elector, a quien coronó de emperador del Sacro Imperio. El periodo que duró este papa fue corto, pero la Iglesia lo reconoció como legítimo, murió de malaria en un viaje que hizo a Alemania y, al ser legitimado, dejó la elección del papa en poder del emperador Enrique III.

El papa Gregorio seguía en Roma, pero nuevamente el papa Benedicto con la ayuda de su familia organizó un ejército, con el cual entró a Roma e hizo huir al papa Gregorio, enfrentándose con la oposición de los Crescencio, familia que igual que la suya era descendiente de Teodora y Teofilacto, pero ya en esta época las dos familias eran enemigas históricas. Enseguida siguió una guerra cruel entre las dos familias, en cuyos enfrentamientos fue expulsado de Roma el papa Benedicto, ciudad a donde nunca pudo regresar ni tampoco pudo recuperar el trono y cuando murió, en Grottaferrata, todavía estaba tratando de recuperarlo.

El último papa sucesor de Benedicto IX fue elegido por el emperador Enrique III. Tomó el nombre de Dámaso II (1048), y murió de repente 23 días después de ser entronizado.

Poco después, el emperador del Sacro Imperio, Enrique III, impuso de papa a un hijo del duque de Alsacia, pariente cercano suyo, quien tomó el nombre de León IX (1049 a 1054) y fue él un papa dinámico que quiso poner en alto en Roma el nombre de los papas alemanes, en cuyo propósito estableció un eficiente ordenamiento en las cosas del Estado cristiano y un buen comportamiento de los religiosos, por lo cual se ganó el aprecio de los romanos, pero, por celos políticos y el lío del filioque, no pudo conciliar con el patriarca de Oriente, por lo que aumentó el cisma religioso entre las dos latitudes. El papa León IX armó un ejército para defender los Estados Pontificios de los invasores normandos, pero fue derrotado y fue hecho prisionero hasta poco antes de su muerte y fue canonizado por el papa Víctor III en el año 1087.

El sucesor del papa León IX también fue impuesto por el emperador Enrique III, el elegido fue un hijo del conde de Calw, otro pariente del emperador, y éste tomó el nombre de Víctor II (1055 a 1057). En su lapso murió el emperador Enrique III, quien dejó el trono en poder de Enrique IV, un hijo suyo de solo 6 años de edad. El papa Víctor II fue un servidor de la política alemana y fue el último papa nombrado por un emperador alemán.

Debido a la muerte del emperador Enrique III y a la inexperiencia política de su viuda Gunhilda, la madre y regente del niño emperador Enrique IV, en la elección del sucesor del papa Víctor II fue ignorado el compromiso de aprobación del emperador del Sacro Imperio a la elección papal, y, sin cumplir ese acuerdo, el colegio cardenalicio eligió y entronizó papa al abad de Montecassino, quien tomó el nombre de Esteban IX (1057 a 1058). Este papa, con el apoyo de un hermano suyo, conocido como ‘el Barbudo’, organizó y armó un ejército con el que los dos hicieron una expedición militar en contra de los normandos y en esa contienda el papa contrajo malaria y murió.

En la época de la muerte del papa Esteban IX, el colegio cardenalicio, por asuntos políticos internos estaba dividido y no pudo ponerse de acuerdo para elegir al nuevo papa. Una parte de los monarcas de la Iglesia Romana quería que el Estado Pontificio fuera un imperio libre y poderoso y que el papa fuera el emperador más influyente de Europa y del mundo entero, y otra parte apoyaba a los monarcas civiles. En julio de 1058, debido a esa división, fueron elegidos dos papas; uno tomó el nombre de Benedicto X y el otro de Nicolás II; en definitiva, la silla de san Pedro la ganó Nicolás II (1059 a 1061), quien como era de esperarse excomulgó a su rival Benedicto.

Nicolás II había sido respaldado por el entonces obispo y ambicioso líder religioso romano, Hildebrando Aldobrandeschi, futuro papa Gregorio VII, igual que por la sección de la monarquía eclesiástica que quería convertir la Iglesia en el imperio más poderoso del mundo y, para comenzar ese asunto, los monarcas eclesiásticos hicieron su ceremonia de consagración más pomposa que la de cualquier emperador de su tiempo. Pero la pomposa ceremonia fue solo el comienzo, ya que lo más trascendente de este papado fueron las reglas establecidas por el papa Nicolás II, en un sínodo que hizo en Letrán, y que gran parte de lo allí establecido fue rechazado por los representantes del emperador Enrique IV, sucesor de Enrique III.

Entre otras cosas, en esas normas el papa Nicolás estableció que de allí en adelante el candidato a papa debía ser ciudadano romano y pertenecer al clero romano, y que su elección o rechazo le incumbía únicamente al colegio cardenalicio, cuya composición sería integrada por cardenales obispos y cardenales presbíteros, todos exclusivamente de Roma; y que el resto del clero católico y el pueblo romano solo tendrían derecho formal posterior a estar de acuerdo o no con la elección del escogido. Además, en uno de los apartes estableció que el emperador, en cuanto a la elección del papa, solo tendría derecho de consenso, nunca de oposición. Puede resumirse que una parte del contenido de esas normas establecía que de allí en adelante el papa tenía que ser un romano que viviera en Roma y que solo podía ser elegido por los monarcas eclesiásticos romanos que vivieran y ejercieran en Roma. En otras palabras: Estableció que, desde entonces, el producto político y económico de la religión cristiana tendría que ser exclusivamente para la monarquía eclesiástica romana, integrada en su totalidad por la muy perversa oligarquía romana. Pero esa pretensión de la monarquía romana no era nueva, desde antes de la endiosada de Jesús, la monarquía romana se auto consideraba de única dueña del producto del cristianismo.

Previniendo un ataque militar del todavía niño emperador Enrique IV, el papa Nicolás hizo alianza militar y negociaciones territoriales con Roberto Guiscordo, jefe de los hasta poco antes enemigos del imperio eclesiástico y ahora poderosos normandos, de quien a cambio de Benevento le entregó un territorio del imperio y de cuyo negocio además recibió armas y logística militar para las tropas de la Iglesia. El papa Nicolás II, rápidamente convirtió los Estados Eclesiásticos en un poderío militar. 

Con el propósito de que la Iglesia heredara los bienes de los religiosos casados, el papa Nicolás decretó que los clérigos casados repudiaran a sus esposas, de lo cual surgió un movimiento conocido como el nicolaísmo. Cuando murió el papa Nicolás, la Iglesia iba en camino a convertirse en el poderoso imperio que la monarquía eclesiástica romana había planeado

Tras la muerte del papa Nicolás II, el colegio cardenalicio eligió un sucesor y, haciendo uso del privilegio contemplado en el Constituio Lotharii, el emperador Enrique IV eligió otro. El elegido por los romanos tomó el nombre de Alejandro II y el del emperador tomó el nombre de Honorio II; luego hubo un lío político y en la silla de san Pedro se quedó Alejandro II (1061 a 1073), y como era de esperarse, Honorio II, quien era obispo de Parma, fue excomulgado por su rival.

Este papa continuó el ya viejo conflicto de la Iglesia con el emperador Enrique IV, surgido mas que todo por la anulación unilateral que le había hecho el papa Nicolás II al pacto mutuo del privilegio obligatorio del emperador de aprobar o anular la elección de los papas. El papa Alejandro II, por intereses políticos le negó al emperador Enrique el divorcio de su esposa Berta de Saboya, boda que se había realizado en contra del deseo del emperador, cuando él tenía 16 años.

Ya vimos que, en ese tiempo, según el sínodo de Letrán, ni los cristianos ni el pueblo romano podían influir en la elección del papa y que el colegio cardenalicio era la única institución autorizada para esa función. Cabe agregar que los cardenales del colegio cardenalicio eran elegidos a dedo y conveniencias de los monarcas de la Iglesia Romana, que estaba compuesta por miembros de la crema y nata de la oligarquía romana. Pero, en el año 1073, el pueblo romano se sentía tumbado de su derecho en ese asunto y presionó hasta tal punto que hizo elegir papa al administrador general de los bienes de la Iglesia, el cardenal Hildebrando, quien hacía parte de la élite eclesiástica romana y quien, porque le convenía, en contrariedad con las reglas eclesiásticas, aceptó ser elegido de tal forma. Al ser consagrado tomó el nombre de Gregorio VII (1073 a 1085), siendo este hombre un político hipócrita y ambicioso, muy distinto al religioso que fingía ser, que con su solapada astucia había enriquecido las arcas de casi todas las iglesias de Roma.

Poco después de su consagración, el papa Gregorio VII publicó un edicto, conocido como ‘Dictatus Papae’, donde se establecían el tratamiento y las consideraciones que se le debían dar al papa. El contenido de ese documento puede resumirse en tres partes importantes: La primera era la obligación de aceptar que el papa era el máximo jefe de la Iglesia y que estaba por encima de los fieles, los clérigos, los obispos y de todas las iglesias del mundo; y que era el papa la única persona autorizada para nombrar obispos. La segunda parte era que debía aceptarse que el papa era el “Señor Supremo del Mundo” y que todos los seres humanos debían someterse a él, incluyendo a los emperadores, reyes, príncipes y todas las demás autoridades del mundo. Y la tercera era que había que aceptar que la Iglesia Romana nunca había cometido un error ni lo cometería jamás en el testimonio de las Escrituras. –Es fácil deducir que el ahora san Gregorio VII era un pretencioso banquero, cínico y pésimo lector de la historia de perversidades del cristianismo eclesiástico romano. A continuación es transcrito, con traducción en español, el Dictatus Papae de san Gregorio VII:

 

                                                      DICTATUS PAPAE

 

I Que la Iglesia Romana ha sido fundada solamente por el Señor.

II Que sólo el Pontífice Romano sea dicho legítimamente universal.

III Que él sólo puede deponer o reponer obispos.

IV Que su legado está en el concilio por encima de todos los obispos aunque él sea de rango inferior; y que puede dar contra ellos sentencia de deposición.

V Que el Papa puede deponer ausentes.

VI Que con los excomulgados por el Papa no se puede, entre otras cosas, permanecer en la misma casa.

VII. Que sólo al Papa le es lícito, según necesidad del tiempo, dictar nuevas leyes, formar nuevas comunidades, convertir una fundación en abadía y, recíprocamente, dividir un rico obispado y reunir obispados pobres).

VIII. Que sólo él puede llevar las insignias imperiales.

IX. Que todos los príncipes deben de besar solamente los pies del Papa.

X. Que sólo se nombre el nombre del Papa en las iglesias.

XI. Que este nombre es único en el mundo.

XII. Que le es lícito deponer a los emperadores.

XIII. Que le es lícito trasladar a los obispos de una sede a otra, si le obliga a ello la necesidad.

XIV Que puede ordenar clérigos de cualquier iglesia en donde quiera).

XV. Que un ordenado por él puede presidir otra iglesia, pero no servirla; y que el ordenado por él no puede recibir grado superior de otro obispo.

XVI. Que ningún sínodo se llame general si no ha sido ordenado por el Papa.

XVII. Que ningún capitular ni ningún libro sea considerado como canónico sin su autorizada permisión).

XVIII. Que su sentencia no sea rechazada por nadie y sólo él pueda rechazar la de todos).
XIX Que no sea juzgado por nadie.

XX. Que nadie ose condenar al que apela a la sede apostólica.

XXI. Que las causas mayores de cualquier iglesia, sean referidas a la sede apostólica.
XXII. Que la Iglesia Romana no ha errado y no errará nunca, en el testimonio de las Escrituras.
XXIII. Que el Pontífice Romano, una vez ordenado canónicamente, es santificado indudablemente por los méritos del bienaventurado Pedro, según testimonio del santo obispo Ennodio de Pavía, apoyado por los muchos santos Padres según se contiene en los decretos del Beato Papa Símaco.

XXIV. Que por orden y permiso suyo es lícito a los subordinados formular acusaciones.
XXV. Que sin intervención de Sínodo alguno puede deponer y reponer obispos.
XXVI. Que nadie sea llamado católico si no concuerda con la Iglesia Romana.
XXVII. Que el Papa puede eximir a los súbditos de la fidelidad hacia príncipes inicuos.

 

Luego de publicar su Dictatus Papae, el papa Gregorio VII organizó un sistema interno de monarquía eclesiástica capitalista, cuyo monarca era el papa y su sucesor se elegiría del modo ya reglamentado por el papa Nicolás II, y estableció que los príncipes de la Iglesia debían ser escogidos dentro de las familias más pudientes de toda Europa y que éstos debían desligarse de sus familias, tomar como su verdadera familia a la Iglesia y asumir con toda responsabilidad las funciones dadas por la monarquía eclesiástica. En resumen: Con las cosas de esa manera, el cristianismo pasaba a ser la monarquía más rica del mundo y dejaba de ser una creencia religiosa para convertirse en una norma obligatoria de fe, nada menos que para toda la humanidad, cosa totalmente absurda pues cada quien debe tener derecho al menos de pensar y creer lo que le indiquen sus ideas.

Pero no demoraron los problemas por el Dictatus Papae; el emperador Enrique IV siguió nombrando obispos a dedo corrido; el papa lo depuso, lo excomulgó y nombró en su reemplazo a Rodolfo, el duque de Sabina. En respuesta, Enrique IV convocó un sínodo en Brixen, que depuso al papa e impuso de papa al ahora conocido como antipapa Clemente III, y luego con un gran ejército entró a Roma, donde hizo otro sínodo que confirmó el nombramiento del papa Clemente, quien enseguida excomulgó a su rival, el papa Gregorio.

Ese lío político-religioso entre el papa Gregorio VII y el emperador Enrique IV es conocido como ‘la querella de las investiduras’, y, tratando de arreglarlo, tuvo una gran participación la muy famosa y erótica Matilde de Toscana. Ya la Iglesia tenía recursos para enfrentar militarmente a cualquier imperio, pero el papa Gregorio era un político banquero que no tenía experiencia en guerra y organizó tarde el ejército aliado de los lombardos, razón por la que el ejército de la Iglesia fue presa fácil de las tropas del emperador. Y, como si esa falla fuera poco, cuando las tropas del emperador se retiraron de Roma, entraron los militares lombardos que supuestamente venían a apoyar a las tropas eclesiásticas, pero lo que hicieron fue terminar de saquear la ciudad, saqueo que provocó un levantamiento popular en contra de la Iglesia. El papa Gregorio, huyéndole al emperador Enrique, se había escondido en el castillo de Sant Ángelo y por la revuelta popular tuvo que huir de Roma, viéndose obligado a refugiarse en Salerno donde misteriosamente murió poco después. Este papa fue un gran hacedor de santos, en el año 1083 canonizó al rey Esteban I de Hungría, a su hijo el príncipe Emérico, así como a San Gerardo Sagredo, San Andrés y San Benedicto, estos últimos fueron tres obispos húngaros que defendieron el filioque.

Tras el fallecimiento del papa Gregorio VII, siguiendo sus ideas en cuanto al perfil del candidato a elegir, el colegio cardenalicio eligió papa al hijo del príncipe Landolfo V de Benevento, siendo este un hombre rico, político y carismático que había sido nombrado cardenal por el papa Gregorio, pero que no era religioso ni quería ser papa. El hombre se enfureció cuando supo que lo habían elegido papa, y demoró un año para dejarse consagrar. Tomó el nombre de Víctor III (1086 a 1087) y de protesta al papado romano, cuando le pusieron la tiara abandonó Roma y se mudó a Montecassino.

El retiro del papa Víctor III fue aprovechado por el otro papa de entonces, Clemente III, quien para su provecho ocupó la silla de san Pedro en Roma. Entre tanto, el papa Víctor III, a quien le importaban un bledo la religión cristiana y la silla de san Pedro, siguió viviendo relajado en Montecassino. Pero la muy veterana y poderosa Matilde de Toscana, ahora esposa de Godofredo IV el Jorobado y dueña política de Romaña y Lombardía, lo presionó hasta tal punto que lo hizo regresar a Roma. Más tarde, el papa Víctor excomulgó al antipapa Clemente y, por presiones de la monarquía eclesiástica, fue él quien empezó las guerras cruzadas enviando un ejército a África a combatir a los musulmanes.

Según rumores, el papa Víctor III murió envenenado por monarcas eclesiásticos que participaban con él en un sínodo en Benevento.

Es de agregar que con su ‘Dictatus Papae’ y sus otras reglas, el papa Gregorio VII, además de pretender convertir la Iglesia Católica en el más rico y poderoso imperio del mundo, quería que la elección del papa no dependiera de ningún gobierno, sino que, al contrario, fuera el papa quien decidiera el nombramiento de emperadores y de todos los demás monarcas o gobernantes del universo. Su propósito era establecer una monarquía eclesiástica, cuyo monarca debía ser elegido por su selecta élite de cardenales, teniendo él un pensamiento muy parecido al de Hitler. Esas ideas continuaron siendo defendidas por muchos de los papas siguientes, y de sus propósitos fue que surgieron las guerras cruzadas. Después, el papa Gregorio fue considerado por la monarquía de la Iglesia como un gran ideólogo, incluso, fue canonizado, a pesar de su cinismo, sus frecuentes abusos y sus infinitas ambiciones de poder. Pero es que la Iglesia nunca ha tenido de requisito que para ser santo haya que ser respetuoso.

Poco después de la muerte del papa Víctor, la monarquía eclesiástica eligió y consagró papa a uno de sus propios monarcas, quien tomó el nombre de Urbano II (1088 a 1099), habiendo sido éste uno de los hombres mas cercano al papa Gregorio y gran aprobador de sus ideas, hasta el punto de decir, ya siendo papa: “Todo lo que él rechazaba, yo lo rechazo; lo que él condenaba, yo lo condeno; lo que él amaba, yo lo quiero; lo que él consideraba verdadero, yo lo confirmo y lo apruebo”. Además, el papa Urbano fue un político inescrupuloso y oportunista. Para apropiarse del poder en Alemania negoció el matrimonio y casó a la ahora viejita condesa y viuda rica, Matilde de Toscana, con el joven conde Welf de Baviera que tenía solo 18 años de edad.

Luego de su consagración, para poder ocupar su puesto en Roma, el papa Urbano II tuvo que combatir varios días con las tropas del entonces papa y ahora antipapa Clemente III, quien estaba apoyado por las tropas del emperador Enrique IV, pero este papa sí era un guerrero todo terreno que fue capaz de enfrentarse a la vez con los dos monarcas más poderosos de Europa, el rey Felipe I de Francia y el emperador del Sacro Imperio, Enrique IV, con cuyo hijo, Conrado, se alió el papa Urbano para destronar al emperador.

Pero la guerra más grande que hizo nació del concilio que él realizó en Piacenza, donde se determinó una guerra general de todos los países cristianos en contra de los Estados musulmanes. El primer objetivo fue Jerusalén, lo de guerra religiosa era un sofisma, pues el verdadero propósito era el saqueo de pueblos y ciudades y el robo de tierra; nada que ver con religión, la verdad fue que todos los que participaron en esa aventura bélica llevaban en la mente hacerse a un valioso botín. Más adelante veremos que la fe musulmana tampoco fue creada con fines religiosos, sino para obtener poder económico y militar, con el que se podía robar territorios y riquezas y hacerle frente al cristianismo.

El papa Urbano murió en Roma cuando su ejército cruzado estaba a punto de tomarse Jerusalén; la monarquía eclesiástica en su reemplazo nombró a un cardenal que tomó el nombre de Pascual II (1099 a 1118), y que siguió con las ideas gregorianas, pero que, además de tener que enfrentar una fuerte lucha con las viejas monarquías europeas, le tocó continuar con el lío de la querella de las investiduras.

A raíz de la alianza de la Iglesia con el hijo en rebelión de Enrique IV, para solucionar ese conflicto, en el año 1105 el emperador fue forzado a realizar una dieta en Maguncia, tratado en el que por la presión de la Iglesia fue obligado a abdicar a favor de su hijo, el nuevo emperador Enrique V, quien, luego de ser reconocido como emperador del Sacro Imperio por este papa, no quiso dejar de nombrar obispos; siendo emperador alegó que la facultad de nombrar obispos era un derecho histórico que no le podían quitar a él.

Se dice que el error se debió a una ingenuidad del papa Pascual, porque antes de reconocerlo como emperador no le puso la condición de que la investidura de obispos fuera exclusividad del jefe de la Iglesia. El monarca siguió nombrando obispos y el papa Pascual II, después, se negó a coronar oficialmente al emperador Enrique V, y por esa negación el monarca se tomó a Roma y apresó al pontífice, surgiendo entonces entre ellos dos un acuerdo en el que, a cambio de que Enrique V renunciara a las investiduras, además de coronarlo, el papa le entregó territorios eclesiásticos al monarca, pero enseguida hubo una rebelión popular en contra del emperador, a quien le tocó salir de Roma llevando al papa de prisionero y, a los pocos días, el papa coronó al emperador, quien lo liberó con la condición de que jamás podría ser excomulgado. Sin embargo, en un concilio, realizado en la Basílica de Letrán en el año 1112, fue anulado el acuerdo territorial que ellos habían hecho, y en otro concilio, hecho en Viena, fue excomulgado el emperador Enrique V.

En esa época murió la viejita Matilde de Toscana, y según el papa Pascual II todos sus bienes los heredaba la Iglesia. Pero el emperador Enrique V, con un documento que según él le había firmado en secreto Matilde, cuando todavía la ‘Canosa’ era una romántica viuda, reclamaba como suyas las posesiones dejadas por ella. Por esa herencia los dos guerrearon con dureza, perdió el papa y le tocó huir de Roma por un tiempo, luego regresó y murió poco después, seguramente envenenado. 

Cuando murió el papa Pascual, la monarquía eclesiástica, que ya tenía entre los suyos a numerosos miembros de la monarquía italiana, nombró para sucederlo a un hijo de cuna noble que tomó el nombre de Gelasio II (1118 a 1119), pero el emperador Enrique V se sintió políticamente tumbado al no ser consultado ni tenido en cuenta en la elección del nuevo papa, motivo por el que con su ejército entró a Roma, depuso al pontífice y nombró papa a un obispo portugués que tomó el nombre de Gregorio III, mas conocido como ‘Burro hispánico’. El papa Gelasio se refugió en Gaeta, donde fue consagrado y excomulgó al emperador Enrique V y a ‘Burro hispánico’. Después, el papa Gelasio pudo regresar a Roma y luego viajó a Francia donde murió envenenado, en Cluny, poco antes de iniciar un concilio que había ido a realizar.

Se supo que la muerte del papa Gelasio se debió a que había monarcas de la Iglesia que no querían discutir algunos puntos incluidos en ese abortado concilio. Según la Iglesia, el papa Gelasio murió de repente, una muerte muy frecuente en las antiguas monarquías europeas, cuando estas usaban el veneno para provocar sus movimientos elitistas. Ya en esa época la Iglesia católica era una monarquía con las perversidades normales de las demás monarquías del mundo. Y la gran mayoría de los ‘príncipes’ de la Iglesia era partidaria de que ningún gobernador del mundo pudiera decidir en los asuntos internos del cristianismo. En Cluny, los jefes católicos tenían al hombre que estaba dispuesto a poner las cosas de esa manera; ese hombre era un hijo del conde de Borgoña, Guillermo I, un príncipe de la Iglesia que era gregoriano hasta los tuétanos y que desde mucho antes era un líder de la Iglesia Romana, comprometido en ese propósito.

En Roma estaba ejerciendo de papa el ahora antipapa ‘Burro hispánico’, apoyado por un gran ejército de su elector, el emperador Enrique V, por lo cual, luego del asesinato del papa Gelasio II, el hijo de Guillermo I y nuevo papa fue elegido y consagrado en Cluny, habiendo tomado éste el nombre de Calixto II (1119 a 1124). Inmediatamente, el papa Calixto II le envió un embajador al emperador Enrique, con una cita a la ciudad de Reims, para tratar el tema de nombramientos de eclesiásticos. El emperador acudió a la cita, pero llegó con un ejército suficiente para una gran guerra, lo cual hizo disgustar al papa, por lo que lo excomulgó, y también excomulgó al papa ‘Burro hispánico’. Poco después, el papa Calixto apoyado por los normandos derrotó al ejército que el emperador tenía en Roma e hizo huir al entonces también papa Gregorio III o ‘Burro hispánico’ a quien luego capturó en Sutri y lo encarceló hasta su muerte en el año 1137.

Luego de recuperar su puesto en Roma, el papa Calixto presionó al emperador Enrique V hasta que en un concordato, celebrado en Worms, lo hizo renunciar a su facultad de poder nombrar eclesiásticos y reconocer que los miembros de la Iglesia eran los únicos que estaban facultados para hacer esos nombramientos.

Al terminar el papa Calixto II con la impertinencia imperial, de nombrar eclesiásticos, se dedicó de lleno a los asuntos políticos de la Iglesia y realizó en Roma el Primer Concilio Ecuménico hecho en la Basílica de Letrán, que es considerado por la Iglesia como el primero de magnitud universal realizado en Occidente.

Cuando murió el papa Calixto, el colegio de cardenales estaba liderado por las familias oligarcas romanas Pierleoni y Frangipani, cuyos integrantes no pudieron ponerse de acuerdo para elegir al sucesor del pontífice fallecido. Por no haber acuerdo entre los ‘príncipes’ de la Iglesia, los cardenales de cada una de esas familias eligieron un papa distinto, siendo elegidos dos pontífices a la vez; uno que tomó el nombre de Celestino II y otro que adoptó el de Honorio II. Sin embargo, Celestino renunció casi enseguida y le despejó el camino a Honorio II (1124 a 1130) quien tuvo que iniciar su mandato decidiendo quién sería el nuevo rey de Alemania, debido a que, tras la muerte del emperador Enrique V, el trono alemán era pretendido por los duques de Franconia, Sajonía y Suabia. Honorio se decidió por Lotario, el duque de Sajonía, a quien creía que era el más propenso a mantenerse marginado del poder del papa y más fácil de convertirlo en su vasallo y gran pagador de impuestos religiosos.

Ya en esta época, la Iglesia no aceptaba que las autoridades civiles nombraran a sus clérigos, pero ella se reservaba la facultad de nombrar a cualquier autoridad del mundo, norma que hacía parte del ya avanzado propósito eclesiástico gregoriano. Además de ir en línea con ese proyecto, el papa Honorio II estableció una inquisición y se las aplicó con toda clase de crueldades y miles de asesinatos a los franceses cátaros, quienes eran en ese entonces una secta religiosa gnóstica, a la vez que promulgó la obligación universal humana de someterse a la religión cristiana. Para la aplicación de esa masacre cátara, este papa decretó que, bajo pena de muerte, la indefensa población humana tenía que someterse a la Iglesia y creer en las divinidades que predicaban los eclesiásticos; que toda la gente tenía que pagarle a la monarquía eclesiástica romana los obligados diezmos y primicias, someterse de conciencia al papa y al Cristo romano y admitir que el dios de la religión católica era el único y verdadero Dios y el único Salvador de almas de este mundo, cuyo reemplazo legal, por asignación directa del Hijo de Dios, era el papa, quien además de pontífice universal debía ejercer como obispo de Roma. 

Cuando murió el papa Honorio II, las mismas dos familias seguían controlando el colegio cardenalicio y, por segunda vez consecutiva, eligieron cada una un papa diferente. La familia Pierleoni eligió papa a un cardenal de ese apellido, quien tomó el nombre de Anacleto II; y los Frangipani eligieron al cardenal Gregorio Papareschi, quien tomó el nombre de Inocencio II (1130 a 1143).

Anacleto era respaldado por el pueblo romano y fue consagrado en la Basílica de san Pedro, mientras que a Inocencio, con poco respaldo popular, le tocó consagrarse en la iglesia de Santa María Nuova e irse enseguida al exilio a Francia. Pero este hombre era un político audaz y después se ganó el apoyo de los reyes de Francia, Luis VI; de Alemania, Lotario II; de Inglaterra, Enrique I; y de Castilla, Alfonso VII, o sea el de los líderes políticos más poderosos, después del papa, quienes, en este caso, pretendían la corona del Sacro Imperio, en vacancia desde la muerte del emperador Enrique V, y con ese propósito le ofrecieron apoyo militar para que ejerciera en Roma normalmente su papado.

El sometimiento humano al cristianismo iba evolucionando bien, el problema que se presentaba al interior de la Iglesia, en ese tiempo, se debía a que dos familias romanas poderosas tenían numerosos miembros familiares en la monarquía eclesiástica y cada una de esas familias quería tener el manejo de la Iglesia, y por ende apropiarse de la enorme riqueza, económica y política, que producía la fe religiosa cristiana. En realidad, el conflicto habido no era por asuntos religiosos, a ellos la religión católica les importaba un bledo, y lo que peleaban era poder y riqueza, que es lo mismo por lo que han peleado siempre la Iglesia, el Islam y todas las monarquías del mundo.

Hay que tener en cuenta que los políticos no dan regalos sin pedir o esperar algo mejor a cambio. Entonces, el apoyo que le ofrecieron los monarcas europeos al papa Inocencio II, no pudo ser gratis sino por compromisos con ellos. Anacleto II, el otro papa, ejerció en Roma durante varios años, con toda normalidad, hasta que Inocencio II, con el apoyo de tropas de los monarcas mencionados, entró a Roma y en la Basílica de Letrán coronó a Lotario II de emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Poco después se marchó Lotario, y Anacleto expulsó de Roma a Inocencio, quien se refugió en Pisa donde celebró un concilio, en el que fue excomulgado su rival Anacleto, y luego le pidió ayuda a Lotario para expulsarlo de Roma. Lotario regresó y lo escoltó a Roma con su ejército, pero murió de repente, antes de expulsar a Anacleto que seguía firme con el apoyo lombardo, y entonces quedaron en Roma dos pontífices, que ambos aseguraban ser el legítimo. Esa trampa religiosa, con doble pago de diezmos, duró así hasta que murió Anacleto, quien también había excomulgado a Inocencio, pero que, por morirse primero que su rival, le tocó irse a los infiernos eclesiásticos, ya que los monarcas vivos de la Iglesia, después, en un concilio, realizado en Roma, le validaron la excomunión al papa muerto, anularon sus acciones y decretaron que el legítimo papa era Inocencio II.

En esa época el pueblo romano estaba harto de tener dos papas a la vez y no apoyó a un papa que eligieron los Pierleoni, en reemplazo de Anacleto II, ahora conocido como el antipapa Víctor IV, pero él luchó para ejercer el papado. En los registros históricos es fácil notar la poca vergüenza que tenían los papas que eran elegidos en la antigüedad.

El resultado era que con dos papas a la vez, un gran número de romanos tenía que pagar dos impuestos, uno para cada papa, además de la anarquía que causaba el hecho de haber dos papas en Roma, cuyo Jefe de Estado era el papa o en este caso los dos papas, cada uno jalando para su lado, como dos perros peleando un cuero, cosa dicha así entonces por el político Arnaldo de Brescia y agregando que ya Roma no era la Ciudad Eterna sino la ramera del paseo de los papas, problema que usó de argumento para solicitar que Roma se desligara de la Iglesia y pasara a control de gobernadores civiles.

Luego de la muerte del papa Inocencio II, en los tres años siguientes hubo dos papas que lucharon hasta la muerte con los políticos romanos, para no perder el gobierno de Roma. El primero de éstos fue Celestino II (1143 a 1144), sucesor de Inocencio II, quien murió en extrañas circunstancias en esa lucha; y luego su sucesor Lucio II (1144 a 1145), quien como buen dictador disolvió el senado de Roma y poco después murió de una pedrada en la cabeza, cuando con su ejército trataba de tomarse el capitolio.

Cuando el papa Lucio II disolvió el senado, Giordano Pierleoni, hermano del antipapa Anacleto II, se autoproclamó Patricio de Roma y organizó de nuevo el senado. Para calmar los ánimos del pueblo romano, que estaba revuelto en contra de la Iglesia, las dos familias dueñas del colegio cardenalicio se pusieron de acuerdo en elegir a un papa ajeno a los problemas de la ciudad, en reemplazo del papa anterior. En ese acuerdo fue elegido papa un abad político que tomó el nombre de Eugenio III (1145 a 1153) y que por líos políticos con Arnaldo de Brescia se vio obligado a ejercer casi todo su lapso desde afuera de Roma. En esa época, los romanos llamaban a los papas ‘sarna católica’, porque cuando los expulsaban por un lado enseguida aparecían más fuertes por otro.

En el año 1146, el papa Eugenio III canonizó al emperador Enrique II junto con su esposa la emperatriz Cunecunda. Debido al conflicto de los dos papas anteriores con el senado romano, que exigía la separación del gobierno de Roma del control eclesiástico, el papa Eugenio III tuvo que irse a ejercer su gobierno papal a la ciudad de Viterbo. Allí, tiempo después, se reunió con Arnaldo de Brescia, líder del senado romano, y los dos llegaron a un acuerdo con el que el papa aceptó el restablecimiento del senado y Brescia aceptó que el senado quedara bajo la autoridad del papa, arreglo que le permitió al jefe de la Iglesia regresar a Roma, pero los políticos romanos no aceptaron ese acuerdo y el papa se vio forzado a exiliarse en Francia, donde organizó una segunda guerra cruzada, para robarles riquezas a los musulmanes, operación que terminó en un auténtico fracaso.

El papa Eugenio III, porque lo habían expulsado de Roma, excomulgó a Brescia y regresó a esta ciudad con apoyo militar del rey de Sicilia. Sin embargo, poco después se quedó sin apoyo y otra vez tuvo que huir. Finalmente, a cambio de coronarlo de emperador del Sacro Imperio, negoció apoyo militar con Federico I Barbarroja y pudo regresar a Roma donde, misteriosamente, murió a los pocos días aún sin haber coronado de emperador a Barbarroja.

Es de notar que los papas de esa época no honraban el cargo. En la práctica, los pontífices eran más bandidos que los emperadores contemporáneos, y eso quizá se debía a que la monarquía eclesiástica estaba acostumbrada a tratar con miembros de casi todas las monarquías de Europa, habiendo aprendido y aplicado los pontífices todas las malicias y perversidades de las monarquías europeas. Igual que los demás monarcas de esa época, los papas eran delincuentes que mataban y se hacían matar por el trono, y, aunque casi todos fingían ser religiosos, lo que en verdad peleaban era riqueza y poder, la religión les importaba un bledo, inclusive, con la Inquisición y las guerras cruzadas obraban abiertamente en contra de las enseñanzas de paz y de humildad del religioso Jesús, quien, según la Iglesia, ha sido su patrón e hijo de Dios y jefe de la Santa Sede.

Fingiendo motivos religiosos, en las guerras cruzadas participaron todos los gobiernos de los llamados países católicos, pero el verdadero propósito de todas esas guerras fue eliminar a otras monarquías y esclavizar o eliminar a sus pobladores para robar sus tierras y sus riquezas.

La Inquisición, después de ser usada oficialmente por el papa Honorio II, fue aplicada por varios monarcas de Europa, con o sin la aprobación de la Iglesia católica, y también fue aplicada interna y externamente en numerosos países, para asesinar rivales políticos, esclavizar, saquear, robar y un sinnúmero de delitos.

El sucesor del papa Eugenio III tomó el nombre de Anastasio IV (1153 a 1154), y debido a tantos líos políticos al interior de la Iglesia, su papado pasó en blanco.

En el año 1154, no funcionó la exclusividad de papa romano que había establecido el papa Nicolás II,  y fue elegido papa el cardenal Nicolás Breakspeara, el único inglés que ha ocupado la silla de san Pedro, quien tomó el nombre de Adriano IV (1155 a 1159), y quien como medida principal, luego de mudarse a Viterbo, prohibió los oficios religiosos en Roma, incluyendo los sacramentos y sepulturas religiosas, oficio cristiano este último que era manejado en exclusivo por la Iglesia y cuya prohibición dijo el papa Adriano IV que no levantaría hasta cuando la ciudadanía romana expulsara de la ciudad al líder independentista Arnaldo de Brescia.

Conviene explicar que aunque los papas no fueran religiosos, la monarquía eclesiástica siempre tenía el cuidado de tener bajo su mando a muchas personas religiosas que con ingenua devoción y fe católica andaban por todo el mundo predicando y cumpliendo las misiones religiosas cristianas, astutamente planeadas por la monarquía eclesiástica. A esos religiosos les era prohibido estudiar otras materias ‘profanas’ y por eso no sabían otra cosa que predicar las farsas eclesiásticas y, mediante el sometimiento de conciencia que le aplicaban a la población ingenua del mundo, todo el tiempo sostenían en alza tanto las entradas económicas de la Iglesia como el aumento del número de cristianos, función que se traducía en un enorme y permanente aumento del poder económico, político y militar del papa. Y también, todo el tiempo, la Iglesia católica ha tenido infiltrados entre sus funcionarios religiosos un gran número de depravados sexuales y delincuentes de toda calaña que han cometido todos los delitos humanamente posibles.

En la época del papa Adriano, la gente del pueblo raso de Roma estaba tan adoctrinada católicamente que creía ciegamente que el alma de un fallecido iría directamente al infierno si no era sepultado con los oficios religiosos de un sacerdote católico. Además, la religión cristiana todo el tiempo atraía una enorme cantidad de peregrinos a Roma, un turismo que le generaba muchos empleos y riqueza a la ciudad. Y por esos motivos, el papa Adriano con su chantaje religioso puso en gran dificultad a los romanos quienes, además de perder los enormes ingresos del turismo religioso, en contra de sus deseos se veían obligados a llevar a sus muertos a sepultarlos en ciudades vecinas, con muchas dificultades de transporte y fuertes gastos económicos. La ciudadanía, para que el papa les solucionara esos inconvenientes, expulsó al líder Brescia de Roma, y ‘el apóstol del norte’, como le decían a este papa, se acomodó en la silla de san Pedro y luego, sin líder que la defendiera, hizo lo que le dio la gana con la muy ingenua población romana.

Por invasión de territorios de la iglesia, el papa Adriano excomulgó al rey Guillermo de Sicilia, y por alianza militar renegoció la coronación imperial que el papa anterior había negociado con Federico I Barbarroja, ceremonia que debió realizarse en Sutri pero que fracasó porque Barbarroja le besó los pies al papa pero olvidó sujetarle los estribos de la silla de su caballo, evento que entonces hacía parte del protocolo con su santidad, y que, al no cumplirse, Adriano consideró como una gran falta de humildad con la majestad del papa y por eso le negó la coronación. Sin embargo, con repetición de besada de pies y tras haber cumplido todas las humillantes arandelas protocolarias del papa, Barbarroja fue coronado como emperador del Sacro Imperio poco después en Nepi.

El mismo día de la coronación, el ya emperador Barbarroja le entregó al papa a Arnaldo de Brescia, a quien poco antes había capturado. Inmediatamente el papa ejecutó a Brescia, asesinato que produjo una fuerte rebelión que luego se convirtió en una guerra entre los romanos y las tropas del emperador; los romanos fueron vencidos por el ejército de Barbaroja y como castigo el papa ahogó en el río Tíber a más de mil romanos, o sea a todos los líderes de la rebelión romana. Debido a la contaminación del río Tíber, con restos humanos, en ese tiempo hubo en Roma una epidemia de malaria, por lo cual el papa se refugió en Benevento, y Barbarroja tuvo que irse con su ejército para Alemania, oportunidad que aprovechó el rey Guillermo de Sicilia y derrotó a los bizantinos, aliados y protectores del papa.

Después, debido al poder militar del rey Guillermo, el papa Adriano hizo las paces con él, le anuló la excomunión, lo coronó de rey y le cedió unos territorios que antes le había dado a Barbarroja, dádiva esta que puso en conflicto a los dos monarcas. De su parte, Guillermo aceptó ser vasallo tributario del papa, le devolvió los territorios de la Iglesia que antes había invadido y se comprometió a proteger los Estados Eclesiásticos y a no volver a nombrar obispos en su reino.

Los romanos nunca quisieron al papa Adriano, durante casi todo su lapso él tuvo que ejercer en Benevento. Allí autorizó a Enrique II de Inglaterra a invadir a Irlanda, acción que justificó basándose en una bula, conocida como ‘Laudabiliter’. Pero, el papa Adriano no se sentía bien en Benevento, deseaba usar la propia silla de san Pedro, o sea la de Roma, y logró un acuerdo con los romanos que le permitió regresar a esta ciudad. Poco después, inusitadamente, este temible papa asesino fue muerto por una mosca que se le metió en la garganta y lo asfixió, yendo de paso por Agnani.

Luego de la muerte del papa Adriano IV, en el año 1159, gran parte del colegio cardenalicio en alianza con los monarcas de España, Francia, Inglaterra, Portugal y Sicilia, eligieron papa a un abogado en asuntos religiosos, llamado Rolando Bandinelli, quien tomó el nombre de Alejandro III (1159 a 1181), y el resto de cardenales, en alianza con el emperador Barbarroja, eligieron papa al cardenal Monticelli, quien tomó el nombre de Víctor IV.

El emperador Barbarroja tenía la intención de apropiarse de toda Italia; en esa época había en Europa una pugna por el control mundial. En el año 1160, el papa Víctor IV fue oficialmente entronizado en un sínodo realizado en Pavía, y el también papa Alejandro III tuvo que exiliarse en Francia. Pero, en esa época, tanto los papas como los cardenales eran políticos corruptos que no le ponían seriedad a la consagración de los pontífices y les daba igual admitir de papa oficial uno diferente todos los días. Víctor IV ejerció formalmente todo su lapso y murió siendo reconocido por la Iglesia como pontífice. Y luego de su muerte, el emperador Barbarroja hizo elegir en su reemplazo a otro papa, quien tomó el nombre de Pascual III, y quien ocupó con toda normalidad la silla de san Pedro en Roma y, nuevamente, lo coronó de emperador en el año 1166. Pascual III también murió siendo reconocido oficialmente como papa de la Iglesia, en el año 1168, y en su reemplazo Barbarroja hizo elegir otro papa que tomó el nombre de Calixto III.

Mientras tanto, el otro papa, Alejandro III, seguía exiliado en Francia. Pero en el año 1176 el emperador Barbarroja fue derrotado por una alianza militar conformada por el papa Alejandro III y fue obligado a aceptar a éste como papa legítimo y tuvo que entregarle a la Iglesia unos territorios que ésta reclamaba como suyos. Y, en el año 1178, luego de 10 años de haber sido consagrado Calixto III, el papa Alejandro III ocupó la silla de san Pedro, con retroactividad al año 1159, y el ahora declarado antipapa Calixto III, a cambio de ser nombrado rector de Benevento, aceptó renunciar al papado y reconocer a Alejandro III como legítimo papa. Es seguro que ni Víctor IV ni Pascual III supieron que, luego de sus muertes, la Santa Iglesia les anuló sus papados y los mandó al infierno de los antipapas.

En este recorrido histórico es de resaltar que permanentemente aumentaban las ovejas humanas de la Iglesia católica, o sea la gente ingenua con la cabeza llena de cucarachas, sometida por el adoctrinamiento de la Iglesia con la promesa de alcanzar la Gloria Divina por el pago de diezmos y fidelidad religiosa, y, claro está, quien se negara a someterse a la dictadura eclesiástica era despojado de sus bienes y cruelmente asesinado por los inquisidores cristianos. Y, fuera de aumentarle cada día las riquezas a la Iglesia, ese gran aumento de población religiosa se convertía en poder político y militar para los papas, quienes sin ningún impedimento cometían toda clase de delitos, según ellos, autorizados y apoyados por Jesucristo, y si en sus guerras o conflictos amañados les mataban a sus asesinos bandidos, entonces la Iglesia los consideraba mártires y santos.

Alejandro III fue expulsado de Roma, por la nobleza romana, y también murió siendo papa oficialmente reconocido por la Iglesia, pero no fue incluido en la lista de antipapas, sino que, al contrario, su lapso lo validaron con retroactividad al día de su consagración.

El siguiente papa tomó el nombre de Lucio III (1181 a 1185) y desde el comienzo de su papado se entrevistó con el emperador Barbarroja, para tratar de recuperar los territorios dejados por la viuda Matilde de Toscana, quien, según algunos datos, se los había regalado a la Iglesia en agradecimiento porque el papa Urbano II la había casado, siendo ella una anciana, con el joven duque de Baviera de 18 años de edad, pero que el emperador Enrique V, con alegatos de derechos propios y dinásticos, los había tomado como suyos. El emperador Barbarroja se negó a entregarle a la Iglesia la herencia de la viuda, por lo que el papa no aceptó coronarle a su hijo Enrique VI de coemperador.

Este papa fue sumamente ambicioso y asesino, en Roma no lo aceptaron y tuvo que gobernar desde el exilio; luego de entronizado hizo un sínodo en Verona, de donde salió un edicto, llamado ‘Ad Abolendam’, con el que se condenaban las supuestas herejías cátaras, valdenses y el arnaldismo, convirtiéndose luego ese edicto en instrumento legal para aplicar la mal llamada Santa Inquisición. El papa Lucio, con la intención de robar riquezas, organizó la Tercera Cruzada, pero murió en Verona antes de que se realizara.

El sucesor del papa Lucio tomó el nombre de Urbano III (1185 a 1187), y desde el comienzo de su ejercicio estuvo enfrentado con el emperador Barbarroja, porque éste estaba recuperando la influencia italiana que había perdido en la Batalla de Legnano, poder que le había surgido al casar a su hijo, el futuro Enrique VI, con Constanza, la heredera de la corona Siciliana, cuya causa hereditaria se debía a que Guillermo II de Sicilia no tenía hijo heredero.

Después, con ese matrimonio, los Estados Pontificios perdieron el vasallaje económico y el apoyo militar que recibían del Reino de Sicilia, pero, antes de perder ese beneficio, en respuesta a esa futura pérdida, el papa Urbano rompió relaciones con el emperador Barbarroja y se negó a coronar de emperador a su hijo. Sin embargo, eso no detuvo la intención de Barbarroja, quien ante la negativa del papa hizo coronar a su hijo por el patriarca de Aquilea. Ante ese desafío, el papa nombró de obispo de Lieja a Alberto de Lovanio, un contrario del emperador, y excomulgó al patriarca y a todos los obispos que habían participado en la coronación del hijo de Barbarroja, a quien amenazó con excomulgar, pero el recién coronado Enrique VI invadió los Estados Pontificios, que estaban casi indefensos por estar las tropas eclesiásticas en la Tercera Cruzada, y el papa Urbano, derrotado, tuvo que dar marcha atrás. En la misma época, el papa Urbano, en la Batalla de Hattin perdió Jerusalén y murió por la tristeza que le causaron esas dos derrotas militares.

El siguiente papa fue Gregorio VIII (1187), quien murió envenenado poco después de su consagración, estando en Pisa, tratando de solucionar un conflicto entre esta ciudad y Génova, a la vez que buscaba ayuda militar y preparaba una flota para transportar tropas en contra del musulmán Saladino, que le había quitado Jerusalén a la Iglesia.

Es de aclarar que desde cuando el papa Adriano IV había asesinado al senador Arnaldo de Brescia y ahogado a más de 1.000 líderes romanos en río Tíber, el pueblo romano no les permitía a los papas gobernar en Roma. Desde el año 1153 los papas fueron expulsados de Roma y los romanos no querían saber nada de la ‘sarna pontificia’, el apodo que los políticos romanos le tenían al gobierno eclesiástico. Pero la monarquía eclesiástica todo el tiempo había estado tratando de recuperar la gobernación de Roma.

En el año 1187, para suceder al papa Gregorio VIII y con el fin de recuperar la mina económica de Roma, los monarcas del cristianismo eligieron papa a un político romano que era bien aceptado por la sociedad romana y que tomó el nombre de Clemente III (1187 a 1191). Pero no obstante a ser un político bien aceptado en Roma, a este hombre, al comienzo, los romanos no le aceptaron que gobernara desde allí y de frente le dijeron que no querían nunca mas en la Ciudad Eterna las peleas de perros que causaban ellos cuando eran dos o más papas a la vez. Sin embargo, el papa Clemente era un seglar que no sufría de vergüenza y fue un político astuto que logró, primero, el retorno del papado a Roma, y, después, a cambio de que el papa reconocería el senado romano, consiguió que el gobernador de Roma fuera nombrado por el papa y, mediante acuerdo, se estableció que los magistrados fueran elegidos por el pueblo romano.

En Roma hubo una enorme protesta popular por el regreso de ‘la sarna católica’ a la ciudad, pero el papa Clemente, como ya se dijo, no sufría de vergüenza y tan pronto pudo ocupó la silla de san Pedro en el Palacio de Letrán. Luego de este éxito, ya oficiando en Roma, el pontificado se reconcilió con Barbarroja y lo puso al mando de las tropas cristianas. Además, con la promesa de darles gran parte del botín que se consiguiera en la continuación de la Tercera Cruzada, hizo una alianza con los reyes de Inglaterra, Ricardo I Corazón de León; y de Francia, Felipe III, quienes aportaron tropas y logística militar; Barbarroja fue nombrado jefe de las tropas cruzadas y murió ahogado antes de entrar en combate.

Cuando murió el emperador Barbarroja, su hijo Enrique VI lo sucedió en el trono. Y cuando murió Guillermo II de Sicilia, vasallo del papa, Enrique VI, en nombre de su esposa, Constanza, reclamó el trono de Sicilia y dio por terminado el vasallaje siciliano, determinación que acabó con el pago de impuestos religiosos sicilianos y que por eso causó un enfrentamiento entre el papa Clemente III y el emperador Enrique VI.

Para evitar que el emperador lograra ese propósito, que suponía una gran pérdida económica y militar para la Iglesia, el papa Clemente coronó de rey de Sicilia a Tancredo de Lecce, por lo cual el emperador Enrique VI, para forzar una entrevista con el papa, al mando de un gran ejercito invadió a Italia, pero el papa Clemente murió de repente antes de darse esa entrevista.

En reemplazo del papa Clemente III fue elegido un veterano de la nobleza romana, perteneciente a la familia Orsini y muy antiguo miembro de la monarquía eclesiástica, quien tomó el nombre de Celestino III (1191 a 1198), y quien un día después de ser consagrado coronó de emperador a Enrique VI, el enemigo del, según rumores de entonces, envenenado papa Clemente III. El papa Celestino fue un servil del emperador Enrique VI, quien con autorización suya hizo asesinar al obispo de Lieja, Alberto di Lovanio y secuestró al rey Ricardo Corazón de León, a quien hizo capturar cuando venía de regreso de la Tercera Cruzada. De nada sirvió que Corazón de León fuera un aliado de los Estados Pontificios, pues por su libertad tuvo que pagarle un enorme tesoro al emperador Enrique VI, quien en la práctica era el jefe del papa Celestino. Además, Celestino III fue un papa tramposo; antes de morir quiso abdicar y elegir en su reemplazo a un político joven, favorito del emperador Enrique VI, pero la monarquía eclesiástica se opuso. El papa Celestino confirmó, en forma definitiva, los estatutos de La Orden de los Caballeros Teutones.

Tras la muerte del papa Celestino III, la monarquía eclesiástica romana, para sucederlo, eligió a un encumbrado miembro de la nobleza italiana, abogado y experto en asuntos eclesiásticos, quien tomó el nombre de Inocencio III (1198 a 1216), y fue este papa un político bandido y criminal, que puso en ejercicio las ideas gregorianas, imponiendo a la Iglesia romana por encima de todas las demás y al papa como el rey del universo. Poco después de ser entronizado, el papa Inocencio III se autoproclamó jefe universal de la humanidad y decretó que la religión y la fe católicas eran obligatorias para todos los seres humanos y estableció que quien no se sometiera a ellas fuera ejecutado por el delito de herejía.

Cabe explicar que las creencias de la religión oficial católica tenían puntos que no eran admitidos por algunas de sus tantas divisiones, y había otras secciones que por eso se habían abierto del catolicismo.

La absurda imposición de la Iglesia Romana, de que una mujer parió un hijo de Dios, que según sus prédicas también es Dios, no era admitida por los religiosos cátaros, quienes consideraban ese anunciado como una calumnia y un irrespeto a Dios. –Si uno piensa en ese asunto, seguramente no podrá imaginarse a un hijo Dios saliendo de la vulva de una mujer: ¡Imposible! Eso no puede ser mas que una pretensión absurda, de gente que no piensa profundo en ese asunto, puesto que hay que suponer que Dios no tiene las naturales debilidades humanas. Y tampoco es posible imaginarnos al religioso Jesús yendo con una espada, matando gente y robando propiedades, como, apoyados en su nombre, lo hicieron millones de veces los auto proclamados cristianos-.

Aplicando la Inquisición, por cualquier cosa pero sin razón religiosa, el papa Inocencio III en casi toda Europa hizo asesinar una gran cantidad de gente, la mayoría de ellos pueblo ingenuo y confundido con el enredo religioso que habían hecho los cristianos, y, para robar más riquezas, promovió la Cuarta Cruzada, una guerra que poco a poco se salió de control y se convirtió en asesinatos y robos entre Estados católicos.

Otra acción criminal del papa Inocencio fue la Cruzada Albigense en contra de los cátaros, en represalia por el asesinato de Pierre de Castelnau, legado de la Iglesia. En esa Cruzada, en Beziers, en un solo día murieron como veinte mil personas, y en total hizo morir quemados a varios centenares de miles de albigenses.

El papa Inocencio III se hacía llamar Vicario de Cristo; fue amigo incondicional de Domingo de Guzmán, creador de los Dominicanos; y de Francisco de Asís, creador de los Franciscanos. En resumen: El papa Inocencio III fue un político sumamente asesino y full bandido que, apoyado en la religión cristiana, cometió cualquier número de masacres y todos los delitos humanamente posibles. Con la intención de robar riquezas, lo último que hizo fue un concilio en Letrán para aprobar La Quinta Cruzada.

El sucesor del papa Inocencio III fue un miembro de la monarquía eclesiástica romana, quien tomó el nombre de Honorio III (1216 a 1227), y quien había sido tesorero de la Iglesia, siendo además un guerrero despiadado que lo único que le interesaba era poner en movimiento las máquinas de matar gente para saquear ciudades y robar tierras, cosa en que se habían convertido Las Cruzadas y la Inquisición.

Honorio III aprovechó su experiencia de tesorero, para establecer los montos que cada monarca debía aportar para la guerra; su preferido, el rey Federico II de Alemania, hijo y heredero del emperador Enrique VI, resultó ser incumplido en ese asunto y peor colaborador militar, razón por la cual, el papa, para estimularlo y tratando de que mejorara en sus propósitos ‘cruzados’, lo coronó, en Roma, de emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Pero, Federico II quería seguir viviendo sabroso en Alemania, y no tenía ganas de pelear con los musulmanes, de quienes había oído decir que eran unos barbudos que peleaban con dureza, y solo aportó una esquirla en efectivo y nada de tropa. Eso descuadró las cuentas de la Cruzada y, para empeorarle las cosas al papa Honorio, en esos días se supo que el sultán musulmán Al-kamil, luego de estar casi derrotado, se había recuperado y había derrotado a los cristianos en Damieta, por lo cual éstos venían de regreso a Europa, sin traer ningún botín. Sin embargo, el papa Honorio insistió en su propósito de recuperar Jerusalén y para ello tramó el matrimonio del emperador Federico II, cuya esposa había muerto y ahora él en su surtido harén era un viudo feliz, con la amargada Isabela II, una italofrancesa que era heredera del trono del reino de Jerusalén y que el papa Honorio III esperaba que esa tierrita, considerada Santa, sería un incentivo para que el emperador participara en la ya planeada Sexta Cruzada.

Luego de ese matrimonio, el papa logró que el emperador Federico II se comprometiera a salir con sus tropas el 25 de junio de 1255, pero después al emperador le dio pereza salir y, mediante el Tratado de San Germano, Federico II aplazó por dos años la salida. El papa Honorio, para no estar dos años sin matar gente, con el rey Luis VIII de Francia organizó una ‘Cruzada doméstica’ en el sur de Francia, contra los albigenses, masacre que hizo enojar a Federico II que consideraba a éstos como ciudadanos de su imperio. Para fortunio de Federico II, el ambicioso papa Honorio III murió antes de cumplirse los dos años de plazo para él salir a la guerra contra los barbudos musulmanes.

El sucesor del papa Honorio fue otro monarca eclesiástico, guerrero y saqueador, asesino de pura cepa, que era sobrino del papa Inocencio III y que al ser elegido tomó el nombre de Gregorio IX (1227 a 1241). Era un viejo inquisidor y gran partidario de las Cruzadas; su primer acto de papa fue excomulgar al emperador Federico II a quien acusó de las anteriores derrotas cristianas. Legalizó los crímenes de la Inquisición y le invadió territorios sicilianos a Federico II, quien para que el papa le levantara la excomunión le había tocado irse a tierra santa, a pelear con los barbudos y rescatarle territorios a la Iglesia. Pero, por la ocupación a los territorios, los partidarios del emperador expulsaron de Roma al papa Gregorio, viéndose él obligado a refugiarse en Viterbo, de donde también tuvo que irse y acomodarse en Perugia. El emperador, cuando supo de la invasión del papa, regresó, derrotó a los lombardos, aliados católicos, recuperó Sicilia y obligó al papa a levantarle la excomunión. Pero, el papa Gregorio, tan pronto recuperó poder militar, volvió a excomulgar al emperador Federico y ordenó una ‘Cruzada Doméstica’ en contra del Sacro Imperio, evento que produjo un gran número de masacres, robos y crueles castigos con toda clase de abusos.

El papa Gregorio IX canonizó a Domingo de Guzmán y a Francisco de Asís, y le asignó a la congregación de los dominicanos los castigos y asesinatos inquisitorios. Este papa fue uno de los pontífices más bandidos y más sanguinarios del catolicismo. Murió de 96 años, con la frustración de no haber podido eliminar al emperador Federico II, su peor enemigo, que entonces tenía sitiada a Roma y presos a varios monarcas políticos y religiosos, para evitar un concilio convocado por el papa, para deponerlo a él y elegir su reemplazo.

Poco después de la muerte de Gregorio IX, antes de elegir al sucesor de este papa, en el Palacio de Septizonio, en el Palatino, hubo un espectáculo macabro. El emperador Federico II tenía sitiada a Roma y tenía detenidos a dos de los 12 cardenales del colegio cardenalicio que debía elegir al nuevo papa. De acuerdo a las entonces vigentes reglas del III Concilio de Letrán, se requería dos terceras partes a favor para elegir al papa, pero, debido a la anarquía cardenalicia causada por las difíciles condiciones que afrontaba Roma, no había ningún candidato con apoyo suficiente para ser elegido. Luego de nueve días de discusiones, los diez cardenales del colegio no pudieron ponerse de acuerdo para elegir al nuevo papa. Entonces, el senador Mateo Rosso Orsini, un contrario del emperador Federico II, para evitar que éste influyera en la elección del nuevo pontífice, encerró a los diez cardenales bajo llave y les dijo que no los liberaría hasta cuando eligieran al nuevo papa. Así pasaron dos meses y por las dificultades del encierro murieron dos cardenales, quedando solo ocho que al fin decidieron elegir papa al cardenal Godfredo Castiglioni quien tomó el nombre de Celestino IV, y quien, por el encierro, murió antes de ser consagrado, pero alcanzó a excomulgar al senador Mateo Rosso Orsini, padre del futuro papa Nicolás III. Enseguida, por temor a tener que hacer encerrados otro cónclave, los cardenales huyeron de Roma y pasaron dos años sin regresar ni elegir un nuevo papa. Pero, en Roma, a nadie le hizo falta el papa, pues desde mucho antes la gran mayoría de los romanos no quería que la ‘sarna pontificia’ volviera a gobernar la ciudad. Sin embargo, en el año 1243 volvieron a reunirse los doce ‘apóstoles’ y eligieron de jefe a otro asesino inquisidor que recuperó para la Iglesia la mina de Roma.

El 25 de junio de 1243, la monarquía eclesiástica eligió papa a un político, profesor de derecho canónico, contrario al emperador Federico, quien tomó el nombre de Inocencio IV (1243 a 1254), siendo este hombre un criminal todo delito, convencido de que el papa era el jefe universal de la humanidad, legado directo de Dios y jefe superior de todos los gobernantes del mundo. Se proclamó ‘pastor de todas las ovejas humanas’ con el derecho de eliminar a todo el que no aceptara ser su fiel vasallo, contribuyente y creyente de su entonces obligatoria religión cristiana.

Poco después, el emperador Federico II tuvo que negociar con el  papa Inocencio, cuyo arreglo convenido fue la devolución de los Estados Pontificios y el pago de una gran indemnización, pero el papa sabía que no lo querían en Roma y temiendo por su vida mudó su despacho a Lyon, donde contaba con el apoyo de los genoveses y donde convocó un concilio en el que excomulgó al emperador Federico II, y promulgó una bula, conocida como ‘Agni Sponsa Novilis’, en la que decretó el poder supremo de la Iglesia ante todos los gobernantes del mundo. Por esa bula, el emperador Federico le declaró la guerra y el papa le respondió con una ‘Cruzada Domestica’ contra su imperio, contienda que además de un sinnúmero de masacres por asuntos políticos, generó una anarquía que se regó por toda Europa, situación que aprovechó el papa para crear conflictos entre varios reyes y jefes de Estado. Puede resumirse que este papa fue un astuto político, ambicioso insaciable, asesino y anarquista creador de guerras en toda Europa para debilitar a los gobernantes y hacerse él jefe de todos los monarcas.

Luego de la muerte del papa Inocencio IV, la monarquía eclesiástica eligió papa a un miembro de los condes de Segni, sobrino del papa Gregorio IX, quien tomó el nombre de Alejandro IV (1254 a 1261), y quien continuó con la política del papa anterior, pero mucho más suave en cuanto a guerras y asesinatos. Este papa apoyó a Alfonso X el Sabio, creador de la Universidad de Salamanca, y no compartía las ideas religiosas de los Flagelantes de Perusa, un grupo de peregrinos que recorría enormes distancias, camino a Roma, flagelándose en señal de penitencia. También en su favor se dice que el papa Alejandro IV fue un académico de la Iglesia y que organizó a los filósofos ermitaños.

El colegio cardenalicio, después de la encerrada que le hizo en Roma el senador Mateo Rosso Orsini, trasladó su sede a Viterbo. Cuando murió el papa Alejandro IV, allí solo había ocho cardenales y en más de dos meses de discusiones éstos no pudieron ponerse de acuerdo para elegir al nuevo papa. En esa época, elegir a un papa no era un asunto religioso sino un gran lío político, donde cada miembro del colegio de cardenales, de antemano estaba políticamente obligado a vetar la elección de numerosos candidatos y a la vez presionado a apoyar a otros. Debido a que todos tenían ese mismo problema y siendo ellos conscientes de que la única solución era la elección de un candidato ajeno a los asuntos políticos romanos, acordaron elegir papa al Patriarca de Jerusalén, quien en esos días había llegado a Viterbo a solicitar ayuda militar para controlar el asedio musulmán a la ciudad santa. Este señor era hijo de un zapatero francés y no hacía parte de monarquía alguna, por lo que al comienzo no aceptó la elección y preparó su regreso, pero el colegio cardenalicio le rogó que tomara el puesto, ya que no había más candidato porque en la Iglesia había escasez de cardenales debido a que los papas anteriores, por estar en guerra con la familia monarca Hohenstaufen, habían descuidado ese asunto. El patriarca aceptó el nombramiento y le pidió a cada cardenal el nombre de dos candidatos para ascenderlos a cardenal.

El nuevo papa tomó el nombre de Urbano IV (1261 a 1264), y lo primero que hizo fue aumentarle catorce cardenales al colegio cardenalicio, casi todos franceses o familiares de los que lo eligieron a él, por lo que fue tildado de nepotista y creador de una facción francesa en el colegio cardenalicio. Fue Urbano IV un papa religioso, a quien no le agradaban los científicos; prohibió las obras de Aristóteles, y se encartó con las guerras y los líos político de Europa. Ni siquiera conoció a Roma, despachó en Orvieto, Viterbo y Perusa.

El sucesor del papa Urbano fue un militar francés, conocido como Guido el Gordo, que había sido el primer cardenal nombrado por el papa Urbano IV, quien tomó el nombre de Clemente IV (1265 a 1268) y quien continuó con la ya avanzada política eclesiástica de exterminar a la familia Hohenstaufen, la dinastía que había aportado todos los emperadores del Sacro Imperio Romano desde el año 1138, cuyo último enemigo fuerte de la Iglesia había sido el emperador Federico II, padre del rey Manfredo, ahora el objetivo militar católico, y con quien el papa Clemente se estrenó aplicándole una ‘Cruzada siciliana’ que en Benevento lo eliminó a él y a casi todo su ejército. Ya el único que quedaba de esa dinastía era un sobrino de Manfredo, llamado Conradino de Suavia, quien queriendo recuperar Sicilia se enfrentó a Carlos de Anjou, hermano del rey francés Luis IX y aliado militar del papa, y tuvo igual muerte que su tío.

Este papa militar le dio el triunfo definitivo a la Iglesia sobre la dinastía de estos emperadores del Sacro Imperio, difíciles de controlar o someter, y poco a poco parecía que iba tomando forma la antigua idea gregoriana, de que Roma fuera la capital del mundo y el papa el rey de toda la humanidad. Pero, internamente, la Iglesia tenía grandes conflictos políticos y cuando murió el papa Clemente, el colegio cardenalicio estaba dividido en dos facciones, una italiana y la otra francesa, que ambas querían elegir papa a uno de sus nacionales y alegando sus pretensiones duraron casi dos años y no pudieron elegir al nuevo papa.

Todavía los romanos no habían vuelto a aceptar que Roma fuera la sede del colegio cardenalicio, éste funcionaba en Viterbo, pero por los conflictos de la ‘sarna religiosa’, en esos dos años de alegatos, la situación se tornó tan difícil para los habitantes de Viterbo que, tomando como ejemplo lo hecho en Roma por el senador Orsini, éstos, para forzarlos a que se pusieran de acuerdo y lo más pronto posible eligieran al sucesor del difunto papa Clemente, encerraron bajo llave a los miembros del colegio cardenalicio en una edificación a la que luego le quitaron el techo para que quedaran a la intemperie, y los racionaron a pan y agua. Siendo así de duras las cosas, lo primero que acodaron los quince ‘apóstoles’ fue delegar la elección en solo seis cardenales para que los demás pudieran quedar libres. Estos seis cardenales, en pocos días, acordaron elegir papa a un veterano sanguinario de la Octava Cruzada, llamado Teobaldo, quien no era ni siquiera sacerdote y quien tomó el nombre de Gregorio X (1272 a 1276). Este papa, como era de esperarse, lo primero que hizo fue un concilio para organizar una Cruzada.

Debido al bochorno causado en Viterbo, el papa Gregorio X estableció oficialmente que los miembros del colegio cardenalicio fueran encerrados desde que empezaran las deliberaciones para elegir papa y que en la medida en que se demoraran en la elección les fueran disminuyendo los alimentos. Fue Gregorio X un papa guerrero, aliado militar de Rodolfo de Habsburgo, el nuevo emperador del Sacro Imperio, y, según rumores, murió envenenado, en la ciudad de Arezzo, yendo de regreso a Roma, aunque la Iglesia le atribuyó su muerte a un ataque de pleuresía.

El sucesor del papa Gregorio fue un destacado profesor francés quien tomó el nombre de Inocencio V (1276), y quien también murió envenenado en oscuras circunstancias cuatro meses después de consagrarse. No obstante a su poco tiempo en la silla de san Pedro, alcanzó a organizar una ‘Cruzada Domestica’ a favor del rey de Castilla, quien así pudo asesinar a una gran cantidad de ricos y hacerse dueño de un buen número de propiedades. Para reforzar sus fuerzas de combate en contra de los musulmanes, la Iglesia estaba tratando de solucionar sus diferencias con la división cristiana ortodoxa de Oriente, alianza que apoyó el papa Inocencio en su corto periodo.

El siguiente papa elegido fue un miembro de los condes de Lavagne, que ni siquiera había sido sacerdote y fue consagrado sin llenar ese requisito que ya era obligatorio; tomó el nombre de Adriano V, pero el papa Pablo VI, en el año 1975, lo eliminó de la lista oficial de papas, por haber sido entronizado sin ser ordenado de sacerdote. A él, físicamente, igual que a los dos pontífices anteriores, lo eliminaron con cantarella antes de dos meses de haber sido entronizado.

El sucesor de Adriano V fue Pedro Juliáo, único portugués que según la lista oficial de la Iglesia ha sido papa. Este hombre, antes de ser papa, era un famoso médico y catedrático que había sido médico personal del papa Gregorio X, y al ser elegido tomó el nombre de Juan XXI (1276 a 1277). Todo indica que Juan XXI fue un papa religioso y no conveniente para la política eclesiástica. La causa de su muerte no se sabe si fue un atentado criminal o un accidente, lo cierto fue que el techo del palacio papal de Viterbo le cayó encima y él quedó grave y murió a los pocos días. Pero es deducible que fueron placas de plomo lo que le cayó al papa encima, un modo elitista de asesinato que en la antigüedad era conocido como ‘muerte feliz’.

Es de señalar que los papas podían nombrar a dedo a cualquier persona en el cargo eclesiástico que ellos quisieran. Así, un político o cualquier otra persona, si el papa lo quería, podía de un día para otro resultar siendo cardenal católico o cualquier otra figura religiosa, sin importar que esa persona antes ni siquiera hubiera pisado una iglesia.

Y aunque era raro que fuera elegido papa un hombre que no tuviera algún grado o vínculo eclesiástico, eso no significaba que el escogido debía ser una persona con vocación religiosa o que hubiera hecho carrera religiosa. De ninguna manera favorecía la devoción religiosa para ser elegido papa, sino que, al contrario, la monarquía de la Iglesia consideraba ingenuos a los religiosos y los enviaba a predicar sus enseñanzas religiosas absurdas a lugares lejanos, donde pasaban todas sus vidas de sacerdotes rasos, engañados y engañando a la gente, ya que, debido a la falta de comunicaciones, la gran mayoría de ellos ni siquiera sabía el nombre del papa en tiempo real. Pero, por cualquier razón, los funcionarios de la Iglesia, realmente religiosos, tenían al papa como santo y en todas partes sometían de conciencia a la gente y le hacían creer que él era un santo.

En esas misiones, los religiosos católicos no recibían ningún sueldo de la Iglesia, pero los creyentes les daban de sobra, y ellos estaban obligados a recoger y enviarle diezmos y tributos a Roma. Y, en actividades religiosas, muchos funcionarios eclesiásticos cometían toda clase de abusos y delitos, cosa que la Iglesia les alcahueteaba, porque, sin ellos costarle nada a sus arcas, le producían riqueza a la monarquía eclesiástica, pero, en forma oficial, les exigía que se portaran como santos, siendo su función religiosa la de obreros perpetuos en la expansión del sometimiento de conciencia eclesiástico.

Según La Infamia Cristiana, el libro viejísimo anónimo ya mencionado, el papa Juan XII llamaba a los curas religiosos misioneros como ‘camorreros religiosos’.

Para que los funcionarios religiosos cristianos no supieran de las perversidades de la Iglesia, la mayoría de los papas no les permitieron a éstos llegar a Roma, la única parte del mundo donde casi toda la gente sabía de lo asesinos, esclavistas y bandidos que eran los papas y donde casi todo el pueblo los tenía como emperadores perversos.

En este punto de la historia, las monarquías europeas y la Iglesia Católica ya llevaban más de mil años de estar mezcladas. Ya hemos visto que la mayoría de los papas y de los reyes o monarcas fueron delincuentes de la misma calaña, y que además de que cometieron toda clase de delitos, los monarcas eclesiásticos, bajo pena de muerte, impusieron obligatoria la religión cristiana y fomentaron la estupidez en el pueblo raso para esclavizarlo o convertirlo en contribuyente de la Iglesia Romana. También hemos visto que numerosas veces, con propósitos económicos o políticos de sus conveniencias, senadores, reyes y emperadores nombraron papas, cardenales, obispos y a todos los funcionarios católicos que ellos quisieron. Pues algo parecido ocurrió con la mal llamada Santa Inquisición que, además de la Iglesia, la establecieron y la aplicaron numerosos gobernantes.

Es lógico que, mientras no haya daño, a nadie le importa la religión o creencias religiosas de los demás. Y si la regla de siempre ha sido que los gobiernos poco o nada se preocupan por los problemas reales de sus pueblos, mucho menos debieron preocuparse los gobernantes por la salvación de las almas de sus súbditos. Entonces, siendo así las cosas, es fácil deducir que nunca ha sido honesta la tan cacareada misión religiosa cristiana, emprendida por la Iglesia Católica y numerosos monarcas, supuestamente para salvar almas, y que el verdadero propósito de esas misiones ha sido aprovecharse de los ingenuos, esclavizar pueblos y robar sus propiedades.

Históricamente está comprobado que las guerras Cruzadas no fueron por motivos religiosos sino para robar riquezas y para aumentar expansiones territoriales, lo cual, además del saqueo, casi siempre incluía la esclavización de los pobladores y toda clase de asesinatos políticos. Además, durante mucho tiempo, los jefes musulmanes y los gobernantes de países católicos realizaron numerosas cruzadas ‘domesticas’ internas, para robar riquezas y/o asesinar enemigos políticos.

En cuanto a pretensiones, todas las monarquías de Europa eran iguales de ambiciosas y por lo tanto todas querían tener el control de la Iglesia, que, aunque los Estados Papales tenían fronteras, con su religión no ocurría tal cosa y prácticamente en toda Europa el cristianismo era una gran población ingenua, sometida de conciencia a las absurdas normas eclesiásticas, siendo además una gran fuerza de opinión pública y política en permanente crecimiento que todos los monarcas querían tener a su favor.

Así pues, el enorme interés político por la Iglesia se debía a que ésta influía en una gran población que no tenía fronteras y que con su bien planeado adoctrinamiento, además de que el pueblo creía ciegamente en ella, por todos lados su población creyente aumentaba y generaba cada vez más riqueza. La realidad política europea en esa época era que el gobernante que contaba con el apoyo de la Iglesia tenía todo a su favor, mientras que era satanizado y condenado al fracaso cualquier gobierno que fuera contrario a ella.

En el año 1277, para suceder al ya fallecido Juan XXI, fue elegido papa Giovanni Gaetano Orsini, hijo del senador Mateo Rosso Orsini, el segundo papa que impuso esta oligarca y poderosa familia romana. Giovanni Orsini era uno de los hombres más sanguinarios de la Iglesia, había sido jefe de la Inquisición, al ser elegido papa tomó el nombre de Nicolás III (1277 a 1280) y en su papado fue un cruel asesino y dictador, seguidor de las ideas gregorianas, teniendo como propósito que su familia se adueñara de la Iglesia y que el papa fuera el rey de los reyes del mundo. Mediante un concordato le quitó al emperador Rodolfo de Habsburgo el exarcado de Rávena y los territorios de Romaña, estableciendo que los funcionarios públicos de esas dos regiones debían ser ciudadanos de Roma, con cuyas reglas las puso bajo el control de su familia. Con una bula les estableció pobreza absoluta a los miembros de la congregación franciscana, la comunidad que en ese tiempo manejaba y aplicaba la mal llamada Santa Inquisición, cuya intención, al decretar esa pobreza, era que los inquisidores no se robaran para ellos y le entregaran a él las propiedades de las personas que asesinaban con los castigos inquisitorios. Para favor del pueblo indefenso, el papa sufría de numerosos achaques que evitaron que cometiera un número mayor de delitos. Murió en el año 1280; se dijo que los pocos religiosos que lo trataron consideraron que iría directo al infierno.

Cuando murió el papa Nicolás III, todavía el colegio cardenalicio seguía integrado por las dos facciones, italiana y francesa. Las dos facciones, en seis meses de discusiones, no pudieron ponerse de acuerdo para elegir al nuevo papa. Entonces, para inclinar la balanza al lado francés, el rey Carlos de Anjou hizo detener a dos cardenales de la facción italiana. En esas circunstancias fue elegido papa Simón de Brie, quien había sido canciller del gobierno francés y quien tomó el nombre de Martín IV (1281 a 1285). En realidad, fue el rey Carlos de Anjou quien hizo elegir papa a Martín IV, por lo cual, durante todo su papado, este pontífice fue un servil incondicional suyo que lo apoyó en su viejo propósito de establecer el Imperio Latino de Oriente, una división territorial surgida en la Cuarta Cruzada, y con esa intensión excomulgó al emperador bizantino Miguel VIII Paleólogo, con lo que arruinó los logros de entendimiento logrados entre la Iglesia romana y la ortodoxa de Oriente.

El papa Martín IV fue entronizado en Orvieto, y lo primero que hizo fue nombrar de senador romano al rey francés Carlos de Anjou, cosa que iba en contra de las leyes romanas que establecían que los senadores romanos debían ser ciudadanos de Roma. Ese nombramiento indignó a los romanos, quienes nunca permitieron que el papa Martín pisara suelo romano. Con el beneplácito del papa, el rey Carlos de Anjou tenía al pueblo siciliano casi esclavizado. Hubo una revuelta ciudadana, los sicilianos masacraron a los franceses y expulsaron al rey Carlos. En apoyo de los sicilianos acudió y tomó el mando el rey Pedro III de Aragón, quien desde antes pretendía ese reino, por ser él casado con Constanza, hija del rey Manfredo, a quien el rey Carlos de Anjou había destronado y ejecutado en la Batalla de Benevento. En represalia, y tratando de recuperar Sicilia para su aliado rey Carlos, el papa excomulgó al rey Pedro y, sin éxito, mediante una ‘Cruzada doméstica’, trató de despojarlo del Reino de Aragón.

La alianza del papa Martín con el rey Carlos de Anjou causó toda clase de injusticias, asesinatos y anarquía en toda Europa. Es difícil creer que este papa criminal y marioneta haya tenido mérito para convertirse en santo -ahora es San Martín-; su número está errado ya que él se voló dos números al tomar el nombre de Martín IV, y lo más seguro es que, igual que su elección, su canonización también fue por influencias políticas.      

La elección del sucesor del papa Martín IV, fue rapidísima. El elegido fue un romano, antiguo miembro de la monarquía eclesiástica, familiar de los papas Benedicto II, Gregorio II y Honorio III. Y, además era hermano del senador romano Pandulfo. Al ser elegido papa tomó el nombre de Honorio IV (1285 a 1287) y, en general, fue bien aceptado por los romanos y durante su corto lapso ejerció en Roma. Pero, en política, fue igual de guerrero que su predecesor, incluso, en el año 1287 anuló un tratado que arreglaba un conflicto en Sicilia, mediante el cual Carlos de Salerno, hijo del ya fallecido rey Carlos de Anjou, renunció al discutido trono de Sicilia a favor de Jaime II, hijo de Pedro III de Aragón. El papa Honorio, entonces, además de revivir el conflicto, prohibió que de allí en adelante se hicieran esa clase de tratados sin el consentimiento suyo. Militarmente sometió al conde Guido de Montefeltro, quien se oponía a reconocer la autoridad papal en varios territorios que la Iglesia se había tomado como suyos.

El papa Honorio IV, estableció que las casas bancarias podían recibir en consignación los impuestos obligatorios creados para financiar las guerras cruzadas, siendo éste el primer pontífice que utilizó los bancos en asuntos eclesiásticos.

Para agilizar los asesinatos, robos y castigos inquisitorios y ampliar la cobertura inquisitoria, este pontífice decretó que, además de los franciscanos, los miembros de la congregación de dominicanos también manejaran y realizaran los delitos de la Santa Inquisición. Murió de gota, una de las tantas enfermedades que sufría.

Cuando murió el papa Honorio IV, en Italia y Roma había una gran calamidad de peste que había sacado huyendo a los miembros del colegio cardenalicio, quienes se habían ido en varias direcciones y no volvieron a reunirse hasta que la peste fue controlada. En el cónclave, cuando se reunieron, resultó elegido papa un hombre sanguinario que había sido general de los inquisidores y que por ser él contrario a la ciencia había encarcelado al sabio Roger Bacon y había prohibido la publicación y lectura de sus obras. Éste papa fue el primer franciscano que ocupó la silla de san Pedro. Tomó el nombre de Nicolás IV (1288 a 1292) y este pontífice fue todo un bandidote que tan pronto se entronizó negoció con Carlos II de Anjou, a cambio de vasallaje a la Iglesia -entiéndase pago de impuestos-, el trono de rey de Nápoles y Sicilia, negándose a reconocer como rey de esos lugares a Jaime II de Aragón quien ejercía de rey de allí desde 1285, cuando había heredado el trono de su padre, Pedro III de Aragón. Y, después, negoció con Carlos Martel de Anjou, hijo del ya fallecido Carlos de Anjou, el otorgamiento del trono de Hungría, reino que le pertenecía a Alberto, hijo del emperador Rodolfo de Habsburgo.

Este papa vendedor de tronos ajenos, antes de morir, para robar riquezas y territorios quiso enviar una cruzada a Tierra Santa, pero no le funcionó ese proyecto porque no contó con el respaldo de los gobiernos de Europa, que ya no veían rentable esa aventura.

Luego de la muerte del papa Nicolás IV, la silla de san Pedro estuvo desocupada por más de dos años debido a que el colegio de cardenales estaba dividido entre las familias oligarcas romanas Colonna y Orsini, dos facciones que pelearon como perros, cada una luchando para elegir a uno de los suyos en el puesto más codiciado de Europa.

Ya agotados en esa lucha, los cardenales se dieron cuenta que en esas condiciones de paridad no era posible elegir a un miembro o favorito de ninguna de las dos familias y acordaron elegir papa a un hombre que no fuera político sino auténticamente religioso. El elegido fue un religioso que meditaba en una cueva, quien llegó al acto de consagración montado en un asno, y se sintió molesto porque el lambón rey Carlos Martel de Anjou, cuando él iba llegando a la ciudad de Aquila, donde fue consagrado, tomó el rejo de su asno, en fingida señal de humildad. El nuevo papa tomó el nombre de Celestino V (1294), y a lomo de asno se trasladó a Nápoles, queriendo meditar por el camino sus asuntos pero no le fue posible debido a que no pudo desprenderse de su majestad, el impertinente rey Carlos de Anjou.

Este señor fue un papa honesto, religioso, que al darse cuenta de la enorme perversidad de la monarquía eclesiástica, se sintió indignado, renunció, montó en su asno y tomó camino de regreso a su cueva, con la intención de enseñar su propia religión cristiana, pero su sucesor lo hizo preso y luego lo encerró y lo asesinó en un castillo que tenía su familia cerca de Anagni. Ahora, este señor religioso es conocido como san Celestino, pero muchos decían que hacía milagros desde antes de morir.

Cuando renunció el papa Celestino, la monarquía eclesiástica siguió convencida de que lo más importante de la Iglesia era el poder y la política, pero el accionar de este hombre puso en evidencia que para sostener esas dos cosas era indispensable seguir fingiendo fe religiosa y no exponer al conocimiento de los verdaderos religiosos las perversidades de los monarcas eclesiásticos.

Con ese pontífice, honesto y religioso, las perversidades eclesiásticas no engranaban y aunque la renuncia de Celestino era lo más conveniente para todos los monarcas de la Iglesia, la salida suya les causó pánico porque para ellos no era conveniente que ese señor, reconocido como sabio y religioso, quedara suelto después de tener conocimiento de la enorme perversidad política en la dirección de la Iglesia Cristiana.

Celestino era contrario a que la Iglesia gobernara Estados, según sus palabras, Jesús nunca tuvo esa pretensión. Él no apoyaba la Inquisición ni las Cruzadas, puesto que Jesús aconsejaba ser buenos de espíritu y nada de violencia. De haberlo querido, el papa Celestino, con absoluta y neta justicia hubiera podido excomulgar a todos los cardenales de la Iglesia, igual que a casi todos los obispos, en realidad una jauría de políticos perversos y bandidos, disfrazados de religiosos.

Luego de la renuncia del papa Celestino, el pánico en la monarquía eclesiástica se generalizó por la gran posibilidad de que se filtraran sus asuntos perversos, a los ‘curas camorreros’ y al común de la gente en el exterior, cosa que podría generar un incontrolable cisma religioso protestante en Occidente. Entonces, de afán, la monarquía eclesiástica eligió papa a un abogado, de origen español pero miembro de la nobleza romana, quien tomó el nombre de Bonifacio VIII (1294 a 1303) y quien la primera decisión que tomó como papa fue ordenar apresar al ahora religioso Celestino, el señor pontífice que había renunciado, a quien hizo encarcelar y luego asesinar en el castillo ya mencionado. Poco después hizo que Jaime II de Aragón renunciara a sus derechos de Sicilia para él cedérselos a Carlos de Anjou, pero el pueblo siciliano se rebeló en su contra y coronó de rey a Federico II, hermano de Jaime II. Ante esa rebelión, al papa Bonifacio VIII le tocó reversar y confirmar al rey Federico II.

Este papa era sumamente autoritario y se dijo que el fantasma del papa Celestino lo obligó a aceptar las exigencias del pueblo siciliano, pues corrían rumores de rebeliones religiosas. Más tarde, por asuntos de impuestos, se enfrentó con el rey francés, Felipe IV el Hermoso. Ese conflicto se debió a que, por escasez de recursos económicos, el rey de Francia le puso impuesto a algunos de los productos que eran exportados a los Estados Pontificios. Cuando el papa Bonifacio supo de esos impuestos emitió una bula, conocida como ‘Clericis Laicos’, con la que les prohibía a todos los gobiernos del mundo cobrarle impuesto a la Iglesia, sin el consentimiento del papa. Pero el rey Felipe IV ignoró esa bula y estableció que todos los productos que se exportaran de Francia tenían que pagar impuestos, sin importar el país de destino.

En esa época, a cambio de su farsa religiosa, la Iglesia católica ordeñaba a casi todos los países europeos, y, en este caso de impuestos, el temor del papa Bonifacio no era porque ocurriera un cisma religioso sino un cobro internacional generalizado de impuestos, temor de cobros por el que le tocó tratar suavecito con el rey Felipe IV. Sin embargo, poco después, con la intensión de debilitar el gobierno francés, el papa Bonifacio estableció un nuevo obispado en Pamiers, en el sur de Francia, donde nombró de obispo a Bernardo de Saisset, pero, inmediatamente, el rey Felipe encarceló a Saisset y lo acusó de alta traición.

Con la supuesta intención de solucionar definitivamente el conflicto entre el poder auto presumidamente eterno de la Iglesia y el poder temporal del rey de Francia, el papa Bonifacio VIII emitió una bula, conocida con el nombre de ‘Ausculta Fili’, donde convocó al rey Felipe IV y al clero francés a un concilio que se realizaría el 1 de noviembre de 1302 en Roma, pero el rey Felipe IV no asistió ni permitió que el clero francés viajara a Roma. Sin embargo, sin la asistencia francesa, el concilio se realizó y dio como resultado la emisión de una bula, conocida como ‘Unam Sanctam’, con la que se actualizaba el antiguo sistema de la jerarquía religiosa gregoriana. Una parte de esa bula dice: “En el mundo existen dos gobiernos, el espiritual y el temporal, y ambos pertenecen a la Iglesia. El uno está en la mano del Papa y el otro en la mano de los reyes; pero los reyes no pueden hacer uso de él mas que por la Iglesia, según la orden y el permiso del Papa. Si el poder temporal se tuerce, debe ser enderezado por el poder espiritual”.

El final de la bula dice: “Así pues, declaramos, decimos, decidimos y pronunciamos que es de absoluta necesidad para salvarse, que toda creatura humana esté sometida al Pontífice romano”.

En reacción a esa bula, el rey Felipe IV hizo una asamblea en Louvre, donde acusó al papa de herejía y simonía y, enfurecido, le ordenó a su consejero Guillermo de Nogaret, que fuera a Roma y le diera una paliza al papa Bonifacio VIII, y que lo trajera a París, jalado de las mechas.

El papa Bonifacio VIII estaba de locha en su palacio veraniego, en la ciudad de Anagni, cuando supo que el rey francés lo quería tratar con dureza. Enseguida preparó una bula para excomulgarlo, pero no alcanzó a publicarla porque Guillermo de Nogaret ya había hecho contacto con Sciarra Colonna, enemigo acérrimo del papa; con la clase alta de Anagni, quienes tampoco gustaban de él; y con la facción francesa del colegio de cardenales, quienes apoyados por milicianos asaltaron el palacio veraniego del papa.

Al iniciarse el asalto, Bonifacio VIII, creyendo que sus enemigos no le harían daño si lo encontraban vestido con sus prendas de papa, se vistió con toda la gala pontificia y los esperó sentado como un rey. Al encontrarlo Sciarra Colonna con esa vestimenta, lo insultó diciéndole que su vestido de religioso no evitaba que él fuera el bandido más pretencioso del mundo y lo atacó a bofetadas. Luego lo empelotaron y duraron tres días humillándolo, dándole palo y azote, hasta que el pueblo raso de Anagni se los quitó y fue llevado a Roma, donde murió a los pocos días por el efecto de la golpiza que le habían dado en Anagni.

Con la muerte del papa Bonifacio VIII finalizaron las pretensiones de la Iglesia, de gobernar a todos los gobiernos del mundo. Entonces la Iglesia quedó en poder de los franceses y tiempo después la sede del papado fue trasladada a la ciudad de Avignon, que entonces pertenecía al reino de Nápoles.

Tras la muerte del papa Bonifacio, la monarquía eclesiástica eligió papa a un romano de clase humilde, pero que era un encumbrado servil de la monarquía política romana, quien tomó el nombre de Benedicto XI (1303 a 1304), y a quien le tocó ejercer su papado en medio de la lucha entre monarcas religiosos franceses y romanos. No era tan pretencioso como su antecesor; duró menos de un año y fue poco lo que pudo hacer para calmar el lío religioso. Era un hombre creído y ostentoso, negó conocer a su propia madre, que era pobre y viuda, porque fue con ropa humilde a visitarlo a su despacho. Murió envenenado por orden del consejero francés Guillermo de Nogaret, a quien había excomulgado.

Cuando murió el papa Benedicto XI, las dos facciones de cardenales, francesa y romana, demoraron casi un año luchando para poder elegir al nuevo pontífice y cuando hubo acuerdo el elegido fue un francés, favorito del rey Felipe IV, quien tomó el nombre de Clemente V (1305 a 1314) y quien, para que el rey francés asistiera a su consagración, decidió consagrarse en la ciudad de Lyon.

En realidad, durante el lapso de Clemente V, quien ejerció de papa fue el rey francés, Felipe IV. Por orden del rey, lo primero que hizo el papa fue nombrar de cardenales a nueve hombres, parientes o cercanos a Felipe IV, y poco después trasladó el papado a Avignon donde ejerció él su pontificado.

Debido a la guerra que tuvo Francia con Inglaterra, el rey Felipe estaba muy endeudado con los integrantes de La Orden del Temple, de los caballeros templarios. Con el apoyo de normas religiosas, emitidas por el papa Clemente V, el rey hizo prisioneros a los caballeros templarios, los asesinó, robó sus enormes fortunas y no les pagó la deuda. Si hubiera existido el delito de ‘bulicidio’, el papa Clemente lo hubiera cometido varias veces pues anuló todas las bulas que le eran contrarias al rey de Francia. En resumen; el rey Felipe IV y el papa Clemente V fueron dos bandidos tan de la misma calaña y tan unidos que murieron casi en la misma fecha.

La silla de san Pedro quedó desocupada por casi dos años luego de la muerte del papa Clemente V, debido a que el cónclave, reunido en Carpentras, estaba dividido en tres facciones, una francesa, una de gascones y una italiana, y cada una tenía su candidato. Cabe explicar que a los miembros de la monarquía francesa no les interesaba ocupar la silla de san Pedro, sino que la ocupara un papa títere del monarca francés. Y, en esta elección, luego de casi dos años de discusiones fallidas, el rey francés ordenó hacer un cónclave en Lyon, donde asistieron 23 cardenales, la gran mayoría franceses, y eligieron papa a un abogado y político francés, de clase humilde, quien tomó el nombre de Juan XXII (1316 a 1334), y quien, como el anterior, fijó su despacho en Avignon.

Poco después de ser entronizado Juan XXII, sin que nadie lo llamara, se involucró en el conflicto que había por el trono de Alemania, pretendido por los duques Luis de Baviera y Federico de Austria. El papa Juan XXII, de pura viveza, se autoproclamó regente de Alemania, según él mientras se definía la legitimidad del trono alemán, sin embargo, peleando por ese asunto, en la Batalla de Mühldorf, el duque Luis IV venció al duque Federico y éste último renunció a su pretensión al trono de Alemania, debiendo quedar arreglado ese pleito, pero el papa Juan XXII no quiso reconocer como rey de Alemania al duque Luis IV ni mucho menos coronarlo de emperador del Sacro Imperio, alegando que éste había tomado el título sin su confirmación, y más tarde lo acusó de herético, supuestamente porque protegía pensadores heterodoxos, y lo excomulgó. La respuesta de Luis IV fue invadir a Italia con un poderoso ejército que entró a Roma, depuso al papa y eligió a un nuevo pontífice que tomó el nombre de Nicolás V, siendo este el primer antipapa italiano de la historia.

El papa Juan XXII huyó y excomulgó a Roma, cosa que le arruinó el turismo religioso a la ciudad y provocó la rebelión de los romanos, quienes hicieron ir a Luis IV de la Ciudad Eterna. Poco después el antipapa Nicolás renunció y se sometió al papa Juan XXII, quien varias veces fue acusado de herejía y sería recordado por los alemanes y muchos europeos como un papa oportunista y bandido.        

El siguiente papa también fue una marioneta del gobierno francés. El elegido era de familia humilde, hijo de un panadero. Cuando supo que había sido elegido a pontífice les dijo a los cardenales que habían elegido papa a un asno. Tomó el nombre de Benedicto XII (1334 a 1342). Este hombre había sido inquisidor, pero siendo papa no fue tan sanguinario. Trabajó con la dureza de un burro, depuró la Iglesia y no fue cruel en asuntos religiosos. En asuntos políticos fue un buen mandadero de la monarquía francesa, que todavía no se interesaba en ocupar la silla de san Pedro sino en tener al papa bajo control y al servicio de Francia.

En el año 1342, tras la muerte del papa Benedicto XII, fue elegido el cuarto papa que despacharía en Avignon; era francés, igual que los tres anteriores, y tomó el nombre de Clemente VI (1342 a 1352). Este papa, además de tramposo y nepotista, fue un absoluto servil del rey Felipe de Francia. Poco después de ser entronizado le compró a Juana de Nápoles, por 80.000 florines, el producto público de la ciudad de Avignon, pero luego la tramó y no le pagó lo convenido, sino que le dijo que él representaba a Dios, y a cambio del pago acordado la confesó y le perdonó el supuesto pecado de haber asesinado a su esposo.

Durante su lapso nombró cardenales a varios familiares suyos, entre ellos el futuro papa Gregorio II, y, para sostener la vida llena de lujos que llevaba, fue un gran vendedor de cosas consideradas sagradas por la Iglesia, por lo que en su papado se generalizó la simonía. Era mujeriego y vicioso, pero estimuló el arte y la literatura y no fue un papa sanguinario, incluso prohibió el peregrinaje de flagelantes, unas procesiones de cretinos religiosos que rogándole cosas a Dios se flagelaban en sus recorridos.

Cuando quedó vacante la silla de san Pedro, antes de elegir al sucesor del fallecido Clemente VI, los 26 cardenales electores negociaron con el candidato que iban a elegir, la línea política que él debía seguir al ser entronizado. Hubo acuerdo en ese tema y el elegido tomó el nombre de Inocencio VI (1352 a 1362), pero este papa, ya consagrado, anuló el convenio que había hecho con los cardenales, alegando que era ilegal limitar los poderes del papa.

Según los registros históricos, el papa Inocencio VI no se dejó manipular de nadie, acabó con la costumbre de varios cargos religiosos en una misma persona, atacó con dureza la corrupción religiosa, eliminó los lujos y ostentaciones en que vivían la mayoría de jefes religiosos, de los que muchos tenían más de cien mansiones, y obligó a los obispos a residir en sus diócesis. Y en lo político hizo todo lo contrario a lo convenido con sus electores, pues lo acordado fue involucrar al Sacro Imperio en la guerra en contra de Inglaterra, pero el papa Inocencio fue un gran buscador de paz y logró un acuerdo político que permitió el fin de la guerra entre Inglaterra y Francia. Además, delegó en Gil Álvarez de Albornoz, la función de restablecer el orden en Roma, ciudad que debido a la anarquía política, desde mucho antes estaba inmersa en revueltas ciudadanas, en las que en ese entonces cayó linchado el gobernador romano Cola di Rienzo, pero De Albornoz logró su propósito y eso significó la paz para Roma y los Estados Pontificios.

Fue Inocencio VI la única persona que entró en conflicto con el rey de Castilla, Pedro el Cruel, por el maltrato que le daba a su prisionera esposa, Blanca de Borbón, aunque no pudo evitar que el monarca causara su muerte. En resumen: la historia registra que este señor pontífice, a pesar de tener todo en contra suya, obró muy bien.

El sucesor del papa Inocencio VI fue un gran humanista y diplomático francés que tomó el nombre de Urbano V (1362 a 1370), siendo además el primer y único miembro de la nobleza francesa en ser elegido pontífice. Este diplomático creía que Roma era el mejor lugar para el despacho del papa. Por eso, al ser consagrado se mudó a Roma y ejerció con mucha sabiduría, pero cuando murió Gil Álvarez de Albornoz, gobernador de los Estados Pontificios, la violencia se apoderó de la Ciudad Eterna y el papa Urbano tuvo que trasladar su despacho a Avignon. Poco después Inglaterra y Francia volvieron a entrar en guerra, pero el papa Urbano no tuvo nada que ver en ese asunto. Urbano V no fue un papa religioso sino un hombre de ciencia. Fundó varias universidades y apoyó a todos los establecimientos educativos que pudo. Desde su punto de vista, las creencias religiosas no eran de inspiraciones divinas sino humanas. Sus datos biográficos apuntan a que él no creía que Dios estuviera involucrado en la creación de los asuntos religiosos humanos, pero, presionado por la monarquía eclesiástica, este fue uno de los papas que más misiones evangelizadoras envió al extranjero, incluidos algunos lugares de los más remotos países asiáticos.

El último papa de nacionalidad francesa fue elegido el 30 de diciembre de 1370. Ese día, para suceder al papa Urbano V, por unanimidad resultó elegido un sobrino del fallecido papa Clemente VI, quien lo había nombrado cardenal cuando tenía 18 años de edad. Tomó el nombre de Gregorio XI (1371 a 1378), y fue un papa político y guerrero que al fracasar en organizar una cruzada en contra de los turcos, generó o se involucró en varias guerras, y que por nombrar obispos franceses en pueblos y ciudades italianas provocó grandes revueltas ciudadanas en Italia. Esas revueltas fueron aprovechadas por el político Bernabó Visconti para apoderarse de Reggio y de otros territorios pontificios, por lo que el papa le envió una bula con la que lo excomulgaba, pero Bernabó ni siquiera la leyó sino que les hizo comer el pergamino donde estaba escrita a quienes se la fueron a entregar. En respuesta, el papa le declaró la guerra, pero las tropas de Bernabó derrotaron a las católicas. Entonces el papa hizo una alianza militar con la reina de Nápoles y con el rey de Hungría, a la que se unió John Hawkwood, jefe de mercenarios ingleses, y con esa fuerza obligó a Bernabó a pactar un acuerdo, arreglo que resultó muy favorable para Bernabó debido a que él sobornó a los negociadores del papa.

Pero las revueltas en Italia continuaron porque el papa no retiró los obispos franceses, y las cosas empeoraron cuando empezó a nombrar obispos franceses en Florencia, con lo que provocó que los florentinos se aliaran con Bernabó, y además surgieron revueltas en los Estados Pontificios, cuyos ciudadanos no apoyaban el nombramiento de obispos franceses en territorios extranjeros. En respuesta a esas insurrecciones, el papa Gregorio XI puso a Florencia en interdicto, excomulgó a sus habitantes y declaró ilegales sus posesiones. Las enormes pérdidas económicas hicieron que los florentinos buscaran la mediación de Catalina de Siena, pero, debido la intransigencia del papa, fue poco lo que ella pudo hacer.

La nobleza de Avignon se sentía muy incomoda con la sede del papa en esa ciudad y le había dado la misión a Catalina de convencerlo de que mudara su sede a Roma, cosa que supuestamente acabaría con las revueltas. Para dicha del pueblo de Avignon, eso sí lo consiguió Catalina, el papa se mudó a Roma, pero poco después el cardenal Roberto de Ginebra, futuro antipapa Clemente VII, ordenó masacrar a la población de Cesena, asesinatos masivos que alteraron el ánimo de los romanos de tal forma que hicieron que Gregorio XI regresara su despacho a Avignon.

En esa época los políticos querían tener el control del papa, pero en ninguna ciudad querían tener su despacho. Tiempo después, el papa Gregorio, en contra de su voluntad, tuvo que regresar su despacho a Roma, y Avignon nunca volvió a ser sede del jefe de la Iglesia Cristiana.

Según el revolucionario Bernabó Visconti, el mejor lugar para sede de los papas era el infierno. Y Roma fue casi un infierno para el papa Gregorio, donde, no sin fundamento, todo el tiempo se sintió amenazado de muerte.

Debido al lío habido por el nombramiento de obispos franceses, cuando murió el papa Gregorio los romanos por ningún motivo querían que su sucesor fuera otro francés. En Roma hubo numerosas manifestaciones exigiendo que si la sede del papa era Roma y ellos tenían que aguantarse la ‘sarna religiosa’, pues que el papa fuera romano o al menos italiano. Pero ni en Roma ni en ninguna parte querían tener ese cartel criminal y perverso que dirigía la Iglesia Cristiana y mucho menos al ‘Vicario de Cristo’.

El colegio de cardenales, que estaba integrado por 22 ‘apóstoles’, para elegir al nuevo papa se reunió en Roma con solo 16 de sus integrantes debido a que éstos no esperaron la llegada de 6 cardenales que venían de Avignon.

En ese tiempo, los integrantes del colegio de cardenales estaban divididos en tres facciones y cada facción tenía su propio candidato, pero las manifestaciones del pueblo romano los hicieron temer por sus vidas y decidieron elegir papa al italiano Bartolomeo Prignano, un conocido administrador de asuntos religiosos que había colaborado en el traslado de la sede pontificia, de Avignon a Roma.

Antes de anunciarse la elección de Bartolomeo, un cardenal de la dinastía Orsini dijo que el elegido había sido el anciano cardenal de san Pedro, y poco después otro cardenal anunció la elección del obispo francés Jean de Bar, cosa que estuvo a punto de producir que el pueblo romano linchara a los cardenales. Para calmar los ánimos de los revoltosos, el colegio de cardenales hizo público que la elección del papa había favorecido al anciano Tebaldeschi, cardenal de san Pedro, para más tarde corregir la elección y confirmar finalmente a Bartolomeo, quien fue bien aceptado por los revoltosos y quien tomó el nombre de Urbano VI (1378 a 1389).

El papa Urbano resultó ser un auténtico delincuente y muy pronto se convirtió en la persona más odiada de Europa, por ser un político bandido, chantajista, altanero, abusivo, entrometido y con un sin número de pretensiones caprichosas. Para apoderarse de Nápoles, dijo que este reino estaba mal administrado, por el simple hecho de estar gobernado por una mujer, y amenazó a su gobernadora, Juana de Nápoles, diciéndole que si no le pagaba con total cumplimiento los tributos feudales a la Iglesia, la deponía y la encerraba en un convento.

Poco después de iniciado su gobierno, debido a que al papa Urbano VI no lo querían en Roma ni él quiso irse para Avignon, donde tampoco lo querían, el colegio cardenalicio hizo un cónclave en Agnani, donde fue declarada nula su consagración, argumentando que su elección había sido ilegal por haberse hecho con la presión del populacho romano, y el puesto del pontífice fue declarado vacante. Un mes mas tarde, el colegio cardenalicio se reunió en Fondi e hizo una nueva elección de papa, esta vez con la presión del rey Carlos V de Francia. En ese cónclave fue elegido papa el obispo Roberto de Ginebra, involucrado en la ya mencionada masacre de Cesena, quien tomó el nombre de Clemente VII. Los miembros del colegio cardenalicio, con la nueva elección de papa, esperaban que el papa Urbano renunciara, pero él no se consideró peor persona o más bandido que el obispo Roberto de Ginebra y en vez de volver a ser Bartolomeo decidió seguir siendo su santidad Urbano VI, y, para tener apoyo eclesiástico, nombró veinte cardenales, con los que formalizó su propio colegio de cardenales.

Entonces había en Europa Occidental dos delincuentes que en vez de estar encarcelados eran papas, lo cual dio origen a otro cisma religioso en Occidente. Por conveniencias políticas, los gobiernos de Italia -sin incluir Nápoles-, Alemania y Flandes siguieron reconociendo como papa legítimo a Urbano VI; y el resto de gobiernos de Europa a Clemente VII, pero el problema era bastante complicado, pues, además de dos pontífices, había dos colegios cardenalicios; tiempo después, la ‘Santa Iglesia’ determinó que Urbano VI fue el papa legítimo y puso en el infierno al antipapa Clemente. Sin embargo, para la mayoría de los creyentes que los conocieron a ellos dos, ambos eran criminales de la misma calaña y debieron ir a ese mismo lugar.

Casi a lo último de su lapso, el papa Clemente depuso a Juana de Nápoles y puso en su reemplazo a Carlos Durazzo, a quien luego depuso y coronó de rey de Nápoles a Luis de Anjou. Más tarde, en Italia, en una cruzada en su contra, Durazzo hizo prisionero al papa, pero él quiso seguir gobernando desde prisión y Durazzo le permitió regresar a Roma para envenenarlo en esa ciudad, donde murió intoxicado maldiciendo a Durazzo.

Cuando murió el papa Urbano VI, el otro papa, el actualmente antipapa Clemente VII, tenía su sede pontificia en Avignon. Entonces, los cardenales del colegio cardenalicio personal del papa Urbano se reunieron en Roma y para suceder al fallecido eligieron papa a un miembro de la nobleza italiana, quien tomó el nombre de Bonifacio IX (1389 a 1404) y quien lo primero que hizo fue excomulgar a su similar Clemente VII, que en respuesta lo excomulgó a él. Luego depuso al poco antes coronado rey de Nápoles, Luis de Anjou, que había sido coronado por el papa Urbano VI, y en su reemplazo coronó de rey a Ladislao I de Nápoles, hijo de Carlos III, cosa que enfrentó a los dos reyes y que generó muertes y anarquía en Nápoles.

Debido a los enormes problemas políticos y sociales que causaban la existencia de dos pontífices a la vez, con el agravante de que ahora estaban mutuamente excomulgados, los gobiernos de Europa se pusieron de acuerdo y le presentaron a los dos papas una propuesta, originada de un estudio hecho por la Universidad de París, para solucionar el problema del cisma religioso en Occidente. Esa propuesta planteaba tres formas de solución a ese problema: Una era la abdicación voluntaria y simultanea de los dos papas, seguida de la elección de un nuevo pontífice; otra era que por medio de una comisión arbitral, especialista y neutral, se analizaran los derechos de ambos papas y se estableciera cual de los dos era el legítimo; y la última o tercera era que mediante un concilio ecuménico se discutiera el asunto y se decretara cuál de los dos era el papa legítimo. Bonifacio respondió que no aceptaba ninguna de las tres formas propuestas; Clemente la única que no aceptaba era la del concilio ecuménico, insinuando que los cardenales eran políticos corruptos. Debido a ese fracaso, para presionar la solución a ese asunto, los gobiernos aliados de Clemente dejaron de apoyarlo, pero él no se inmutó y siguió en Avignon, despachando como único y legítimo papa.

En el año 1394 murió Clemente VII y poco después el colegio de cardenales que tenía sede en Avignon se reunió y, para reemplazar a este recién fallecido papa, eligió al cardenal Pedro Martínez, quien tomó el nombre de Benedicto XIII, otro papa de ese tiempo que también luchó contra el papa Bonifacio IX y que, después, la ‘Santa Iglesia’ lo envió al infierno de los antipapas.

El cisma de los papas mutuamente excomulgados hizo surgir en Roma un movimiento de penitentes flagelantes encapuchados, conocido como Peregrinos Bianchi, cuyos practicantes le pedían perdón a Dios por los pecados que cometía el papa de Roma, y con eso causaron una gran alteración religiosa entre el pueblo romano. El papa Bonifacio ordenó capturar a los líderes de esos grupos y en hogueras los quemó a la vista del público para que se disolviera ese movimiento. Bonifacio IX murió en Roma, casi de repente, hubo sospechas de envenenamiento.

Hemos visto que en esa época había dos colegios cardenalicios, uno en Roma y otro en Avignon; que cada colegio se auto consideraba el único legítimo, y que cada uno elegía un papa distinto, al que cada colegio cardenalicio consideraba como el único legítimo. Eso en realidad fue una perversidad eclesiástica, conocida como Cisma de Occidente, que daba como resultado un doble pago de tributos religiosos en el Imperio Eclesiástico.

Es de entender que casi toda la gente necesita un dios a quien acudir espiritualmente y, desde hace mucho tiempo, la Iglesia Romana ha asegurado tener el Propio, del que se autoproclamó ser su representante y del que de alguna manera ha vendido sus supuestas divinidades en todos los países del mundo. Y si se hubieran contabilizado los diezmos y demás arandelas que ha cobrado la Iglesia, aplicando la religión a la fuerza y soportando su legitimidad con su muy prometida pero nunca comprobada Salvación Divina, no habría duda de que todo el tiempo el mejor negocio del mundo ha sido el dios de la religión católica. La Iglesia todo el tiempo ha tenido un gran reguero de ‘curas camorreros’, esparcidos en el mundo, trabajándole gratis, predicadores que todo lo que han invertido ha sido palabras con retórica y ambigüedades religiosas, o sea la inentendible jerga religiosa. Y dichos ‘curas camorreros’, con el adoctrinamiento religioso que aplicaron, le contagiaron la mente a casi toda la gente de los lugares donde evangelizaron, en especial al pueblo raso, y le generaron una gran estupidez y el mayor atraso científico a la humanidad, siendo la monarquía eclesiástica la única beneficiada con su cháchara religiosa, ya que, a cambio de ésta, desde todas partes del mundo ha estado recibiendo enormes riquezas económicas y el máximo poder político del planeta.

Cuando murió el papa Bonifacio IX, el colegio cardenalicio de Roma, para sucederlo eligió a un abogado italiano que había estado muchos años en Inglaterra recaudando los impuestos religiosos de la Iglesia. El elegido ya era cardenal componente del colegio que lo eligió, y antes de la elección todos los cardenales juraron que de resultar elegido no importaría perder la tiara con tal de solucionar el problema del cisma religioso existente. Pero cuando el partido gibelino supo de la elección de pontífice al cardenal Cosimo de Migliorati, organizó una gran revuelta ciudadana que hizo ir de Roma a los cardenales e impidió que se discutiera el problema del cisma religioso.

El nuevo papa tomó el nombre de Inocencio VII (1404 a 1406), y para controlar la situación de orden público, alterado en su contra, tuvo que solicitarle ayuda a Ladislao, el rey de Nápoles. El rey acudió y normalizó las cosas, pero antes le hizo prometer al papa que cuando hubiera la reunión para discutir el cisma, su trono de rey debía quedar reconocido y su rival, Luis de Anjou, excomulgado.

Poco después, el papa Inocencio hizo venir a un mercenario, sobrino suyo, llamado Ludovico, quien asesinó a casi todos sus opositores y de premio el papa lo nombró cardenal. El pueblo romano, al saber de ese nombramiento, se enfureció, mató a numerosos dirigentes del partido del papa (welfos) y éste tuvo que huir a Viterbo. Su aliado, el rey Ladislao, con numerosos asesinatos le arregló el problema de orden público, y de premio el papa lo nombró marqués y conde de Fermo, pero Ladislao quería extender su autoridad a todos los Estados Pontificios, pretensión por la que los dos rompieron la alianza, disgustaron y el papa excomulgó a Ladislao y éste hizo que envenenaran al pontífice.

Durante su lapso, el papa Inocencio VII incumplió su juramento acerca de solucionar el problema eclesiástico en Occidente de dos papas a la vez. Cansado de esperar el tan anunciado concilio, Benedicto XIII le escribió varias cartas para tratar la solución del problema del cisma religioso, pero nunca recibió respuesta suya.

Poco después de la muerte del papa Inocencio VII, para elegir a su sucesor se reunieron en Roma 15 cardenales. Debido a que el papa Benedicto XIII había dado señas de disposición de querer acabar con el cisma de Occidente, los 15 cardenales se reunieron con la condición de que el elegido renunciaría si el papa Benedicto abdicaba, y habría nueva elección de papa. En este concilio resultó elegido un aristócrata veneciano que tomó el nombre de Gregorio XII (1406 a 1415), quien, no obstante al acuerdo de los cardenales, no hizo las diligencias para solucionar el asunto del cisma religioso, ya que ese tema se complicó de inmediato, debido a que el rey Ladislao de Nápoles se involucró en esas discusiones y las cosas se trabaron. Además, la familia aristocrática del papa Gregorio XII tomó cartas en el asunto y empeoró la situación. Luego hubo una propuesta para que los dos papas se reunieran en Savona y trataran personalmente el asunto, pero la mutua desconfianza, en el sentido de que ambos sospechaban que podían ser asesinados o hechos prisioneros por su similar, impidió esa forma de solución. -Esas sospechas no eran infundadas, hemos visto que los papas eran monarcas delincuentes y gente de la peor calaña, quienes no dudaban en matar o hacerse matar por el trono-.

Debido a que el nuevo papa no mostró interés en arreglar el problema del cisma religioso, los cardenales que lo eligieron se decepcionaron y le retiraron el apoyo, pero, debido a esa decisión, él los convocó a una reunión en Lucca, supuestamente para solucionar el asunto, y en esa ciudad los hizo prisioneros y para reforzar su poder en la Iglesia nombró a cuatro sobrinos suyos de cardenales. Al saber ese asunto, el papa Benedicto también nombró su tanda de cardenales, cosa que disgustó a los antiguos cardenales suyos y aprovechando que al papa Gregorio se le habían escapado siete cardenales, éstos los contactaron y convinieron hacer un concilio en Pisa, en el año 1409, con el propósito de deponer a ambos papas y elegir uno nuevo. Los dos papas fueron invitados a ese concilio, pero ninguno de ellos asistió. En ese evento ambos papas fueron acusados de cismáticos, heréticos y perjuros y los dos fueron depuestos, quedando vacante el trono pontificio. Un mes más tarde, el mismo grupo de cardenales se reunió y eligió a un nuevo papa que tomó el nombre de Alejandro V, y cuya sede pontificia fue la ciudad de Pisa.

Ni el papa Benedicto ni su similar Gregorio reconocieron la validez del concilio de Pisa; ambos lo acusaron de anticanónico, alegando que solo el papa tenía facultades para convocar un concilio. El papa Gregorio había reforzado su propio colegio de cardenales con el nombramiento de diez nuevos cardenales y convocó un concilio en Cividade di Triuli, al que solo asistieron sus cardenales títeres, quienes declararon tanto a Benedicto XIII como a Alejandro V como cismáticos y devastadores de la ‘Santa Iglesia’. Pero lo cierto era que entonces la ‘Santa Iglesia’ tenía tres papas, individualmente legítimos desde el punto de vista de cada uno de ellos y mutuamente excomulgados.

En el año 1410 murió el papa Alejandro V, y su huérfano colegio de cardenales, para sucederlo, eligió a un nuevo papa que tomó el nombre de Juan XXIII. Poco después de éste ser entronizado, Segismundo, emperador del Sacro Imperio, para librarse del tormento político que era tener que lidiar con tres papas diferentes y pretenciosos, hizo toda clase de parapetos hasta que logró convencer a Juan XXIII de que convocara un concilio, para arreglar el problema del cisma religioso. Hubo acuerdo y el concilio fue convocado para el año 1414, en la ciudad de Constanza, y al realizarse fue presidido por el papa Juan XXIII, quien secretamente llevaba la intención de hacerse papa único, ganándose el apoyo de los participantes. Pero en ese concilio las discusiones se hicieron con un formato democrático, en el que las determinaciones del concilio estaban por encima de la autoridad del papa, cosa que no esperaba su santidad Juan XXIII, quien al verse obligado a aceptar esas condiciones huyó de Constanza, para no perder la tiara pontificia. Pero lo persiguieron, lo capturaron y le hicieron un juicio en el que fue acusado de violación, incesto, adulterio, profanación y de varios homicidios; allí quedó claro que él era amante de la esposa de un hermano suyo. Fue obligado a abdicar y, para acallar ese escándalo eclesiástico, primero fue encarcelado y poco después, en secreto, fue enviado como arzobispo de Tusculum, donde sedujo y abusó de más de 200 mujeres entre monjas, doncellas, casadas y viudas, por lo cual fue trasladado a Frascati, lugar donde murió siendo obispo. Desde cuando era papa, de su santidad Juan XXIII se decía que en asuntos sexuales era más activo que el mitólogo gallo de la pasión.

Poco después, el papa Gregorio, mediante una bula reconoció la validez de ese concilio y voluntariamente renunció. Benedicto se negó a abdicar y siguió siendo papa hasta el año 1417, cuando otro concilio lo depuso y después eligió un nuevo papa, quien tomó el nombre de Martín V (1417 a 1431), y quien gracias a la tenacidad del emperador Segismundo terminó con el cisma de Occidente.

Para evitarle futuros problemas al arreglo del cisma religioso, el expapa Benedicto XIII, ahora arzobispo de Porto, fue envenenado un mes antes de elegir al papa Martín V, cuyo verdadero nombre era Oddone Colonna, hijo de Agapito Colonna y Caterine Conti, miembros de las dos familias oligarcas romanas más influyentes en esa época. 

En el lapso del papa Martín V fue injustamente condenada a la hoguera la visionaria Juana de Arco, y con este papa terminó el cisma de Occidente, pero, como veremos de aquí en adelante, la gran mayoría de los papas siguientes fueron tan perversos y tan bandidos como los anteriores.

Del papa Martin V puede decirse que le gustaban mucho más los viajes y el turismo religioso que la política. Su sucesor fue un sobrino del papa Gregorio XII, quien tomó el nombre de Eugenio IV (1431 a 1447) y quien debutó su papado con el ya decretado asesinato eclesiástico de Juana de Arco, y luego tuvo grandes conflictos políticos con la familia Colonna, entonces amos y dirigentes políticos de Roma, quienes consideraban al papa como un subalterno de ellos. Lo que más importaba en ese lío, supuestamente religioso, eran los impuestos que pagaban los fieles; ese pleito lo ganó el papa Eugenio porque contó con el apoyo de los cardenales, a quienes les daba la mitad de las ganancias de la Iglesia. Sin embargo, en el año 1439, en un concilio que se realizó en Basilea, el papa Eugenio IV fue depuesto por un grupo de cardenales que estaba tratando de arreglar divergencias eclesiásticas acerca de la subordinación del papa a las determinaciones de los concilios, y en su reemplazo éstos eligieron papa el conde de Piamonte, quien tomó el nombre de Félix V y quien ejerció en Lausana y Saboya como auténtico pontífice, hasta el año 1449 cuando renunció y fue oficialmente declarado antipapa.

El propio sucesor del papa Eugenio IV tomó el nombre de Nicolás V (1447 a 1455) y este pontífice se convirtió en el hombre más injusto de la humanidad, ya que este papa delincuente, mediante una bula conocida como Dum Diversas, autorizó al rey de Portugal a reducir a esclavitud perpetua y hereditaria a todo “sarraceno, pagano y a cualquier otro incrédulo”, decreto papal que fue el comienzo de la legalización de la esclavización humana. Refiriéndose al rey de Portugal, la bula Dum Diversas dice:

“Le otorgamos por estos documentos presentes, con nuestra Autoridad Apostólica, permiso pleno y libre para invadir, buscar, capturar y subyugar a sarracenos y paganos y otros infieles y enemigos de Cristo dondequiera que se encuentren, así como sus reinos, ducados, condados, principados, y otros bienes [...] y para reducir sus personas a la esclavitud perpetua.”

En el año 1455, para ampliar la cobertura de la legalización de la esclavitud, el papa Nicolás V emitió otra bula, conocida como Romanus Pontifex, cosa que sirvió para esclavizar legalmente a casi toda la gente humilde de raza negra. En el punto 4 esta bula dice:

“(4) Recientemente llegó a nuestros oídos, no sin gran gozo y alegría de nuestro espíritu, que nuestro dilecto hijo y noble varón, el Infante Enrique de Portugal, tío de nuestro queridísimo hijo en Cristo. Alfonso, ilustre rey de Portugal y del Algarve, siguiendo las huellas de su padre Juan, de clara memoria, rey de los mencionados reinos, abrasado en el ardor de la Fe y en el celo de la salvación de las almas, como católico y verdadero soldado de Cristo, creador de todas las cosas, y como acérrimo y fortísimo defensor de su Fe y luchador intrépido, aspira ardientemente, desde
tierna edad, a que el nombre del mismo gloriosísimo Creador sea difundido, exaltado y venerado en todas las tierras del orbe, hasta en los lugares más remotos y desconocidos, así como a que los enemigos de la milagrosa Cruz, en que somos redimidos, es decir, los pérfidos sarracenos y todos los otros infieles, sean traídos como esclavos al gremio de su fe”.

No hay que pensarlo mucho para entender que el papa Nicolás V no era un creyente cristiano sino un jefe eclesiástico hipócrita y perverso, que para facilitarles el robo a sus compinches bandidos legislaba a favor de ellos, componiendo entre todos un cartel de asesinos y esclavistas que hacían toda clase de leyes amañadas que, en la práctica, les daban licencia para robar riquezas, asesinar enemigos y esclavizar gente indefensa. El punto 10 de esta misma bula dice:

“(10) Nos, pensando con la debida meditación en todas y cada una de las cosas indicadas y teniendo a que, anteriormente, al citado rey Alfonso se concedió por otras epístolas nuestras, entre otras cosas, facultad plena y libre para a cualesquier sarracenos y paganos y otros enemigos de Cristo, en cualquier parte que estuviesen, y a los reinos, ducados, principados, señoríos, posesiones y bienes muebles e inmuebles, tenidos y poseídos por ellos, invadirlos, conquistarlos, combatirlos, vencerlos, y someterlos; y reducir a servidumbre perpetua a las personas de los mismos, y atribuirse para sí y sus sucesores y apropiarse y aplicar para uso y utilidad suya y de sus sucesores sus reinos, ducados, principados, señoríos, posesiones y bienes de ellos. “

 Y, en el punto 22, la bula Romanus Pontifex finaliza diciendo: 

“(22) A ningún hombre, pues, será lícito infringir esta página de nuestra declaración, constitución, donación, concesión, apropiación, decreto, observación, exhortación, in junción, inhibición, mandato y voluntad, o atreverse a contrariarla temerariamente. Mas si alguno presumiese atentar contra ello, sepa que incurre en la indignación de Dios
Todopoderoso y de los Santos Pedro y Pablo, sus apóstoles.”

Poco después de la proclamación de esta bula, con el dinero de la venta masiva de esclavos africanos, que casi todos fueron apresados siendo gente libre que ni siquiera sabía de la supuesta existencia del Cristo romano, se financiaron las expediciones de Enrique el Navegante, buscando una ruta marítima a la India.

Desde entonces, sin motivos de guerra y sin ninguna justificación, por mandato de la ‘Santa Iglesia’ la gente pobre podía ser legalmente degradada a la esclavitud perpetua y sus generaciones heredaban esa condición.

Pero en gran parte de Europa había noblezas que ya no querían someterse a la autoridad civil del papa. En el año 1452 el papa Nicolás V enfrentó con éxito una conspiración para derrocarlo, y en el año 1453 sufrió una derrota militar de los turcos que significó la caída a manos musulmanas de Constantinopla. Para bien de la humanidad, este hombre nefasto murió en el año 1455; se dice que muchos esclavos hicieron fiestas y le desearon a su santidad Nicolás V feliz viaje al infierno. Mucho tiempo después, el ahora San Pedro Claver consideró como sumamente injusta la esclavitud y la maldijo.   

El verdadero nombre del sucesor del papa Nicolás V era Alfonso de Borja, proveniente de Villa Borja, y miembro de la dinastía Borja, quienes aliados con Jaime I de Aragón habían conquistado Valencia. Este Borja era abogado, y fue elegido papa por el rey Alfonso V de Aragón. Al ser consagrado pontífice tomó el nombre de Calixto III (1455 a 1458); antes, este sujeto era un cardenal esclavista, nepotista, guerrero y saqueador. Tan pronto fue consagrado hizo príncipes a sus dos sobrinos, Luis y Rodrigo, dos bandidos de su misma calaña, y poco después los nombró cardenales. Pero hay que entender que en ese tiempo la gran mayoría de cardenales eran hombres de esa misma calaña y nombrados de igual manera. En esta época, por todas partes, los curas o sacerdotes se encargaban de predicar ‘la camorra religiosa’ para ganar más población y riqueza para la Iglesia; ellos hacían el trabajo de adoctrinamiento religioso y de recaudo de diezmos, y los monarcas de la Iglesia recibían los enormes ingresos que producía la Religión Católica.

La familia Borja fue muy parecida a la familia de Teofilacto y Marozia, en el sentido de que, para aumentar sus posesiones, algunos de sus miembros estratégicamente se casaban con miembros de familias poderosas de Europa, y luego de obtener el beneficio pretendido mataban o encarcelaban a los cónyuges, para darle paso a otro matrimonio conveniente, mientras otros familiares ocupaban los puestos claves de la Iglesia.

Aunque la Iglesia niega ese asunto, hay registros que aseguran que, en el año 1456, estando el papa Calixto III preparando una Cruzada en contra de los turcos, alguien le informó al pontífice de la aparecida del cometa Halley en el cielo de Oriente, y poco después le explicaron al papa el mal augurio que podía significar ese chorro de luz para el ejército cristiano que iba a salir para Constantinopla. Entonces, para eliminar el mal presagio, el papa Calixto III excomulgó al cometa Halley, como cosa del Diablo, y sus tropas salieron tranquilas y seguras a asesinar turcos musulmanes, para saquear y robar sus riquezas, ya que, en general, los saqueadores cristianos creyeron que con esa excomunión quedaba eliminado el riesgo que ese supuesto demonio les anunciaba en el cielo de Oriente. Pero esa excomunión no causó el efecto que los confiados cristianos esperaban, pues esa Cruzada terminó en un gran desastre militar y económico para las tropas de la Iglesia.

El papa Calixto III canonizó al gran criminal y fanático religioso Vicente Ferrer, un líder cristiano sectario que tenía como lema y actitud bautismo o muerte”, y quien dijo que los judíos eran animales con rabo, que menstrúan como las mujeres” y afirmaba que los judíos tienen entre otros el más oculto y abominable oprobio, pues les sale de la cara aquel exangüe olor y amarillez de su rostro. La señal de Caín está puesta sobre ellos y eso es el olor que exhalan.”

Al final de su pontificado, por asuntos económicos y políticos, este papa se enemistó con Ferrante I, hijo y heredero del rey Alfonso V de Aragón, a quien no aceptó coronar como rey de Nápoles porque consideraba que ese territorio le pertenecía a la Iglesia. Según numerosos escritos históricos, su santidad Calixto III fue un político sanguinario y un bandido en todo el sentido de la palabra. Por presión política hizo anular la condena a la visionaria francesa Juana de Arco, para luego ser declarada inocente y canonizada por la ‘Santa Iglesia’ como Santa Juana de Arco, siendo ella hasta el presente la única santa que, según la Iglesia, ha estado en el infierno.

Juana de Arco, por supuesta brujería, había muerto en la hoguera, en el año 1431; en el papado de Calixto III, la ‘Santa Iglesia’ aceptó que se había equivocado en ese hecho y aseguró haberla pasado del Infierno a la Gloria. Y eso fue todo lo que tuvo que pagar la asesina y perversa Iglesia para arreglar su supuesto error. Mas adelante veremos que Rodrigo Borja, o Borgia en latín, el sobrino bandido que nombró cardenal el papa Calixto, se convierte en el bandidazo papa Alejandro VI.

El siguiente papa fue un seglar italiano que tomó el nombre de Pío II (1458 a 1464), y fue elegido pontífice por votos de protesta de los cardenales, para no elegir al cardenal de Ruán. Este hombre, antes de ser papa había sido un trotamundos sufrido, autodidacta y trabajador, que le había tocado hacer de toda clase de oficios. Siendo papa fue algo religioso; en lo político fue un buen conciliador, además era amante de las artes y es el único papa que ha escrito su autobiografía. Por sus escritos se supo que tuvo dos hijos y que consideraba la esclavitud como “un gran crimen”. Además, el papa Pío II escribió varios libros de asuntos mundanos, entre los que sobresalió el titulado como Historia de dos amantes.

El sucesor del papa Pío II fue un sobrino del papa Eugenio IV, quien tomó el nombre de Pablo II (1464 a 1471), pero se autodenominaba ‘el Hermoso’. De este papa hay numerosos escritos acerca de que le gustaban las orgías sexuales con jóvenes que lo ataban y lo azotaban desnudo. Algunos registros históricos dicen que al comienzo quiso que lo llamaran ‘Hermoso’ y que por elegir ese nombre fue recriminado por los cardenales, quienes le pidieron que tomara otro nombre y le aconsejaron llevar una vida más apropiada con su investidura de papa, pero, aunque aceptó tomar el nombre de Pablo II, en lo demás fue muy poco lo conseguido para que se corrigiera, pues no era religioso y por encima de todo prefería sus bacanales sexuales y las parrandas pueblerinas. No le agradaban los escritores ni los poetas, para dejarlos varados cerró la oficina de compendiadores del Vaticano, la mayor fuente de empleo de éstos, y luego hizo encarcelar al poeta Platina, quien por ese cierre le envió una carta amenazante en el sentido de hacer públicas sus prácticas sodomitas.

En algunos hechos no hay coincidencia y es posible que algunos escritores de su época no hayan sido neutrales con el papa Pablo II, por lo que resulta imposible dar todos los escritos históricos acerca de su persona como cosa cierta. En lo que sí coinciden todos los que lo mencionan es en que él era un degenerado sexual. Este papa murió luego de comerse una ensalada de melón, en la que habían aprovechado el olor de la fruta para disipar el de la fulminante cantarella con la que le condimentaron ese día su desayuno.

El sucesor del papa Pablo II fue el oligarca Francesco della Rovere, quien entonces era el jefe de la Orden de los Franciscanos, la división más antigua de la Iglesia en manejar los secuestros, robos y asesinatos inquisitorios. Al ser consagrado tomó el nombre de Sixto IV (1471 a 1484). Este papa, según los escritos históricos, fue un gran delincuente en todo el sentido de la palabra. Mediante cualquier número de asesinatos hizo aumentar el tamaño de los Estados Pontificios. Nombró cardenal a su sobrino, Raddale Riario, un asesino inquisidor que falló en un atentado para asesinar a Lorenzo el Magnífico, gobernador de Florencia. Por este hecho fue condenado a la horca el arzobispo de Pisa, quien resultó ser uno de los organizadores del atentado criminal. En respuesta a esa condena, el papa Sixto IV emitió un interdicto en contra de los florentinos, castigo por el que surgió una guerra entre los Estados de la Iglesia y Florencia, una lucha con un sinnúmero de muertes que luego de dos años la ganó el ejército del papa.

Al final de esa guerra, Lorenzo el Magnífico fue asesinado y Girotamo Riario, otro sobrino del papa Sixto, lo reemplazó de Gobernador de Florencia. Después, a casi todos sus sobrinos los nombró cardenales u obispos; a su sobrino Giuliano Della Rovere, por ser un cruel asesino inquisidor, lo nombró cardenal y le asignó ocho obispados y el arzobispado de Avignon. Mas adelante veremos que, tiempo después, este cardenal inquisidor se convirtió en ‘el papa guerrero’, Julio II, quien personalmente comandaba los ejércitos de la Iglesia y eliminaba poblaciones enteras para robarles sus propiedades.

El papa Sixto era insaciable en posesiones territoriales, presionó a los venecianos para que atacaran a Ferrara y provocaran anarquía en ese territorio, con la intención de crear la necesidad de tener él que poner el orden, y al hacerlo entregárselo a otro sobrino suyo. Pero los príncipes italianos, que sabían de las pretensiones territoriales del papa, hicieron una alianza para forzarlo a parar sus propósitos expansionistas, acuerdo que enojó al pontífice y amenazó a varios de ellos con la excomunión. Más tarde se alió con los venecianos en un ataque a Ferrara, pero fueron repelidos por una alianza entre Milán, Florencia, y el rey de Nápoles, antes aliado suyo. Esa guerra se salió del control del papa y debido a que le estaban invadiendo territorios a la Iglesia quiso detenerla, pero por asuntos políticos los venecianos se negaron a obedecerle y de castigo el papa emitió un interdicto en contra de Venecia, con lo que forzó un arreglo.

En realidad, las creencias religiosas jamás han perjudicado a la gente de religiones distintas. Pero, en la antigüedad, el motivo religioso fue el sofisma más usado por casi todos los papas o jefes religiosos y la gran mayoría de monarcas bandidos, para justificar toda clase de robos, esclavizar pueblos y camuflar toda clase de delitos.

Teniendo como argumento la fe cristiana, Sixto IV fue uno de los papas más duros en la aplicación de la Inquisición; durante su lapso se estableció la Inquisición Española, a cargo del rey Fernando de Aragón, y más tarde, mediante una bula, fijó un inquisidor en Sevilla. Y de este papa criminal, además de que fue descaradamente nepotista, se sabe que hizo negocios de indulgencia; por lo menos nombró 23 cardenales, la gran mayoría de ellos mediante soborno, incluido el que le hizo a su después querido amante, Pietro Foscari, quien además le compró cuatro obispados y una abadía.

Según algunos escritos históricos, el papa Sixto IV era bisexual. Estos aseguran que el cardenal Pietro Foscari se convirtió en su influyente amante, y que su santidad cometió incesto con una hermana suya, con quien tuvo un hijo. En resumen; con los registros históricos se puede concluir que el papa Sixto IV, como pontífice, fue un personaje bandido, degenerado, que con parte de lo que robó hizo varias obras públicas y de arte en Roma, incluyendo la capilla que lleva su nombre, y que en lo personal cometió casi todos los delitos y maldades humanamente posibles. 

Después de la muerte del papa Sixto, en el cónclave para elegir a su sucesor hubo un gran record de asistencia de cardenales. En total asistieron 32 cardenales, incluidos los 23 que con diversos trucos había nombrado el difunto papa Sixto IV. El elegido fue Giovanni Batista, un asesino inquisidor hijo de un senador romano, quien tomó el nombre de Inocencio VIII (1484 a 1492), y quien fue un papa inquisidor, corrupto, que usó toda clase de artilugios para ayudarles a varios monarcas aliados suyos a apoderarse de territorios y de toda clase de propiedades, mediante una cacería de brujas que terminaba en asesinato de los acusados y robo de sus pertenencias. En ayuda de esas acciones emitió una bula, conocida como ‘Summis Desiderantes Affectibus’, y con el respaldo de esta envió a Alemania a los inquisidores Heinrich Cramer y Jacob Sprenger, este último conocido como ‘el apóstol del rosario’, donde la Iglesia hizo la primera gran cacería masiva de supuestas brujas, cosa que, en realidad, era un sofisma para asesinar personas desprotegidas que tuvieran alguna riqueza y robar sus propiedades.

En el año 1487, basados en esa bula, los dominicos elaboraron un temible código de operaciones llamado Malleus Maleficarum o el Martillo de las Brujas, que contenía todo el procedimiento a seguir para capturar, juzgar, torturar y ejecutar a las brujas y ‘recuperar’ sus pertenencias para la ‘Santa Iglesia’.

Al comienzo de su papado, el papa Inocencio quiso enviar una cruzada en contra de los turcos pero no obtuvo el respaldo militar de los gobiernos cristianos europeos por estar enfrentados en las guerras que había estimulado su predecesor.

Igual que la mayoría de los monarcas, este papa hizo todo lo posible para impedir el conocimiento de cultura a la población humilde humana, limitando la enseñanza de los pobres a los dictados eclesiásticos, y prohibió la lectura de un gran número de libros, argumentando que eran heréticos.

El papa Inocencio fue un aliado bandido y sanguinario del cardenal Rodrigo Borgia, futuro papa Alejandro VI, entonces jefe eclesiástico del partido aragonista, y en su lapso los dos facilitaron la aplicación de una enorme y cruel inquisición en Castilla y Aragón, para que sus monarcas robaran recursos para financiar la guerra que sostenían esos dos reinos con el reino de Granada.

Según rumores históricos, el papa Inocencio VIII fue el padre de Cristóbal Colón, y hay escritos que dicen que intentó asesinar al entonces famoso cardenal Alfonso Petrucci.

Conviene recordar que todo el contenido de esta obra fue tomado de escritos históricos, mantenidos religiosamente encubiertos. En esta obra, las diferencias con otros libros de Historia radican en que, además de que en este libro aparecen hechos que por presiones elitistas no aparecen en otras obras, en su contenido no hay apología o sutileza con los criminales. Si el papa o cualquier otro monarca era un delincuente, en esta obra es mencionado de acuerdo a esa condición y se dice con claridad cómo es que han sido los hechos históricos. En el caso anterior, la mayoría de las obras históricas ampliamente conocidas dicen que el papa Inocencio y el cardenal Rodrigo Borja colaboraron con los reyes Isabel de Castilla y Fernando de Aragón en la conquista del reino de Granada, pero no aclaran que ese par de criminales, usando sus investiduras religiosas, emitieron varios reglamentos amañados que les permitieron a los también delincuente monarcas de Castilla y de Aragón, legalmente, asesinar a una gran cantidad de sus indefensos ciudadanos, para apoderarse de sus riquezas y usarlas para financiar esa guerra y para aumentar sus riquezas personales y las de los monarcas de la Iglesia.

Y si para robar y financiar la guerra, los monarcas de Aragón y de Castilla asesinaron cruelmente a una gran cantidad de sus propios ciudadanos, es fácil deducir lo numerosos y la crueldad de los asesinatos que ellos cometieron en Granada, con el beneplácito del papa Inocencio VIII y del cardenal Borja. Esa cruzada ‘doméstica’ en contra de Granada le generó tanta utilidad económica y política a la Iglesia que, en agradecimiento, el papa Inocencio a los reyes Isabel y Fernando les concedió el título de ‘Católica Majestad’, grado por el que desde entonces fueron conocidos como ‘reyes católicos’, siendo ellos en realidad iguales que el papa Inocencio VIII y el entonces cardenal Rodrigo Borja: Auténticos criminales de la peor calaña humana.

Así pues, el verdadero propósito de la inquisición no tenía nada que ver con asuntos religiosos, en la práctica fue un sofisma en ese sentido, usado primero por la Iglesia y luego por numerosos monarcas, para robar riquezas y eliminar enemigos o rivales políticos.

Hasta aquí hemos visto que la monarquía eclesiástica no era religiosa, y es lógico que mucho menos iba a creer en brujas, pero, tanto para la Iglesia como para los monarcas criminales, la Inquisición era efectiva para, legalmente, robar o cometer cualquier clase de delito que les conviniera. En realidad, casi no hubo condena en que los verdaderos propósitos de los inquisidores no estuvieran ligados con asuntos económicos o políticos. Y casi siempre los acusados, sabiendo que de todas maneras los iban a matar, para evitar los crueles martirios se declaraban culpables de lo que sus verdugos inquisidores quisieran y agilizaban sus muertes y por ende el éxito de sus asesinos.

El papa Inocencio, además de asesino y bandido, fue un gran nepotista; con sus allegados surtió los puestos claves de la Iglesia, incluyendo el nombramiento de cardenal a un nieto suyo que tenía 13 años de edad. Poco antes de su muerte, tratando de salvarle la vida al papa Inocencio VIII, murieron tres niños de quienes le hicieron una transfusión oral de sangre al pontífice. Sin que se inmutara su santidad Inocencio VIII, dichos niños murieron siendo obligados a donarle sus sangres a este vampiro criminal. 

Poco después de la muerte del papa Inocencio VIII, en el año 1492, por decisión de cardenales políticos corruptos que fueron sobornados, el cardenal Rodrigo Borja fue elegido papa y tomó el nombre de Alejandro VI (1492 a 1503). Este papa, por la gama, cantidad y magnitud de sus delitos, es, sin lugar a dudas, el bandido todo delito más completo que se ha sentado en la silla de san Pedro. Borgia, o Borja en español, era abogado, como fue explicado antes, había sido nombrado cardenal por su tío, el papa Calixto III, y había sido general de los ejércitos de la Iglesia, prefecto de Roma y legado de la Iglesia en varios países de Europa, además de haber sido jefe del partido aragonés y, como ya se dijo, el más efectivo aliado inquisidor de los reyes de Aragón y Castilla.

Cuando era cardenal, el papa Alejandro VI tuvo un reguero de hijos en varios países de Europa. A los mayores de ellos ya los había acomodado en puestos claves de la Iglesia, desde antes de ser elegido papa, y luego de ser entronizado los reacomodó. Después, por conveniencias políticas, a fin de aumentar el poder y las posesiones económicas de su familia, a una hija suya, llamada Lucrecia, la casó en varias ocasiones, entre otros con Giovanni Sforza, Alfonso de Aragón, Alfonso de Ferrara; y a otro hijo suyo, llamado César, en contra de su voluntad lo nombró cardenal, pero luego le aceptó la renuncia y desde entonces fue su gran aliado en asuntos militares. Su hijo Pedro Luis era duque de Gandia; y sus hijos Juan, Isabel, Girotama, Godofredo, y quién sabe cuántos más, pasaron a ser ministros de la Iglesia o comodines matrimoniales políticos.

Con el beneplácito del papa Alejandro VI, el 31 de marzo del año 1492 fue proclamado un edicto en Granada, mediante el cual se expulsaron del territorio español casi 200.000 judíos, quedando establecido que gran parte de sus bienes serían despojados y repartidos en partes iguales entre la Corona de España y la Santa Sede, mejor dicho, entre los reyes de España y el papa Alejandro VI. Y debido a que hubo judíos ricos a los que no se les pudo quitar toda la riqueza, mediante un gran pago de impuestos anuales, el papa Alejandro VI les permitió a estos judíos vivir en Roma, repartos de bienes robados y pagos de impuestos que le aumentaron bastante su ya enorme riqueza a su santidad. En otro negocio sucio, por la suma de 400.000 ducados, el papa Alejandro VI hizo asesinar al hermano del sultán de Constantinopla, a quien tenía en Roma bajo su protección por un pago de 40.000 ducados anuales, pero en este caso vale aclarar que el sultán era quien pagaba la protección de su hermano y que, por éste ser heredero al sultanato, fue el mismo sultán quien pagó el asesinato de su hermano.

Alejandro VI, ya ejerciendo de papa, se hizo amante de la muy oligarca Giulia Parnese y luego nombró cardenal a Alessandro Parnese, hermano de ella y futuro papa Paulo III.

Este papa, además de ser full delitos, era un gran estratega de guerra. Con gran astucia hizo una alianza militar con varios Estados europeos y con esas tropas logró rodear y vencer los aparentemente invencibles ejércitos del rey Carlos VIII de Francia, quien había invadido gran parte de Italia y pretendía apoderarse de Nápoles, victoria con la que el papa cobró un gran triunfo para la Iglesia. Luego de esas acciones militares, mientras el resto de Italia estuvo en contra del rey francés, Florencia, gobernada por un monje llamado Savonarola, se mantuvo aliada con Carlos VIII, actitud por la que el papa Alejandro VI excomulgó al monje, y a la vista del público lo ejecutó en la horca y quemó su cadáver. Pero ese fue solo uno de los tantos miles de asesinatos que cometió el papa Alejandro VI en su lapso de gobierno papal, aunque, para infortunio de su familia, se le escapó el cardenal Giuliano Della Rovere, su peor enemigo, quien lo había acusado de simonía y de haber sido elegido mediante soborno, pactado con el cardenal Ascanio Sforza, y quien tiempo después sería el temible papa Julio II, otro criminal de talla mayor que, como veremos más adelante, trató con dureza a la familia Borgia.

Cuando murió el rey Carlos VIII de Francia, fue sucedido por su primo Luis XII, quien en Granada hizo un tratado secreto con Fernando de Castilla y Aragón ‘el Católico’, por el cual los dos se repartían el reinado de Nápoles, entonces en poder del rey Federico I, que lo había heredado en forma legítima. Después, cuando el papa Alejandro VI supo el asunto de ese reparto se enojó con éstos, pero Fernando, que desde mucho antes era aliado suyo en toda clase de delitos, lo calmó cuando le dijo la cantidad de beneficios que le tenía reservados a él en ese reparto.

En el año 1501, el papa Alejandro depuso al rey Federico I y lo acusó de haberse aliado con los turcos para urdir un contubernio en contra de la Iglesia. Pero el verdadero propósito del papa Alejandro era despejarles el camino a sus socios bandidos para que se repartieran el reino de Nápoles, cosa que ellos hicieron y cumplieron con la coima convenida con el papa. Después, en el año 1503, los dos monarcas entraron en guerra, los españoles derrotaron a los franceses y, con el beneplácito del papa Alejandro VI, Nápoles pasó a ser pertenencia española.  

En el lapso del papa Alejandro VI, con el patrocinio de los ‘reyes católicos’, ocurrió el mal llamado “Descubrimiento de América”, cosa que en realidad fue una invasión europea a estas tierras, con el asesinato de los sabios nativos, el saqueo de riquezas y la esclavización a los indígenas de este continente, iniciado por españoles y portugueses, con el respaldo y complicidad de la Iglesia.

Ya habiendo visto la clase de delincuentes que eran los personajes que patrocinaron los viajes de Colón a ‘Las Indias’, tendría que ser sumamente ingenua una persona, para creer que esos ‘blancos’, supuestamente religiosos, vinieron a América por el deseo de salvar las almas de los nativos de aquí y no con la intención de robar sus tesoros y apropiarse de sus tierras.

Se supo que cuando el papa Alejandro VI se enteró de que Cristóbal Colón había encontrado un enorme territorio lleno de tesoros y poblado de gente casi desarmada, le dio un yeyo emocional tan fuerte que estuvo a punto de volverse loco. Después, cuando se repuso del impacto emocional, hizo una solemne ceremonia religiosa y en ella se autoproclamó dueño de las almas de los habitantes de ‘Las Indias’ y de sus tesoros. Y, poco después, mediante una bula inter caetera, conocida como ‘Eximice Devotionis’, les regaló ‘Las Indias’ a sus aliados y paisanos ‘reyes católicos’, con la condición de que evangelizaran los pueblos invadidos por ellos y lo incluyeran a él con una buena tajada de los tesoros que saquearan de este territorio. Pero el ‘descubrimiento’ resultó mucho mayor de lo que se pensaba, y el rey Manuel de Portugal, que reclamaba derechos en ese hallazgo, tuvo conocimiento de la magnitud de lo encontrado y, mediante un enorme soborno, logró que el papa Alejandro emitiera otra bula inter caetera, llamada ‘Dudum Siquidem’, que en este caso, tal como se dice que el mítico Moisés dividió con su vara el mar Rojo; el papa Alejandro VI, con esa bula caetera, dividió el océano Atlántico, de polo a polo, y le dio una mitad del nuevo mundo a España y la otra a Portugal. Como dato curioso de ese reparto bulero, el contenido de la segunda bula no anula la acción del regalo de ‘Las Indias’ que hace la primera bula.

Esa división de ‘Las Indias’ le resultó tan beneficiosa a Portugal que al rey Manuel, después, lo llamaron ‘el Afortunado’. Y aunque hubo protestas de franceses e ingleses, ese asunto quedó en firme en el año 1494, con el Tratado de Tordesillas que fijó los límites de la influencia de esos reinados a cien leguas de las Azores y Cabo Verde.

El papa Alejandro VI aprobó el uso de un edicto monárquico en ‘Las Indias’, conocido como El Requerimiento, cuya lectura se hacía en cualquier lugar despoblado en el que sólo había gente de Europa, en un idioma que los indígenas no entendían, y esa lectura era la comunicación formal y legal de la Iglesia a los nativos de América de que estaban obligados a someterse al papa y a los reyes católicos. El contenido de ese edicto es falso y absurdo, y las humillantes normas que establece tienen como soporte esencial una farsa del supuesto apóstol san Pedro. En una de sus partes dice:

 

“De todas estas gentes Dios nuestro Señor dio cargo a uno, que fue llamado San Pedro, para que de todos los hombres del mundo fuese señor y superior a quien todos obedeciesen, y fue cabeza de todo el linaje humano, dondequiera que los hombres viniesen en cualquier ley, secta o creencia; y dióle todo el mundo por su Reino y jurisdicción, y como quiera que él mandó poner su silla en Roma, como el lugar más aparejado para dirigir el mundo, y juzgar y gobernar a todas las gentes, cristianos, moros, judíos, gentiles o de cualquier otra secta o creencia que fueren. A este llamaron Papa, porque quiere decir, admirable, padre mayor y gobernador de todos los hombres. A este San Pedro obedecieron y tomaron por señor, Rey y superior del universo los que en aquel tiempo vivían, y así mismo han tenido a todos los otros que después de él fueron elegidos al pontificado, y así se ha continuado hasta ahora, y continuará hasta que el mundo se acabe.

Uno de los Pontífices pasados que en lugar de éste sucedió en aquella dignidad y silla que he dicho, como señor del mundo hizo donación de estas islas y tierra firme del mar Océano a los dichos Rey y Reina y sus sucesores en estos Reinos, con todo lo que en ella hay, según se contiene en ciertas escrituras que sobre ello pasaron, según se ha dicho, que podréis ver si quisieseis.

Así que sus Majestades son Reyes y señores de estas islas y tierra firme por virtud de la dicha donación; y como a tales Reyes y señores algunas islas más y casi todas a quien esto ha sido notificado, han recibido a sus Majestades, y los han obedecido y servido y sirven como súbditos lo deben hacer, y con buena voluntad y sin ninguna resistencia y luego sin dilación, como fueron informados de los susodichos, obedecieron y recibieron los varones religiosos que sus Altezas les enviaban para que les predicasen y enseñasen nuestra Santa Fe y todos ellos de su libre, agradable voluntad, sin premio ni condición alguna, se tornaron cristianos y lo son, y sus Majestades los recibieron alegre y benignamente, y así los mandaron tratar como a los otros súbditos y vasallos; y vosotros sois tenidos y obligados a hacer lo mismo.

 

Vale recordar que no existe historia del Cristo romano. Ni mucho menos pudo haber existido el todo poderoso apóstol san Pedro que menciona El Requerimiento, como rey del mundo en su tiempo y como el supuesto legado de Dios que, según afirma este panfleto perverso, le confirió el poder universal al papa romano. En ese edicto, además de que se reconoció que existió un san Pedro con poderes universales, se amenazaba a los nativos americanos con quitarles sus bienes, tomarle sus mujeres y sus hijos y convertirlos a todos en esclavos. Una de las partes amenazantes del Requerimiento dice:

 

“ Y si así no lo hicieseis o en ello maliciosamente pusieseis dilación, os certifico que con la ayuda de Dios, nosotros entraremos poderosamente contra vosotros, y os haremos guerra por todas las partes y maneras que pudiéramos, y os sujetaremos al yugo y obediencia de la Iglesia y de sus Majestades, y tomaremos vuestras personas y de vuestras mujeres e hijos y los haremos esclavos, y como tales los venderemos y dispondremos de ellos como sus Majestades mandaren, y os tomaremos vuestros bienes, y os haremos todos los males y daños que pudiéramos, como a vasallos que no obedecen ni quieren recibir a su señor y le resisten y contradicen; y aclamamos que las muertes y daños que de ello se generasen sea a vuestra culpa y no de sus Majestades, ni nuestra, ni de estos caballeros que vienen con nosotros; y de como lo decimos y requerimos pedimos al presente escribano que nos lo dé por testimonio signado, y a los presente rogamos que de ello sean testigos.”

 

Varios años después, Dámaso Merlengo, un cura franciscano que había sido enviado por la Iglesia a espiar los tesoros de los nativos de ‘Las Indias’, estando en el actual departamento colombiano, Córdoba, le explicó el tema de la creencia cristiana de un solo Dios universal y le leyó el Requerimiento a Marimbo Panzenú, gran cacique de la cultura Sinú, quien luego de oír su explicación y el contenido del edicto, con absoluta dignidad dijo que le parecía bien lo que creían sobre la existencia de un solo Dios que gobernaba el Cielo y la Tierra. Y muy seguro de lo que dijo añadió: “...pero acerca de lo que dice que el papa es el señor de todo el universo en lugar de Dios, y que ha hecho amo de estas tierras al rey de Castilla; le aseguro que el papa debió estar borracho cuando lo hizo, pues daba lo que no era suyo, y que el rey que pedía y aceptaba tales cosas debía ser algún loco, pues pedía lo que era de otros, y si cree que puede tenerlas que venga acá a tomarlas, que nosotros le pondremos la cabeza en un palo, como siempre lo hacemos con los bandidos.”[] 

El cura Dámaso, después, se hizo amigo de Marimbo y nunca le dio información de tesoros a la Iglesia. Pero, en respaldo a la posición del cacique Marimbo, el entonces jefe religioso de la cultura zenú, un sacerdote indígena llamado Sanapa, no le permitió al cura Dámaso prometer la gloria de Dios a los nativos de su territorio, debido a que él consideraba que ninguna persona podía ofrecer la gloria de Dios sin que el propio Dios lo hubiera autorizado, un requisito totalmente razonable y que nadie puede cumplir, por el simple hecho de que, en este mundo, Dios no ha dado esa autorización. Pero la perversidad eclesiástica no tuvo límites; para someter a los nativos y robar sus riquezas, todos los sabios y líderes americanos fueron asesinados por los inquisidores cristianos y la Iglesia quemó o hizo destruir los códices maya e inca.

El 6 de agosto de 1503, el papa Alejandro VI, acompañado de su hijo César, asistió a un banquete político en la casa campestre del cardenal Adriano da Corneto. A ese evento asistió un gran número de jefes religiosos y políticos, quienes a los pocos días enfermaron y, según algunos datos, el único que se salvó fue César, el hijo del papa. El papa Alejandro VI murió doce días después; luego se rumoró que todos murieron envenenados con cantarella y que el responsable del envenenamiento había sido César, habiéndole ordenado al jefe de cocina no darle veneno a su padre, pero que por un infortunado –o afortunado para muchos- error, el monarca se tragó una gran porción toxica y murió el día 18 de ese mismo mes. También se rumoró que César, junto con la toxina cantarella le había dado al jefe cocinero una lista de las personas que debía envenenar, pero que éste había decidido envenenarlos a todos, incluyéndose él mismo, porque sabía que después éste lo mataría, y que ese día César había fingido estar muy indispuesto, con lo que justificó no probar ningún bocado y que luego, cuando todos cayeron, él se hizo el enfermo hasta cuando el papa Pío III lo hizo encarcelar por ese asunto. Otras informaciones dicen que la muerte de todo el grupo de personalidades que asistieron a ese banquete se debió a que esa residencia estaba contaminada de una epidemia de malaria y que César se salvó por la fortaleza de su juventud, pero la pura verdad nunca se sabrá, pues en esa reunión de capos cualquier cosa pudo ocurrir.

El papa Alejandro VI es considerado como uno de los hombres más criminales de la humanidad, según datos históricos cometió incesto con su hija Lucrecia y tuvo un hijo con ella; en el año 1501 organizó en el Vaticano una gran orgía sexual con casi cien prostitutas bailando desnudas, en la que participó él con sus hijos y la plana mayor de la Iglesia, evento que se dijo que pudo ser superior a las orgías que realizó el papa Juan XII; su hijo Cesar asesinó a su hermano Juan de Gandia, para hacerse jefe de los ejércitos pontificios; y para que Francia, su aliada, se tomara Nápoles, César hizo asesinar a su cuñado Alfonso de Bisceglia, esposo en ese entonces de su hermana Lucrecia con quien él cometía incesto; y por un pleito político hizo encarcelar a Sancha de Aragón, también cuñada suya, esposa de su hermano Jofré, ambos cuñados hijos del rey de Nápoles. Pero, tras la muerte de Alejandro VI, la familia Borgia cayó en desgracia y nadie la respaldó. Casi al final del derrumbe de esta dinastía, César logró escaparse de una prisión española pero murió en una lucha con unos soldados, quienes luego de matarlo le robaron la ropa y dejaron su cuerpo desnudo, cerca de la ciudad de Viana.

El cónclave que se reunió para elegir al sucesor del fallecido papa Alejandro VI estaba dividido en dos facciones casi parejas en número de cardenales; una estaba apoyada por el influyente César Borgia, y buscaba la elección del cardenal Georges d´Amboise; y la otra apoyaba la elección del cardenal Giuliano Della Rovere. Debido a esa situación, las discusiones se estancaron y para salir del atolladero las dos partes decidieron elegir un papa de conveniencia. El elegido fue un cardenal que era sobrino del fallecido papa Pío II, quien tomó el nombre de Pío III (del 22 de septiembre al 18 de octubre de 1503), y quien lo único que alcanzó a hacer fue encarcelar a Cesar Borgia, acusado de ser el autor intelectual del envenenamiento masivo donde había muerto su padre. Pío III murió envenenado con cantarella, 26 días después de haber sido consagrado, según se dijo, dada por Pandolfo Petrucci, gobernador de Siena.

El día 31 de octubre de 1503, en un cónclave que solo duró pocas horas, fue elegido papa el cardenal Giuliano Della Rovere quien tomó el nombre de Julio II (1503 a 1513), siendo este hombre un temible criminal que era sobrino del papa Sixto IV, quien legalmente lo había autorizado a incursionar en toda clase de delitos y de asesinatos inquisitorios, siendo además el más temible enemigo de la familia Borgia.

Este hombre era sumamente rico y tan temible que los 11 cardenales españoles que estaban bajo las órdenes de César Borgia, ahora preso y en desgracia, por temor a sus represalias, no dudaron en aprobar su elección.

El papa Julio II no se sentó en la silla de san Pedro sino que enseguida enfiló las tropas de la Iglesia en contra de un gran número de ciudades y pueblos que estaban bajo control de César Borgia. Fue una guerra grande y durísima porque los Borgia a título personal se habían apoderado de la mayor parte de los bienes de la Iglesia. Pero el papa Julio II los trató con dureza; Borgia que se dejaba agarrar era Borgia ejecutado, según decía el papa por traición y robo a la Iglesia, aunque de robo hubiera sido mejor que él no hablara, puesto que esa era una de sus especialidades; habiendo que reconocer que buena parte del producto de sus robos se los dejó a la Iglesia. Mas tarde, cuando ya había desarticulado el poder de los Borgia, propició una gran cadena de guerras en toda Europa.

La caída de los Borgia, además de la formación de la República Veneciana, había provocado la rebeldía de Perusa y Bolonia, dos ciudades pertenecientes a los Estados de la Iglesia, respectivamente controladas por los Baglioni y los Bentivoglio, quines se negaban a someterse al gobierno papal. Ahora el propósito del papa Julio II era unir a toda Italia bajo el mando del Vaticano, y en poco tiempo ambas ciudades fueron sometidas por las armas del gran ejército católico, que en ese propósito eliminó a un gran número de la población civil y puso en fuga a las familias gobernantes, antiguos aliados de los Borgia. Su objetivo siguiente fue desintegrar la muy poderosa República Veneciana, para lo cual hizo alianza y numerosos convenios con el emperador Maximiliano; y, con toda clase de promesas, se alió entre otros con los gobiernos de España, Florencia, Francia, Hungría, Mantua, Saboya y con ellos formó la Liga de Cambrai, y entre todos conformaron un poderoso ejército con el cual, en la Batalla de Agnadello, el papa Julio sometió a Venecia.

Según datos históricos, el papa Julio II no creía en nadie, era muy mujeriego y tuvo un reguero de hijos, pero casi todos murieron pequeños. Y era de muy malas pulgas, no andaba con rodeos para mentarle la madre a cualquiera y con frecuencia decía cualquier clase de palabrotas. Para someter a sus enemigos, en vez de la excomunión prefería las armas, pero en muchas ocasiones también usó como arma de guerra la excomunión. Luego de someter a Venecia, entró en guerra con su antes aliada Francia y para ayudarse con el arma divina emitió una bula, llamada ‘Ille Caelestitis’, con la que excomulgaba, en forma automática y genérica, a todos los gobiernos o personas que se aliaran con el rey francés. En este caso sobra decir que, según la Iglesia, quienes se aliaran con el papa, en contra de Francia, tenían la gloria de Dios asegurada. Y con la bula ‘Exigit Contumacium’ excomulgó y depuso a Juan III de Albret, norma que dejó a su reino sujeto de quedar en manos del primer monarca que se lo tomara, la cual fue aprovechada por el bandido Fernando de Castilla, quien militarmente invadió casi todo el territorio; y su similar en lo bandido el duque de Alba, quien se tomó Navarra.

Aunque ahora parezca mentira, las bulas de los papas tenían un efecto enormemente poderoso, eficacia que se debía a que todos los pueblos, ignorantes y con el cerebro manipulado con la ‘camorra religiosa’ de los curas, le temían más a la excomunión del papa que a las armas de sus ejércitos. Con la humanidad que vive en la actualidad, una bula como las dos antes mencionadas no tendría ningún efecto; en realidad, los papas de la antigüedad no eran otra cosa que monarcas perversos o criminales poderosos, que con la ‘camorra religiosa’ impedían la cultura de la gente, la sometían a la ignorancia y usando sus amenazas infernales podían hacer con la entonces tonta humanidad lo que les diera la gana.

El ‘papa guerrero’ duró todo su tiempo haciendo guerras; por su culpa murieron centenares de miles de personas y casi esclavizó a los artistas Miguel Ángel y Rafael. El pintor Miguel Ángel, cuando pintó la Capilla Sixtina se vengó del papa Julio II, a quien pintó con cara de diablo y para que tuviera mejor vista del público lo ubicó en la parte derecha, en el friso inferior.

En toda Europa había guerras generadas por el papa Julio II, cuando él murió en febrero de 1513, y su muerte fue festejada por la gran mayoría de las personas que lo habían tratado.

En marzo de 1513, para reemplazar al fallecido Julio II fue elegido papa Giovanni de Lorenzo di Médici, hijo de Lorenzo el Magnífico, un oligarca que entonces tenía 38 años y que había sido nombrado cardenal cuando tenía 13 años de edad. Tomó el nombre de León X (1513 a 1521), y fue este pontífice un gran bandidazo, a quien le gustaban las diversiones costosísimas y subsidiar campañas militares con dineros de la Iglesia, gastos con los que puso en dificultades económicas el erario del Vaticano.

Según datos históricos, el papa León X le estableció un precio al perdón de cada uno de los pecados reconocidos por la Iglesia y en el año 1517 promulgó una bula, conocida como Taxa Camarae, con la que se regulaba ese cobro y autorizó descuentos especiales cuando se cancelaba el pecado por adelantado, es decir, antes de ser cometido.

Sin lugar a dudas, su santidad León X no fue un papa religioso sino un personaje sumamente pícaro y amante de los lujos costosísimos que, para sostener su elevado estilo de vida y la construcción de la Basílica de San Pedro, se inventó un sinnúmero de trampas con las que estafaba o tumbaba a los ingenuos, que esa época era casi toda la humanidad, incluidos muchos ricos creyentes, pero él no fue el primer papa bandido, pues, como lo hemos visto, la perversidad de los pontífices de la Iglesia era sumamente antigua y él lo sabía; para dar una idea del conocimiento que él tenía de este tema, sirve reseñar que el papa León X, poco después de haber ascendido a cardenal a su amigo, el poeta Pietro Bembo, le escribió una carta en la que entre cosas le decía:

 "..desde tiempos inmemorables es sabido cuán provechosa nos ha resultado esta fábula de Jesucristo...... , puesto que Dios nos dio el papado, disfrutémoslo."

Pero quizá la cadena de estafas más famosa del papa León X fue la que realizó cuando estableció un pago 'divino' de intereses de cien libras de oro por cada libra del metal precioso que los 'fieles' depositaran en el pontificado. El papa personalmente predicó ese asunto; según sus prédicas, todos los que depositaran oro en la Santa Sede, además de recibir esos extraordinarios intereses, aseguraban la entrada a la Gloria de Dio, y, con mucha sutileza, su santidad les explicaba a los interesados en ese tema, que, cuando ellos fallecieran, irían directos al Cielo, donde, el propio Dios, a sus almas les devolvería sus tesoros junto con las cien libras de oro de intereses por cada libra del metal precioso que hubieran depositado en el pontificado; y como eso lo decía nadie menos que su santidad, sin dudar de las palabras del papa, muchos le creyeron y hasta se endeudaron para depositar bastante oro en la Santa Sede.

El papa León X, desde antes de ser entronizado, era viejo amigo del poeta Pietro Bembo y al ocupar la silla de san Pedro lo nombró cardenal, igual que a los poetas y eruditos Bernardo Davizi y Giulio Sadoletto quienes, según se dijo, eran homosexuales como lo era el papa. Y como casi todos los papas de la antigüedad, el papa León X fue nepotista; a casi todos sus familiares los acomodó en los mejores puestos de la Iglesia; nombró cardenal a su primo Julio de Medici, futuro papa Clemente VII.

Autorizado por la Iglesia, el monje alemán Joahann Tetzel, se dedicó a recaudar grandes cantidades de oro para el papa León X, mediante la venta de indulgencias, cosa que funcionaba haciendo un pago, acordado con los ‘clientes’, para perdonar cualquier clase de pecado. Ante semejante farsa, el teólogo alemán Martín Lutero entró en rebeldía frente al papado y propició una reforma religiosa que haría dividir la religión cristiana, o sea que ese lío religioso causó el surgimiento de la Iglesia Protestante.

Ya estando la Iglesia alemana dividida, con la bula Exsurge Domine, el papa condenó la rebeldía de Lutero, pero éste en vez de arrepentirse la quemó públicamente; y en el año 1521, Martín Lutero fue excomulgado, pero nada detuvo el crecimiento de su religión protestante.

Hay muchos datos de entonces que aseguran que al papa León X lo que más le preocupaba era vivir la vida lo mejor posible; algunos de éstos dicen que era ateo y que no se interesó mayor cosa en las guerras ni en la política, y que sus últimos días los pasó al lado de un tal Solimando, un cantante que supuestamente también era ateo y que se convirtió en su amante luego de que él hubiera asesinado por traición a su viejo amante, el cardenal Alfonso Petrucci; según Pico Mirandola, el papa León X decía que ni había dañado el mundo ni estaba obligado a arreglarlo.

Pudo ser para evitarle inconvenientes a la beneficiosa “fábula de Jesucristo”, que León X prohibió o censuró una gran cantidad de libros, lo cierto fue que en su papado hizo actualizar la lista de libros prohibidos por la Iglesia, y a esa lista entraron numerosas obras que podían poner en riesgo la continuación de la ‘fabulosa’ renta eclesiástica.

El sucesor del papa León X fue impuesto, en contra de la voluntad del elegido, por el emperador del Sacro Imperio, Carlos V, quien en esa época era el monarca más poderoso de Europa. El elegido había sido preceptor del emperador, cruel inquisidor del reino de Aragón, y debido a la ausencia de Carlos V porque poco antes había sido coronado emperador del Sacro Imperio, el nuevo papa en el momento de su elección ejercía de regente de España, donde llevaba la vida que nunca hubiera querido cambiar. Tomó el nombre de Adriano VI (1522 a 1523), siendo él uno de los pocos monarcas que fue elegido papa sin que quisiera ser pontífice, tocándole después hacer lo que le conviniera al todopoderoso emperador del Sacro Imperio. Pero de todos modos entre los dos hubo conflictos políticos, el papa Adriano VI era un líder político que se sostenía en sus ideas y difícil de manejar, su papado duró poco más de un año y según rumores fue asesinado por orden del emperador Carlos V.

El papa Adriano VI abolió el requisito de tener que sentarse en pelotas el elegido a papa en la silla del asiento perforado antes de ser consagrado a pontífice, y desde entonces la Iglesia ha eludido mencionar la Chaise Percée o Sedia Stercoraria y ha hecho todo lo posible para borrar la existencia de la papisa Juana, cuya historia aceptó como cierta hasta esa época.

Para suceder al papa Adriano VI, fue elegido el cardenal Julio de Medici, primo del papa León X, quien tomó el nombre de Clemente VII (1523 a 1534), y quien, según el historiador Ferdinad Gregorovius, fue “el más desgraciado de los papas”.Todas sus acciones políticas para él fueron un fracaso, y en el asunto religioso le fue tan mal que se dice que lo único que hizo bien fue haberle negado el divorcio a Enrique VIII de Inglaterra, casado con Catalina de Aragón, tía del emperador del Sacro Imperio.

El rey Enrique VIII le solicitó el divorcio al papa Clemente VII, porque pretendía casarse con Ana Bolena, pero el papa so lo negó y con ese impedimento provocó el cisma anglicano, o sea el fin de la obediencia y sujeción de la Iglesia de Inglaterra a la Iglesia Romana, cisma que perdura todavía, o sea que hasta entonces le duraron los impuestos del alma de los ingleses al ‘Vicario de Cristo’, una gran pérdida económica que, como veremos más adelante, con excomuniones y guerras trataron de recuperar varios papas siguientes, pero, no obstante a los enormes gastos bélicos de la Santa Sede, Inglaterra nunca fue derrotada por la Iglesia y la monarquía eclesiástica romana, con la excepción del corto reinado de María I, perdió para siempre esa renta.

El resultado de la negación de ese divorcio fue que, desde entonces, el rey de Inglaterra hace las veces de pontífice, a lo que se añade que la jefatura religiosa gala puede ser ejercida por el rey o por la reina, tal como ocurrió en el lapso de la reina Isabel I (1558-1603), cuya historia es contada más adelante. Sin embargo, desde cuando el papa perdió la facultad de deponer Jefes de Estado, los monarcas ingleses le han asignado esas funciones a alguno de los obispos elegidos por ellos, tal como ocurre en la actualidad que el jefe o primado de la Iglesia de Inglaterra es el obispo y gran catedrático Rowan Williams, quien tiene esposa e hijos, ya que la iglesia gala no les exige castidad a sus eclesiásticos.

Otro punto negativo del papa Clemente VII fue su descarada actitud nepotista, llegando a tener a un familiar suyo en cada uno de los puestos públicos importantes de Florencia. Todo indica que Clemente VII fue un político indeciso y corrupto que fracasó en todo y que no fue un pontífice religioso sino un vividor inepto. 

Poco después de la muerte del papa Clemente VII, para sucederlo fue elegido el cardenal hermano de la mujer que había sido amante del papa Alejandro VI, quien era miembro de la nobleza romana y quien tomó el nombre de Pablo III (1534 a 1549). Su familia era riquísima, dueña de enormes terrenos en los alrededores del lago Bolsena, él desde hacía tiempo estaba luchando por conseguir el papado y, tan pronto lo logró, sus primeras acciones fueron encaminadas a favorecer a su familia, especialmente a sus hijos y a sus nietos. Descaradamente nombró cardenales a sus nietos Guido Ascanio Sforza y Alejandro Farnese de 16 y 14 años de edad, respectivamente. Para calmar las protestas de la oligarquía romana, por su nepotismo familiar, nombró o introdujo a varios de los oligarcas protestantes en el Sagrado Colegio y les aprobó la Compañía de Jesús, una de las organizaciones más perversas de la Iglesia Católica, prebendas con las que la nobleza romana se dio por bien servida y se calmó. El lema de los Jesuitas es:

Militar para Dios bajo la bandera de la cruz y servir sólo al Señor y a la Iglesia, su Esposa, bajo el Romano Pontífice, Vicario de Cristo en la tierra.” 

 

 

La Compañía de Jesús ha sido la secta más criminal y más odiada del cristianismo; en sus memorias, Napoleón Bonaparte escribió:

 “Los jesuitas son una organización militar, no una orden religiosa. Su jefe es el general de un ejército, no el mero abad de un monasterio. Y el objetivo de esta organización es Poder, Poder en su más despótico ejercicio, Poder absoluto, universal, Poder para controlar al mundo bajo la voluntad de un sólo hombre (El Superior General de los Jesuitas). El Jesuitismo es el más absoluto de los despotismos y, a la vez, es el más grandioso y enorme de los abusos.”

Y, tiempo después, el segundo presidente de los EE.UU., John Adams, dijo:

“No me agrada la reaparición de los jesuitas. Si ha habido una corporación humana que merezca la condenación en la tierra y en el infierno es esta sociedad de Loyola. Sin embargo, nuestro sistema de tolerancia religiosa nos obliga a ofrecerles asilo.”

Y más adelante veremos que a esta organización criminal eclesiástica se le atribuye el asesinato del presidente de Estados Unidos, John Kennedy.

Poco después de ser entronizado, para hacer un ducado y dárselo a su hijo Pier Luigi, el papa Pablo III unió a Parma y Piacenza, mezcla por la que le surgió un conflicto con el gobernador de Milán, resultando su hijo Pier asesinado y Piacenza se separó de los Estados Eclesiásticos. Durante su papado, un nieto suyo, hijo de Pier Luigi, llamado Octavio, se casó con Margarita de Austria, hija de Carlos V el emperador del Sacro Imperio, y, con ese matrimonio, su nieto se convirtió en un influyente político. Después, por ambiciones territoriales, el papa tuvo conflictos con este nieto, pero no se trataron con la dureza normal de las monarquías, sino que simplemente el papa le impidió a su nieto tener influencias en el antiguo ducado de su padre, o sea Parma y Piacenza.

Para evitar abusos, este pontífice le hizo reformas a la administración eclesiástica. Y, mediante una bula suya llamada “Sublimis Deus”, la Iglesia reconoció que los indígenas de América eran seres humanos, y que se les debía enseñar la religión cristiana, pero sin torturarlos. Además, no aprobaba la esclavitud de los nativos de este continente ni el robo de sus posesiones y ha sido el único papa que le dio categoría de ciudad a un pueblo de América, habiéndole dado ese título a Santiago de Guatemala.

Casi al final de su papado, el cardenal Gian Pietro Garaffa, futuro papa Pablo IV, lo convenció para que le autorizara establecer un tribunal inquisitorio en Roma, una entidad que luego se transformó en el Santo Oficio Romano, pero el papa Pablo III no fue un hombre sanguinario sino un monarca pacífico que evitó guerras y puso un gran empeño en solucionar el problema de la Iglesia con la facción protestante. Murió de repente a los 81 años de edad.  

El sucesor del papa Pablo III tomó el nombre de Julio III (1550 a 1555), y en sus funciones tuvo numerosas dificultades políticas porque no era de familia monarca ni sabía manejar las trampas políticas. En una de sus primeras acciones le entregó el ducado de Parma a Octavio, el nieto del papa Pablo III, con la condición de que éste se lo entregaría a su suegro, el emperador Carlos V, pero, luego de obtenerlo, Octavio se negó a devolverlo y para enfrentar a su suegro le pidió ayuda al rey de Francia, Enrique II, que estaba en guerra con el emperador Carlos V, y esta oportunidad fue aprovechada por el ‘cristianísimo’ rey francés quien se alió con Octavio, como ya se dijo yerno de su enemigo, y con los ‘herejísimos’ musulmanes turcos, y de esa alianza inusitada surgió el detonante que prendió varias guerras en Europa, conflictos que no pudo detener el muy tímido papa Julio III, un pontífice que no era religioso ni sabía de manejo político.

El papa Julio III era homosexual y estuvo involucrado en varios escándalos de pedofilia y otros líos sexuales, entre los que sobresalió el que tuvo con su sobrino adoptivo, Inocencio Ciocchi Del Monte, un joven que fue acogido como miembro de su familia siendo un mendigo de las calles de Parma y que por ser el amante preferido de su santidad fue premiado por el papa, al principio de su papado, como comendatario de las abadías de Mont Saint-Michel en Normandía y San Zeno en Verona, y, tiempo después, de las abadías de San Saba, Miramondo, Grottaferrata y Frascati, líos del pontífice que entonces eran mencionados como “ el enredo en amores infantiles”.

Cundo murió el papa Julio III, los problemas eclesiásticos, luterano y anglicano, concretamente, alemán e inglés, continuaban sin ser solucionados. Con la intención de sanar esas divisiones fue elegido papa el cardenal Marcelo Cervini, un humanista culto que había ejercido de cardenal de Jerusalén. Al ser elegido no cambió de nombre, se hizo llamar Marcelo II; por las embarradas del papa anterior había guerras por toda Europa, el trabajo que le esperaba al nuevo pontífice era grande, pero, misteriosamente, Marcelo II murió de repente a los 22 días de haber sido entronizado.

El sucesor del papa Marcelo II fue el cardenal Giovanni Pietro Caraffa, quien hasta entonces era el Inquisidor general de la Iglesia, y sin lugar a dudas uno de los hombres más sanguinarios de esa época. Tomó el nombre de Pablo IV (1555 a 1559). Tenía 80 años de edad, pero su vejez no fue impedimento para hacerles aplicar a los judíos el ‘Santo Oficio’, un reglamento inquisitorio inventado por él para obligar a la gente a cumplir todos los antojos de la Iglesia. Después, siendo papa, usó este reglamento de manera indiscriminada para asesinar un gran número de personas y robar propiedades. A los judíos los consideraba responsables de la muerte de Jesús, y para castigarlos promulgó una bula, llamada “Cun Nimis Absurdum”, en la que decretó la esclavización de todos los judíos y el remate de sus propiedades que, a precios irrisorios, pasaron a ser de los ‘fieles’ cristianos. Además, en esa bula estableció que los hombres judíos debían llevar sombreros amarillos y las mujeres judías velos o mantos, para que todos pudieran identificar con facilidad su humillante condición de judíos y esclavos. Una parte de la bula Cum Nimis Absurdum dice:

“Siendo extremadamente absurdo e inconveniente que los judíos, cuya propia culpa les redujo a perpetua esclavitud, so pretexto de que la caridad cristiana los ha recibido y tolere convivir con ellos, se muestren ingratos con los cristianos pagando con injurias los favores y procuren dominarlos en vez de prestarles la sujeción que siempre les deben permitir.

(2) Y en cada una de las ciudades, tierras y lugares donde habiten (los judíos) tendrán una sola sinagoga, no construyendo ninguna otra ni pudiendo poseer bienes inmuebles. Que todas sus sinagogas, al margen de una sola, sean completamente destruidas y arrasadas, y los bienes inmuebles que actualmente poseen sean vendidos a los cristianos en el plazo y al precio que le fijen los magistrados.”

Quizá sobra decir que los magistrados eran inquisidores y que el plazo que les dieron a los judíos para vender sus propiedades fue “inmediato” y el precio de venta casi un cero.

El papa Pablo IV odiaba a la dinastía de la Casa Habsburgo, encabezada entonces por el rey de España, Carlos V y luego por su hijo Felipe II, quienes habían hecho las paces con Francia. El muy sanguinario anciano Pablo IV, imitando al papa Julio II con su grito: “fuera los bárbaros”, y arrasando pueblos con igual procedimiento, hizo romper el pacto de paz entre españoles y franceses, alió su ejército con Francia y atacó las posesiones españolas en el sur de Italia. Pero las tropas españolas, al mando del duque de Alba, Fernando Álvarez, les causaron varias derrotas, sellando la victoria final en la Batalla de San Quintín, un triunfo que les permitió a los españoles la entrada a Roma y la captura del ahora humillado y tembloroso papa Pablo IV.

 La idea primordial del ejército español era ejecutar al papa, pero, al verlo viejito y humillado, el duque de Alba le perdonó la vida y lo dejó en libertad. Casi enseguida, españoles y franceses firmaron la paz. Sin embargo, poco antes de morir, el papa Pablo IV excomulgó al ahora emperador Felipe II y a su padre Carlos, castigo eclesiástico que puso en dificultades políticas al duque que le había perdonado la vida al pontífice.

Igual que muchos pontífices del pasado, Pablo IV consideraba que el papa era Dios en la Tierra; que estaba por encima de toda la humanidad y que su investidura le permitía hacer lo que le diera la gana. Fue un dictador cruel que trató con dureza a la dinastía eclesiástica Colonna; el pueblo romano lo odiaba, el día que él murió la gente demolió una estatua suya, quemaron el palacio de la Inquisición, saquearon el convento de los inquisidores dominicanos y liberaron a los reos inquisitorios. Y los pocos judíos esclavizados que sobrevivieron a sus crueldades le desearon feliz llegada al infierno.

El sucesor del papa Pablo IV fue un médico, miembro de la dinastía de los Médicis, que tomó el nombre de Pío IV (1559 a 1565) y fue un político pacifista. Se dedicó de lleno a mitigar los odios generados por su anterior y con mucho tino logró calmar el conflicto con los protestantes luteranos, aunque no pudo hacer nada con el problema anglicano, porque ahora la única hija de Ana Bolena con el rey Enrique VIII, era la ‘bastarda’ reina Isabel I de Inglaterra quien, para acabar con el sometimiento inglés al pontificado romano, no aceptó la propuesta de matrimonio que le hizo Felipe II de España, hijo del emperador Carlos V y viudo de su predecesora y hermanastra cristiana María I, pero, a diferencia de los pontífices siguientes, el papa Pío IV no atacó a la reina Isabel ni fue un hombre sanguinario y, aunque no era creyente religioso, administró muy bien los asuntos cristianos.

El sucesor del papa Pío IV sí fue un inquisidor sanguinario desde su juventud. Su nombre era Antonio Michele Ghiselieri, y, hasta poco antes de su elección, ocupaba el puesto de Gran Inquisidor de la Iglesia. Pero, por sus crueldades, había tenido problemas con su antecesor, quien lo destituyó y lo hizo salir del palacio que ocupaba. Sin embargo, cuando fue elegido papa, para aprovecharse de la buena imagen pública que tenía su antecesor, tomó el nombre de Pío V (1566 a 1572), siendo él un criminal que ya había establecido la inquisición en Roma y que al ser entronizado la hizo aplicar con toda crueldad en donde quiera que la Iglesia pudiera hacerlo. Con fondos de los Estados Pontificios financió una guerra ‘santa’ contra los hugonotes de Francia a quienes asesinó o esclavizó y robó sus propiedades; y a los judíos los expulsó de toda su jurisdicción y robó sus propiedades. Unió las tropas de la Iglesia con tropas de España y de Venecia y conformó un gran ejército, llamado Liga Santa, que puso al mando de Juan Bautista de Austria, en contra de los turcos. Para apoyar a ese ejército emitió un decreto, llamado “Latae Sententiae”, que ante cualquier eventualidad que lo hiciera necesario obligaba a todos los países coligados con el cristianismo a acudir en su ayuda, en especial con la tropa de la Iglesia, so pena de pérdida de sus posesiones y liberación del juramento de dependencia de sus súbditos.

El papa Pío V fue sumamente exigente con los ‘fieles’ en cuanto al pago de los diezmos y primicias, la gente que por alguna razón no pagara esa obligación era acusada de herejía por sus agentes inquisidores, a quienes, según el papa, “había que pagarles o morir por infidelidad”.

Con su bula In Coena Domini, este papa promulgó que la Iglesia Romana estaba por encima de las demás iglesias y se autoproclamó como jefe universal de la humanidad y, por no someterse al pontificado romano, excomulgó a la reina Isabel I de Inglaterra, ya que ella era la ‘papisa anglicana’, mientras él consideraba que ninguna mujer podía ser jefa religiosa y sostenía que el papa estaba por encima de todo el mundo y que la religión católica no era solo una fe religiosa sino también una regla obligatoria para toda la humanidad, debiendo toda la gente someterse al papa, porque, desde su punto de vista, el pontífice romano era el verdadero y único representante de Dios en la Tierra, con dignidades especiales que ya otros papas con bulas y decretos habían establecido, y siendo esto un círculo vicioso con el que unas pocas familias oligarcas romanas habían convertido a la Iglesia Católica en la empresa más poderosa y rentable del mundo, para beneficio exclusivo de la monarquía eclesiástica romana.

Hoy en día un asesino y violador de todos los Derechos Humanos, como fue el papa Pío V, no se salvaría de una gran encarcelada por parte de la Corte Penal Internacional, pero, no obstante a haber hecho cualquier número de asesinatos y masacres, en el año 1712 este papa inquisidor y sanguinario fue canonizado por el papa Clemente XI.

Luego de la muerte del papa Pío V, para sucederlo fue elegido el cardenal Ugo Buoncompagni quien tomó el nombre de Gregorio XIII (1572 a 1585). Esta elección resultó de la influencia y presión del rey Felipe II de España, el monarca que había sido rechazado por la reina Isabel I, y fue este papa un continuador de las crueldades de su anterior. Además, durante su lapso hizo un sin número de intentos para asesinar a la reina Isabel I de Inglaterra, porque ni ella ni ningún otro miembro de la monarquía inglesa admitían que la Iglesia Inglesa dependiera de la Iglesia Romana. Matar o destronar a la reina Isabel I era la gran obsesión del papa Gregorio XIII; con ese fin organizó una acción militar, al mando de Juan Bautista de Austria, que terminó en fracaso. Sin embargo, para continuar ese propósito hizo alianzas con monarcas de varios países de Europa, incluso hasta contrató sicarios en Roma, pero, a pesar de los enormes costos que pagó en oro para matar a la reina, todos los intentos fracasaron. Y también fracasó en su intención de poner en guerra a Alemania y Francia en contra de los turcos, a quienes odiaba porque no le pagaban diezmos a la Iglesia Romana. Con oro de los Estados Pontificios financió una operación militar en Francia, contra el partido político-religioso protestante de los hugonotes, que en la sola noche del 24 de agosto de 1572 dejó casi cien mil muertos, la gran mayoría de ellos niños y mujeres inocentes e indefensos. Esa masacre es recordada como “La noche de san Bartolomé”, evento que fue celebrado por el papa Gregorio XIII con un solemne Te Deum en la Basílica de san Pedro, una acción de júbilo en que la Iglesia le da gracias a Dios cuando el cristianismo recibe mercedes de gran trascendencia. Después hizo grabar una medalla conmemorativa de esa masacre, donde aparece en una cara su propia efigie y en la otra un ángel con una espada desenvainada matando hugonotes y una leyenda que dice: “Ugonotiorum Strages” (La destrucción de los Hugonotes); y más tarde, con esa misma representación y título, hizo que el artista Vasari, en uno de sus frescos le pintara ese recordatorio.

Con los enormes gastos en sus maniobras para asesinar a la reina Isabel de Inglaterra, sin ahorrar en costos con tal de conseguirlo, puso en quiebra el erario vaticano, y para conseguir recursos que le permitieran continuar sus acciones criminales acudió a los feudos y baronías que la Iglesia les había cedido a nobles en Romaña. Desde su punto de vista, esos bienes eran valiosos y no le producían lo justo a la Iglesia; para aliviar sus finanzas el papa Gregorio XIII ordenó expropiar los bienes a los romañoles que tuvieran pagos atrasados con la Iglesia o que pudieran ser considerados como ilegítimamente heredados, acciones con las que causó una gran incertidumbre entre los habitantes de esa comunidad y por lo que resultó un enorme número de asesinatos, la mayoría de ellos para legalizar valiosas herencias.

Pero este papa asesino y bandido no es recordado en la historia por sus cientos de miles de asesinatos ni por haber hecho recordatorios festejando esas muertes sino porque cambió el Calendario Juliano, inventado por Julio César en el año 46 a. C, por el Gregoriano que usamos en la actualidad. Asesorado por el astrónomo Christopher Clavius, y mediante la bula “Inter Gravísimas”, el papa Gregorio XIII decretó que del jueves 4 de octubre de 1582 se pasara a viernes 15 de octubre de 1582.

El 10 de abril de 1585 murió el papa Gregorio XIII, la reina Isabel I seguía en su trono, el antes pacífico territorio de Romaña y toda Italia estaban convertidos en un escenario de batallas entre toda clase de forajidos, debido a las acciones de expropiación hechas por la ‘Santa Iglesia’. Pero los hugonotes no festejaron la muerte del papa Gregorio ni hicieron ningún tipo de recordatorio, porque para ellos ninguna muerte debía ser motivo de fiesta. 

Para suceder al fallecido papa Gregorio XIII fue elegido papa el curtido cardenal inquisidor Felice Peretti, enemigo político de su antecesor, quien tomó el nombre de Sixto V (1585 a 1590). Este papa era un hombre sanguinario que mucho antes había sido inquisidor en Venecia y por su crueldad lo habían expulsado los venecianos.

Cuando este cardenal ascendió a papa, Italia era azotada por un gran número de bandas y organizaciones criminales, generadas por su predecesor. El sanguinario papa Sixto gozaba cuando el cardenal Colonna, en acciones para controlar la delincuencia, llenaba el puente de San Ángelo con las cabezas de toda clase de malhechores y prostitutas.

Es de aclarar que en el comienzo de esas operaciones, la temible policía del Vaticano solo realizaba esas acciones en contra de bandas de peligrosos delincuentes, a los que ejecutaba y exhibía sus cabezas en el puente de San Ángelo, pero, cuando acabaron con los delincuentes peligrosos, para complacer al cardenal y al papa siguieron con el evento de exhibición de cabezas, abasteciéndose con la ejecución de prostitutas, ladroncillos y hasta personas pobres que, acosadas por el hambre que habían generado los líos políticos eclesiásticos, las agarraban robando comida y les aplicaban el ‘santo’ castigo.

En esa época, el puente de Fabricio, que une a Roma con la única isla del río Tíber, estaba en mal estado. El papa Sixto V, para solucionar ese problema, les encomendó el arreglo del puente a cuatro reconocidos arquitectos romanos. Estando en ese trabajo, por desacuerdos profesionales, los arquitectos tuvieron varios conflictos que provocaron un pequeño atraso en el arreglo del puente. El día que finalizaron la obra, en el mismo puente realizó un proceso el papa Sixto V, en el que acusó de peleones a los arquitectos y les hizo cortar la cabeza, luego hizo esculpir en piedra sus cabezas y ordenó colocar una de estas en cada una de las esquinas del puente. Ahora ese puente es conocido como “el puente de las cuatro cabezas” y el papa Sixto V, igual que san Ferrer, es considerado por la Iglesia como “un santo Patrono de los constructores de Roma”.

El papa Sixto V, antes de cortarles la cabeza a sus víctimas, hacía usar métodos de tormento tan crueles que se ganó el odio y repudio general de sus súbditos. Igual que el papa anterior, Sixto V odiaba a la ‘papisa’ reina Isabel de Inglaterra y trató de organizar una cruzada contra los ingleses, pero todos los gobernantes de Europa le respondieron que no hacían guerra para defender la fe religiosa sino para aumentar sus riquezas y territorios, y que por el poderío militar de Inglaterra no veían rentable esa aventura.

Eso de que las guerras cruzadas eran por asuntos económicos y no religiosos no le molestó porque él y todos los monarcas sabían que era cierto, pero lo que sí lo decepcionó fue el haber descubierto que todos los monarcas europeos tenían al papa como un dictador cruel, pretencioso, oportunista, incómodo para todos, y que para ellos él no era mas que un gobernante que, sin legitimidad verdadera, se aprovechaba de la divinidad de Dios. Sin embargo, con un poco de oro y tenacidad guerrera logró que Felipe II de España lo apoyara en la conformación de un ejército, compuesto por tropas de los Estados Papales y de España, bautizado por el papa con el nombre de “Armada Invencible” cuya misión de eliminar a la reina Isabel I de Inglaterra fue un fracaso desastroso para los ‘invencibles’, con la muerte de casi todos sus integrantes.

El papa Sixto V, convencido de que cuando muriera nadie le haría una estatua en su memoria, hizo construir una de sí mismo en la cima del Capitolio y se la dedicó él mismo, pero el pueblo romano la desmoronó el mismo día de su muerte.

Después de la muerte del papa Sixto V, en un cónclave al que asistieron 54 de los 65 cardenales que en esa época integraban el colegio cardenalicio, fue elegido papa el cardenal Giovanni Battista, hasta entonces Inquisidor General de la Iglesia y ferviente aplicador del ‘Santo Oficio’. Tomó el nombre de Urbano VII (del 15 al 27 de sept. de 1590), pero 12 días después murió, se rumoró que envenenado, pero, según la Iglesia, de malaria. Poco después apareció un testamento, en el que el papa Urbano VII le regalaba sus posesiones a una organización caritativa, cosa que, según rumores de la época, tenía que ver con la verdadera causa de su muerte.

El siguiente papa elegido tomó el nombre de Gregorio XIV (1590 a 1591). Este papa no era político y fue elegido por votos de protesta, para no elegir a ninguno de los candidatos del rey Felipe II de España, pero después le tocó aliarse con él en contra de Enrique IV de Francia que lo acusaba de hereje, con el propósito de deponerlo y quitarle territorio a la Iglesia. Gregorio XIV, para no involucrarse en asuntos políticos, le asignó ese asunto a su sobrino, el cardenal Paolo Sfondrati; este papa tenía vocación religiosa y no fue guerrero ni sanguinario.

El sucesor del papa Gregorio XIV fue elegido por influencia del rey Felipe II de España y al ser consagrado tomó el nombre de Inocencio IX (3 de nov. a 30 de dic. de 1591), y no alcanzó a hacer nada porque murió ‘de repente’ antes de dos meses de estar en el cargo. Este rey de España cargaba la lacra de haber sido rechazado en matrimonio por la ahora invencible reina Isabel I de Inglaterra, con lo que la Iglesia había perdido todas las posibilidades de recuperar sus enormes riquezas en ese reino, y por ese fracaso era mal visto por gran parte de la monarquía eclesiástica, pero, como hemos visto, el monarca español le dio brega por mucho tiempo a la rosca eclesiástica. 

En el año 1592, la monarquía eclesiástica romana enfrentaba una enorme presión del rey Felipe II de España, para influir en la elección del sucesor del papa Inocencio IX. Los romanos lucharon con dureza y lograron elegir papa al cardenal italiano Ippolito Aldobrandini, hijo del gobernador de Florencia y hermano del cardenal Giovanni, quien tomó el nombre de Clemente VIII (1592 a 1605). Casi enseguida, el papa Clemente tuvo que afrontar un problema habido entre jesuitas y dominicos, suscitado por el efecto de la publicación de un libro, en el año 1588, escrito por el jesuita Luis de Molina, que trataba acerca del libre albedrío humano en creencias religiosas. El papa instituyó una comisión, llamada “Congregatio de Auxilillis Gratia”, compuesta en su mayoría por inquisidores dominicos, supuestamente para que solucionara ese asunto, pero que luego de más diez años de discusiones no pudo solucionar el lío interno eclesiástico y el único resultado fue que estableció que de allí en adelante, para publicar cualquier libro sería necesaria una autorización previa del Santo Oficio.

Conviene señalar que a la monarquía eclesiástica lo que más le preocupaba era que la gente le pagara los diezmos a la Iglesia, algo así como un ‘impuesto del alma’, que según el Vaticano estaba obligado a pagarle a la Iglesia todo ser humano. Siendo así las cosas, a la Iglesia no le convenía que hubiera libros ‘herejes’ al alcance de las ‘ovejas humanas’, pues se corría el riesgo de que la enseñanza de algunos libros pusiera en duda que la fe religiosa católica fuera el único camino espiritual para llegar a Dios y, peor aún: Que la gente del común se diera cuenta que, por sus tantos delitos y perversidades, la Iglesia Católica Romana carecía –y carece- de dignidad para dirigir el cristianismo. En defensa de ese interés romano, el papa Clemente hizo actualizar la lista de libros prohibidos por la Iglesia (Index Librorum Prohibitorum) y ordenó nuevas ediciones de la Vulgata -la Vulgata era entonces la actual Biblia-, del Breviario, del Misal y de otros textos con contenido favorable al sometimiento de conciencia y al dominio espiritual humano que ejercía la Iglesia, pero con eso no pudo detener las controversias religiosas que se estaban desatando en toda Europa, y el poder político del papa empezó a caer.

En cuanto a las trampas normales de las monarquías, el papa Clemente fue un político astuto que le levantó la excomunión al rey de Francia y se alió con él y, cuando murió sin dejar heredero Alfonso II de Ferrara, usó al rey francés de respaldo militar para anexar a los Estados Pontificios el territorio del ducado de Ferrara. Y fue también un inquisidor cruel que hizo condenar a morir en la hoguera a un sin número de personas, entre estos el sabio Giordano Bruno, un asunto tan injusto y lleno de falsedades que el papa Juan Pablo II, a nombre de la Iglesia, pidió excusas públicas por ese hecho.

Bruno Giordano era monje y ejerció como profesor de astronomía en la misma época en la que el cardenal Roberto Francisco Belarmino enseñaba esa misma ciencia en la Universidad Católica de Lovaina, pero estos dos profesores enseñaban sobre universos muy distintos. El universo de Giordano era un espacio infinito y en éste la Tierra giraba alrededor del sol, que, según explicaba, era una estrella que formaba uno de los tantos millones de grupos planetarios del universo, el cual, como ya se dijo, Bruno describía como infinito, y en este universo el Cielo no existía. Este científico enseñaba, de manera ampliada con sus investigaciones, la teoría heliocéntrica de Nicolás Copérnico, cosa que era muy distinta al universo que enseñaba Belarmino, que era el que reconocía la Iglesia, en el cual la Tierra era el centro del universo y todo giraba alrededor de ella y por debajo del Cielo, que era la Gloria o Paraíso de Dios.

El cardenal Belarmino era un inquisidor convencido de que Dios había facultado a la Iglesia para ejecutar a todos aquellos que no estuvieran de acuerdo con lo que predicaba, ordenaba y exigía el pontífice romano, supuestamente, en cumplimiento de la voluntad de Jesucristo. Como inquisidor y juez, Belarmino ordenó un sinnúmero de ejecuciones y su fanatismo religioso lo convirtió en uno de los hombres más sanguinarios y asesinos de su tiempo, pero él murió convencido de que sus crímenes eran obras divinas aprobadas por leyes escritas por el mismísimo Dios. Algunas veces dijo: “La doctrina de que la Tierra no es ni el centro del universo ni inamovible, sino que se mueve incluso con una rotación diaria, es absurda, tanto filosófica como teológicamente falsa, y como mínimo un error de fe.”

Por discrepancias científicas, la Iglesia hizo poner preso a Bruno Giordano y le asignó ese proceso al inquisidor y profesor Belarmino, quien, ejerciendo como juez, no dudó en condenarlo por herejía, por lo cual el científico fue quemado en una hoguera, a la vista del público, el 17 de febrero del año 1600.

Belarmino fue un inquisidor cruel que siempre actuaba a nombre de Jesucristo, el dios romano, que, según la Iglesia, es el Salvador de almas de la humanidad, pero que, en ese entonces, en vez de actuar como salvador de almas, el Cristo romano era un supuesto ser divino manejado por la Inquisición como un fantasma desquiciado y criminal, que con sus crímenes y delitos beneficiaba a la Santa Iglesia, la entidad que lo implantó en Roma como un dios verdadero, pero del cual nunca se han tenido registros históricos de su existencia ni mucho menos de que haya salvado a alguien, sino que, al contrario, los historiadores registraron que la Iglesia ha hecho asesinar tanta gente y cometer tantos robos y delitos por infringir las absurdas reglas del Cristo romano, que, si éstos se pudieran contar, podrían superar a los flagelos habidos en las dos guerras mundiales.

El inquisidor y juez Belarmino, después de asesinar a Giordano, con el respaldo de la Iglesia condenó al también científico y sabio Galileo Galilei porque respaldaba la existencia del universo enseñado por Bruno, y con esa condena se llenó la copa que, para fortuna de Occidente, produjo el divorcio perpetuo de la Iglesia y la Ciencia.

Hoy en día, en el Mundo Occidental, Bruno y Galileo son considerados como los pilares de la ciencia moderna. Y Roberto Francisco Belarmino, el inquisidor que los condenó fue beatificado y canonizado por el papa Pío XI en el año 1930, y declarado como Doctor de la Iglesia en el año 1931; y el papa Pablo VI creó un título cardenalicio a nombre de este santo exterminador de sabios y 'herejes', quien decía que el Santo Papa Romano era el esposo de la Santa Iglesia y que los hijos de esta familia divina eran la Santa Inquisición y el Santo oficio, siendo en realidad esos inventos eclesiásticos la ‘familia’ más nefasta que ha existido en este mundo.

Debido a su enorme y famosa sabiduría, fue difícil condenar a Galileo, inclusive, la Iglesia no logró quemarlo en la hoguera y a la vista del público, como había hecho con Bruno y como era su deseo para disuadir a la gente ilustrada que empezaba a comentar sus dudas respecto a la existencia del Cielo, es decir, a los líderes estudiosos y poderosos que empezaron a insinuar que dudaban de que por encima de la Tierra existiera la tan eclesiásticamente predicada Gloria y Paraíso de Dios. En el año 1616 el inquisidor Belarmino le prohibió a Galileo publicar de ahí en adelante sus nuevos descubrimientos y en 1634 fue condenado al encierro perpetuo en una villa florentina.

Belarmino, quien era sobrino del papa Marcelo II y considerado como 'el martillo de los herejes', durante el proceso de Giordano declaró: "Afirmar que la Tierra gira alrededor del sol es tan erróneo como proclamar que Jesús no nació de una virgen", y, por el beneficio que le aportaba a la Santa Sede, para la Iglesia era mejor acabar con los astrónomos que con la creencia de la existencia del Cielo por encima de la Tierra, pues, si Jesucristo se quedaba sin cielo de donde vigilarnos, el Cristo romano no sería tan real ni tan poderoso como afirmaba la Santa Iglesia, entonces en poder del papa Clemente VIII.

Este papa inquisidor duró bastante en el trono, pero no ocurrió igual con su sucesor, un político astuto de la familia Médici que al ser consagrado tomó el nombre de León XI (del 10 al 27 de abril de 1605) y que como ocurrió con varios papas incómodos, murió ‘de repente’ pocos días después de ser consagrado.

El sucesor de León XI fue un abogado, perteneciente a la nobleza romana, quien pocos años antes había sido nombrado cardenal por el papa Clemente VIII. Tomó el nombre de Pablo V (1605 a 1621), y fue un papa guerrero que desde el comienzo de su lapso buscó apoyo militar de Italia y Francia para guerrear con Venecia, cuyo gobierno no permitía la expropiación de propiedades a favor de la Iglesia ni autorizaba la construcción de nuevas iglesias católicas en su territorio. Por ese motivo excomulgó al dux y al senado de la República de Venecia, castigo que fue respondido por el gobierno veneciano con la expulsión de todas las congregaciones jesuitas, teatinas y capuchinas, quedando sólo el clero secular porque se había sometido a las normas venecianas. Los gobiernos de Italia y Francia le negaron el apoyo militar al papa, pero sirvieron de mediadores en la solución del conflicto, por vía diplomática, y se logró un acuerdo que permitió el regreso de los religiosos expulsados, menos los jesuitas, y el levantamiento de las excomuniones a los venecianos, sin suspender las medidas gubernamentales causantes del conflicto.

En el año 1605, un radicalista cristiano, llamado Guy Fawkes, quiso volar el edificio del Parlamento Inglés, con barriles llenos de pólvora, en un hecho que después fue conocido como “la conspiración de la pólvora”, y que falló porque las autoridades descubrieron a tiempo la caleta con los barriles llenos de pólvora, ubicada debajo del edificio de los parlamentarios. Desde mucho antes, el gobierno y la iglesia galas no admitían la superioridad eclesiástica de la Iglesia Romana ni le pagaban impuestos religiosos y, como resultado de ese atentado, el rey Jacobo I de Inglaterra le exigió un juramento de fidelidad a sus súbditos que incluía un reconocimiento expreso de que el papa no tenía facultades para deponer al rey de Inglaterra. Pero el papa Pablo V les prohibió hacer ese juramento a los cristianos ingleses, lo cual provocó una gran persecución oficial a quienes se acogieron a las prohibiciones del papa y por efectos del adoctrinamiento de conciencia les causó remordimiento religioso a quienes le juraron fidelidad al rey. -En este caso, jurando o no fidelidad al rey, el gran perjudicado fue el pueblo inglés-.

En el año 1616, Pablo V se reunió con el astrónomo Galileo Galilei, a quien pretendía acallar de sus declaraciones en el sentido de que la Tierra era redonda y giraba alrededor del sol, cosa que apoyaba las teorías heliocéntricas de Aristarco de Samos y de Nicolás Copérnico y que iba en oposición a la doctrina de la Iglesia, que aseguraba que el sol giraba en torno a la Tierra y que este planeta era plano y que arriba estaba el Cielo y debajo el Infierno. El astrónomo Galileo no dio el brazo a torcer en cuanto a sus ideas.

Como la gran mayoría de los papas, Pablo V fue acusado de nepotismo, debido a que delegó gran parte del manejo de la Iglesia a su sobrino, el cardenal Scipione Borghese, quien aprovechó ese poder para impulsar y consolidar a su familia en el poder político y eclesiástico de Europa. Este papa, entre otros, canonizó a Ignacio de Loyola, el español fundador de la ya mencionada Compañía de Jesús.

Cuando murió el papa Pablo V, por la influencia del cardenal Borghese fue elegido papa el cardenal Alessandro Ludovisio, un abogado y miembro de la nobleza italiana que tomó el nombre de Gregorio XV (1621 a 1623) y que tan pronto fue consagrado nombró cardenal a un joven sobrino suyo, llamado Ludovico Ludovisio, a quien le delegó casi todo el manejo de la Iglesia; y a un hermano suyo, llamado Horacio, lo nombró comandante de la armada papal. Y, como era de esperarse, el papa Gregorio fue un servil de la familia del cardenal Borghese.

Este papa sufría de numerosos achaques de salud que le impidieron participar en asuntos políticos, pero hay que agregar a su favor el hecho de haber establecido las normas básicas que se usarían desde entonces en la elección de futuros papas, cuyo propósito era evitar que gobiernos extranjeros pudieran influir en las elecciones pontificias, reglas aún vigentes y que de alguna manera fueron el comienzo de la pérdida del poder político internacional del papa y de la disminución de la perversidad eclesiástica. Y en su contra están los hechos de haber promovido la cacería de brujas y de haberle financiado a Fernando II de Habsburgo una ‘guerra santa’ contra los protestantes; igual que el haber financiado la guerra que hizo Segismundo III de Polonia en contra de los turcos.

Tras la muerte del papa Gregorio XV, en un cónclave donde solo asistieron 54 de los 66 cardenales que en esa época conformaban el colegio cardenalicio, fue elegido papa un cardenal miembro de la nobleza florentina. Tomó el nombre de Urbano VIII (1623 a 1644), y fue este un papa bandido, astuto y guerrero que, mediante engaños y artilugios de magia que había aprendido con el mago Tommaso Campanela, convenció al anciano duque Francesco della Rovere para que le cediera sus posesiones y territorios a la Iglesia, logrando de esa manera que los Estados Papales alcanzaran la mayor extensión histórica de territorios, y las riquezas y tesoros del anciano duque pasaron a engrosar las propiedades personales del papa y de su familia.

Poco después de ser entronizado, el papa Urbano VIII nombró cardenales a sus sobrinos Antonio, Francesco y Tadeo Barberini, y tiempo después también a su hermano Antonio lo nombró cardenal y jefe del ejército de los Estados Eclesiásticos. De ese descarado nepotismo del papa surgió una frase del pueblo romano que decía: “lo que no hicieron los bárbaros, lo hicieron los Barberini”.

Debido a que su familia quería hacerse a los ducados de Castro y Ronciglione, el papa Urbano le hizo una guerra sucia a Odoardo Farnesio, duque de Parma y poseedor de esos territorios. Tratando de provocar la quiebra económica de Odoardo, el papa le prohibió a Roma la importación de granos procedentes del ducado de Castro y, como así no consiguió su propósito, excomulgó al duque a la vez que nominalmente le extinguió todos sus dominios e invadió militarmente los territorios pretendidos. Ante esos flagelantes atropellos del papa, el conde Odoardo hizo alianza con Módena, Toscana y Venecia, con quienes organizó un poderoso ejército con el que derrotó a las tropas de la Iglesia, y luego personalmente humilló al papa y lo obligó a firmar un, para él, ventajoso acuerdo de paz. De no haber sido por la ayuda francesa, las tropas aliadas se hubieran tomado Roma.

Luego de esa derrota militar, el entonces alicaído papa, obrando como un dictador o jefe mafioso, pero menos como religioso, usó todos los fondos del Vaticano para construir una fábrica de armas en Tívoli; aumentó y tecnificó sus tropas y construyó murallas y diversos tipos de defensa en todos los territorios papales. Puede decirse que preparó militarmente a la Iglesia para la “guerra de los treinta años”, una serie de conflictos bélicos que, por supuestos asuntos religiosos, se iniciaron entre España y Francia y se esparcieron por toda Europa.

Es de señalar que ninguna de las familias de las dinastías eclesiásticas romanas ha sido religiosa y que lo único que les ha interesado a los miembros de esa rosca eclesiástica ha sido el constante chorro de poder político y de riqueza que reciben de los creyentes cristianos, y que, desde tiempos remotos, dichas familias se han autoconsiderado como divinidades y únicas dueñas de ese producto. De los oligarcas romanos Julio-Claudio, de alguna manera surgieron los Constantino, los Teofilacto, los Crescencio, los Alberico, los Spoleto, los Médici, los della Rovere, los Orsini, etc. Y estos oligarcas no creían en la religión cristiana porque sabían de primera mano que toda la “fábula de Jesucristo” había sido inventada por sus antepasados y soportada con toda clase de engaños y crueldades, durante varios siglos, por ser una industria de mentiras religiosas de gran producción económica y política para sus dinastías oligarcas.

En esta época la religión cristiana era una entidad sin fronteras que, con los controles y normas de la Inquisición y del Santo Oficio, funcionaba como una dictadura sometedora de conciencia y productora de riquezas y poderes que día a día se extendía más, mediante el lavado de cerebro a una gran población humana indefensa, ingenua e ignorante, que, a las buenas o a las malas, tenía que someterse y creer ciegamente en las divinidades prometidas por los misioneros de la Iglesia, quienes en la práctica estaban por encima de las autoridades gubernamentales.

Pero ese adoctrinamiento religioso no funcionaba en la élite de las monarquías; en realidad, espiritualmente a ningún monarca le preocupaba la excomunión, pues ellos sabían de la farsa del asunto religioso y tenía que ser muy ingenuo un mandatario para que pudiera considerar al papa con poder real de castigo divino o como una persona con alguna divinidad de Dios y no como a un emperador ambicioso y perverso, con menos dignidad que los demás gobernantes. Entonces, el temor que los monarcas le tenían a la excomunión del papa era político, y surgía del poder que tenía el pontífice para causar la desobediencia de la población civil a sus monarcas, resultando la excomunión, en la práctica, un castigo político que, por el efecto que podía producir, ningún gobernante quería afrontar en ese tiempo.

Tras la muerte del papa Urbano VIII, en el cónclave para elegir a su sucesor, durante un mes hubo empate entre las facciones lideradas por los cardenales Albornoz y Mazarino. Las cosas no avanzaron hasta cuando el cardenal Mazarino tuvo necesidad de retirarse del auditorio y el cardenal Albornoz aprovechó e hizo elegir papa a su favorito, un abogado llamado Giovanni Batista, miembro de la monarquía romana. Este tomó el nombre de Inocencio X (1644 a 1655), y fue éste un papa tan odiado por sus súbditos que cuando murió nadie quiso colaborar en su entierro y su cadáver duró tres días tirado en el Palacio Laterano, hasta que, por el mal olor que producía, lo sacaron y, según algunos escritos, se lo tiraron a las aves de rapiña.

En el comienzo de su papado trató de quitarle a la familia de su predecesor las enormes riquezas que en alianza con el papa Urbano le habían robado a la Iglesia. Los tres cardenales Barberini, sobrinos del papa Urbano VIII, tuvieron que huir a Francia; el astuto papa Inocencio X, para forzarlos a regresar, emitió una bula que establecía que todo cardenal que abandonara por más de seis meses los Estados Pontificios sin permiso del papa, perdería todos sus beneficios eclesiásticos y el título de cardenal.

Por esa bula surgió una pelea entre los capos de la Iglesia, el papa Inocencio quería que los cardenales Barberini regresaran a Roma para asesinarlos, pero ellos buscaron apoyo en el congreso de Francia y para evitar una guerra que él sabía que perdería se vio obligado a revertir su chantaje. Después quiso revivir la guerra de 30 años, generada por el papa Urbano VIII, que ya había sido pacificada mediante el Tratado de Westfalia sin intervención de ningún papa, un conflicto que había causado miseria en toda Europa, y que ahora este papa, mediante una bula guerrera llamada Zelo Domus Dei, tenía la intención de revivir para debilitar a los países poderosos y saquearlos, pero no consiguió su objetivo porque ningún gobierno le hizo caso a su bula conflictiva.

Durante todo su lapso organizó y efectuó un gran número de masacres y ‘guerras santas’ para robar propiedades o por venganzas personales; cometió adulterio con su cuñada, Olimpia Maldachini, y fue amante de su propia sobrina, la princesa de Rossano, quien con su apoyo cometió toda clase de abusos y desmanes. Se sabe que todos lo odiaban y que nadie quiso sepultarlo, pero no hay registros históricos de la causa de su muerte.

El siguiente pontífice, sucesor del papa Inocencio X, había sido inquisidor en Malta, su nombre era Fabio Chigi, al ser consagrado tomó el nombre de Alejandro VII (1655 a 1667); era abogado y había protestado el Tratado de Westfalia, que puso fin a la ya mencionada guerra de 30 años y que había permitido la pacificación de Europa. Este papa fue un hombre sanguinario, en su lapso hizo numerosas masacres y asesinó a un gran número de jansenitas, un movimiento religioso que él consideraba hereje, y además fue acusado de nepotismo porque puso en manos de sus familiares y parientes el manejo de la Iglesia y les dio numerosos palacios, villas y haciendas. No era religioso, y aunque era full ambicioso casi no sabía de política, por lo que tuvo que encargar de ese asunto a varios familiares suyos que resultaron corruptos; le gustaba hacer espionajes religiosos y escribir poesías, cuando él murió, contrario a lo que le ocurrió a su predecesor, sus familiares le hicieron un gran funeral y una tumba monumental.

El siguiente papa tomó el nombre de Clemente IX (1667 a 1669), y fue este un papa mucho más músico que religioso. Compuso y aplicó varios cantos a las ceremonias religiosas. En su pequeño lapso, la Iglesia se apartó de la violencia y se llenó de música. Duró en ejercicio poco mas de dos años y murió de repente.

Cuando murió el papa Clemente IX, el cónclave para elegir a su sucesor, tras varias discusiones, debido a la influencia y pretensiones del rey Luis XIV de Francia, no se podía poner de acuerdo. Acudieron entonces a la antigua fórmula de elegir a un papa comodín, en este caso teniendo en cuenta que el elegido fuera un cardenal de avanzada edad. Así resultó elegido un anciano, de vieja trayectoria religiosa, quien cuando supo que había sido elegido papa se encerró en su casa y después no fue fácil convencerlo de que aceptara el cargo. El anciano tomó el nombre de Clemente X (1670 a 1676) y al momento de ser entronizado tenía más 80 años de edad. Aparentemente, era un religioso sin ninguna clase de ambiciones personales, su familia era de la nobleza italiana, aunque ya en decadencia social y económica. Sin embargo, no obstante a su avanzada edad y su fe religiosa, en realidad este papa viejito no había perdido sus ambiciones de poderes y riquezas e hizo grandes esfuerzos para recuperar la categoría de nobleza de su familia, propósito que logró al casar a un noble italiano con una sobrina suya, cuyo matrimonio resultó de un negociado de cargos eclesiásticos que recibió el noble a cambio de adoptar el apellido del papa. De ese negociado resultó nombrado de “cardenal sobrino” un tío del esposo de la sobrina del papa, un noble bandido que abusó de la confianza del pontífice, pero, en sí, Clemente X fue un papa religioso y gran canonizador de santos, no fue sanguinario y duró seis años en el cargo, quizá mucho más tiempo del que esperaban sus electores.

Cuando murió Clemente X, el rey de Francia quiso influir en la elección de su sucesor, pero en oposición a él la mayoría del colegio cardenalicio eligió papa a un banquero y político que tomó el nombre de Inocencio XI (1676 a 1689). En el lapso de este pontífice hubo una gran agitación política de las potencias europeas en contra del papa y de los Estados Pontificios. En varias discusiones de política internacional se expusieron abiertamente las ventajas que tenía el papa a su favor, si se comparaba al pontífice con los demás jefes de gobierno, ya que él, además de ser el Jefe Universal de la Iglesia, era Jefe de gobierno de los Estados Pontificios, de lo cual, decían en los alegatos, resultaba una gran inequidad de fuerza política a favor del papa. Además, en esas discusiones criticaban la costumbre de los pontífices, de autoproclamarse facultados para deponer o legitimar gobiernos extranjeros; reconociendo los involucrados en los alegatos el agravante de que la mayoría de los gobernantes, mientras particularmente se negaban a reconocerle esa facultad al papa, casi todos individualmente le aceptaban y reconocían como legales los ascensos o coronaciones que éste les hacía.

Por primera vez, internacionalmente se propuso eliminarle la facultad legal al papa de deponer o coronar gobernantes. Otro asunto, también discutido en esas reuniones y considerado por algunos gobernantes incluso como de mayor peso de desequilibrio que el resultante por el efecto religioso, era el ‘impuesto del alma’ que cada día le pagaba un mayor número de personas y gobiernos del mundo al Vaticano, y que convertía a los Estados Eclesiásticos en el imperio permanentemente más rentable y por ende el más poderoso del mundo. Pero el papa Inocencio XI se opuso a que siguieran esas discusiones, usó el poder religioso y logró que no prosperara la propuesta de marginar al pontífice del poder político internacional; luego le estableció un manejo administrativo bancario a los Estados Pontificios, y asignó varias ayudas para guerras internacionales, dádivas que en la práctica fueron sobornos por lealtad con la Iglesia, y con lo cual el papa produjo caos y divisiones de criterio entre varios gobiernos y le quitó fuerza a la propuesta principal de desvincular al jefe de la Iglesia de la política internacional.

El papa Inocencio XI no era religioso, pero permitió condenar por herejía a su amigo el escritor Miguel de Molinos. En su administración, con más impuestos enriqueció las finanzas del Vaticano y, desde el inicio de su gobierno, estableció una gran austeridad en los gastos públicos de los Estados Pontificios. 

Cuando quedó vacante la silla de san Pedro, el rey de Francia siguió presionando para influir en la elección del sucesor del fallecido papa Inocencio XI. Su favorito era el cardenal Pietro Vito Ottoboni, un político miembro de la oligarquía italiana, quien luego de varias dificultades fue elegido papa y tomó el nombre de Alejandro VIII (1689 a 1691). Y, al contrario de su predecesor, fue este un papa despilfarrador y nepotista que tan pronto fue entronizado ocupó con sus familiares y parientes todos los puestos importantes de la Iglesia. Lo primero que hizo fue nombrar general y comandante en jefe del ejército de los Estados Eclesiásticos a un sobrino suyo, llamado Antonio; y a otro sobrino suyo, de 19 años de edad, llamado Pietro, ganando sueldo en cada cargo, lo nombró cardenal diácono y gobernador de Capranica, Fermo y Tívili, y vice-canciller de la Iglesia Romana, y secretario y vicario papal en el territorio de Avignon. Casi enseguida, de los fondos eclesiásticos pagó una enorme fortuna por la compra del ducado de Fiano y se lo dio a su sobrino Marco, que era cojo, jorobado y de mentalidad escasa, cualidades que no fueron impedimento para que el papa, además de darle el ducado, lo nombrara superintendente de las fortalezas y de las galeras del Vaticano.

El papa Alejandro VIII, no era religioso ni se preocupó por los problemas de la Iglesia, lo único que le interesó fue apropiarse con su familia de la enorme fortuna que poseía el Vaticano. Él sabía que la religión católica era una mina de oro, cuyo dueño era el papa de turno y por ningún motivo iba a desaprovechar esa oportunidad; según numerosos escritos históricos, con frecuencia les decía a sus beneficiarios: “gocemos hoy, falta poco para la media noche”.

Las presiones de la monarquía eclesiástica romana, lo único que lograron de este papa fue que condenara el intento francés y de su Iglesia Galicana de seguir el ejemplo de independencia y libertades de la Iglesia de Inglaterra, cuya mina de impuestos del alma había perdido la oligarquía eclesiástica romana desde año 1530 cuando el papa Clemente VII le había negado el divorcio al rey Enrique VIII de Inglaterra, para casarse con Ana Bolena, a la postre madre de la invencible reina Isabel I de Inglaterra.

El sucesor del papa Alejandro VIII tomó el nombre de Inocencio XII (1691 a 1700), y su elección resultó de la influencia de los gobiernos de Francia y del Sacro Imperio Romano Germánico. Encontró las finanzas de la Iglesia en los meros cueros, cosa que lo disgustó mucho y, mediante la bula Romanum Decet Pontificem, prohibió a los futuros papas el nepotismo al interior de la Iglesia, así como dar como prebendas cargos eclesiásticos, donaciones de territorios o bienes de la Iglesia, cosa que en la práctica era una bula inútil, pues en esa época cada pontífice hacía lo que le daba la gana y podía anular cualquier bula o norma establecida por los papas anteriores. En su papado ayudó a los pobres y fue un funcionario político al servicio de Francia. Se dice que Inocencio XII fue el último papa barbudo, o sea el último que nunca se afeitó la barba.

Debió ser muy difícil la situación personal que le tocó enfrentar al sucesor del papa Inocencio XII. Su nombre era Giovanni Francesco Albani, de origen albanés y miembro de la aristocracia italiana, educado en escuelas y universidades exclusivas. Era abogado y había ocupado varios cargos en los Estados Eclesiásticos, pero conviene aclarar que en esa época, en Italia, ninguna persona podía ser exitosa si no se vinculaba con la Iglesia. Lo más seguro es que este abogado era sabedor de “la fábula de Jesucristo” y, consciente del fraudulento negocio eclesiástico prometiendo una gloria que Dios no había autorizado, él no quería participar en esa farsa.

Gran parte de su biografía indica que él era un hombre digno y quería estar marginado del manejo de los negocios religiosos, incluso, cuando el papa Inocencio XII lo nombró cardenal, un cargo que sin hacer mucho producía enormes ingresos económicos, él duró varios días rogándole que no le hiciera efectivo ese nombramiento. Pero, en el cónclave para elegir al sucesor del papa Inocencio XII, el ahora cardenal Albani fue elegido papa en tres ocasiones seguidas y, habiendo renunciado en las dos primeras, no le quedó otra alternativa que aceptar la tercera. Tomó el nombre de Clemente XI (1700 a 1721), y fue él un papa sabio y pacífico, a quien durante su largo papado le tocó manejar una serie de peleas internas eclesiásticas, entre militaristas jesuitas y otras facciones católicas, especialmente dominicos, y muchos incidentes entre católicos con religiosos chinos.

En la época del papa Clemente, ya la religión católica se había extendido por casi todo el mundo y estaba dividida en varias congregaciones, con normas diferentes entre sí. Y mientras algunas facciones de la Iglesia querían enseñar la religión cristiana sin que fuera condición humana obligatoria y respetando las demás creencias y culturas; otras secciones eclesiásticas consideraban que la única religión verdadera era la cristiana y querían establecer que en todas partes fuera obligatoria esta fe religiosa, añadiendo la acusación de herejía a quien no se sometiera a sus reglas o no le pagara los diezmos a la Iglesia.

La mayor parte de su lapso, el papa Clemente XI, la dedicó a solucionar los líos internos de la Iglesia. Pero una persona con capacidad profunda de pensamiento, como con toda seguridad lo era el papa Clemente XI, no digiere fácilmente que una mujer le hubiera parido un hijo a Dios, cosa que en contrariedad personal tuvo él que predicar en su papado. –En la antigua Historia secreta de la Iglesia, este papa es el único que reconoce que “Dios es el creador del universo, pero jamás ha preñado a una mujer ni ha tenido hijo humano”-.

Poco después de la muerte del papa Clemente XI, por comodín político fue elegido papa el cardenal Michel Ángelo Conti, un veterano político y miembro de la alta aristocracia italiana. En homenaje a un papa pariente suyo tomó el nombre de Inocencio XIII (1721 a 1724), y en su papado tuvo líos políticos con el emperador del Sacro Imperio, Carlos VI, por asuntos territoriales. Y le tocó involucrarse en varios conflictos entre jesuitas y dominicos, favoreciendo a estos últimos en la suave aplicación de la religión católica en China. No murió tan rápido como esperaban sus electores.

En el año 1724, tras la muerte del papa Inocencio XIII, el turno en la silla de san Pedro fue para el último papa de la familia Orsini. Su nombre era Pietro Francesco Orsini, quien, a los nueve años de edad, por la muerte de su padre, había heredado ser patricio de Nápoles, duque de Gravina, conde de Muro, príncipe de Solafra y príncipe de Vallata. Cuando tenía 23 años había sido nombrado cardenal por el papa Clemente X, y se veía que tenía vocación religiosa. En esa época, muchos aseguraban que desde niño quería ser papa; al ser consagrado tomó el nombre de Benedicto XIV y poco después, cuando le informaron que se había saltado un número, lo cambió por Benedicto XIII (1724 a 1730), un nombre que ya había sido usado por el famoso ‘Papa luna’ o antipapa Benedicto XIII, entre los años 1394 y 1423.

El nuevo y eclesiásticamente reconocido papa Benedicto XIII fue un hombre austero, casi siempre cenaba con huevos que él mismo preparaba, cuya fórmula dio origen al plato llamado “huevos benedictinos”, que después se hizo popular en Europa. Era un hombre puritano, prohibió la lotería de Roma porque sospechaba que hacía trampas, luego eliminó casi todos los impuestos y se gastó todos los fondos de la Iglesia ayudando a los necesitados. Igual que a los papas anteriores, a este le tocó manejar los conflictos internos de la Iglesia, que tenía varias facciones irreconciliables entre ellas. El papa Benedicto fue contrario al movimiento religioso janjesiano, y al de los “Católicos viejos”, pero más que todo fue un papa religioso y austero que, por no saber mucho de historia, además de la equivocación del número, entre los santos que canonizó cometió el error de incluir al papa Gregorio VII, quien, como está escrito antes, fue el primer pontífice pretencioso y criminal que quiso convertirse en rey del mundo.

El sucesor del papa Benedicto XIII fue un miembro de la oligarquía italiana que, cuando joven, le había comprado a la Iglesia por 30.000 escudos el cargo de regente de la Cancillería Apostólica; y más tarde, por 80.000 escudos, el de Presidente de la Grascia, el organismo que fijaba los precios de las mercancías en los Estados de la Iglesia.

Conviene aclarar que la compra o venta de los cargos o puestos de la Iglesia, en esa época era tan normal como todos los demás negocios de asuntos religiosos eclesiásticos.

Con esas inversiones, el millonario Lorenzo Corsini, perteneciente a una de las familias de la vieja rosca del Vaticano, aumentó enormemente sus riquezas y luego se convirtió en tesorero y recaudador general de la Cámara Apostólica, a la vez que en comisario naval de los Estados de la Iglesia. Además, tenía otros cargos eclesiásticos que cada día le aumentaban sus riquezas, y al ser elegido papa, este funcionario oligarca tomó el nombre de Clemente XII (1730 a 1740). Recibió las finanzas de la Iglesia en total pobreza, debido a que su predecesor había eliminado impuestos y además había reducido los diezmos y, por tramposa, había prohibido la lotería de Roma, que no pagaba impuesto y le producía grandes utilidades al tesoro eclesiástico.

Como primeras medidas, para que la Iglesia funcionara como la empresa productora de riquezas que siempre había sido, el papa Clemente XII restituyó el cobro de todas las prebendas eclesiásticas y restauró la lotería de Roma. Por robo, abuso de confianza y falsedad en documentos eclesiásticos hizo encarcelar al obispo Niccolo Andrea Coscia, a quien lo degradó de todos sus títulos eclesiásticos, lo excomulgó y a favor de la Iglesia le extinguió sus propiedades.

 Debido a que había quedado ciego, al papa Clemente XII le tocó depender de su familia, en los asuntos de gobierno, resultando su papado lleno de nepotismo y corrupción y, aunque realizó algunas obras públicas y artísticas, dejó las arcas de la Iglesia tan pobres como las encontró. En asuntos religiosos estuvo en contra de los masones y de los jansenistas, y fue mucho más empresario que religioso.

En este tiempo, la Iglesia seguía siendo poderosa en cuanto a su religión, pero había perdido bastante influencia en la política internacional. Sin embargo, esa pérdida resultó muy conveniente para disminuir la perversidad de los papas siguientes, y sin perjudicar las rentas, ya que la religión católica seguía siendo como una mina de oro, con su enorme maquinaria humana en expansión de crecimiento y producción, cuyas utilidades iban a dar a los Estados Eclesiásticos, una nación que en la práctica era un imperio teocrático capitalista, de propiedad exclusiva de la rosca eclesiástica romana.

Desde mucho antes la Iglesia se había involucrado en negocios de educación, imitando a los musulmanes, sus enemigos supuestamente por asuntos religiosos, quienes desde el comienzo usaron el Corán para enseñarles a leer y someter de conciencia a los hijos de sus sometidos creyentes. Pero, debido a los buenos resultados del modo de enseñanza musulmán en el sometimiento de conciencia, la Iglesia había tomado ese asunto mucho más en grande que sus enemigos y había construido universidades y colegios en muchos lugares del mundo, siendo la enseñanza un núcleo empresarial capitalista que ya en esta época le estaba dando enormes utilidades sociales, económicas y políticas al Vaticano.

El sucesor del papa Clemente XII, tomó el nombre de Benedicto XIV (1740 a 1758), siendo este un hombre culto y honesto, a quien le tocó luchar con numerosos problemas internos en la Iglesia y al interior de los Estados Eclesiásticos. Fue éste el primero y uno de los pocos papas que apoyó la sabiduría para todas las clases sociales humanas, y les dio acceso a los pobres en las diferentes academias educativas de la Iglesia.  Le levantó la prohibición al libro de Nicolás Copérnico, “De Revolutione” en el que éste aseguraba que el sistema solar era heliocéntrico, medida con la cual la Iglesia aceptó que estaba equivocada en este asunto y admitió esa teoría como cosa cierta. Eliminó el monopolio estatal eclesiástico en los laboratorios de medicina y logró que se fabricara la primera vacuna inmuno preventiva. Trabajador, bueno y sabio fue el papa Benedicto XIV; cuando él murió la humanidad rogó para que Dios al recibirlo a cambio diera otro siquiera con la mitad de sus virtudes.

En el año 1758, en el cónclave para elegir al sucesor del papa Benedicto XIV, tras casi cuatro meses de deliberaciones, los cardenales no se podían poner de acuerdo en la elección del nuevo pontífice, porque el rey Luis XV de Francia había vetado la elección del cardenal Carlo Guidobono Cabalchini, el favorito del colegio cardenalicio. A ese inconveniente se agregaba el problema de que la facción de los jesuitas era rechazada en España, Francia y Portugal, países poderosos que no querían tener en sus territorios posesiones territoriales bajo el dominio directo de la Iglesia, por lo que de alguna manera los gobernantes de éstos querían influir en la elección del nuevo pontífice.

El influyente cardenal, Girotamo de Bardi, en protesta por las presiones políticas en la elección del papa, se retiró del cónclave, salida que facilitó la elección de Carlo Della Torre Rezznico, un cardenal y miembro de la monarquía veneciana que tomó el nombre de Clemente XIII (1758 a 1769). Este papa fue un político de fuerte carácter, pero bastante razonable en sus acciones; fue capaz de ceder territorios a Francia y a España para no tener que disolver la indeseable Compañía de los Jesuitas, a quienes ordenó el retiro de los países donde no era grata su estadía. España, Francia y Portugal, entre otros, exigieron y lograron el retiro de la Orden de los Jesuitas de sus territorios; ya era evidente que la dinastía monárquica de los Borbón no quería seguir siendo ordeñada por la Iglesia y, para debilitarla, estaba haciendo todo lo posible para eliminar la secta militarista jesuita y a la vez reducir las propiedades de tierra del Vaticano en sus reinos.

Poco antes de iniciarse este papado, el canónigo alemán Johann Nicolaus von Hontheim había fundado una congregación cristiana, conocida como Febronianismo, que exigía menos poder para el papa y más autoridad y poder para los obispos, cuyo argumento era que el modo religioso de Jesús no había sido un sistema monárquico. El papa Clemente condenó el febronianismo y trató de arreglar los conflictos internos de la Iglesia, pero, igual que los papas anteriores, fracasó en ese propósito.

El siguiente papa, antes de ser elegido para ocupar la silla de san Pedro, era jinete, músico, poeta y gran estudioso. Al consagrase tomó el nombre de Clemente XIV (1769 a 1774). Este papa, al contrario de su predecesor quien apoyó a esta orden religiosa, mediante el breve “Dominus ac Redemtor” disolvió La Compañía de los Jesuitas y, de premio, España y Francia le devolvieron los territorios que le habían tomado a su anterior. Pero fue envenenado, se rumoró, por jesuitas resentidos. En ese tiempo, la Orden de la Compañía de Jesús no fue eliminada en Rusia, y fue totalmente restablecida por la Iglesia en el año 1814.

En esa época, la monarquía Borbón no estaba a gusto con la Iglesia católica porque consideraba de fraudulento el ‘impuesto del alma’ que el Vaticano les aplicaba a las cosechas de españoles y franceses, siendo entonces la Iglesia la mayor terrateniente de Francia. Y, aunque la Iglesia en todas partes aseguraba que las almas de sus sometidos obtendrían la Gloria Divina si cumplían con las exigencias eclesiásticas, todas las monarquías sabían que Dios no le había dado tal investidura a ningún ser humano y que la “fábula de Jesucristo” en realidad no era mas que una farsa romana sostenida con el sometimiento de conciencia de la muy numerosa población humana ingenua.

En este punto histórico, en el mundo la gente formalmente educada era escasa y la gran mayoría de la gente culta de Europa creía en la existencia de Dios, pero no creía que alguna religión o persona tuviera vinculación divina directa con Él, ni que alguien hubiera sido autorizado por el propio Dios para cobrar por la salvación divina del alma de los humanos como, descaradamente, lo hacía la Iglesia Católica con sus muy numerosas y diversas organizaciones eclesiásticas en todo el mundo. Pero nadie podía hacer nada en contra de los robos y abusos de la ‘Santa Iglesia’, porque la inmensa mayoría del pueblo raso era ignorante e ingenuo, y, mediante el adoctrinamiento eclesiástico, había sido sometido de conciencia y por eso respaldaba a la Iglesia y creía ciegamente en la divinidad del Cristo romano, razón por la que el papa, cuando le daba la gana, le podía provocar la desobediencia civil del pueblo a cualquier gobernante.

Poco después de la muerte del papa Clemente XIV fue elegido papa el cardenal y miembro de la nobleza italiana Giovanni Braschi, quien tomó el nombre de Pío VI (1775 a 1799) y quien fue el último papa que vivió en el Antiguo Régimen, ya que en su época empezó la Revolución Francesa y la situación de las monarquías civiles y la de la Iglesia cambiaron para siempre.

La situación política del Vaticano jamás había estado en las duras condiciones que existían al ser consagrado el papa Pío VI. Las dos Sicilias, bajo el mando de Bernardo Tanucci, le habían declarado rebeldía al Vaticano, se negaban a pagar el ‘impuesto del alma’ y estaban expropiando las tierras que habían sido de los jesuitas. Pero, como si este lío fuera pequeño, en Austria había un problema aún más grave para el monarca cristiano; José II de Habsburgo, emperador del Sacro Imperio Romano, había prohibido a los obispos austriacos solicitar permiso a Roma para tomar cualquier decisión eclesiástica y estaba eliminando los impuestos eclesiásticos y los monasterios. Con mucho temor, el papa Pío VI viajó a Viena con la intención de recuperarle esos ‘impuestos del alma’ a la Iglesia, pero lo único que consiguió del emperador fue la promesa de que el gobierno austriaco no violaría ningún dogma católico.

El 23 de diciembre de 1783, el emperador José II de Habsburgo se apareció de repente en Roma, con el propósito de separar la Iglesia Germana de la Iglesia Romana, pero desistió de ese asunto al ser informado por el político español José Nicolás de Azara del problema social que se estaba viviendo en Francia. El político español le explicó al emperador que la gravedad de la situación en los reinados borbones era de tal magnitud, que la única forma de salvación que veía para las monarquías europeas era que, junto con el imperio eclesiástico, actuaran unidas en contra de los bien vistos movimientos democráticos, cosa que así se hizo y que en la práctica fue el comienzo de la asociación de las monarquías europeas con la monarquía eclesiástica romana, en contra del modo de gobiernos democráticos, acuerdos entre las monarquías y el Vaticano que aún siguen en pie. Y, a cambio de desistir de la intención separatista, el papa Pío VI le otorgó facultades al emperador del Sacro Imperio, para nombrar obispos en Milán y Mantua.

Poco antes del comienzo del lapso del papa Pío VI, debido a las revueltas populares en Francia, los Borbones se vieron obligados a hacer las paces con el Vaticano. Las dos monarquías, es decir, la monarquía borbona y la monarquía eclesiástica, cayeron en cuenta de que estaba en peligro la existencia misma del modo de gobierno monárquico, pero reaccionaron tarde, el borbón rey de Francia, Luís XVI, durante la Revolución Francesa fue ejecutado y los revolucionarios, además de que se tomaron el gobierno francés, le quitaron a la Iglesia los poderes que ejercía, le expropiaron todos los territorios y posesiones que tenía en la nación, a la vez que se emprendió una gran persecución a los miembros clericales.

 

El papa Pío VI se unió a la coalición europea de potencias conservadoras en contra de la Francia Revolucionaria, con lo que convirtió a los Estados Eclesiásticos en enemigos de Francia y a su persona en objetivo militar de las tropas francesas. El general Napoleón Bonaparte invadió a Italia y con la unión de revolucionarios italianos fue declarado el establecimiento de la Nación Romana con la anexión de gran parte de los territorios eclesiásticos. El papa Pío VI fue llevado a una prisión de Siena, luego a Florencia y, por último, en calidad de prisionero de Estado, fue deportado a Valence, sur de Francia, donde murió en agosto de 1799 y su cuerpo permaneció sin ser sepultado hasta febrero del año siguiente, cuando sus restos fueron llevados al cementerio local.

En esta época, muchos franceses daban por hecho que Pío VI sería el último papa y le perdieron el miedo al Santo Oficio; en la novela Juliette o las prosperidades del vicio, del marqués de Sade, publicada en 1798 y cuya prohibición por el Santo Oficio resultó inútil, hay un segmento con una narrativa acerca del papa Pío VI, a quien desde el inicio de una orgía sexual la prostituta Juliette trata como ‘Braschi’, con un contenido de inmoralidades que pretende demostrar que el papa es tan perverso como ella. Pero, en sí, el contenido del libro es tan asqueroso que hasta el propio Napoleón lo consideró como ‘aberrante’. Una parte del comienzo del segmento mencionado dice así.

 

“¡Oh, Juliette! ―me dice Pío VI abrazándome― eres una criatura muy singular; tu fuerza me vence, seré tu esclavo; con la cabeza que me estás mostrando espero de ti los placeres más excitantes... No tengo más fe que tú en todas esas supercherías espirituales, ángel mío: pero conoces nuestra obligación de imponernos a los débiles.

Soy como el charlatán que distribuye sus drogas: es preciso que parezca que creo en ellas si quiero venderlas

-Eso me prueba que eres un zorro -digo interrumpiendo a Braschi- si fueses honrado, preferirías iluminar a los hombres que engañarlos; rasgarías el velo que cubre sus ojos, en lugar de hacerlo más opaco.

 -¡Pero me moriría de hambre!

-¿Y qué necesidad hay de que vivas? ¿Acaso es perentorio que estén en el error cincuenta millones de hombres sólo para que tú digieras?

-Sí, porque mi existencia lo es todo para mí, y porque esos cincuenta millones de hombres no me importan nada... porque la primera de las leyes de la naturaleza es la autoconservación... sin importar a expensas de quién.

-Te has desenmascarado, pontífice, es todo lo que yo quería. Démonos pues la mano, puesto que ambos somos iguales de bribones, y que en adelante no haya nada oculto entre nosotros.

De acuerdo ―dice el papa―, ahora ocupémonos sólo de los placeres……..”

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En el año 1800, debido a la revolución que había en Roma, el cónclave para elegir al sucesor del papa Pío VI tuvo que reunirse en Venecia. Luego de pocas deliberaciones, con dos cardenales vetados por el emperador del Sacro Imperio, Francisco II, fue elegido papa el cardenal Barnaba Chiaramonti, hijo del conde Scipione Chiaramonti, quien tomó el nombre de Pío VII (1800 a 1823), y quien antes, siendo obispo de Imola, había sido favorable con el modo político de Napoleón Bonaparte, cuando éste había invadido el norte de Italia y había establecido la República de Cisalpina. Ahora, mediante un golpe de estado al Directorio Francés, Napoleón era Cónsul General de Francia y las persecuciones a la Iglesia se habían calmado un poco. 

Napoleón no era religioso, pero era consciente de que la religión católica estaba muy enraizada en la población francesa, por lo que consideró políticamente conveniente no pelear con el nuevo papa. El papa no era contrario a los principios democráticos de la Revolución Francesa, actitud que facilitó que al comienzo de este pontificado hubiera un buen entendimiento entre el Vaticano y este nuevo jefe de Europa Occidental. Y, en el año 1801, Francia y la Santa Sede firmaron un concordato que le permitió al papa Pío VII un normal funcionamiento pontificio en Roma, prácticamente con el control papal de casi todo el antiguo territorio de los Estados Eclesiásticos.

En el año 1804, el papa Pío VII fue a París con la intención de coronar al emperador Napoleón Bonaparte, pero fue desplantado por el muy cauteloso gobernante francés, quien no reconocía ninguna dignidad humana ni mucho menos divina en el monarca eclesiástico romano y se coronó él mismo, ya que consideraba que, de permitir que lo coronara el papa, sería considerado por la muy astuta Iglesia como emperador del ‘Sacro Imperio Francés’, título que estaba muy lejos de llenar las aspiraciones democráticas y revolucionarias de Napoleón.

Pío VII no creía que pudiera funcionar esa revolución democrática en manos de éste dictador que, además de gobernar la Iglesia Francesa, pretendía que el papa fuera un mandadero suyo. Pensó que sería un ‘Barbarroja’ moderno y decidió manejar las cosas napoleónicas con prudencia, pero las pretensiones del emperador cada vez chocaban más con la Iglesia y con sus monarquías aliadas; en asuntos bélicos el papa no aceptó aliar los Estados Eclesiásticos en el bloqueo marítimo continental que Napoleón, en forma obligatoria para todos los países europeos, pretendía aplicarle a Inglaterra. Napoleón, en respuesta a esa negativa del Vaticano, invadió los Estados Eclesiásticos, los anexó a Francia y puso prisionero al pontífice en Sanova. Poco después lo deportó a Francia y lo encarceló en Fontainebleau hasta 1814 cuando quedó en libertad, poco antes de que Napoleón se viera obligado a abdicar, a causa de varias derrotas militares. Entonces, el papa Pío VII retornó a Roma y continuó con sus funciones papales, en medio de una gran anarquía que se había generado con la ocupación francesa. En ese año, este papa revivió a la muy polémica Compañía de Jesús, una orden religiosa que es sospechosa de ser la gestora del asesinato del presidente Kennedy, cuyas causas son explicadas más adelante.

Napoleón fue definitivamente derrotado por una coalición de las monarquías europeas, liderada por Inglaterra y, según rumores, murió envenenado por orden de la monarquía inglesa en la lejana isla africana de posesión británica Santa Elena, siendo éste el prisionero político más importante del mundo.

En el año 1815 se realizó un congreso en Viena, donde, todavía con bastante influencia política de las viejas monarquías, se reordenó la Europa post napoleónica, quedando allí ratificada la existencia de los Estados Eclesiásticos, con el papa como gobernante, y el Borbón ‘cristianísimo’ Luís XVIII como rey de Francia. Pero las fórmulas democráticas nacidas en la Revolución Francesa empezaron a establecerse en varios países del mundo, y aunque el papa Pío VII veía con buenos ojos ese modelo de gobierno, no se le midió a ratificarlo en los Estados Eclesiásticos, sino que prefirió abolir las libertades que habían sido establecidas en sus territorios durante la ocupación francesa.

En enero de 1816, el papa Pío VII emitió la encíclica Etsi Longissimo Terrarum dirigida a los eclesiásticos de América. Y en una parte de cuyo contenido les decía:

“…. para redimir al género humano de la tiranía de los demonios quiso anunciarla a los hombres por medio de Sus ángeles, hemos creído propio de las Apostólicas funciones que, aunque sin merecerlo, Nos competen, el excitaros más con esta carta a no estimar esfuerzo para desarraigar y destruir completamente la funesta cizaña de alborotos y sediciones que el hombre enemigo sembró en esos países. 

Fácilmente lograréis tan santo objetivo si cada uno de vosotros demuestra a sus ovejas con todo el celo que pueda los terribles y gravísimos perjuicios de la rebelión, si presenta las ilustres y singulares virtudes de Nuestro queridísimo Hijo en Jesucristo, Fernando, Vuestro Rey Católico, para quien nada hay más precioso que la Religión y la felicidad de sus súbditos….”.[]

Pero ni el papa Pío VII ni el rey ‘católico’ español pudieron evitar que Simón Bolívar, en contra de España, siguiera el ejemplo libertador del general George Washington, quien ya había liberado a los Estados Unidos del yugo inglés y en esa nación había establecido la mayor democracia del mundo.

Cuando la silla de san Pedro quedó vacante, el papa sucesor de Pío VII fue elegido con la fórmula de comodín, debido a varias circunstancias políticas infiltradas en ese cónclave. El elegido fue el cardenal Annibale Sermattei quien tomó el nombre de León XII (1823 a 1829), y su salud estaba en tan malas condiciones que cuando supo de su elección él mismo dijo que habían elegido papa a un hombre muerto. Pero, contrario a lo que ocurrió en las épocas en que los pontífices jóvenes morían de repente, este papa enfermo se recuperó y duró mucho más de lo presupuestado en el cónclave, cosa que no debió preocupar a los electores porque en esta época ningún cardenal quería ser papa. Este hombre era hijo de un conde y siendo obispo había sido acusado de desorden económico y de llevar una vida desordenada, pero eso eran cosas del pasado; ahora su problema era que el pueblo de los Estados Eclesiásticos no quería tener gobierno religioso. Esa resistencia popular más que todo se debía a que en la Iglesia había muchos conflictos internos, surgidos por las diferentes creencias religiosas entre sus cada vez más numerosas divisiones, pleitos que le impedían a los Estados Eclesiásticos el anhelado desarrollo industrial que se estaba dando en el resto de Europa, y que mientras estas congregaciones peleaban por reglas religiosas, la población rasa del Vaticano estaba casi en la miseria y sin poder impedir que los impuestos y los fondos eclesiásticos siguieran siendo robados por los jerarcas de la Iglesia. Por presiones del pueblo, el papa León XII tuvo que bajar los impuestos y el precio de la casi inexistente justicia.

En el año 1825, luego de un jubileo con resultados mucho más pobres de lo esperado, el papa León XII, para conseguir fondos emitió la bula “Cheritate Christe”, donde extendía los beneficios espirituales a toda la humanidad y, tratando de aumentar el recaudo del ‘impuesto del alma’ en el exterior, recordaba la obligación universal de contribuir con la Santa Iglesia.

Este papa fue injusto con el pueblo y cruel con algunas divisiones de la Iglesia, entre estas las llamadas Sociedades Bíblicas. El día de su muerte, sus súbditos la celebraron con una gran fiesta y hubo mucho jolgorio popular en todo el Estado Eclesiástico.

Conviene aclarar que, como gobernantes, casi todos los pontífices fueron injustos y odiados por los pueblos que gobernaron, pero, por estrategias económicas y políticas, los misioneros católicos, que antes de ser enviados al exterior eran cuidadosamente adoctrinados y adiestrados por la Iglesia, en sus prédicas les cambiaban la imagen de monarcas tiranos a los papas y a los extranjeros se los hacían parecer como verdaderos santos. Ese cambio de imagen, debido a la falta de medios de comunicaciones, en la antigüedad era fácil que funcionara y cuando hubo transmisiones por radio, la Iglesia las usó para beneficiar la figura del papa, tema que veremos más adelante.

El motivo por el que casi todos los papas fueron romanos o de los Estados Eclesiásticos se debió a asuntos económicos y políticos y no a que éstos fueran hombres religiosos. Eso ocurría porque para la monarquía eclesiástica romana, lo más importante siempre fueron los ingresos económicos y políticos que producía la Religión Católica, y la oligarquía romana todo el tiempo ha monopolizado el manejo de esos intereses y se ha considerado ama exclusiva de los beneficios que produce ‘La Fábula de Jesucristo’.

Como hemos visto, antiguamente el papa, además de ser Jefe de Estado de los Estados Eclesiásticos, heredaba la facultad de disponer de la enorme cantidad de riquezas que, con ninguna inversión, de todas partes le llegaba al Vaticano. En otras palabras: Para el papa y la monarquía eclesiástica romana, la religión católica era una mina que, a cambio de nada, además de un enorme poder político, les producía un sin número de prebendas internacionales y un gran chorro de riquezas. Entonces, por ser así las cosas, aunque un extranjero fuera tan religioso como se cree que fue Jesús, la monarquía eclesiástica no permitía que fuera elegido papa.

El siguiente papa tomó el nombre de Pío VIII (1829 a 1830); antes, su nombre y grados eran cardenal y conde Francesco Castiglani, quien siendo obispo había sido perseguido por Napoleón Bonaparte, por ser contrario a sus libertades revolucionarias. Este papa, en su corto lapso, trató con dureza las divisiones de la Iglesia que tenían ideas religiosas liberales o fórmulas democráticas, normas que no eran admitidas por la Iglesia, y a otras, como el ‘carbonarismo’, porque las consideró revolucionarias.

En el año 1830, pocos meses antes de su muerte, este papa sufrió el destrone de su gran aliado, el ultramonárquico rey Carlos X de Francia, a quien le tocó salir huyendo y murió en el exilio. Este monarca fue reemplazado por Luis Felipe I, un Borbón liberal y burgués que fue el último rey que tuvo Francia, nación que desde la abdicación de este rey se volvió democrática. 

De cualquier manera, para la monarquía eclesiástica, la Revolución Francesa fue como una epidemia de pensamientos en sus súbditos, ya que, para la Iglesia, desde entonces, cada día era más difícil someter a la gente a sus injustas y arcaicas reglas y ya mucha gente no quería pagar los impuestos del alma. Pero, en realidad, lo que estaba surgiendo era el inicio de la disminución de poder de todas las monarquías del mundo, ya que después de la Revolución Francesa, en Europa nada pudo detener la caída política del poder monárquico de la Iglesia y el debilitamiento de las demás monarquías.

Desde entonces, en el exterior, la Santa Sede condenaba la esclavitud que ella misma había reglamentado y que en la práctica seguía aplicando en el Estado de la Iglesia, y, para beneficiar su farsa religiosa, a nivel mundial usaba sus incontables centros de educación tanto como negocio rentable como para adoctrinamiento y sometimiento de conciencia. Más tarde, tratando de recuperarse de los daños que le estaban causando los gobiernos democráticos, la Iglesia organizó sindicatos y partidos políticos cristianos en varios lugares del mundo, pero nunca pudo recuperar el poder político perdido.

A principios de diciembre de 1830 se inició el cónclave para elegir al sucesor del papa Pío VIII, y por los cambios mundiales de la época se daba por hecho que el elegido sería el cardenal Giacomo Giustiniani, el más liberal de los cardenales de la Iglesia. Pero, poco después de iniciarse el concilio, el cardenal Juan Catalán, camarlengo y vicegobernador de Roma, presentó el veto de parte del rey Fernando VII de España, en contra de la elección del cardenal Giustiniani, a quien el monarca aliado de la Iglesia acusaba de ser responsable de varios hechos revolucionarios, sucedidos en España, diez años atrás. La monarquía eclesiástica necesitaba estar aliada con la monarquía Borbona y, por ese motivo, el democrático cardenal Giustiniani fue rechazado, y resultó elegido el monarquista cardenal Bartolomeo Cappellari, quien tomó el nombre de Gregorio XVI (1831 a 1846), y fue él un papa que por sus ideas conservadoras radicales tuvo fuertes conflictos con los impulsores de las ideas religiosas de Robert de Lamennais, un autodidacta religioso y revolucionario, partidario de la libertad religiosa y de la separación del manejo de la Iglesia al de gobernar el Estado del Vaticano. Los hechos históricos siguientes indican que el señor Lamennais era un adelantado a su época y dejan en entredicho las ideas religioso-gobiernistas del papa Gregorio XVI.

En el lapso de este papa rompieron relaciones diplomáticas con la Santa Sede los monarcas de España, Portugal, Prusia y Rusia. El emperador Austrohúngaro Fernando I fue el único monarca de la vieja guardia que siguió siendo aliado de la Iglesia, pero vale aclarar que este monarca era de mentalidad escasa y, en forma personal, nunca ejerció el poder.

Debido a que en Europa ya no tenían buen espacio los ‘curas camorreros’, este papa hizo un gran despliegue de eclesiásticos a Sur América, una región enorme en la que la gran mayoría de la gente era analfabeta y presa fácil para el sometimiento de conciencia eclesiástico.  

Ya en ese tiempo en América no había monarquía, y las cosas en ese sentido estaban complicadas porque, en el año 1832, James Monroe, presidente de los Estados Unidos, que ya era una potencia mundial que no le temía a ningún imperio, le hizo saber al mundo que de ahora en adelante América sería para los ciudadanos de América, y que Estados Unidos consideraría como acto de guerra cualquier intento extranjero de establecer colonia en cualquier lugar de este continente.

En sus funciones pontificias, a favor del papa Gregorio se reconoce su lucha en contra de la esclavitud, y uno de los detalles en su contra es el haber nombrado 75 cardenales, algunos mediante soborno.

El siguiente papa fue el cardenal Giovanni Mastai Ferretti, quien era hijo de un conde italiano y quien resultó elegido por votos de cardenales liberales que no pudieron elegir a su candidato, y porque llegó tarde el veto que le hizo Fernando I de Austria-Hungría, el emperador limitado mental que era aliado de la Iglesia. Y, por esos hechos inusitados, no hubo modo de evitar su consagración y vivió más que todos los cardenales que lo eligieron. Tomó el nombre de Pío IX (papa desde el 16 de junio de 1846 hasta el 7 de febrero de 1878), y hasta la fecha él ha sido el pontífice que más tiempo ha durado ocupando la silla de san Pedro.

Mastai Ferreti era un hombre culto y estudioso, en su largo papado decretó numerosas normas aprobando o condenando un sin número de creencias religiosas, y de diversos comportamientos humanos, sociales y políticos. Al inicio de sus funciones, su mayor problema era que la población de los Estados Eclesiásticos no quería soportar por mas tiempo el gobierno pontificio, porque casi todos sus habitantes estaban seguros de que el sistema de gobierno religioso, además de ser injusto con la población que gobernaba, impedía el progreso nacional.

En el lapso del papa Pío IX, el rey Víctor Manuel de Cerdeña, con la tolerancia de la población que los habitaba, ocupó casi todo el territorio de los Estados de la Iglesia y conformó el reino de Italia. El 20 de septiembre de 1870, el ejército de Víctor Manuel se tomó Roma, el papa Pío IX se encerró en el Vaticano hasta el día de su muerte, y desde entonces y para siempre la Iglesia dejó de ser un Estado terrestre y Religión Católica, o sea, dejó de ser el viejo y enorme imperio teocrático capitalista que tenía más de mil años de antigüedad, cuyas posesiones territoriales habían surgido gracias a Pipino el Breve, quedando ahora reducida a un Estado dentro de Roma y con un territorio que no alcanza a ser un kilómetro cuadrado.

Luego de quedar sin Estado, el papa Pío IX inició la aplicación de una política religiosa de diversas tendencias sociales, de las que algunas eran proselitismos defensores de los derechos de los trabajadores. Condenó con dureza la masonería e hizo una gran lista de enseñanzas prohibidas, o sea que entre otras cosas anatematizó el panteísmo, el naturalismo, el racionalismo, el indiferentismo, el latitudinarismo, el socialismo, el comunismo, el liberalismo, las sociedades secretas, las sociedades bíblicas. En una de las tantas encíclicas que les envió a todos los obispos del mundo les decía:

“Las cuales opiniones, falsas y perversas, son tanto más abominables, cuanto miran principalmente a que sea impedida y removida aquella fuerza saludable que la Iglesia católica, por institución y mandamiento de su Divino Autor, debe ejercitar libremente hasta la consumación de los siglos, no menos sobre cada hombre en particular, que sobre las naciones, los pueblos y sus príncipes supremos; y por cuanto asimismo conspiran a que desaparezca aquella mutua sociedad y concordia entre el Sacerdocio y el Imperio, que fue siempre fausta y saludable, tanto a la república cristiana como a la civil.” 

Algunas de las máximas o teorías condenadas como herejes o blasfemas por el papa Pío IX con su agrupación de encíclicas, titulada Quanta Cura, fueron las siguientes:

 

   De autorías del Panteísmo, Naturalismo y Racionalismo absoluto 

I No existe ningún Ser divino supremo, sapientísimo, providentísimo, distinto de este universo, y Dios no es más que la naturaleza misma de las cosas, sujeto por lo tanto a mudanzas, y Dios realmente se hace en el hombre y en el mundo, y todas las cosas son Dios, y tienen la misma idéntica sustancia que Dios; y Dios es una sola y misma cosa con el mundo, y de aquí que sean también una sola y misma cosa el espíritu y la materia, la necesidad y la libertad, lo verdadero y lo falso, lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto.

II. Dios no ejerce ninguna manera de acción sobre los hombres ni sobre el mundo

III. La razón humana es el único juez de lo verdadero y de lo falso, del bien y del mal, con absoluta independencia de Dios; es la ley de sí misma, y le bastan sus solas fuerzas naturales para procurar el bien de los hombres y de los pueblos.

IV. Todas las verdades religiosas dimanan de la fuerza nativa de la razón humana; por donde la razón es la norma primera por medio de la cual puede y debe el hombre alcanzar todas las verdades, de cualquier especie que estas sean.

V. La revelación divina es imperfecta, y está por consiguiente sujeta a un progreso continuo e indefinido correspondiente al progreso de la razón humana.

VI. La fe de Cristo se opone a la humana razón; y la revelación divina no solamente no aprovecha nada, sino que además daña la perfección del hombre.

VII. Las profecías y los milagros expuestos y narrados en la Sagrada Escritura son ficciones poéticas, y los misterios de la fe cristiana resultado de investigaciones filosóficas; y en los libros del antiguo y del nuevo Testamento se encierran mitos; y el mismo Jesucristo es una invención de esta especie.

 

             De autoría de Indiferentismo. Latitudinarismo

 

XV. Todo hombre es libre para abrazar y profesar la religión que guiado de la luz de la razón juzgare por verdadera.

XVI. En el culto de cualquiera religión pueden los hombres hallar el camino de la salud eterna y conseguir la eterna salvación.

XVII. Es bien por lo menos esperar la eterna salvación de todos aquellos que no están en la verdadera Iglesia de Cristo.

XVIII. El protestantismo no es más que una forma diversa de la misma verdadera Religión cristiana, en la cual, lo mismo que en la Iglesia, es posible agradar a Dios.

 

     Denuncias como errores acerca de la Iglesia y sus derechos

 

XIX. La Iglesia no es una verdadera y perfecta sociedad, completamente libre, ni está provista de sus propios y constantes derechos que le confirió su divino fundador, antes bien corresponde a la potestad civil definir cuales sean los derechos de la Iglesia y los límites dentro de los cuales pueda ejercitarlos.

XX. La potestad eclesiástica no debe ejercer su autoridad sin la venia y consentimiento del gobierno civil.

XXI. La Iglesia carece de la potestad de definir dogmáticamente que la Religión de la Iglesia católica sea únicamente la verdadera Religión.

XXIII. Los Romanos Pontífices y los Concilios ecuménicos se salieron de los límites de su potestad, usurparon los derechos de los Príncipes, y aun erraron también en definir las cosas tocantes a la fe y a las costumbres.

XXIV. La Iglesia no tiene la potestad de emplear la fuerza, ni potestad ninguna temporal directa ni indirecta.

XXV. Fuera de la potestad inherente al Episcopado, hay otra temporal, concedida a los Obispos expresa o tácitamente por el poder civil, el cual puede por consiguiente revocarla cuando sea de su agrado.

XXVI. La Iglesia no tiene derecho nativo legítimo de adquirir y poseer bienes.

XXVII. Los sagrados ministros de la Iglesia y el Romano Pontífice deben ser enteramente excluidos de todo cuidado y dominio de cosas temporales

XXXVIII. La conducta excesivamente arbitraria de los Romanos Pontífices contribuyó a la división de la Iglesia en oriental y occidental.

 

 

Errores tocantes a la sociedad civil considerada en sí misma o en sus relaciones con la Iglesia

 

XL. La doctrina de la Iglesia católica es contraria al bien y a los intereses de la sociedad humana. 

XLII. En caso de colisión entre las leyes de una y otra potestad debe prevalecer el derecho civil.

XLV. Todo el régimen de las escuelas públicas, en donde se forma la juventud de algún estado cristiano, a excepción en algunos puntos de los seminarios episcopales, puede y debe ser de la atribución de la autoridad civil; y de tal manera puede y debe ser de ella, que en ninguna otra autoridad se reconozca el derecho de inmiscuirse en la disciplina de las escuelas, en el régimen de los estudios, en la colación de los grados, ni en la elección y aprobación de los maestros.

XLVII. La óptima constitución de la sociedad civil exige que las escuelas populares, concurridas de los niños de cualquiera clase del pueblo, y en general los institutos públicos, destinados a la enseñanza de las letras y a otros estudios superiores, y a la educación de la juventud, estén exentos de toda autoridad, acción moderadora e injerencia de la Iglesia, y que se sometan al pleno arbitrio de la autoridad civil y política, al gusto de los gobernantes, y según la norma de las opiniones corrientes del siglo.

XLVIII. Los católicos solo pueden aprobar aquella forma de educar a la juventud, que esté separada, disociada de la fe católica y de la potestad de la Iglesia, y mire solamente a la ciencia de las cosas naturales, y de un modo exclusivo, o por lo menos primario, los fines de la vida civil y terrena.

LIV. Los Reyes y los Príncipes no sólo están exentos de la jurisdicción de la Iglesia, sino que también son superiores a la Iglesia en dirimir las cuestiones de jurisdicción.

LIX. No se deben de reconocer más fuerzas que las que están puestas en la materia, y toda disciplina y honestidad de costumbres debe colocarse en acumular y aumentar por cualquier medio las riquezas y en satisfacer las pasiones.

LXIII. Negar la obediencia a los Príncipes legítimos, y lo que es más, rebelarse contra ellos, es cosa lícita.

 

               Tenidos como errores en el matrimonio cristiano

 

LXV. No se puede de ninguna manera decir que Cristo haya elevado el matrimonio a la dignidad de sacramento. 

LXVI. El sacramento del matrimonio no es sino una cosa accesoria al contrato y separable de este, y el mismo sacramento consiste en la sola bendición nupcial.

LXVII. El vínculo del matrimonio no es indisoluble por derecho natural, y en varios casos puede sancionarse por la autoridad civil el divorcio propiamente dicho.

LXVIII. La Iglesia no tiene la potestad de introducir impedimentos dirimentes del matrimonio, sino a la autoridad civil compete esta facultad, por la cual deben ser quitados los impedimentos existentes.

LXIX. La Iglesia comenzó en los siglos posteriores a introducir los impedimentos dirimentes, no por derecho propio, sino usando el que había recibido de la potestad civil. 

LXXIII. Por virtud de contrato meramente civil puede tener lugar entre los cristianos el verdadero matrimonio; y es falso que el contrato de matrimonio entre los cristianos debe ser siempre con el sacramento, o que el contrato sea nulo si se excluye el sacramento.

 

  Errores acerca del principado civil del Romano Pontífice

 

LXXVI. La enajenación del Estado imperio, que la Sede Apostólica posee, ayudaría muchísimo a la libertad y a la prosperidad de la Iglesia.

 

                 Errores del liberalismo de nuestros días

 

LXXVII. En esta nuestra edad no conviene ya que la Religión católica sea tenida como la única religión del Estado, con exclusión de otros cualesquiera cultos.

LXXVIII. De aquí que laudablemente sea establecido por la ley en los países católicos, que a los extranjeros que vayan allí, les sea lícito tener público ejercicio del culto propio de cada uno.  

LXXIX. Es sin duda falso que la libertad civil de cualquiera culto, y lo mismo la amplia facultad concedida a todos de manifestar abiertamente y en público cualesquiera opiniones y pensamientos, conduzca a corromper más fácilmente las costumbres y los ánimos, y a propagar la peste del indiferentismo.

LXXX. El Romano Pontífice puede y debe reconciliarse y transigir con el progreso, con el liberalismo y con la moderna civilización.

 

Ante las condenas hechas por el papa Pío IX, los masones decidieron realizar un anticoncilio internacional y elaboraron un libreto publicitario que entre otras cosas decía:

“El Anticoncilio quiere luz y verdad, quiere ciencia y razón, no fe ciega, no fanatismo, no dogmas, no hogueras. La infalibilidad papal es una herejía. La religión católica romana es una mentira; su reino es un delito.”

En el lapso del papa Pío IX ocurrió el famoso secuestro eclesiástico del niño Edgardo Mortara, hijo de padres judíos, un asunto difícil de que ocurra en el tiempo actual, y que si ocurriese ahora la humanidad no dudaría en acusar de secuestro a la Iglesia. Por orden eclesiástica, el niño Edgardo Mortara fue secuestrado por el Vaticano, porque sus padres eran judíos y, según la Iglesia, Edgardo había sido bautizado por la cuidadora del niño, una empleada doméstica cristiana que creyó que el niño se iba a morir y, sin autorización de los padres de Mortara, en el nombre del Padre, del Hijo y del espíritu santo lo bautizó ella misma. Aunque después la Iglesia le hizo un gran lavado de cerebro a Mortara para que éste cuando se hiciera adulto rechazara a su familia y sirviera de testigo a favor del Vaticano, ese secuestro infame le ha impedido la canonización al ahora beato papa Pío IX.

En el año 1870 se realizó el concilio Vaticano I, en el que entre otras cosas se decretó la infalibilidad del papa, o sea que quedó establecido que el papa es inmune a cometer error al decretar normas o hacer cosas que conlleven fallas o pecados, norma que es sostenida con el argumento de que el pontífice está asistido por el espíritu santo.

El día que iban a sepultar al papa Pío IX, una manifestación pública del pueblo romano, según rumores atizada por masones, estuvo a punto de quitarle el cadáver del pontífice a la guardia vaticana, para tirarlo al río Tíber. El féretro se salvó de ser echado al río gracias a que la guardia era numerosa y porque rápidamente llevaron el ataúd a un lugar secreto y seguro.

El siguiente papa elegido tomó el nombre de León XIII (1878 a 1903), siendo antes un abogado conservador, cardenal y miembro antiguo de la monarquía eclesiástica romana. La Revolución Francesa y la liberación de América habían cambiado las reglas humanas del mundo, la Iglesia ya no era Estado religioso sino sólo una organización religiosa de la que su fe ya no era obligatoria, y de la que su monarquía estaba luchando para no perder las rentables prebendas ‘del alma’ que le quedaban de convenios internacionales hechos cuando el cristianismo era Estado y potencia política mundial.

Pero algunos de los nuevos gobiernos de América no querían ataduras religiosas; en el año 1884 el presidente chileno, Domingo Santa María, aprobó las Leyes Laicas, con las que separó la Iglesia del Estado chileno, perdiendo la Iglesia el manejo de cementerios, registros de nacimiento, legalidad de matrimonios y casi todos los poderes públicos que tenía en Chile.

De esa circunstancia internacional nació el conservatismo cristiano, una nueva fórmula política de la Iglesia que en América condenaba la esclavitud, exigía trato digno y salarios justos a los trabajadores y apoyaba la creación de sindicatos de corte religioso; rechazaba el socialismo, desconfiaba de la democracia y no decía nada en contra de las injusticias que cometían las monarquías europeas en África.

A principios del año 1891, el papa León XIII emitió la encíclica Rerum novarum, una guía eclesiástica populista que, entre otros eventos, con toda clase de patrañas, sobornos y ventajas para la Iglesia fue usada después para legitimar la dictadura del franquismo español.

Ya en esta época todos los monarcas eran instruidos, pero casi todos seguían siendo esclavistas y sanguinarios; ya sin la existencia de los Estados Eclesiásticos y esta vez sin participación de la Iglesia, tal como el papa Alejandro VI en el año 1494 había repartido América entre España y Portugal; en el año 1884, en una conferencia que convocaron Francia y el Reino Unido en Berlín con la intensión de hacerse a nuevos territorios, en unos alegatos de derechos monárquicos, el continente africano fue repartido entre alemanes, belgas, británicos, españoles, franceses, italianos, portugueses y anglo-egipcios. En la conferencia no hubo representante africano, y, tal como había hecho el papa Alejandro VI con ‘Las Indias’, además del territorio de África, el reparto incluyó sus habitantes y sus riquezas; el mal llamado Estado Libre del Congo, luego de ese acuerdo fue ratificado como propiedad personal del rey Leopoldo II de Bélgica.

El papa León XIII era autoritario y, como casi todos los monarcas romanos, tenía complejos de divinidad. A sus visitantes les exigía permanecer de rodillas durante todo el tiempo que durara la audiencia; con tales fines decretó varias reglas humillantes de formalismo en el trato de particulares con el papa, permaneciendo la mayoría de esas normas hasta la llegada del papa Juan XXIII. Este pontífice fue un gran tratadista internacional que le dio gran importancia a la introducción de la Iglesia en la diplomacia mundial; durante sus 25 años de papado nombró 147 cardenales.

En el año 1903, el cargo de papa no era apetecido por la oligarquía italiana. Tras la muerte del papa León XIII, el nuevo papa que eligió la monarquía eclesiástica era hijo de un cartero con una costurera, pero religiosamente bien educado, y al ser consagrado tomó el nombre de Pío X (1903 a 1914).

El otrora poderoso imperio de la Iglesia había sido ignorado en la repartición de África y en respuesta a la pérdida de poderes políticos del Vaticano, en el año 1904, el papa Pío X prohibió los vetos a la elección papal, por parte de los Estados que por tratados antiguos gozaban de tal privilegio. Aunque no era abogado, fue él quien hizo organizar el derecho canónico que hasta entonces estaba en total desorden. Recibió la Santa Sede casi en quiebra y él fue un papa pobre, religioso y bondadoso, tal como se dice que fue Jesús y como debieron ser todos los papas de la Iglesia Cristiana.

El sucesor del papa Pío X tomó el nombre de Benedicto XV (1914 a 1922), y comenzó su pontificado cuando empezó la primera guerra mundial, cuya causa más que todo se debió a conflictos entre las monarquías europeas por desacuerdos en los manejos económicos y políticos del ya explicado reparto de África.

Este papa era un hombre muy bien ilustrado, estudioso y actualizado en los aconteceres de la época; en contra del deseo de las dos partes en guerra, sabiamente él mantuvo la neutralidad eclesiástica en el conflicto mundial. Durante y después de ese conflicto realizó numerosas campañas humanitarias y luego elaboró y propuso una fórmula para crear mecanismos internacionales que evitaran en el futuro la ocurrencia de conflictos de esa magnitud.

El papa Benedicto XV les dio gran importancia a las relaciones internacionales de la Santa Sede; desde entonces, la estrategia política del Vaticano ha sido, sin importar los costos, mantener la mejor imagen posible de la personalidad del pontífice. En su lapso se reestablecieron las relaciones diplomáticas con los países que la Santa Sede tenía interrumpidas y anuló la prohibición que tenían los italianos de participar en la política del Reino de Italia.

El sucesor del papa Benedicto XV también era un hombre ilustrado y actualizado en asuntos internacionales, pero con poca experiencia en manejo eclesiástico. Tomó el nombre de Pío XI (1922 a 1939), y en su pontificado fue firmado el Pacto de Letrán, que le dio vida formal a la actual Ciudad del Vaticano, como Estado libre dentro de la ciudad de Roma. Ese tratado fue suscrito entre la Santa Sede, representada por el cardenal Pietro Gasparri, secretario de Estado de la Santa Sede; y el reino de Italia, representado por Benito Mussolini, primer ministro del rey Víctor Manuel III de Italia.

En el año 1931 nació Radio Vaticano, una emisora que transmitía las opiniones de la Iglesia a nivel mundial, en varios idiomas, y que fue un mecanismo de publicidad usado por la Santa Sede para perfeccionar la imagen de la Iglesia y convertirse en la potencia mundial diplomática que es actualmente. Según las frecuentes declaraciones radiales en ese sentido, la Iglesia era totalmente contraria a la esclavitud humana, pero nunca se recordaba por Radio Vaticano que la Iglesia había sido la autoridad que había legalizado y masificado la esclavitud humana, haciéndola hereditaria a perpetuidad, con las bulas Dum Diversas y Romanos Pontifex del papa Nicolás V (1455).

Este papa fue un gran hacedor de santos y beatos, en su pontificado canonizó 33 santos, entre estos a san Roberto Belarmino, el cardenal inquisidor que condenó a los sabios Giordano y Galileo, y gestionó alrededor de 500 beatificaciones.

Se rumoró que la muerte del papa Pío XI había sido por envenenamiento, según se dijo tramada por el entonces dictador fascista Benito Mussolini, debido a la mala publicidad que hacía el Vaticano del fascismo italiano y del nazismo alemán, y por haber publicado en contra de los asesinatos del nazismo, el 14 de marzo de 1937, su encíclica Mit brennender Sorge (Con ardiente inquietud), un razonamiento político que hizo enojar a Hitler.

El siguiente papa tomó el nombre de Pío XII (1939 a 1958) y fue pontífice durante todo el tiempo que duró la Segunda Guerra Mundial. Se dice que este papa les tenía pavor a los insectos y que era hipocondríaco. Su nombre era Giovanni Pacelli, miembro de una familia de gran trayectoria eclesiástica, y antes de ser papa había tenido vínculos con los nazis, tratados que han puesto en duda su neutralidad durante el conflicto mundial.

Se dice que el inspirador del exterminio judío fue Hitler pero, por las actividades que desarrolló en Alemania el cardenal Pacelli con el nazismo, muchos expertos en ese tema han creído que el exterminio judío fue el último intento de la Iglesia para hacerse dueña del Mundo, y que la intención de la Santa Sede era utilizar la Segunda Guerra Mundial para acabar con las religiones judía y musulmana, el comunismo, la masonería y todas las logias religiosas, y eliminar a los indios y a los negros instruidos de todo el planeta, como hizo en el siglo XVI con los sabios nativos de América, para dejar únicamente pueblos rasos y luego esclavizarlos en beneficio del nuevo Imperio Ario Romano soñado por Hitler y planeado por el Vaticano. Y lo que sí está claro a estas alturas de análisis del nazismo, es que Hitler no hubiera podido obtener el poder alemán sin el apoyo del Vaticano y que el papa Pío XII tenía el propósito de convertirse en emperador del Mundo cuando terminara esa guerra.

En este sentido vale señalar que, antes de la Segunda Guerra Mundial, el cardenal Pacelli y futuro papa Pío XII fue nuncio papal en Alemania por muchos años y siempre estuvo engranado con los movimientos políticos alemanes, con los cuales tenía diversas relaciones, entre estos, con el poderoso partido nazi Zentrum, inclusive, siendo un gran amigo de Ludvig Kaas, un sacerdote alemán que llegó a ser presidente de ese movimiento político, y que, a través de este religioso, Pacelli presionó al partido nazi para que negociara un concordato entre Hitler y la Santa Sede, tratado que fue realizado pero del que no se conocen los detalles. Sin embargo, se sabe que en éste se convino la confirmación del Kirchensteuer, un impuesto eclesiástico a la población alemana que ya existía, y que, por haber sido revalidado, fue cobrado durante toda la Segunda Guerra Mundial y aún está vigente. Además, se sabe que durante la guerra acordaron dejar a España como país neutral para usarlo de plataforma para el envío de invasores y espías nazis a Suramérica, igual que para la huida de criminales nazis disfrazados de religiosos cristianos o aparentando ser funcionarios de la Cruz Roja Internacional, y que también convinieron la neutralidad de Suiza, país que destinaron y usaron para depositar los tesoros y la gran cantidad de riquezas que, al estilo de las cruzadas cristianas, fueron robados o saqueados por los nazis en las naciones que ocuparon.

Cuando con el respaldo del partido Zentrum fue elegido canciller Heinrich Brüning, el nuncio Pacelli le insinuó a éste que le diera a Hitler un puesto en el gabinete, pedido al que Brüning se negó y razón por la que tanto el Vaticano como el presidente de ese partido le retiraron el apoyo y lo dejaron a merced de sus enemigos, abandono este del que surgió la oportunidad para que Hitler se convirtiera en canciller.

Por las declaraciones de Hitler no hay duda de que él fue adoctrinado por la Iglesia; en uno de sus tantos discursos antijudíos dijo: “No importa si el judío individual es decente o no. Posee ciertas características que le han sido dadas por la naturaleza y nunca podrá librarse de ellas. El judío es dañino para nosotros... Mis sentimientos como cristiano me inclinan a ser un luchador por mi Señor y Salvador. Me llevan a aquel hombre que, alguna vez solitario y con sólo unos pocos seguidores, reconoció a los judíos como lo que eran, y llamó a los hombres a pelear contra ellos... Como cristiano, le debo algo a mi propio pueblo”.

Hitler no negaba que era católico ni renunció a ser cristiano, y la Iglesia, a pesar de sus incontables delitos, jamás lo cuestionó ni mucho menos lo excomulgó, sino que, al contrario, el papa Pío XII, en diciembre de 1942, se negó a firmar una declaración de los Aliados que condenaba la exterminación de judíos. Y el famoso religioso y político nazis, Franz Michael von Papen, en una campaña de propaganda nazis dijo:

 “Nosotros, los católicos alemanes, apoyaremos con toda nuestra alma y plena convicción a Adolf Hitler y su gobierno (...) El catolicismo alemán tiene que participar activamente en la edificación del Tercer Reich.”

Pero, según los expertos en ese asunto, si en la Segunda Guerra Mundial hubieran funcionado las cosas como pretendía el Tercer Reich, el resultado no hubiera sido igual a lo que pensaba y quería Hitler, es decir, que él gobernaría el mundo desde Berlín, cuya ciudad se convertiría en la capital del planeta, sino que ahora en el mundo no habría mas religión que la cristiana y un solo partido político que muy seguramente sería una versión amoldada a un nacionalismo cristiano, y así el papa se hubiera convertido en el Jefe de los Estados del Mundo, claro está con Despacho en la Santa Sede, cosa que ya había intentado en su lapso (1073 a 1085) el papa Gregorio VII.

En el año 1946, el papa Pío XII le ordenó a su nuncio en Francia que instruyera a los católicos a que no devolvieran los niños judíos que les habían confiado sus padres, si éstos habían sido bautizados. Esta situación se había generado porque numerosos judíos franceses alcanzaron a huir de este país, en condiciones precarias para escapar del exterminio nazi, confiándoles sus hijos a familias católicas francesas que eran amigas o de buena voluntad, y muchas de esas personas, con el fin de garantizar la seguridad de estos niños, procedieron a ocultar su origen étnico llegando incluso a bautizarlos como católicos, y, por haber finalizado la guerra, estos judíos estaban reclamando sus hijos.

Para fortunio de los judíos, el nuncio en Francia era Ángelo Roncalli, futuro papa Juan XXIII, quien orientándose por la lógica humana de: ¡El amor está por sobre todo! y no por la idea eclesiástica de que “no hay salvación fuera de la fe católica” desobedeció la instrucción papal y permitió que todos los niños judíos salvados de los nazis, bautizados o no, pudieran volver a sus hogares familiares. Por este hecho, para gran parte de la humanidad resultó desconcertante que se hubiera abierto el proceso de canonización de Pío XII, quien es considerado como el último “Papa-Rey” medieval de la Iglesia.

Después que terminó la segunda guerra mundial, el papa Pío XII participó directamente en política apoyando al partido Democracia Cristiana y excomulgando a los católicos comunistas. En el año 1955, por arrestar jefes religiosos y expropiarle propiedades a la Iglesia en Argentina, el papa Pío XII excomulgó a Domingo Perón, presidente de esa nación. Y, por conveniencias del Vaticano, hasta su muerte este papa apoyó el sistema de gobierno estadounidense y fue contrario al comunismo ruso. El 12 de enero de 1953 ascendió a cardenal a Crisanto Luque Sánchez, el primer colombiano en ser cardenal.

El sucesor del papa Pío XII fue Ángelo Roncalli, un cardenal religioso que fue elegido a modo de transición y que tomó el nombre de Juan XXIII (1958 a 1963). Este papa resultó ser uno de los pontífices más queridos por la humanidad; en esa época las monarquías civiles ya habían perdido gran parte del poder político mundial, pero ese no era el caso de la monarquía eclesiástica, en cuanto al manejo del cristianismo, que había usado una bien elaborada estrategia diplomática y de publicidad escrita en diversos libretos y por Radio Vaticano, para evitar que la humanidad supiera el historial criminal de la Iglesia, así como impedir que se informara de las eternas perversidades de la monarquía eclesiástica romana, modelo publicitario que benefició a Juan XXIII.

Desde la época del papa Pío IX había sido erradicado el nombramiento de cardenales sin ninguna preparación política y/o religiosa. Ahora la monarquía de la Iglesia estaba conformada por personajes muy bien instruidos en asuntos internacionales, quienes habían logrado ocultar la horrenda historia criminal eclesiástica, pero la Iglesia seguía siendo injusta con sus trabajadores, con sueldos casi de miseria. Además, era sectaria y racista en el nombramiento de cardenales; el papa Juan XXIII, con gran despliegue publicitario por Radio Vaticano, les igualó los derechos y condiciones de trabajo a los empleados del Vaticano, con las que tenían los trabajadores de los gobiernos europeos, y fue él el primer papa que nombró cardenales africanos e indios.

El 3 de enero de 1962, por no pagarle los impuestos del alma al Vaticano y perseguir a los ‘curas camorreros’, el papa Juan XXIII excomulgó al dictador cubano Fidel Castro, y poco antes de morir presidió la primera fase del Concilio Vaticano II, convocado por él al iniciar su mandato, cuyo propósito era renovar la Iglesia para que engranara con la religiosidad internacional de los tiempos modernos, habiendo invitado a observadores de todas las religiones del mundo, algo nunca visto en un concilio religioso.

A partir del año 1959, la Santa Sede empezó a trasladar a Estados Unidos una parte del oro que habían depositado los nazis en Suiza y, cuando empezó la Guerra Fría, empezó a llegar a esta nación un numeroso grupo de extranjeros eclesiásticos que ingresó en las mejores universidades del país, quienes al cabo de un año eran nacionalizados como ciudadanos estadounidenses.

El 22 de noviembre de 1963 fue asesinado John F Kennedy, presidente de los Estados Unidos, y según numerosas personas que investigaron o escribieron acerca de ese magnicidio, el autor intelectual de ese asesinato fue el Vaticano.

Los registros históricos de dichos investigadores pueden resumirse en que la Iglesia, liderada entonces en Estados Unidos por el cardenal jesuita Francis Spellman, con la alianza de la Compañía de Jesús y el Opus Dei planeó y ejecutó el asesinato de Kennedy, porque el mandatario gringo había tomado dos decisiones que perjudicaban a la Santa Sede, tanto en lo económico como en el adoctrinamiento religioso.

Una de esas decisiones era el retiro de las tropas americanas de la guerra de Vietnam, cosa que no le convenía al Vaticano porque la Iglesia estaba aprovechando ese conflicto para convertir a Asia en región cristiana; y la otra decisión perjudicial para la Santa Sede tenía que ver con la orden del presidente de Estados Unidos, de eliminar el manejo mafioso que en provecho eclesiástico le estaban dando los jesuitas a las Reservas Federales.

Según los registros de numerosos investigadores, antes de Kennedy ser presidente, gran parte del oro depositado en Suiza durante la Segunda Guerra Mundial fue trasladado por la Iglesia a los Estados Unidos para ser usado por los jesuitas como respaldo de las emisiones del dinero americano, y así dicho tesoro, sin hacer nada, le producía enormes intereses a la Iglesia, entidad que además estaba usando las Reservas Federales para blanquear las enormes utilidades económicas que recibía el Vaticano del narcotráfico asiático, detalles que después de la muerte del presidente gringo dieron, entre otros, los investigadores y escritores Avro Manhattan, Rober Morrow y el coronel estadounidense James Gritz, concluyendo que por haber tomado las decisiones de retirar las tropas de Vietnam y eliminar el manejo mafioso en las Reservas Federales, el Vaticano asesinó al presidente Kennedy.

 El sucesor del papa Juan XXIII había sido un experto y veterano diplomático de la Iglesia, quien al ser entronizado tomó el nombre de Pablo VI (1963 a 1978), y quien poco después de ser consagrado presidió el exitoso Concilio Vaticano II, convocado por su predecesor. Fue él un papa viajero y gran reformador de la Iglesia, en cuyo lapso internacionalizó el Sacro Colegio Cardenalicio, redujo el enorme dominio italiano en las estructuras de la Iglesia y aumentó el poder de los jesuitas al interior del gobierno de los Estados Unidos, detalle este último que ha sido considerado como un refuerzo para sellar la impunidad en el asesinato del presidente Kennedy.

El papa Pablo VI creó un título cardenalicio a nombre de san Roberto Francisco Rómulo Belarmino, el cardenal inquisidor y exterminador de sabios y 'herejes' de la época de Galileo, cátedra de la cual es director Jorge Mario Bergoglio, un cardenal jesuita, nacido en Argentina, pero hijo de italianos que era uno de los cardenales favoritos en la elección del sucesor del papa Juan Pablo II.

Tras la muerte del papa Pablo VI, fue elegido papa el cardenal Albino Luciani Tancon, quien tomó el nombre de Juan Pablo I (26 de agosto a 28 de septiembre de 1978), y quien murió un mes después, envenenado, según varias investigaciones posteriores, aunque la Iglesia informó que su muerte había sido por infarto. Sin embargo, se han descubierto varias maniobras sospechosas que indican, según el escritor y religioso Jesús López Sáez, que Juan Pablo I fue envenenado con una fuerte dosis de vasolidator, porque estaba a punto de descubrir una “auténtica cueva de ladrones” y fraudes bancarios en el Vaticano.

Hasta el presente no se sabe con certeza quién asesinó al papa Juan Pablo I; el primer sospechoso fue el obispo americano Paúl Marcinkus, apodado ‘el gorila Marcinkus’, director del Instituto para las Obras Religiosas y presidente del Banco del Vaticano, en tal caso con la colaboración del cardenal Villot, secretario de Estado del Vaticano que iba a ser relevado. Pero la mafia eclesiástica dijo que fue un asesinato orquestado por la Logia Masónica P2, aliada con algunos miembros de la Curia del Vaticano. López Sáez asegura que el papa no murió en su cama, como informó la Iglesia, sino en su escritorio y que a su lado fue encontrado el organigrama de un gran remezón que próximamente iba a realizar el pontífice en la Curia y en la Iglesia Italiana.

Hay versiones que aseguran que gran parte del grupo de cardenales neoliberales que eligió papa al cardenal polaco Karol Józef Wojtyla estuvo involucrado en el asesinato del papa Juan Pablo I, pero lo cierto es que fue un asesinato hecho por criminales profesionales y, al alcance del público, no existen pruebas en tal sentido. Y también es cierto que la elección del sucesor de Juan Pablo I fue una elección novedosa; desde Adriano VI (1522 a 1523), fue este el primer papa no italiano, y al ser consagrado tomó el nombre de Juan Pablo II (1978 a 2005), siendo él un hombre que había sufrido las crueldades de la segunda guerra mundial y, en cuanto a lo político, fue un papa pacifista. Pero en su contra está el hecho de haber protegido a un gran número de funcionarios eclesiásticos criminales, inclusive, hasta en el propio Vaticano, como ocurrió con el cura asesino, pedófilo y adicto a las drogas Marcial Maciel, que en esa época era un gran productor de riquezas para la Iglesia, con su organización perversa Legión de Cristo.

El papa Juan Pablo II fue un gran aliado y protector de este delincuente full delitos y no le dio importancia a ninguna de las casi mil denuncias que religiosos y numerosas personas violadas o víctimas de Maciel hicieron en su contra, demandas que, aunque estaban en su despacho, jamás tuvo en cuenta este carismático pontífice. Y, en todo el mundo, con traslados y diversas patrañas protegió a un gran número de eclesiásticos pedófilos o delincuentes.

En junio del año 1983 fue secuestrada en el Vaticano Emanuela Orlandi, de 15 años de edad, secuestro que fue acallado por este papa y que, según investigaciones recientes, fue ejecutado por gente del Vaticano. Según el cura Gabriele Armoth, luego de ser secuestrada, Emanuela fue hecha esclava sexual en la Santa Sede y tras hacer con ella toda clase de orgías sexuales, fue asesinada y enterrada al interior del Vaticano. Nadie ha asegurado que el papa hubiera participado en este crimen, pero, por haber ocurrido los hechos dentro de la Santa Sede y él no haber ordenado una investigación rigurosa, es obvio que debió ser cómplice.

El jefe de la banda mafiosa ‘Mogliana’, Enrico de Pedis, alias ‘Renatino’, quien era el mafioso y criminal más temible de Italia, fue asesinado en el año 1990. Este sujeto era amigo del papa Juan Pablo II, y luego de ser asesinado, mediante el pago de alrededor de trecientos mil euros, con el visto bueno del pontífice fue sepultado al lado de varios papas, en la Basílica de san Apolinar, un lugar que hasta entonces era exclusivo para descanso eterno de la monarquía eclesiástica.

Pero la mayor obra criminal de este papa fue la aprobación como ‘Prelatura personal’ al Opus Dei, entidad que desde entonces se convirtió en la organización criminal más oscura del mundo, o sea que organizó a esa entidad en una secta que es el equivalente a un cartel de multimillonarios, dictadores y mafiosos, cuyos miembros son dirigidos y protegidos por el Vaticano.

Es poco lo que se sabe del engranaje interno del Opus Dei, muchos dicen que maneja la mafia eclesiástica mundial, inclusive, se cree que el Grupo Bilderberg hace pare de su dirigencia, y cabe añadir que la permisidad de Juan Pablo II en los hechos corruptos que se suscitaron en esa época, apuntan a que él fue cómplice del manejo mafioso del sistema bancario de la Iglesia.

En su largo periodo nombró 232 cardenales y hasta la fecha él ha sido el papa más viajero. En la plaza de San Pedro, el 13 de mayo de 1981, el papa Juan Pablo II sufrió un atentado a balazos de parte del terrorista Mehmet Ali Agca, resultando afectada su salud por el resto de su vida.

Hasta el presente ha sido Juan Pablo II el único papa que públicamente ha pedido perdón por los errores de la Iglesia, entre estos el cometido contra el astrónomo Galileo Galilei, a quien la Inquisición quiso obligar a que se retractara de su respaldo a la teoría heliocéntrica del sistema solar y por negarse lo condenó a morir encarcelado.

 Este papa excomulgó al obispo francés, Marcel Lefebvre, por haber ordenado cuatro obispos y, hasta el presente, esa es la última excomunión famosa de la Santa Iglesia. Juan Pablo II fue uno de los papas más hipócritas, pero, por su gran carisma, murió como un ídolo de la humanidad, a los 84 años de edad.

El sucesor del papa Juan Pablo II tomó el nombre de Benedicto XVI, y desde el año 2005 es el actual monarca de la Iglesia. Hay indicios de que hubo soborno en la elección de este papa, inclusive, un cardenal que estuvo en ese concilio y que no votó por él para pontífice le dijo al periódico O Globo de Brasil que el actual papa no había sido elegido por inspiración del espíritu santo sino por el millón de dólares de soborno que el Opus Dei le había pagado a cada uno de los cardenales que votaron por el cardenal Ratzinger. Como es obvio, el papa Benedicto XVI hace parte del grupo todopoderoso que dirige la Prelatura del Opus Dei. Y su más fuerte rival fue el cardenal jesuita Jorge Mario Bergoglio, un argentino hijo de italianos, que, según rumores, el Vaticano desea convertir en el primer pontífice americano.

Luego de visitar varios países africanos, Benedicto XVI fue duramente cuestionado por haberse opuesto al uso del preservativo sexual en África, el continente más afectado por el sida, y algunos expertos aseguran que, si se cumpliera ese deseo del papa, el resultado sería el contagio de sida a casi toda la población africana, con rápida extendida al resto del mundo. No hay prueba de que la intención del papa sea la eliminación de la población africana, pero ese sería el resultado si se cumpliera su deseo en cuanto al no uso del preservativo.

En cuanto al antiguo Imperio Eclesiástico, en la actualidad Argentina es el único país de América que no tiene gobierno laico. Y al menos 35 naciones europeas, que estuvieron obligadas a ser Estados cristianos, hoy en día tienen gobiernos laicos. Sin embargo, debido al enorme poder económico del Vaticano, en ningún país del antiguo imperio de fe cristiana se le ha podido quitar a la Iglesia el monopolio de adoctrinamiento cristiano en la educación académica, o sea que los gobiernos en el antiguo imperio cristiano son laicos, pero la educación es obligadamente cristiana, y de ese modo la Santa Sede sigue sometiendo de conciencia a la gente del área que perdió cuando surgió la democracia.


 

                                   LA RELIGIÓN MUSULMANA

 

 

Para saber cómo empezó la religión musulmana, ahora volvamos a los años seiscientos de nuestra era, la época en que nació esta organización religiosa. Ya vimos el poder que tenía la religión cristiana en esa época y su permanente crecimiento; ahora veamos donde y cómo empieza el asunto musulmán; quiénes son los protagonistas, qué hacen, y cómo se comportan entre ellos.

Desde el año 500, el papa Símaco (498 a 514), había normalizado que la Iglesia tuviera propiedades, llamándolas “beneficios estables a usufructo de los clérigos”, con lo cual, mediante un sistema que forzaba el rápido crecimiento de contribuyentes en el mundo, la organización católica le generaba muchísima riqueza y creciente poder político a la oligarquía romana, es decir, la rosca eclesiástica que desde mucho antes la controlaba y que la mantenía unida con sus bien manejadas estrategias religiosas.

El antes poderoso Imperio Romano poco a poco se había desmoronado, y en el año 476, su parte sobreviviente pasó a ser el inestable Imperio Bizantino, con gobiernos y fronteras que cambiaban con frecuencia. Por el contrario, en Roma, el cada vez más poderoso catolicismo seguía unido y en Europa cada día era más difícil que un gobierno, ya fuera de un Estado lejano, ciudad o territorio, sobreviviera sin ser dominado por el papa o sin su alianza.

Mediante dos requisitos, la oligarquía romana se aseguró el control de nombramiento de papas. Esos requisitos eran: Que el elegido fuera un obispo romano nombrado por ellos; y que el obispo ejerciera en Roma. O sea que ningún religioso que estuviera ejerciendo sus funciones religiosas fuera de Roma podía ser candidato a papa; y, por regla, era obligatorio que el elegido a pontífice fuera un ciudadano romano.

Conviene aclarar que desde que la religión católica se convirtió en religión oficial del imperio romano, el puesto de papa o jefe del cristianismo dejó de ser ejercido por los pobres y perseguidos religiosos de la plebe y pasó a ser ocupado por miembros o funcionarios de la monarquía romana que por lo general no tenían ninguna devoción por la religión que representaban. El hecho de convertir el cristianismo en religión del imperio romano fue un acto de estrategia político social que, como era de esperarse, devoró la necesidad de fe religiosa como guía fundamental en sus directivos y la reemplazó por actitud de función político económica. Y la endiosada de Jesús fue una estrategia política de la monarquía romana para usar al Cristo romano de escudo divino para convertirse ellos en jefes de las demás monarquías del mundo.

Desde el comienzo, el resultado de esa estrategia religiosa fue tan bueno que, como en todos los negocios que resultan demasiado rentables, fue imposible evitar el surgimiento de la competencia. Y esa competencia nació en Arabia, un lugar lejano de Roma que no les interesaba a los romanos, por ser desértico, pobre y poblado por tribus de beduinos analfabetas y guerreros.

El comienzo de la historia del Islam o religión musulmana tiene varios ingredientes de los comienzos de las religiones judía y cristiana. El protagonista de este asunto se llamaba I-Qasim Muhammad, más conocido en español como Mahoma, quien nació en La Meca en el año 570 y murió en Medina en el 632. Estos dos lugares están ubicados en Arabia, que en esa época no era una nación sino una región habitada por numerosas tribus, unas nómadas y otras sedentarias, todas independientes entre si.

El conjunto de los hechos que componen la historia de Mahoma es llamado Hadices por los musulmanes. Según esos relatos, Mahoma nació huérfano de padre y siendo niño fue dejado al cuidado de mujeres beduinas que, tradicionalmente en ese territorio, eran las encargadas de cuidar y educar a los niños. Uno de esos hadices dice que siendo niño Mahoma, una tarde estando él jugando en el desierto con varios niños, de repente descendió el ángel Gabriel, le abrió el pecho, le sacó el corazón y le extrajo un coágulo negro y dijo: “Esta era la parte por donde Satán podría seducirte”. Y el relato añade que el ángel después lavó el corazón con agua Zam Zam, en un recipiente de oro, y luego se lo colocó en su sitio. Además, explica que los niños compañeros de Mahoma corrieron a la tienda donde vivían y avisaron que éste había sido asesinado, y que enseguida las mujeres beduinas acudieron al lugar y lo encontraron sano y tranquilo. -En este caso conviene aclarar que en la antigüedad se creía que la gente tenía el espíritu en el corazón, y por eso debió ser que los autores de este cuento inventaron así esta farsa-.

Según los hadices, por ese hecho Mahoma fue devuelto a su madre y más tarde quedó al cuidado de su tío Abu Talib, jefe de la tribu más poderosa de La Meca y padre del futuro califa Alí.

Analizando esos escritos, se puede concluir que Mahoma andando con su tío adquirió experiencia de guerrero y conocimientos de comerciante y de caravanero del desierto. A la edad de 25 años Mahoma trabajaba para una viuda rica, llamada Jadiya, con quien se casó después y tuvieron seis hijos, dos varones y cuatro hembras, y Mahoma se convirtió en un rico comerciante. Los dos hijos varones murieron pequeños; las hijas habidas con Jadiya fueron llamadas Fátima, Rugayyah, Umm Kulsum y Zainab.

Según datos históricos, Jadiya, la millonaria esposa de Mahoma fue su primera creyente y lo patrocinó para que con ella y con su tío Abu Talib fundaran en sociedad la religión musulmana. Y, gracias al dinero de Jadiya que les donaba su esposo a los pobres, los creyentes musulmanes crecieron como espuma y, rápidamente, el desde entonces profeta Mahoma organizó un poderoso ejército con el que sometía y obligaba a los pueblos vencidos a creer en las reglas o leyes que, supuestamente, por orden de Alá (Dios), le daba a él el ángel Gabriel.

Mahoma era analfabeta, los musulmanes dan por hecho que los hadices y todas las reglas del Islam fueron dadas al luego profeta Mahoma por el ángel Gabriel y que él, para que las memorizaran, se las encomendó a unas personas denominadas como “hafiz”, quienes, según los musulmanes, para no olvidar ni cambiar nada de lo dicho por el ángel al profeta Mahoma, repetían esos datos varias veces durante todos los días de sus vidas.

Según la creencia de los musulmanes, con la recopilación de esos hadices, muchos años después de muertos los hafiz o memoriadores que los recibieron de Mahoma, pero sin que estos sufrieran ningún cambio de fondo ni de forma, fue armado y escrito el Corán, que en la práctica es una constitución religiosa y que además puede considerarse como el reemplazo de la Biblia de los católicos o de la Torá de los judíos.

Un hadice o relato del Corán cuenta que después de tener seis hijos con Jadiya, su primera esposa, ya siendo Mahoma un rico comerciante y poderoso líder de los qurayshi, la tribu más poderosa de La Meca, el futuro profeta tomó por costumbre irse todas las noches a una cueva a meditar, y que estando en esas meditaciones le contó a su esposa que el ángel Gabriel se le había aparecido en la cueva, anunciándole que había sido elegido por Dios como el último de los profetas para que predicara el monoteísmo religioso, y anunciara El Día del Juicio Final.

Según el relato, su esposa Jadiya lo apoyó y lo animó en ese asunto y fue ella la primera persona que se convirtió en musulmana, y desde entonces Mahoma se dedicó de lleno a predicar las normas religiosas que, aseguraba él, le daba directamente el ángel Gabriel. Mahoma, con la riqueza de su esposa ayudaba a la gente y muy pronto sus seguidores crecieron en tal número que despertaron la desconfianza de las tribus locales, que se beneficiaban con la llegada de peregrinos a la Kaaba, un recinto considerado sagrado por los ídolos árabes y que era el principal punto religioso de La Meca.

Es de señalar que el monoteísmo religioso que predicaba Mahoma perjudicaba a todas las tribus, incluida la suya, ya que el paganismo religioso de peregrinos era la mayor fuente de riqueza que recibía La Meca, y al eliminar el paganismo se acababa lo que más producía riqueza para todos. Pero el profeta, con muchos gastos, se dedicó de lleno a ese asunto y en ese momento nadie descubrió el verdadero propósito de la nueva fe religiosa que predicaba Mahoma.

Igual a lo que ya había ocurrido con el cristianismo, en poco tiempo el Islam, imitando con sus intimidaciones a la Iglesia Romana, también se convirtió en una organización religiosa que, además de riqueza, le dio un poder político enorme a su fundador, quien hasta entonces había vivido holgadamente de la riqueza de su esposa Jadiya y quizá por eso durante los 24 años que estuvo casado con ella no tuvo mas esposa ni romance conocido, aunque las cosas sentimentales de Mahoma cambiaron en el año 619 cuando, de repente, murieron Jadiya y el tío y socio del profeta, quedando el Islam, que ya era una gran organización religiosa, guerrera y productora de riqueza, bajo el control absoluto de Mahoma.

Los musulmanes definen la época de la muerte de Jadiya como 'El año de los dolores', y suelen exagerar la tristeza que sintió Mahoma ese año cuando murieron su esposa y su tío Abu Talib, pero, según registros históricos, poco después de esos sucesos el profeta se casó dos veces y la segunda vez fue con una niña, de nombre Aisha, que solo tenía 9 años; y en los 13 años que vivió después de la muerte de su esposa Jadiya, el profeta contrajo matrimonio alrededor de 30 veces, aunque de sus esposas sólo es conocido el nombre de poco mas de una docena.

En el año 620 Mahoma y sus seguidores fueron perseguidos en La Meca y tuvieron que irse para Jerusalén, en cuyo viaje, aseguran los escritos sagrados musulmanes, una noche el profeta ascendió a los siete cielos e hizo contactos con los profetas Abraham, Jesucristo, Moisés y otros que lo precedieron. -Es de notar que los musulmanes a Jesús no lo consideran hijo de Dios sino un profeta, sin ninguna divinidad, y que lo de los siete cielos se debe a que esta farsa fue inventada cuando todavía la humanidad creía en la existencia de cielos planos, por arriba de la tierra, con supuestas residencias divinas-.

Tiempo después, habiendo regresado a su patria y siendo un odiado líder político en La Meca, Mahoma viajó a Medina invitado como mediador para resolver unas querellas religiosas entre bandos árabes aws y khazraj, pero el arreglo que él hizo fue que convirtió en islamistas a ambas tribus y prohibió el derramamiento de sangre entre musulmanes. Poco después, teniendo bajo su control esa ciudad, Mahoma emitió un decreto que es conocido como “La Constitución de Medina”, donde se establecieron las reglas en que podían vivir en ese Estado musulmán los seguidores de otras religiones, particularmente judíos y cristianos, a quienes mediante el pago de un tributo, llamado dhimmi, se les permitía seguir con sus creencias religiosas. Pero, a partir de entonces, las religiones paganas fueron prohibidas en Medina. El acontecimiento de haberse radicado Mahoma en Medina dio origen a la Hégira, que es el comienzo del calendario musulmán.

Cuando Mahoma se radicó en Medina, además de cobrador de impuestos, se dedicó con sus guerreros a asaltar las caravanas que se dirigían a La Meca y muy pronto empezaron los problemas de sus seguidores religiosos en esa ciudad, por los cuales allá fueron expropiadas las propiedades de los musulmanes.

No hay muchos registros históricos del profeta, pero, sin lugar a dudas, Mahoma fue un gran oportunista. Se sabe que siendo joven se casó con una mujer rica que, según algunos historiadores, era una viuda oligarca bastante mayor que él, y todo apunta a que durante todo ese matrimonio la que mandaba era ella, inclusive, según rumores históricos, el cuento de las aparecidas del ángel Gabriel no lo inventó él sino ella, cosa que pudo ser cierta ya que sus prédicas religiosas contenían una mezcla bien hecha de las escrituras sagradas judía y cristiana, y Mahoma, por ser pobre era analfabeta y quizá incapaz de inventar ese lío, pero su esposa, que hacía parte de la oligarquía de una tribu árabe poderosa, lo más seguro es que sí fue instruida y por eso tuvo la capacidad para armar esa magistral farsa.

Pero, aunque hubiera sido pobre y analfabeta, los detalles históricos apuntan a que Mahoma era un hombre sumamente astuto y conchudo pues, luego de dar a conocer la farsa de las aparecidas del arcángel Gabriel, en vez predecir y anunciar la fecha de ‘El Día del Juicio Final’, se inventó el cuento de que por 'prescripción coránica', él no podía participar físicamente en ningún combate y con ese pretexto ganó o perdió todas sus guerras sin participar físicamente en ninguna de ellas, y, por haber tenido tantas esposas, es deducible que buena parte de su tiempo, en vez de orándole y adorando a Alá, la pasara conquistando romances y teniendo relaciones sexuales.

Por los historiadores se sabe que sus suegros de confianza sí eran bravos combatientes y que a ellos les delegaba el mando de sus ejércitos y el reparto de los botines de guerra. Y de igual manera se sabe que supuestamente para repartir entre los necesitados, a Mahoma había que darle una quinta parte de todo lo que producía el Islam, tanto en guerras como en impuestos religiosos; y que además, para agrandar su parte, él cobraba 45 onzas de plata por la libertad de cada prisionero de guerra.

En marzo de 624 Mahoma al mando de 300 guerreros condujo el asalto a una caravana que se dirigía a La Meca, pero ésta iba bien protegida y el asalto falló. Debido a los continuos asaltos a las caravanas, los comerciantes de La Meca realizaron un ataque a Medina que, debido a la poca capacitación en combate del personal que la ejecutó, terminó en una gran victoria militar para los bien entrenados guerreros de Mahoma. En un lugar llamado Badr los dos bandos se enfrentaron y el ejército de Mahoma venció a sus enemigos, cuyo grupo era tres veces más numeroso que el suyo. Mahoma aprovechó esa victoria para publicitar a su dios, cosa que le dio muy buenos resultados, ya que todas las muy ignorantes tribus vecinas lo reconocieron como auténtico profeta y protegido de Dios. Luego de esa victoria Mahoma expulsó de Medina a Banu Qainuqa, líder judío, y todos los habitantes de la ciudad adoptaron la religión musulmana. Mahoma, de facto, entonces se convirtió en regente de Medina e hizo alianzas militares y religiosas con las tribus vecinas.

 

Mahoma, sin terminar sus dos matrimonios anteriores, en Medina se casó varias veces, entre otras con Hafsah, hija de Umar quien luego sería el sucesor del califa Abu Bakr, el padre de Aisha, la tercera esposa de Mahoma, en cuyas nupcias ella tenía nueve años.

Un hijo del tío de Mahoma, llamado Alí y futuro califa, se casó con Fátima, una de las hijas del profeta; y Ruqayyah, otra de las hijas de Mahoma, se casó con el líder guerrero y rico comerciante de La Meca, Uthman Ibn Affan, pero ésta murió pronto y Uthman enseguida se casó con Umm Kulsum, hermana de la recién fallecida y por lo tanto también hija del profeta. De los miembros componentes de estos matrimonios surgieron después los herederos del trono del Estado de la religión musulmana. 

Mahoma murió el 8 de julio del año 632. No se sabe la causa de su muerte, pero se sabe que convivía con varias esposas y que sus hombres de mayor confianza eran algunos de sus suegros y sus dos yernos, y, quizá por no tener hijo varón vivo, el profeta no eligió heredero para que lo sucediera en la jefatura del Islam.

Los cuatro primeros ‘califas’, todos dirigentes guerreros, políticos y religiosos de los musulmanes, son considerados por los seguidores del Islam como “califas bien guiados”. El título de ‘califa’ fue inventado poco después de la muerte del profeta; los dos primeros califas fueron suegros de Mahoma y los dos siguientes habían sido yernos suyos. Es de añadir que, teniendo varias esposas, Mahoma se casó como treinta veces, entre otras mujeres con Sawdah, Hafsah, Zaynab, Ramlah, Umm Salama, Mariyah, Safiah y otras de diferentes lugares, religiones, edades y colores. Se sabe que sus dos esposas Mariyah y Safiah eran cristiana y judía respectivamente, y que entre sus esposas además de blancas había indias y negras. Y hay registros que aseguran que tenía un gran reguero de esposas, esparcidas en Arabia, Siria y Palestina.

Si nos atenemos a los registros históricos, Mahoma no fue un individuo religioso sino un hombre tramoyista, full bandido, mujeriego, ambicioso y astuto líder guerrero que, apoyado en las farsas religiosas del Islam, gestó un gran número de masacres, guerras y asesinatos, eventos con los que logró establecer la religión musulmana en Arabia, parte de Siria y de Palestina. No conformó un Estado o gobierno musulmán, sino que, tal como hacían los pontífices romanos, prefirió exprimir pueblos y ser él el jefe de los gobernantes de los territorios que eran sometidos por sus guerreros.

Luego de la muerte de Mahoma, por tener propósitos y ambiciones diferentes, los líderes musulmanes no lograron ponerse de acuerdo para elegir al jefe de la religión musulmana. Los dirigentes de las tribus chiíes eran partidarios de que Alí y los descendientes de su esposa Fátima, hija de Mahoma, fueran los herederos del trono musulmán. Pero los dirigentes de los sunníes pidieron que el sucesor fuera elegido entre los dirigentes quraysh, la tribu originaria de Mahoma y, tiempo después, los jariyíes, una división que nació de la primera guerra entre musulmanes, pedían que fuera elegido de entre todos los musulmanes, sin importar color ni linaje. El resultado fue que nunca hubo acuerdo religioso y que desde entonces los musulmanes están divididos entre chiítas, sunnitas y jariyíes, sectas de las que han surgido numerosas subdivisiones, y sin jefatura religiosa unificada. Sin embargo, en asuntos políticos y militares Mahoma fue sucedido por su suegro Abu Bakr, que fue el primero de los jefes musulmanes en tomar el título de ‘califa’, rango que quiere decir “sucesor del mensajero de Dios”. –Ese grado no se ajusta a la realidad musulmana, pues se supone que el mensajero de Dios era el ángel Gabriel, y Abu Bakr sucedió en el trono fue a Mahoma, el profeta que en realidad no cumplió la supuesta misión de Alá, pues jamás le anunció a sus sometidos creyentes la fecha del supuesto Día del Juicio Final-.

El califa Abu Bakr (632 a 634), padre de Aisha, estrenó su gobierno con una guerra en la región de Nechd, porque sus habitantes se negaban a pagarle los impuestos religiosos que les había establecido Mahoma. Pero en poco tiempo el califa Abu derrotó al gobernador Musailma, saqueó su territorio y lo sometió al Islam. Poco después le arrebató Irak al imperio sasánida, y estaba preparando a sus generales para acciones en conjunto cuando murió envenenado, en agosto de 634. En su lapso se inició la elaboración del Corán. Debido a que no gustaba de Alí, había elegido como sucesor suyo al líder Omar.

Tras el asesinato del primer califa yerno de Mahoma, con la oposición de Alí y sus partidarios, los demás dirigentes musulmanes ratificaron la elección de Omar como sucesor del califa Abu Bakr. El nuevo califa Omar (634 a 644) era el padre de Hafsa, una de las tantas esposas de Mahoma, o sea que, igual a su predecesor, él también fue suegro del profeta.

Omar nunca fue religioso, sino que había usado la fórmula de que cuando no se puede derrotar al enemigo lo más conveniente es unirse a él. La poderosa tribu de Mahoma había sido enemiga de la suya y como no pudieron derrotarla se unieron a la alianza musulmana del erótico profeta, quien pronto se casó con Hafsah, hija de Omar.

Omar era un hombre astuto, delincuente todo delito, que al ser elegido jefe político y militar de la ya entonces poderosa alianza musulmana conquistó enormes territorios del mediterráneo oriental, Persia, Egipto, Mesopotamia; agrandó Palestina y le quitó Siria al imperio bizantino.

El éxito musulmán se debía al poderío militar que aplicaba y, tal como ocurría con la monarquía católica romana, esta liga de guerreros, saqueadores y esclavistas también fingía ser religiosa, pero su verdadero propósito también era el poder económico. 

Para soporte religioso y manejo rentable del Islam, muchos de los ingredientes de la religión musulmana fueron tomados de las religiones judía y cristiana, incluidos Jesús y los profetas bastante conocidos como Adán, Noé, Moisés, Abraham, Juan Bautista; el monoteísmo, la aparición del ángel Gabriel, el uso de la justificación religiosa para cometer toda clase de delitos, y la ambición de poder y el objetivo económico como verdaderos propósitos de sus inventores y jefes protagonistas. Pero, a diferencia de los cristianos, los musulmanes no fueron opuestos a los sabios o científicos, sino que, al contrario, los apoyaron y no han tenido que afrontar las consecuencias históricas de casos tan absurdos como el de la Iglesia con Galileo.

En Medina, Omar había aprendido de Mahoma la aplicación del ‘dhimmi’, un ‘impuesto del alma’ que les aplicó el profeta musulmán a judíos y cristianos para que ellos pudieran seguir con sus creencias religiosas. Y sabía que había sido un mal negocio para Mahoma la expulsión del líder religioso judío Banu Qainuqa, seguido de la conversión musulmana a sus seguidores en Medina; y que había sido peor cuando los cristianos, quienes le pagaban dhimmi a su gobierno, se convirtieron en musulmanes y dejaron de ser contribuyentes económicos del gobierno musulmán.

El califa Omar no quiso perder contribuyentes y prefirió ir con sus ejércitos saqueando y sometiendo pueblos, pero sin cambiarles sus reglas de gobierno ni sus religiones sino que, ya sometidos, a quienes no se convirtieran en musulmanes les aplicaba el dhimmi, y a quienes se convertían a la religión islámica les imponía el ‘azaque’ un impuesto menor y con mayores garantías que el dhimmi. A sus tropas les pagaba con los botines conseguidos en saqueos; las ubicaba en lugares estratégicos de los territorios sometidos y eliminaba sin piedad a quienes no pagaran los impuestos. Se hacía llamar “Príncipe de los creyentes”; en su gobierno fue establecido el calendario musulmán, cuyo primer año empezó a contarse a partir del 16 de julio del año 622 de nuestra era. Nombró gobernador de Siria a su pariente cercano Muawiya Ibn Abi Su, futuro califa y luego fundador de la dinastía Omeya. En su lapso, el Corán fue astutamente remodelado y empezó a usarse como cartilla de enseñanza. Es poco lo que se sabe de la vida particular de este califa, en el año 644 murió asesinado por un hombre persa, llamado Firuz, que él había esclavizado.

El sucesor del califa Omar fue el hasta entonces rico comerciante Uthman ibn Affan (644 a 656) quien se había casado con dos de las hijas de Mahoma. Este califa tuvo grandes conflictos con la monarquía musulmana, debido a que confiscó a favor de su familia gran parte del botín traído de los saqueos en África, Asia Menor y Persia. Debido a que la versión existente del Corán no le pareció apropiada para el propósito del Islam, ordenó destruir la que había e hizo elaborar una versión nueva y diferente, modo de edición que le causó la enemistad de un gran número de jefes musulmanes y lo enfrentó con Aisha, hija del fallecido califa Abu Bakr y a la vez una de las numerosas viudas del profeta. Todos los datos históricos acerca de este gobernante indican que como persona él no fue el ‘califa bien guiado’ que siempre han creído los musulmanes sino un gran ladrón de botines de guerra, pero no es mucho lo que se sabe de su vida particular. Murió asesinado, en el año 656, por un dirigente musulmán que era hermano de Aisha.

El sucesor del califa Uthman, fue el ya veterano líder Alí (656 a 661), primo y yerno de Mahoma, quien desde la muerte del profeta venía reclamando el califato. Pero ya en esa época los musulmanes no tenían una jefatura gubernamental unificada, sino que el Islam estaba bajo el mando de varios jefes políticos y militares, teniendo cada jefe sus propias metas y propósitos personales. Tan pronto Alí fue ascendido a califa, el gobernador de Siria, el ya poderoso jefe musulmán Muawiya Ibn Abi, quien exigía el califato y ejercía un gobierno independiente, acusó a Alí de estar incriminado en el asesinato del califa Uthman. Alí varias veces retó a Muawiya a un duelo a muerte y que se quedara el vencedor con todo el poder, pero el gobernador sirio no aceptó ese modo de solución.

En el año 657, en la primera guerra civil entre musulmanes, los ejércitos de estos dos jefes islamitas se enfrentaron en Siffin, pero Alí se resistía a la guerra entre musulmanes y, estando en pleno combate, para zanjar el pleito sin tantos muertos, volvió a retar al gobernador. Y, debido a que éste no aceptó, con la misma propuesta Alí retó al general Amr Ibn al-As, jefe militar de las tropas sirias, quien tampoco aceptó el desafío.

La guerra se tornó con dureza y después de un gran avance de Alí, los sirios, estando ante una derrota inminente, pidieron un cese de hostilidades y luego solicitaron que el conflicto fuera solucionado mediante un árbitro, neutral en el asunto, que decidiera cual de los dos jefes era el legítimo califa. Alí quería tratar con dureza al gobernador sirio, no aceptó el arbitraje propuesto y les pidió a sus tropas que acabaran con los sirios, pero gran parte de los suyos estuvieron de acuerdo con la propuesta siria, incluyendo al general Malik Ashtar, máximo comandante del ejército de Alí. Para inclinar la balanza a favor de su propuesta, los sirios pusieron hojas del Corán en la punta de sus lanzas y se negaron a seguir combatiendo, modo de protesta por el que Alí se vio forzado a aceptar el arbitraje propuesto, el cual fue realizado por un tal Ashas Ibn Qays y dado a favor de Muawiya, el gobernador sirio, quien fue admitido como califa por la mayoría de las tropas que habían participado en la batalla. Pero no todos aceptaron pacíficamente ese resultado; desde antes de realizarse el arbitraje hubo un sector que se opuso a ese modo de arreglo, de lo que nació una división conocida como jariyíes, siguiendo entonces una guerra civil que causó el debilitamiento militar a los contrarios del nuevo califa. Mas tarde Alí fue asesinado por musulmanes resentidos y, con el califa Muawiya, ya estaba en marcha el califato musulmán que daría inicio a la dinastía omeya, con capital en Damasco. 

Desde el califato de Muawiya, los musulmanes además de no tener jefatura religiosa unificada han estado políticamente divididos entre chiítas, sunnitas y jariyíes.

El propósito de esta obra es demostrar y dejar claro que las religiones judía, católica y musulmana, en asuntos religiosos han sido tres grandes farsas. En este segmento, no hay interés de contar en detalle la historia de los gobiernos musulmanes, el propósito de este resumen histórico es demostrar que el verdadero propósito del invento de la religión musulmana no fue religioso sino que lo que se buscaba con esa farsa religiosa era amedrentar a la gente, someter pueblos y esclavizarlos al antojo y bienestar de los farsantes monarcas del Islam, quienes en sus acciones criminales y de sometimiento de conciencia fueron muy similares a los pontífices cristianos.

Ya vimos que Mahoma, su inventor, fue un astuto comerciante, asaltante de caravanas, guerrero y esclavista que, teniendo como 50 años de edad, tuvo el descaro de casarse con una niña de 9 años. Y lo más seguro es que Aisha no fue la única niña víctima sexual del depravado Mahoma. Después de la muerte del profeta Mahoma, todos los califas han ejercido de gobernantes y jefes religiosos musulmanes y, tal como ocurrió con los papas cristianos, casi todos han carecido de vocación religiosa. Y, aunque han fingido ser religiosos, todos gobernaron o gobiernan muy similar a las monarquías tradicionales de Roma, es decir, al antiguo modo de los pontífices del desaparecido imperio cristiano. En otras palabras: La realidad histórica es que esas religiones fueron inventadas para incubar el surgimiento de otras monarquías políticas.

En el año 680 murió el califa Muawiya, quien aunque fingió ser religioso ejerció como un monarca en todo el sentido de la palabra. Sobornó a Hasan, hijo mayor del califa Alí, y dejó establecido un sistema de monarquía sucesoria de gobierno, habiendo elegido de heredero suyo a su hijo Yazid, y con este califato se había iniciado el gobierno de la dinastía Omeya, que duró hasta el año 750, cuando tomaron el poder los Abasíes que eran de la rama de los suníes.

Pero, cuando murió el califa Muawiya, los líderes musulmanes seguidores del asesinado califa Alí no estuvieron de acuerdo con la elección de Yazid y pidieron que el nuevo califa fuera Husayn, hijo menor de Alí.

Husayn estaba radicado en La Meca; para organizar una rebelión en contra de Yazid, sus seguidores lo citaron a Kufa, lugar a donde él se dirigió, pero Yazid se enteró del asunto y para impedirlo envió 3.000 guerreros, quienes lo sorprendieron en el camino, yendo escoltado por solo 72 guerreros, escoltas que, tratando de salvarlo, se vieron obligados a replegarse en el desierto donde soportaron toda clase de dificultades hasta que todos fueron eliminados. Husayn fue asesinado, sólo se les perdonó la vida a las mujeres que iban en la caravana y al niño Alí Zayn, hijo de Husayn, quienes fueron vendidos como esclavos en Damasco. A Husayn le cortaron la cabeza y se la entregaron al califa Yazid en Damasco.

Luego de esos sucesos, entre musulmanes hubo cruentas guerras internas por el control del poder político y económico del imperio musulmán. Yazid abdicó en el año 684 y fue sucedido por su primo Marwan I (684 a 685), quien gobernó poco mas de un año, todo su lapso en guerra civil musulmana, y murió asesinado por sus propios seguidores.

El siguiente califa fue Abd al-Malik (685 a 705), hijo del asesinado califa anterior, quien trató con dureza las rebeliones internas y logró unir de su lado a casi todas las divisiones musulmanas. Para facilitar el cobro de ‘impuestos del alma’ estableció el árabe como idioma oficial musulmán, apoyando ese recaudo con un eficiente sistema de correos. Este califa fue un guerrero estratega que, por conveniencia, apoyó la lucha interna del general Al Hajjaj bin Yousef, y luchó en Asia con el imperio bizantino y hacia occidente expandió hasta Túnez el territorio musulmán. No era religioso, pero sí fue un gran cobrador de impuestos por asuntos religiosos, incluso, para reemplazar el dinero bizantino hizo acuñar monedas con leyendas: “En el nombre de Dios”; y “Dios es Único, Dios es eterno”. Pero los comerciantes del imperio bizantino se negaban a recibir dicho dinero y por ese inconveniente hubo un gran problema monetario en el intercambio comercial.

El padre del califa Abd al-Malik, antes de ser asesinado le había ordenado a éste que debía ser sucedido por su hermano, Abd al-Aziz, pero él hizo envenenar a su hermano y nombró heredero del trono a su propio hijo Walid I. Es poco lo que se sabe de la vida particular de este califa, en los asuntos de gobierno ejerció como un monarca seglar.

El sucesor del califa Abd al-Malik fue su hijo Walid I (705 a 715), quien continuó con la expansión del ya enorme imperio islámico. Los asuntos militares los dejó en manos de Al Hajjaj bin Yousef, quien había sido un gran colaborador de su padre. En el lapso de este califa, con la ayuda de Yousef, el Imperio Musulmán organizó su gran ejército, conformó una marina de guerra y conquistó Transoxiana y la Península Ibérica. 

No hay claridad de las circunstancias de la muerte del califa Walid I, pero es casi seguro que murió asesinado. Se sabe que su hermano Suleimán, el nuevo califa (715 a 717), había sido gobernador de Palestina, y que en el Cercano Oriente él estaba aliado a un grupo yamaní que era contrario a Al Hajjaj bin Yousef, el hombre clave de Walid I. Y hay datos acerca de que luego de la muerte de Al Hajjaj bin, ocurrida en el año 714, Suleimán persiguió y asesinó a sus aliados políticos, incluidos Qutaibah bin Muslin y Muhammad bin Qasin, dos famosos generales que habían sido sus fieles aliados, a quines él apresó y asesinó en prisión, y es posible que también hubiera asesinado a su hermano califa.

En el año 715, el nuevo califa envió al general Moslama ibn Abdul-Malik, al mando de un gran ejército, a atacar y tomarse Constantinopla, actual Estambul, entonces capital del Imperio Bizantino. Esa operación fue un fracaso militar para el califa Suleimán que estaba desprestigiado por haber asesinado a los dos generales ya mencionados. Murió en el año 717; aunque algunas versiones aseguran que fue asesinado, no están bien claras las circunstancias de su muerte. Este califa, por peleas familiares, dejó elegido de sucesor suyo a Umar II (717 a 720), un familiar que no era ni hijo ni hermano suyo.

Durante el gobierno de Umar II se incrementaron las guerras internas en el imperio musulmán; los hermanos del califa anterior casi no dejaron gobernar a este califa.

El califa Umar II fue sucedido por Yazid II (720 a 724), hermano del califa anterior, y fue este hombre un gran destructor de los íconos y templos cristianos que estaban ubicados en los territorios musulmanes. Por ser un empedernido perseguidor de todas las cosas católicas descuidó los asuntos internos del gobierno, falencia que fue aprovechada por los musulmanes abasíes, para tomar fuerza y construir bases políticas que más tarde usaron para derrotar a los omeyas.

El califa Yazid II murió de tuberculosis y fue sucedido por su hermano Hishan I (724 a 743), quien en su largo lapso de gobierno arregló y estableció el Sharia, un reglamento de leyes religiosas que es el equivalente del Derecho Canónico Católico. En ese tiempo, el imperio musulmán tuvo varias rebeliones internas y numerosas guerras con el imperio bizantino, así como con España y con Francia. Y los musulmanes abasíes continuaban ganando poder político en Irak y Jorasán.

Tras la muerte del califa Hishan I, para sucederlo fue elegido califa Walíd II (743 a 744), sobrino de su predecesor, cuya elección tuvo gran oposición entre la monarquía musulmana, debido a la vida licenciosa que llevaba este sujeto. Walíd, enseguida que asumió el poder, asesinó a varios familiares y opositores suyos y por esas muertes resultó asesinado él. Después, mediante numerosas trampas y promesas que no cumplió, se hizo elegir califa un primo suyo, conocido como Yazid III (744) quien, por no cumplir sus promesas burocráticas generó un gran número de conflictos internos que terminaron en dos focos enormes de rebeliones musulmanas en su contra. Murió envenenado por su hermano, Ibrahim ibn Al-Wali, el califa siguiente. Pero este nuevo califa solo duró en el poder los meses de octubre y noviembre del año 744 y su gobierno no fue reconocido en todo el imperio musulmán. La ciudad de Homs, por negarse a reconocer el nuevo gobierno, fue sitiada por un gran ejército comandado por dos hermanos del califa. La monarquía musulmana era como una jauría de fieras; debido al enorme chorro de riquezas que permanentemente producía la religión musulmana, todos los dirigentes del Islam peleaban entre sí por el califato. Marwan ibn Muhammad, poderoso gobernador de Armenia y Azerbaiyán, había hecho varios intentos de tomarse el poder, pero había sido sobornado con aumentos territoriales que incluyeron la gobernación de Yazira. Sin embargo, Marwan ya no quería mas sobornos sino el premio mayor que era el califato y, tras la muerte de Yazid III, con su ejército se dirigió a Siria, con la intención de derrocar al califa y tomarse el poder. En Alepo derrotó a los hermanos del califa y le hizo levantar el cerco a Homs. De represalia por estos hechos, en Damasco fueron asesinados Nakam y Utman, dos hijos de Walid II que eran apoyados por el gobernador Marwan en sus derechos y pretensiones al califato. Sin embargo, Marwan no se enojó por esos asesinatos sino que, al contrario, consideró que le habían despejado el camino para él ser el legítimo califa. Sin pensarlo dos veces, entró a Damasco, ejecutó a Ibrahim y se proclamó como nuevo califa.

El califa Marwan II (744 a 750) fue el último miembro de la dinastía omeya que gobernó el imperio musulmán en Damasco. Para esta época, por intrigas y peleas familiares, los omeyas habían provocado la partitura del gobierno y no tenían el control del Estado musulmán. El imán de Persia, Ibrahim, se rebeló y luego fue aprisionado y asesinado en prisión, pero su hermano, Al-Saffah, continuó luchando por el poder y obtuvo el control de un gran territorio.

Entre los miembros de la dinastía omeya, como ha ocurrido en todas las monarquías que han existido, peleando por el trono se mataron entre sí un gran número de familiares y entre ellos se convirtieron en sus propios enemigos, por lo cual el imperio musulmán fue repartido en varios gobiernos territoriales. 

La monarquía musulmana, igual que la monarquía eclesiástica católica, todo el tiempo usó las creencias religiosas para amedrentar y someter pueblos ingenuos o analfabetas. El Corán es casi una constitución religiosa, y la monarquía musulmana le ha dado uso de cartilla de aprendizaje de lectura, con lo que reemplazó a los ‘curas camorreros’ de la Iglesia católica, o sea que mientras la gente va aprendiendo a leer en el Corán, se va sometiendo de conciencia al yugo musulmán. Y, con la Sharia y la Ley Musulmana, los islamistas se les adelantaron al Derecho Canónico y la Santa Inquisición de los católicos. La aplicación de esas reglas religiosas ha sido el soporte civil de los gobiernos musulmanes, y el adoctrinamiento en ese sentido ha sido lo único que, en algunos temas religiosos, ha mantenido el poco acuerdo habido entre las sectas musulmanas.

En el año 750 el califa Marwan II fue derrotado militarmente y ejecutado por sus parientes, los abasíes, luego de ser capturado cuando pasaba el río Nilo, huyendo para salvar su vida. Luego de esa ejecución, al poder musulmán ascendió el califa abasí Al-Saffah (750 a 754), quien, ya se dijo, también era de la rama familiar del profeta Mahoma, siendo éste apoyado por los chiítas, por haberles prometido a ellos la sucesión del califato, y por ser él originario directo de la antigua tribu del profeta.

El califa Al-Saffah, luego de tomar el poder, ordenó capturar a todos los miembros de las familias omeyas y desenterrar los familiares muertos y quemar sus restos para que de ellos no quedara ningún recuerdo. Siguió entonces el asesinato masivo de los dirigentes omeyas, salvándose únicamente el príncipe Abd al-Rahman I, quien huyó un tiempo por Asia y África y terminó formando un califato independiente en España, donde prohibió a sus súbditos rezar por los musulmanes extranjeros.

El califa Al-Saffah no les cumplió la promesa a los chiitas, acerca de la sucesión del califato. Fue sucedido por su hermano Al-Mansur (754 a 775), quien para ascender al poder acudió a la ayuda del tramoyista y misterioso Abu Muslim, con quien derrotó y asesinó a su rival y tío Abd Allah. Poco después asesinó o hizo prisioneros a un gran número de familiares suyos; se enemistó con los chiítas y ejerció su gobierno de una forma similar a la de los emperadores de Occidente. Fundó la ciudad de Bagdad y trasladó a ella la sede del gobierno. Por celos políticos hizo asesinar a su antes aliado Abu Muslim, siendo éste ahora su fiel colaborador y subalterno, pero además siendo un líder que había adquirido un gran poder social y político en Irán y Transoxiana. En su lapso, los musulmanes invadieron la península ibérica, lugar desde donde él reinó por un tiempo. Murió en camino hacia La Meca y fue sucedido por su hijo Al-Mahdi (775 a 785), un califa laico y tolerante, hasta el punto de que en su lapso Bagdad se convirtió en la ciudad más cosmopolita del mundo, habitada pacíficamente por gente de todas las religiones que existían.

En su lapso, Al-Mahdi, con prisioneros y científicos chinos hizo construir fábricas de papel en Bagdad, elemento este que no era conocido en el imperio musulmán ni en Occidente. Hasta entonces, los árabes y los persas habían usado papiros y los europeos pergaminos; de allí en adelante, por mucho tiempo, Bagdad fue cuna de expansión cultural para todo el imperio musulmán y Occidente.

El califa Al-Mahdi quería que lo sucediera su hijo menor Al-Harún al-Rashid, pero su hijo primogénito Al-Hadi no estuvo de acuerdo y se rebeló en su contra. El califa murió en un combate con las tropas de su hijo, en el año 785, y fue sucedido por Al-Hadi (785 a 786), pero la jerarquía interna de la monarquía musulmana se anarquizó. En Medina, el sunita Husayn ibn Ali se proclamó califa. Al-Hadi, estando en guerra con el imperio bizantino, venció y ejecutó a Husayn, pero poco después él fue asesinado y sucedido por su hermano menor Al- Harún al-Rashid (786 a 809), y fue este un califa famoso, de cuya vida y la de su esposa Zobeida está basada la inmortal obra, Las mil y una noches.

El califa Al- Harún, para disponer de todo el gobierno, asesinó a casi toda su familia, pero, a pesar de su poder y esplendor, el imperio musulmán empezó a desmoronarse y la soberanía del gobierno de Harún nunca fue reconocida por los musulmanes aglabíes de Túnez, los idrisíes de Marruecos ni de los omeyas de España.

Este califa era un apasionado de los lujos; para aumentar sus riquezas y territorios aplicó y fomentó las Yihad o ‘guerras santas’, unas masacres que eran el equivalente de las ‘cruzadas domesticas’ del cristianismo; y se hacía llamar “La sombra de Alá en la Tierra” un rango ‘divino’ que, en la práctica, para la población sometida era exactamente igual al grado de ‘El Vicario de Cristo’ y de los otros que adoptaron los papas.

 En el lapso de gobierno de este califa hubo numerosas rebeliones, los jarayíes en dos ocasiones se tomaron Mosul, pero las tropas del califa derribaron las murallas que los protegían, los trataron con dureza y los pocos rebeldes que no murieron combatiendo fueron sometidos y ejecutados por las tropas oficiales.

En el año 802, Nicéforo, un funcionario del imperio bizantino, encarceló y luego asesinó a la emperatriz Irene, por lo que después fue proclamado emperador de Bizancio, es decir emperador bizantino. Nicéforo, al iniciar de emperador, se negó a seguir pagando los impuestos religiosos que la emperatriz bizantina Irene le pagaba al califa de Bagdad desde el año 798, negación que disgustó a “La sombra de Alá en la Tierra” y razón por la que el califa envió un poderoso ejército que lo sometió, le hizo pagar los impuestos atrasados, más una multa y un rescate por su libertad y la de su hijo Estauracio.

En una peregrinación a La Meca con sus hijos, el califa Al-Rashid decidió que a su muerte su sucesor sería su hijo Al-Amin, y que a la muerte de éste fuera sucedido por su hermano menor Al-Memun, siendo los dos hermanos hijos de madres distintas. El gran jefe califa murió en una guerra con los jariyíes, en el año 809, y tal como él lo había decidido fue sucedido por su hijo Al-Amin (809 a 813), pero éste, luego de tomar el poder, anunció que su sucesor sería un hijo suyo y no su hermano Al-Memun, como había ordenado su padre. Debido a esa determinación, empezó entonces una durísima guerra civil, en la que al final un gran ejército al mando del general Tahir, subalterno de Al-Memun, derrotó las tropas de Bagdad y decapitó al califa Al-Amin. Por esa victoria, de premio, más tarde el general Tahir fue nombrado gobernador de Persia, y después este militar conformó el imperio tahirida de Tabaristán, un Estado musulmán casi independiente.

Tras la toma de Bagdad, tal como lo había ordenado el califa Al-Rashid, el sucesor del califa Al-Amin fue su hermano Al-Memun (813 a 833), y fue este califa un poeta y gran gobernante que apoyó en grande la cultura y la sabiduría en el imperio musulmán. Estableció que todos los pleitos fueran solucionados mediante procesos legales y justos, siendo este decreto un modelo que disminuyó las peleas internas de la monarquía musulmana, pero, por haber anunciado que el sucesor suyo sería el imán chiíta Al-Rida, generó casi una guerra civil, razón por la que este líder de su rosca política tuvo que ser “convenientemente envenenado” y con su muerte las cosas se calmaron.

El califa Al-Memun hizo construir una enorme biblioteca en Bagdad, donde fueron traducidas al árabe todas las obras importantes del mundo antiguo, siendo estas el pilar de donde luego surgieron los conocimientos de álgebra y de otras cosas que después se extendieron por todas las élites del imperio musulmán y en las clases altas de Occidente.

Tras la muerte del gran califa y poeta Al-Memum, tomó el mando su medio hermano Al-Mutasim (833 a 842), quien fue un político inepto, incapaz de evitar las divisiones heréticas en varias gobernaciones de Asia Central, repartos con los que empezó a dividirse el imperio y a debilitarse el poder central. El problema era tan grave que el califa, para su ejército personal, tuvo que reclutar soldados turcos, traídos desde más allá de las fronteras del imperio musulmán, un error que después tuvo que pagar caro la monarquía musulmana.

En el año 839, Maziar, el gobernador de Tabaristán, perteneciendo su territorio al imperio musulmán tahirida, le pagó impuestos al gobierno de Al-Mutasim y se rebeló contra su superior, de nombre Abdallah, gobernador de Jorasán y del Estado casi libre tairida, a quien le apresó gente y le destruyó murallas fronterizas. Pero el califa Al-Mutasim no apoyó a Maziar sino que se alió con Abdallah y los dos formaron un ejército que capturó a Maziar y lo llevó preso a Bagdad, para ser juzgado y ejecutado, habiéndose éste envenenado antes de ser procesado. Se dijo que el error fue haber llevado a Bagdad el prisionero, pero, de todos modos, por ese asunto surgieron después rebeliones tanto en el ya casi imperio tahirida como en el abasí y ambos lados se anarquizaron.

El califa Al-Mutasim, por sus lujos y las ostentaciones de los emires (oficiales) y soldados turcos, era odiado en Bagdad; tratando de solucionar esa incomodidad, el califa trasladó la sede del gobierno de Bagdad a Samarra, pero la injusticia social con los campesinos era terrible y los problemas políticos del imperio continuaron.

Antes de morir, el califa Al-Mutasim eligió de sucesor a un hijo suyo, cantante, quien después fue el califa Al-Wathiq (842 a 847), en cuyo lapso hubo numerosas rebeliones, las más fuertes en Siria y Palestina. Este califa apoyó la educación y compuso más de cien canciones. Fue sucedido por su hermano, el califa Mutawakkil (847 a 861), un hombre amante de las grandes construcciones y quien para construir sus numerosos palacios de placer usó una gran población de esclavos turcos, católicos y judíos. Fue un gran perseguidor religioso y destructor de templos de religiones diferentes a la musulmana. Y también persiguió a religiosos musulmanes, como fue el caso del imán Alí al-Hadi, un famoso religioso que predicaba la religión musulmana en Medina, y que sin ninguna justificación fue hecho prisionero por orden suya. Este califa tuvo un acercamiento religioso con los seguidores del teólogo católico Cirilo y persiguió con dureza a los nestorianos, a quienes les hacía usar ropas y marcas que los identificaran. Le arrebató Sicilia al imperio bizantino y obtuvo varias victorias militares, pero se sentía presionado por el poder que habían obtenido, dentro de su gobierno, los militares turcos. Para librarse de ellos hizo construir un enorme palacio, llamado Al-Gajariyya, donde no les permitía entrar, pero con eso quedó desprotegido de sus enemigos familiares y, por orden de su hijo Al-Muntasir, fue asesinado por un soldado turco.

El siguiente califa fue Al-Muntasir (861 a 862) quien llegó al poder gracias a su alianza con la ya poderosa facción militar turca. Para evitar la venganza del asesinato de su padre excluyó a su familia del gobierno y ascendió a los turcos, con cuyo apoyo nombró a un hijo suyo de sucesor. Por celos de popularidad envenenó al imán Alí al-Hadi, quien continuaba prisionero por orden de su padre. Por ese asunto hubo un tremendo lío político y religioso, con un gran número de asesinados, incluido el califa Al-Muntasir.

El siguiente califa fue impuesto por la poderosa facción militar turca. El elegido fue Al-Musta’in, (862 a 866), nieto del califa Al-Mustasim, de quien se sabe que fue depuesto por los turcos. Su sucesor también fue impuesto por los militares turcos, el elegido fue el califa Al-Mu’tazz (866 a 869). Este califa fue un criminal todo delito que asesinó a casi toda su familia, incluidos el califa depuesto Al-Musta’in, su hermano heredero del trono y otro hermano de estos dos que era militar y aliado de su gobierno.

En esa época el imperio musulmán estaba anarquizado, una parte la gobernaban los emires turcos y el resto era manejado, con muchos problemas internos, por el califa y varios parientes de los distintos califas que habían gobernado el imperio. El califa fue asesinado por los turcos y en su reemplazo estos eligieron al califa Al-Muhtadi (869 a 870), quien fue asesinado antes de cumplir un año de gobierno.

El siguiente califa fue Al-Mu’tamid (870 a 892), quien trasladó la sede del gobierno de Samarra a Bagdad. Y desde entonces los califas se convirtieron en burócratas inútiles que con los impuestos de la religión musulmana vivían como reyes. Con el tiempo, el recaudo de impuestos disminuyó bastante y los califas, para solucionar sus problemas económicos, arrendaban por adelantado el cobro de impuestos a pueblos y veredas, casi siempre a militares o funcionarios del imperio, quienes para enriquecerse trataban con gran injusticia a los campesinos y a la clase trabajadora, resultando casi siempre arruinados o esclavizados los contribuyentes, por los arrendadores de impuestos.

La monarquía musulmana todo el tiempo siguió oprimiendo a los habitantes del Mundo Musulmán, habitado casi en su totalidad por gente en condición de indefensión y con el cerebro religiosamente manipulado, por lo que a los monarcas les ha resultado fácil someter a sus pueblos, y estos casi nunca renuncian a sus creencias religiosas islamitas, siendo el factor religioso lo único que ha mantenido unidos a los seguidores del Islam.

Los abasíes continuaron eligiendo califas hasta el año 1258, pero el imperio musulmán en la práctica era un reguero de Estados independientes, donde cada jefe de región hacía lo que quería, no era nombrado ni controlado por el califa sino que, cuando no podía evitarlo, le pagaba al califa los impuestos inevitables. Después, los miembros de la monarquía abasí continuaron con sus luchas internas y siguieron matándose, no por asuntos religiosos sino por el control y apropiación del producto de los impuestos de la religión musulmana. Y en todo el territorio musulmán hubo problemas por las injusticias en el cobro de esa doble tributación, pues, aunque con el Islam y la Sharia se formaba una población sana, trabajadora, fácil de someter y sumamente económica en sus gastos familiares, casi todo lo que producían los trabajadores era absorbido en impuestos para la burocracia musulmana. Sin embargo, la religión musulmana siguió extendiéndose por África, Asia y el oriente de Europa. Con el paso del tiempo, los monarcas descendientes o sucesores de las antiguas monarquías musulmanas conformaron lo que actualmente se conoce como el Mundo Islámico, compuesto por 27 países de África, 25 de Asia, y 1, Turquía, de Eurasia; ahora con tipos de gobierno que van desde democracias, como es el caso de Turquía; monarquía constitucional, como lo es el gobierno de Marruecos; hasta monarquías absolutas, como rigen en Arabia Saudita, Brunei y Omán.

Hasta aquí hemos visto que la religión musulmana ha sido dirigida por una monarquía sucesoria de Mahoma que para nada tenía en cuenta el aspecto religioso en la elección de los califas, quienes además de gobernantes eran los jefes religiosos del Islam.

El último califa de la dinastía abasí fue Al-Muta’sim (1242 a 1248), pero ya en esa época en los territorios musulmanes existían varios Estados, califatos, y gobiernos independientes. También había áreas musulmanas con gobierno laico, como ocurría en los territorios que les arrebataron los mongoles Iljanato, cosa que también ha ido ocurriendo en algunos de los territorios que les han quitado gobiernos laicos de países del área católica.

Entre los años 1096 y 1099 hicieron los católicos la primera Cruzada, una guerra supuestamente religiosa que fue dirigida contra los turcos selyúcidas, y para liberar de musulmanes la ciudad de Jerusalén. Pero el verdadero motivo de esa operación militar no fue religioso sino político y el propósito era quitarles a los musulmanes turcos los territorios que ellos le habían arrebatado al imperio bizantino, y a la vez robarles a éstos todo lo que se pudiera. En el mes de julio de 1099 los cruzados católicos se tomaron Jerusalén y masacraron a casi toda su población, sin importar que fueran judíos, niños o mujeres. Ostentando el respaldo de Jesús, reconocido como mecías o profeta por las tres religiones de los involucrados en ese conflicto, los ejércitos cristianos masacraron numerosos pueblos musulmanes y judíos, para robar tierras y riquezas.

En el año 1187, el musulmán Saladino, en nombre del Islam se tomó Jerusalén, esta vez con menos masacres que las que hicieron los cristianos, pero cobró sumas enormes por la liberación de prisioneros y esclavizó a la población pobre que no tenía recursos para pagar su libertad.

Por asuntos religiosos nunca han existido razones que justifiquen guerra entre judíos, católicos y musulmanes, puesto que las tres religiones son abrahámicas, reconocen a un mismo Dios que tiene los mismos ángeles y arcángeles y casi los mismos profetas. Lo que ha venido ocurriendo ha sido que, con gran astucia, todo el tiempo, numerosas dinastías de monarcas han engañado con sus farsas religiosas a una enorme población humana y, amparados con esas farsas, han cometido todos los delitos humanamente posibles y se han adueñado de casi todas las riquezas del mundo.

Las guerras que fingieron ser religiosas duraron varios siglos; en total, en dos siglos, los cristianos les aplicaron ocho Cruzadas grandes a los musulmanes. Pero, durante varios siglos, fingiendo motivos religiosos, tanto musulmanes como cristianos, además de guerras hicieron numerosos asesinatos políticos, masacres y ‘cruzadas domésticas’ internas, para robar propiedades. Iguales cosas hicieron numerosos emperadores y reyes en todo el mundo, escudados en causas religiosas.

 

 

 

 

 

 

 

                                 RESUMEN Y CONCLUCIONES

 

                                            

                                   ACERCA DE LAS MONARQUÍAS

 

Con las historias que hemos visto en esta obra, acerca del comportamiento de las monarquías, debe ser suficiente para que nos quede claro que las ‘noblezas’ no han sido nada de lo noble que se ha creído o que han fingido ser los monarcas. Además, hay que tener en cuenta el absurdo de que por el mero hecho de ser hijos de monarcas, numerosos niños, menores de seis años, han sido reyes o emperadores. Y, por lo mismo, de manera absurda fueron entronizados numerosos monarcas que jamás desearon ejercer trono ni mucho menos tener la responsabilidad de gobernar. Pero lo narrado aquí es solo una pequeña parte de los males y fallas de unas pocas monarquías, y las mencionadas en esta obra no han sido las más nefastas que han existido, puesto que éstas existen desde antes de ser inventada la escritura. Y de los tantos reyes o como sea que se les llame que han sido documentados, son muy reducidos los monarcas que fueron tan siquiera medianamente justos con la población rasa.

Es de reconocer que a estas alturas de cultura, nada justifica que un Estado sea heredado como empresa de propiedad familiar, y la humanidad debe entender y asumir que el Estado es un bien público, que les pertenece por igual a todos los habitantes que lo conforman, y que por lo tanto ninguno de sus ciudadanos debe nacer con más derechos públicos que los demás. Y los pueblos ‘plebeyos’ deben entender que heredar trono no es un asunto de legitimidad sino una ineptitud humana de la sociedad que lo permite. Por lo demás, con lo que hemos visto en este recorrido histórico de las reglas y sistemas del gobierno monárquico, es fácil resumir que las monarquías han sido sumamente nefastas para la humanidad y que son un modo absurdo de elegir gobierno.

 

 

 

 

 

 

 

                                  ACERCA DE LA RELIGIÓN JUDÍA

 

En cuanto a la religión judía, para poder hacer un resumen amplio de su contenido religioso conviene regresar a la explicación de su origen. Toda esa explicación está en la Torá, el libro sagrado de los judíos que, además, contiene la supuesta historia del comienzo humano y terrenal, y que en la práctica es la ‘constitución religiosa’ de los judíos. Es enorme el contenido de los escritos supuestamente históricos y religiosos de la religión judía, que, sin lugar a dudas, son la fuente de inspiración de la Biblia cristiana y del Corán musulmán.

Según la Torá, la religión judía comienza con Abraham, y el origen de la humanidad con Adán y con su primera esposa Lilit. Dice que lo primero que hizo Dios fue el cielo y la tierra. Y, luego, de polvo hizo a Adán y, poco después, de excremento y sedimentos hizo a Lilit, la primera esposa de Adán. En la Torá no hay datos acerca del origen del excremento usado en la elaboración de la primera mujer, pero debió ser de Adán que, se supone, era el único habitante de la tierra en esa época. Siguiendo ese asunto, la Torá explica que Lilit resultó complicada y prostituta; dejó tirado en el Edén al pobre Adán y se marchó a la orilla del Mar Muerto, un lugar que, aunque el libro no lo explica, hace suponer que estaba poblado de demonios, donde ella se hizo amante de un tal Asmodeo y de otros demonios.

Según la Tora, Adán nació adulto y cuando tenía como veinte años, ya estando separado de Lilit, Dios le hizo entrega de numerosas parejas de animales. Después, Adán copuló con todas las hembras de los animales y no se sintió a gusto con ninguna, incomodidad por la que le pidió a Dios que, para compañera, le hiciera otra hembra de su especie. Ya Adán tenía una costilla defectuosa -debió ser que lo había pateado la yegua o quizá la burra, pero, por lo fuerte, no pudo ser la jirafa-, Dios se la sacó y de ella hizo a Eva, la segunda mujer de Adán que, después, por culpa de ella él perdió el Edén.

La Torá dice que la culebra –debió ser la que copuló con Adán y quizá por celos- le hizo comer a Eva de una fruta que Dios les había prohibido que comieran. Por ese asunto, Dios se enfureció con Adán y lo despidió de la burocracia divina, por lo que a éste no le quedó otro remedio que ganarse la vida trabajando. Por informaciones de la Torá se sabe que la prostitución es la profesión humana más antigua, pero no se sabe cuál fue el empleo que consiguió o a qué se dedicó Adán luego de ser despedido del Edén.

En la Torá hay numerosos y diferentes relatos acerca de las generaciones que surgieron de Adán y Eva. La línea de datos más descomplicada para llegar de Adán a Noé, que según los judíos es el patriarca de toda la humanidad que existe, es la que asegura que éste era hijo de Lamec, nieto de Matusalén y bisnieto de Set, quien, según la Torá, fue uno de los hijos menores de Adán y Eva. O sea que, según ese relato, Noé fue algo así como tátarabisnieto de Adán.

Según la Torá, todos estos personajes fueron servidores de Dios y, aunque no hay datos de que alguno de ellos hubiera alcanzado a pensionarse, el libro sagrado asegura que Matusalén, el descendiente cercano de Adán, murió de 969 años y Noé de 950, y, en esos escritos, además de otros detalles, figuran las largas edades que alcanzaron varios de los primeros descendientes de Adán. Además, hay relatos acerca de que algunos de ellos se casaron con descendientes de Lilit y que con esa mezcla se generaron unas tribus de sujetos llamados Nefilim, quienes eran gigantes, pecadores y escandalosos y quienes, con la excepción de Noé y su familia, dañaron al resto de la humanidad y con sus pecados y bullerengues hastiaron a Dios, quien para eliminarlos hizo desatar un diluvio universal.

Según los escritos judíos, Abraham era de origen semita, es decir de la descendencia de Sem, el hijo mayor de Noé. Tanto Abraham como su hijo primogénito Isaac, son considerados profetas por las religiones judía, cristiana y musulmana. Y esas tres religiones reconocen la existencia de Moisés, el profeta malas pulgas ya mencionado en el segmento histórico cristiano, que, según los textos religiosos judíos, recibió de manos del mismísimo Dios dos tablas de piedra que contenían los Diez Mandamientos “escritos con su dedo”, pero las hizo trizas cuando vio al pueblo judío adorando a un becerro de oro. -Si eso fuera cierto puede decirse que, con ese acto, Moisés nos quitó la posibilidad de conocer la letra y caligrafía de Dios-.

En los textos religiosos de la Torá, figuran numerosos profetas, reyes y personajes que también figuran en los textos religiosos cristianos y musulmanes, ya que los escritos sagrados judíos fueron plagiados por los inventores de estas otras dos religiones. En los escritos de la Torá, en la narración del comportamiento de esos personajes ancestrales, además de los pecados, adoraciones y contactos divinos; los asesinatos, el incesto y las traiciones son cosas cotidianas de los protagonistas de casi todos los relatos.

Y, en la Torá, hay unos escritos extensos que aseguran que con la torre de Babel los humanos estuvieron a punto de subir al Cielo, vivitos y coleando, cosa que, además de ser una farsa, en realidad es imposible de lograr por el simple hecho de que el Cielo que allí se describe jamás ha existido.

De las tres religiones analizadas en esta obra, la judía es la única que sus monarcas no la han establecido humanamente obligatoria. Sin embargo, los sacerdotes judíos fueron los primeros religiosos que establecieron los diezmos obligatorios a su pueblo, con lo que entonces convirtieron a esa religión en el mejor negocio de la época, pero después surgió la competencia de la religión cristiana que saqueó sus escrituras sagradas, usó su fórmula de cobrar ‘impuestos del alma’, la desbancó y tomó el liderazgo criminal en ese tema.

Haciendo un resumen directo, puede decirse que los judíos, además del enorme negocio de los diezmos religiosos, les legaron a cristianos y musulmanes la forma de enseñanza y justificación del comienzo de la humanidad, la existencia de un Dios universal, del Demonio, de los ángeles, de los profetas y una gran cantidad de normas y creencias religiosas de donde surgieron la Biblia, el Corán, el Derecho Canónico y la Ley Musulmana. Pero en todo el contenido religioso judío no hay caso o cosa que demuestre con certeza que los ancestros judíos tuvieron alguna clase de contacto directo con Dios o con el Demonio. Si analizamos con fundamento y sensatez los escritos de la Torá, es fácil deducir que su contenido no es mas que un gran enredo de mitología y fantasías religiosas, y que lo que en ella se asegura de haber visto o sabido de Dios y del Demonio son solo una gama de farsas.

En la antigüedad, los líderes religiosos judíos predicaron y establecieron que el dios de Israel era el único Creador del universo que existía y que Él había elegido y bendecido únicamente a las tribus de los 12 hijos de Jacob que se hallaban esparcidas en Judea, es decir, al pueblo judío, y que a ellos los había designado para que en el futuro dirigieran y gobernaran al resto de la humanidad y les había concedido el Don para que, con el correr del tiempo, todos los demás pueblos humanos fueran sus esclavos o vasallos.

Los judíos proclamaban y creían que ningún otro pueblo había sido elegido de Dios y, cuando podían, marcaban las viviendas de los integrantes de otras tribus y por el mero hecho de no ser judíos los asesinaban. Por sus creencias religiosas estaban seguros de que ellos algún día podrían eliminar o esclavizar a los seguidores de las demás religiones, y a quienes no fueran judíos los consideraban de una clase social mas baja.

Debido a que muchas veces en Judea había pestes o escaseaba la comida, con frecuencia había emigraciones judías y, con propósitos expansionistas, los judíos siempre trataban de formar Estados judíos independientes dentro de las tribus o naciones que los acogían, sin importarles a ellos lo bien que los recibieran o trataran en los lugares extranjeros, comportamiento que los convertía en inmigrantes indeseables.

Para ellos, el mero hecho de ser judíos significaba tener una posición divina y social mas alta que el resto de la humanidad, ya que, según sus creencias, ese único dios, en dos láminas de piedra les escribió, "con su propio dedo", los Diez Mandamientos, en los cuales basaban sus ideas religiosas y por lo tanto creían que, en general, sus enseñanzas eran instrucciones directas de Dios y que con su apoyo se tomarían el Mundo.

 

 

 

                            ACERCA DE LA RELIGIÓN CRISTIANA

 

Para resumir la historia de la religión cristiana conviene aclarar que la palabra “Cristo” quiere decir mesías o salvador. Cuando supuestamente nació Jesús, los judíos llevaban varios siglos esperando la llegada de un mesías que los liberara del yugo extranjero. Y muchos detalles hacen suponer que Jesús fue un filósofo judío que con el modo de religión que predicaba les hizo creer a sus seguidores que era el mesías que ellos estaban esperando. En apoyo a esa suposición, hay que tener en cuenta que la gran mayoría de la gente de esa época debió ser sumamente ingenua e ignorante.

Según lo que se sabe, Jesús aseguraba que Dios está en todas partes y que para rezarle no había que ir a templos o sinagogas, ni que pagar diezmos para alcanzar la Gloria Divina, lo cual, aunque iba en contra de la tradición del pueblo judío, debió ser un gran alivio económico para la casi esclavizada población judía. Pero, si se asumían las cosas de esa manera, los todopoderosos sacerdotes y rabinos judíos perdían el obligatorio chorro de diezmos que les tenía que pagar toda la población judía, gravamen que les permitía a ellos vivir como reyes. Y, si nos atenemos a la lógica, por eso debió ser que los sacerdotes judíos hicieron matar a Jesús. Según los pocos datos que existen acerca de ese asunto, Pilato, el prefecto romano, sabía que la acusación de los sacerdotes judíos en contra de Jesús era falsa, pero el acusado no era una persona importante, y al jefe romano le convenían mucho las buenas relaciones que tenía con los jefes de la religión judía y, para sostenerlas, autorizó la ejecución de Jesús, a la vez habiéndose lavado las manos en señal de que su conciencia no asumiría el crimen que se iba a cometer. Pero lo de la lavada de las manos ha sido puesto en dudas y se ha dicho que eso fue inventado por la monarquía eclesiástica, para eludir la responsabilidad romana en el asesinato de su endiosado Jesús.

Es casi seguro que el éxito que consiguió la religión de Jesús, más que a lo religioso se debió a que él predicaba que para obtener la Gloria de Dios no era necesario el pago de diezmos, siendo esta una doctrina que se convertía en un gran alivio económico para la enorme población pobre judía, entonces sometida a pagar el ‘impuesto del alma’ y a creer que el espíritu del que no pagara diezmos iría directo al infierno.

Históricamente, Jesús sólo es mencionado por Flavio Josefo y Tácito, dos historiadores confiables y cercanos a la época en que él vivió, pero éstos lo mencionan como un hombre religioso y nada mas. Y lo más seguro es que Jesús sí existió, pero sin ser Dios ni hijo de Dios, sino un ser humano normal, pues resulta imposible que los historiadores de esa época hubieran pasado desapercibida la existencia de un dios hombre que hubiera resucitado después de muerto y que supuestamente logró resucitar a tres personas, entre estas al supuesto Lázaro, un hombre que, según los cristianos, tenía varios días de muerto. Y también resulta increíble que los historiadores no se hubieran preocupado en registrar las vidas y muertes de esos resucitados, si tales cosas hubieran ocurrido, pero lo cierto es que no hay registros históricos de tales personas resucitadas ni de esas resurrecciones.

Si nos atenemos a los registros históricos, las divinidades de Jesús nunca existieron, y es deducible que fueron una farsa conciliada por la monarquía romana en los concilios de Nicea y de Éfeso, cuando hacían casi 300 años que él había muerto. Y no hay duda de que la endiosada de Jesús fue planeada y decretada en Roma, pero, analizando la Historia, queda descartado que Jesús hubiera participado en la farsa religiosa cristiana hecha con los evangelios, de cuya autoría nadie sabe. Pero, quienesquiera que hayan sido los inventores de los evangelios, es seguro que el motivo y el propósito de esa farsa fueron asuntos políticos y económicos.

A estas alturas de cultura, creer en que Jesús es Dios es sencillamente, por ingenuidad o ignorancia histórica, validar en forma personal la gran farsa y calumnia que le hizo la antigua oligarquía romana al Creador del universo. La Iglesia, en los evangelios adorna muy bien sus mentiras, pero con eso no dejan de ser mentiras, y, por lo demás, el perverso comportamiento histórico de los pontífices demuestra que la Iglesia jamás ha respetado a Dios y que, además de calumniarlo, ha usado su nombre para cometer toda clase de delitos. Y, si la Iglesia sintiera algún aprecio por el cristianismo, hubiera renunciado a dirigirlo y hubiera asumido su responsabilidad exclusiva, tanto de haber creado la farsa de la endiosada de Jesús, como la de su autoría única en el sinnúmero de delitos y maldades que ha cometido, mañosamente apoyada con su respaldo.   

De todos modos, el proceso de la endiosada de Jesús fue lento y complicado y no hay duda de que las aristocracias romanas han sido de lejos las más beneficiadas con la riqueza económica y política que ha producido la Religión Cristiana, habiendo que reconocer que a la oligarquía romana, en lo económico y en lo político, le ha ido muy bien con “la Fábula de Jesucristo”.

En sí, históricamente no hay duda de que la oligarquía y la nobleza romanas fueron las inventoras de la divinización del Cristo romano, y conviene recordar que Calígula se creía y se hacía tratar como Dios, y que él no fue la excepción pues, tradicionalmente, las oligarquías romanas han sido frecuentes creadoras de divinidades propias falsas. Sin embargo, la endiosada del Cristo romano fue distinta a las que habían hecho antes, y en esta usaron un modelo diferente y cosas que nunca habían usado, pues, el endiosado fue un extranjero y, para soportar históricamente esta farsa, editaron a sus conveniencias los evangelios y con ellos endiosaron al judío Jesús de Nazaret. El resto del soporte de la historia de la religión cristiana lo hicieron con el saqueo a los escritos sagrados judíos, es decir, el Antiguo Testamento. O sea que a la Biblia de religión cristiana le añadieron, editado a sus conveniencias, todo lo que les convino de la religión judía. Y, al principio, a la fuerza y para beneficio de ellos, los monarcas romanos establecieron en su jurisdicción, como obligatorios, los diezmos y primicias cristianos y luego los aplicaron en todos los territorios que lograron conquistar y más tarde pretendieron hacerlos obligatorios para toda la humanidad. En otras palabras: La monarquía romana, usando de apoyo político la religión cristiana, a la fuerza y a perpetuidad pretendió gobernar el mundo y ordeñar económicamente a toda la humanidad.

Pero, pese a las divinidades que le atribuyen los evangelios a la llegada de Jesucristo, no deja de ser una falta de respeto con el Creador, el hecho de asegurar que Él embarazó a María sin consultar su voluntad y poniéndole los cuernos a José, el supuesto novio de María, cosa que, vista desde el punto humano, sería mucho más inmoral que divina.

Según la realidad histórica, los monarcas romanos embarazaban y cometían cualquier abuzo con las mujeres que les diera la gana, sin importar que estuvieran casadas o comprometidas, comportamiento que es comparable al supuesto abuso de Dios con María en la farsa que narran los evangelios. Además, en varias actuaciones, es bastante notable el parecido de los gustos del Cristo romano con los gustos de la vieja monarquía romana, pero su universo resultó ser infinitamente mas pequeño y muy distinto al que los científicos han demostrado que existe, incluso, el azul que ellos aseguraban que era el Cielo, donde supuestamente está el Edén y la casa de Dios, resultó ser un enorme vacío o espacio universal, tal como aseguraron los ‘herejes’ Bruno y Galileo. Y nada de lo que asegura la religión cristiana puede servir de prueba verdadera de que Jesús fue engendrado por el Creador ni que haya tenido poderes divinos, ni mucho menos que Dios les hubiera dado su representación a los monarcas cristianos romanos para que en su nombre hagan en la Tierra negocios de gloria divina y cometan los delitos y abusos que, amparados en esa farsa, han cometido con la humanidad.

Y hay que añadir que la Iglesia no es ni ha sido nunca una institución sin ánimo de lucro, como siempre sus dueños han querido hacerla parecer, sino que, al contrario, fue y sigue siendo una oscura empresa productora de riquezas, para sus amos y señores, que pasó de Imperio Teocrático Capitalista a un Estado Teocrático Capitalista de oficina.

Según las explicaciones de la Iglesia, los evangelios están soportados con el contenido de unas cartas que escribieron los apóstoles, pero, no obstante a que todos aseguran que son cosas ciertas los hechos que relatan, hay numerosas contrariedades y falta de coincidencia en los mismos acontecimientos que todos o varios de ellos cuentan.

Si analizamos, sin fanatismo religioso, las divinidades del Cristo romano, en la práctica no hay nada concreto que pueda ser comprobado, es decir, algo que se pueda ver sin necesidad de la cháchara y las ambigüedades de la Iglesia. Los grandes logros de la humanidad los ha hecho la Ciencia, por efectos de Jesús no se han notado cambios o aportes divinos en la evolución humana. En ese sentido hay un detalle negativo para el cristianismo: Jerusalén, la patria de Jesús, ahora es más violenta que cuando se supone que él nació. O sea que, en casi veinte siglos, el supuesto Salvador de la humanidad ni siquiera ha hecho el milagro de aliviarles los conflictos a los habitantes de su patria. Y todo apunta a que los israelitas, para que Israel pueda lograr la paz, tendrán que seguir el ejemplo de Italia y apartarse del modelo de gobierno religioso y convertir el país en Estado laico.

Históricamente es claro que la monarquía eclesiástica romana ha sido sumamente perversa y descarada. Además de cometer toda clase de delitos usando como escudo sus divinidades falsas, durante varios siglos ha amedrentado a la gente haciéndole creer que si no cree ciegamente en sus absurdos religiosos y no paga los diezmos a la Iglesia, cuando la persona muere, su alma irá directamente al infierno. Y lo cierto es que el único milagro que ha hecho el Cristo romano se lo hizo a la Iglesia, ya que con las enormes riquezas que les ha dado o pagado la gente, sus dirigentes han sido inmunes a la justicia y han vivido en la gloria de la facilidad económica que se propusieron con la endiosada de Jesucristo. Pero la gloria divina en la otra vida, o sea la que han pagado y pagan con diezmos los ingenuos fieles religiosos, está tan en duda como la recibida del pago de capital y utilidades de la pirámide del papa León X. Sin embargo, al Vaticano aún le sobran ovejas humanas para ordeñar, ya que muchas personas siguen creyendo que para poder llegar a la gloria es indispensable ser ingenuo y creer a ciegas en su dios y en sus promesas divinas. Y la Iglesia sigue asegurando que, por tener mala fe, el alma de quien se atreva a dudar de sus promesas divinas o no se someta a sus esclavistas condiciones, irá directo al infierno.

Pero, volviendo al tema de la endiosada del supuesto Mesías, conviene aclarar que hasta hoy no se ha podido establecer quiénes fueron los verdaderos autores de los evangelios, que son los escritos religiosos donde se cuenta la supuesta vida y obras divinas de Jesús; y también vale aclarar que los apóstoles, como tales, históricamente no existieron, o sea que lo más probable es que éstos no existieron. Los expertos en esos asuntos creen que dichos escritos religiosos cristianos fueron hechos por autores desconocidos, contratados por la Iglesia, quienes, teniendo en cuenta los propósitos que cumplirían esos textos, para redactarlos usaron como fuente otros textos religiosos y las tradiciones cristianas. Y, con la autoría de supuestos autores ya elegida, les asignaron su autoría a éstos, cosa que es conocida como pseudografía.

De todos los evangelios escritos, el más antiguo que se ha encontrado es el conocido como Papiro P52, cuya edad científicamente establecida es del año 150 de nuestra era, por lo que sería imposible atribuirle su escritura a alguno de los supuestos apóstoles.

Pero hay que reconocer que fue ingeniosa y fantástica la farsa de hacerle creer a tanta gente que una mujer parió un hijo de Dios, prédica que en la práctica debe ser un irrespeto y una calumnia al Creador del universo.

Según la Iglesia, Jesús es Dios y ha sido nuestra salvación, pero, sin ambigüedades, no hay pruebas de su divinidad, así como tampoco hay muestras concluyentes de que nos haya salvado de algo. Pero sí hay numerosos registros históricos donde se narra en detalle que los gobiernos cristianos, amparados en la religión de Jesús, asesinaron millones de personas y cometieron todos los delitos humanamente posibles. Y está registrado que la Iglesia, absurdamente, legalizó la esclavitud en forma hereditaria y a perpetuidad, con lo que despiadadamente condenó, ya vivos o antes de nacer, a gran parte de la población humana. Seguramente que si hubiera estado vivo el quizá filósofo humano Jesús, cuando en su nombre la Iglesia legalizó la esclavitud, él jamás hubiera aprobado esas acciones ni ninguno de los delitos que cometió el cristianismo. Además, con el comportamiento criminal que tuvieron casi todos los papas y los jefes del cristianismo romano, si las cosas fueran como la Iglesia dice y el infierno que ella menciona existiera, sería totalmente seguro que la gran mayoría de ellos estaría allá. El resumen de esta farsa lo dio el papa Clemente XI: “Dios es el creador del universo, pero jamás ha preñado a una mujer ni ha tenido hijo humano”. Y es que si llamamos Dios al hacedor de las cosas, como quiera que las cosas existen, pues es obvió que Él existe. Pero creer en las divinidades del Cristo romano no es otra cosa que estar sometido de conciencia por el adoctrinamiento de la Iglesia.

El Concilio Vaticano II reconoció que la Iglesia no tiene certeza de quiénes fueron los autores de los evangelios. El famoso erudito y teólogo Orígenes (185-254), aseguró que conocía más de 20 versiones distintas de los evangelios; quejándose de la mala interpretación de quienes los tradujeron y redactaron escribió: “En ellos hay cosas que se nos refieren como si fueran históricas y que jamás han sucedido y que eran imposibles como hechos materiales y otras, aún siendo posibles, tampoco han sucedido”. Y no está claro si en esos evangelios que leyó Orígenes ya había la intención de que Jesús fuese endiosado, pero lo que sí está claro es que la monarquía eclesiástica romana, aunque haya ocultado o adornado sus delitos, no ha tenido la menor delicadeza en el manejo de la fe cristiana y es obvio que, por sus tantas perversidades continuas, el Vaticano no tiene dignidad para seguir manejando el cristianismo.

Es obvio que, por las comunicaciones modernas, la Santa Sede ya no le podrá seguir ocultando al mundo ni negando su enorme historial criminal, y cuando la gente del común se entere de su espantoso rollo de delitos, es posible que los países del área cristiana sigan el ejemplo separatista de Inglaterra, y así finalice la jefatura cristiana del Vaticano.

Pero vale aclarar que Dios no tiene nada que ver en los crímenes eclesiásticos, y que Jesús tampoco ha estado involucrado en los delitos de la mafia de la Santa Sede; en el auténtico cristianismo no había obligación de fe religiosa, ni asesinatos, sectarismo, cobro de diezmos, matrimonio, inclusive, ni siquiera tenía iglesia o templo; en este sentido vale recordar una de las máximas del antiguo cristianismo que aseguraba que “Dios está en todas partes y para ganar su gracia no hay que ir al templo ni que pagar diezmos y primicias”; y que “lance la primera piedra quien se sienta libre de pecados”, cuando querían lapidar a Magdalena por ser prostituta, ejemplo este que no aplicó la monarquía eclesiástica romana en el caso de la papisa Juana.

La Historia del Cristianismo no registra ningún asesinato cometido por los cristianos, antes de que la mafia romana se apoderara de la religión cristiana. Así pues, sin lugar a dudas, el cartel mafioso y criminal cristiano fue planeado y organizado por la oligarquía romana; por gente de la talla de los Julio-Claudio, los Constantino, los Teofilacto, la dinastía que generaron Teodora y Marozia, los Crescencio, los Colonna, los Orsini, los Médices….en fin: las tantas familias oligarcas romanas e italianas que han manejado el Cartel Cristiano y que para beneficiarse lo convirtieron en una teocracia capitalista.

 

                            ACERCA DE LA RELIGIÓN MUSULMANA

 

 

La farsa religiosa musulmana es mucho menos ingeniosa que la cristiana, pero sus inventores fueron igual de astutos que los romanos: Se aprovecharon de las ideas de los inventores del Cristo romano y saquearon todo lo que les fue útil, tanto de las escrituras sagradas judías como de las cristianas.

Por lo costoso y difícil que debió resultar el proyecto, lo más seguro es que para que funcionara la farsa islámica, además de Mahoma, estuvieron involucrados Fariya, la rica y primera esposa del profeta, y el gran jefe de su tribu, Abu Talib, el tío del profeta que fue quien lo crió y entrenó en toda clase de delitos.

Numerosos datos históricos aseguran que Fariya fue la primera persona que se convirtió en musulmana y que ella hizo grandes aportes económicos en ayuda a esta religión, cuando la estaba desarrollando Mahoma. Y lo más seguro es que ella fue la autora intelectual de las enseñanzas que los musulmanes le atribuyen al ángel Gabriel. Es fácil notar que mientras Fariya fue esposa de Mahoma él estuvo sometido a ella, cosa que queda clara al saberse que no tuvo ninguna otra mujer durante los 25 años que ellos duraron casados. Pero, en los 15 años que vivió después de la muerte de Fariya, él se casó como 30 veces. Como cosa rara, los dos socios del profeta en la religión musulmana, Fariya y el tío de Mahoma, murieron ‘de repente’ el mismo año. Sin embargo, por esas muertes, el profeta Mahoma en vez de tristeza debió sentir una gran renovación de su energía sentimental, pues en los días siguientes a esos fallecimientos se casó dos veces, y su tercera esposa fue Aisha, una niña de nueve años de edad.

En un relato de Tabari Hadith hay una nota supuestamente escrita por Aisha, cuyo contenido dice:

Mi madre vino a mi cuando me estaba meciendo en un columpio entre dos ramas. Mi cuidadora me lavó la cara y me llevó de la mano. Cuando llegamos a la puerta se detuvo para que yo recuperara la respiración. Me introdujeron en la habitación, donde esperaba el profeta sentado en una cama de nuestra casa. Mi madre me hizo sentar en el regazo de él. Entonces, los hombres y las mujeres se levantaron y nos dejaron solos. El profeta consumó el matrimonio conmigo en mi casa cuando tenía nueve años…… ”.

Para los musulmanes, el hecho de que Mahoma hubiera abusado sexualmente de una niña de 9 años, teniendo él como cincuenta años de edad, no es visto como una falta humana del profeta sino como parte de su poder divino. Pero, para los defensores de derechos humanos, particularmente para quienes defienden los derechos de los niños, Mahoma cometió el delito de pedofilia, por lo que debió ser encarcelado de por vida. Y, si lo hubieran puesto preso, es seguro que en la cárcel los investigadores le hubieran sacado a Mahoma toda la verdad acerca de la farsa de las aparecidas del ángel Gabriel y en este momento no sobreviviría nada de su cuento absurdo.

 Por lo demás, si nos atenemos a la lógica, ese sujeto guerrero, esclavista, mujeriego y asaltante de caravanas que fue Mahoma no es posible que fuera un hombre con alguna virtud divina, ni mucho menos puede ser creíble que él haya tenido contactos con un ser especialmente enviado por Dios para instruirlo. Y, con el comportamiento histórico de los califas, queda más que demostrado que la religión musulmana es una farsa religiosa, inventada con el propósito de combatir a los cristianos y para conseguir poderes político y económico.

Lo más seguro es que al profeta Mahoma lo querían o lo buscaban los necesitados y las mujeres porque repartía dinero a montones, pero, cuando él murió, finalizó ese reparto y empezaron los problemas internos en su organización, porque, como ya se dijo, el profeta no dejó sucesor elegido, y la plana mayor de sus ejércitos estaba compuesta por dos suegros y dos yernos suyos que eran jefes guerreros, saqueadores y sometedores de pueblos, es decir, cuatro hombres bandidos y curtidos en guerras, entre los cuales ninguno tenía la audacia de Mahoma ni vocación religiosa alguna, sino que por orden del profeta, para lograr sus propósitos económicos y políticos, éstos fingían ser religiosos y usaban el Islam para sometimiento religioso y como herramienta de chantaje y de adoctrinamiento político.

Para abreviar las cosas resumo en que, después, la enemistad a muerte entre las divisiones musulmanas ha evolucionado mediante un sometimiento religioso que ha consistido en que el líder de cada nueva secta musulmana, mediante un adoctrinamiento perverso, convence a los pueblos sometidos o aliados suyos de ser él el verdadero mensajero de Dios y el único reemplazo del profeta, y que las demás sectas musulmanas están dirigidas por falsos profetas y que todas aquellas, por haber traicionado al profeta Mahoma y a Alá, por orden de Dios deben ser eliminadas. Y vale añadir que, por asuntos económicos y/o políticos, de esas tres divisiones han surgido numerosas sectas religiosas radicales y terroristas, como, por ejemplo, Al Qaeda y el Estado Islámico, que casi todas son o en cualquier momento se convierten en enemigas a muerte entre sí.

Y no obstante a que los cuatro primeros jefes musulmanes fueron los causantes del problema que todavía mantiene divididos y en guerra a los islamistas, debido al adoctrinamiento coránico de los creyentes, esos cuatro legendarios líderes guerreros son considerados por los musulmanes como "los cuatro califas bien dirigidos", siendo que, según los registros históricos, esos cuatro califas fueron cuatro sujetos esclavistas, asesinos y perversos que murieron asesinados entre ellos mismos, en conflictos por asuntos económicos y políticos, y además fueron ellos quienes suscitaron los conflictos por los que se dividió el imperio musulmán, líos por los que las poblaciones de cada una de las divisiones musulmanas que surgieron por sus individualismos, se han mantenido en guerras y en enemigas a muerte entre sí, desde entonces.

Es de aclarar que la causa de esos conflictos surge del hecho de que cada división es adoctrinada con la convicción religiosa de que Alá y el profeta Mahoma aman sólo a la secta individual a la que pertenecen y que, por traidores, Dios les ordena asesinar a sus enemigos musulmanes. Y que, por ser diabólica, también les ordena exterminar a la población de Occidente, creencia que es similar a la que predicaban en la antigüedad los líderes judíos y los pontífices romanos.

 

 

 

 

 

                                    CONCLUSIONES GENERALES

 

Si Usted nació plebeyo y se siente feliz y orgulloso de sostener a sus monarcas, esta obra no tiene como propósito hacer proselitismo para arruinar su ‘plebeya’ felicidad.

En cuanto a las religiones, hay que recalcar que, todo el tiempo, los dirigentes religiosos han explicado las divinidades de sus dioses con las ambigüedades de la jerga religiosa, es decir, con palabras dichas de una manera que no hay posibilidad de entender y que desde siempre ellos han fingido comprender, siendo que, al explicar así sus farsas, el resultado final de cualquier situación es que, desde sus puntos de vista, ellos siempre resultan teniendo la razón.

La farsa de la religión judía ha sido tan aniquilada por el cristianismo, el islamismo y la ciencia que ya no es una religión sino un idiosincrático modo de vida.

Los registros históricos no dejan duda de que el dios Jesucristo fue una farsa conciliada por la monarquía romana en los concilios de Nicea y de Éfeso. Y, siendo así las cosas, creer en las divinidades de Jesucristo no es otra cosa que estar sometido de conciencia por la Iglesia, y se necesita ser ciego mental para no darse cuenta que el verdadero dios de la Iglesia ha sido y sigue siendo ‘El Señor Dinero’ que le producen sus muy numerosas empresas y el poder político que aún surge de su adoctrinamiento perverso.

Y creer en la farsa musulmana no es otra cosa que estar sometido de conciencia por el Corán y/o por la perversa monarquía musulmana, pues resulta imposible creer que, sin que hubiera una sola falla, un montón de analfabetas hubiera podido memorizar el enorme contenido del Corán, farsa a la que hay que añadirle que casi todos los hafiz o ‘memoriadores’ estaban muertos cuando fue hecha la primera versión de dicho libro, que, como fue explicado, su primera edición fue destruida por el califa Uthman ibn y su contenido fue reemplazado por el del Corán existente.

Para explicar lo imposible que en la práctica puede ser tal cosa, vale poner de ejemplo que el himno de Colombia tiene once estrofas y que, aunque a todos los estudiantes se las enseñan en detalle, desde el presidente para abajo, casi ningún colombiano las recuerda en su orden ni se sabe mas de tres estrofas. Y, aunque la historia de la humanidad tiene registrados los detalles del proceso de la farsa de Mahoma, con un poco de imaginación basta para deducir que las aparecidas del ángel Gabriel fue un asunto perverso, fríamente planeado por los inventores del Islam.

Ningún historiador ha registrado la ocurrencia de hechos divinos. Y no obstante a todo lo que se cree o se dice, la realidad histórica es que los humanos nada hemos podido saber acerca de Dios, y tampoco hemos logrado saber algo de la existencia del Diablo. Además, es un hecho que, debido a la evolución cultural, esas farsas religiosas que desde tiempos remotos se han venido vendiendo y predicando, van en camino a desaparecer.           

Todo el contenido de esta obra fue tomado de escritos históricos que hoy en día, por Internet, son fáciles de verificar. Lo que hice fue resumir y escribir en un solo ‘paquete’ los relatos que consideré más importantes; creo que hacía falta esta obra y me hubiera gustado poder leerla sin tener que escribirla. Tal como lo explico a continuación en la NOTA IMPORTANTE, con este libro no pretendo causar resentimientos; la idea es que la humanidad conozca su verdadera historia religiosa y así evitar repetir los errores y crímenes que se han cometido por el desconocimiento de estos asuntos.

 

 

 

 

                                             NOTA IMPORTANTE

 

Si una persona, para orientarse en el tema de la fe religiosa, lee la Torá, la Biblia y el Corán, al final de la lectura va a quedar con el dilema de no saber cuál de los tres dioses de estos tres libros es el Dios verdadero, pues son distintos y cada uno de ellos asegura que la única forma de hallar la salvación divina es siguiendo ciegamente las exigencias del dios verdadero expresado en sus páginas. El resumen es que los tres dioses de los tres libros son muy distintos, pero se parecen en lo pretenciosos, alabanciosos, injustos, exigentes, maniáticos, incomprensibles, sanguinarios y con un sinnúmero de adjetivos negativos en sus contras, a quienes no obstante a que en los libros se reconoce que nada necesitan, en ellos se instruye que de obligado hay que hacerle toda clase de servicios, oraciones, sacrificios y adoraciones. Sin lugar a dudas, eran dioses alienígenas, de orígenes desconocidos y que por alguna razón generaron las monarquías humanas, en épocas remotas, a las que adoctrinaron y les hicieron creer que ellos eran dioses, y por eso ninguna de las enseñanzas de los tres libros engrana bien con el pensamiento, acerca del Creador, de la cultura humana actual.

CRÓNICA DE FARSAS Y ABSURDOS HISTÓRICOS es mi aporte personal a la humanidad y mi propósito al obsequiar esta obra es sólo con fines académicos, el único objetivo es demostrar la evolución histórica de las creencias religiosas; por ningún motivo deseo que este libro cause rencores, roces o discriminaciones por los temas que explica. Con el relato de estas historias no pretendo hacer proselitismo a favor ni en contra de la fe religiosa, el objetivo es que con la lectura de esta obra la gente sepa cómo ha sido la evolución de las creencias religiosas y además le sirva para saber que, en realidad, los humanos nada sabemos acerca de Dios ni del Diablo. Y que, ojalá, la lectura de este libro sea útil para evitar actos suicidas y muertes por fanatismo religioso, y también para evitar estafas por ingenuidad en este tema.

Para evitar dudas en el obsequio de este libro, en este párrafo doy por hecho que esta obra es de mi autoría y que está libre de derechos de autor, es decir: Autorizo a todas las editoriales, empresas y/o personas jurídicas o de cualquier otra consideración social a publicar esta obra y venderla u obsequiarla impresa en papel, sin tener que pagarme derechos de autor ni solicitar mi permiso para imprimirla; la idea en este sentido es que, el libro, a un precio bajo, pueda vendérsele en papel a la gente que no tiene o no maneja tecnología, y que la obra pueda ser publicada en cualquier parte del mundo.

En idioma español, en formato virtual no autorizo la venta libre de esta obra, pero cualquier empresa, entidad o persona, sin consultarme, puede pegarla en su página o blog para que de allí pueda ser bajaba de Internet como lectura gratuita. Además, autorizo la traducción y venta de esta obra en cualquier otro idioma y en cualquier formato. La única exigencia es que, al ser traducida, el contenido en otro idioma sea literalmente igual al de la obra en español, y ojalá usando palabras que puedan ser entendidas por la gente del pueblo raso. Y vale aclarar que en la actualidad hay algunas editoriales autorizadas para vender esta obra en ambos formatos (digital y en papel), cosa que tuve que aceptar para que el público pueda obtener el libro en papel, habiendo el inconveniente de que las editoriales que venden el libro físico no aceptaron regalarlo en modo virtual.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

           LISTA DE NOMBRES DE LOS PAPAS

 

Adeodato I (615-618)

Adeodato II (672-676)

Adriano (772-795)

Adriano II (867-872)

Adriano III (884-885)

Adriano IV (1154-1159)

Adriano V (1276)

Adriano VI (1522-1523)

Agapito I (535-536)

Agapito II (946-955)

Agaton (678-681)

Alejandro I (105-117)

Alejandro II (1061- 1073)

Alejandro III (1159-1181)

Alejandro IV (1254-1261)

Alejandro V (1409-1410)

Alejandro VI (1492-1503)

Alejando VII (1655-1667)

Alejandro VIII (1689-1691)

Anacleto (76-88)

Anastasio I (399-401)

Anastasio II (496-498)

Anastasio III (911-913)

Anastasio IV (1153-1154)

Aniceto (155-166)

Antero (235-236)

Benedicto I (575-579)

Benedicto II (684-685)

Benedicto III (855-858)

Benedicto IV (900-903)

Benedicto V (964)

Benedicto VI (973-974)

Benedicto VII (974-983)

Benedicto VIII (1012-1024)

Benedicto IX (1032-1044; un mes de 1045; 1047-1048)

Benedicto XI (1303-1304)

Benedicto XII (1334-1342)

Benedicto XIII (11724-1730)

Benedicto XIV (1740-1758)

Benedicto XV (1914-1922)

Benedicto XVI (2005-2013)

Bonifacio I (418-422)

Bonifacio II (530-532)

Bonifacio III (607)

Bonifacio IV (608-615)

Bonifacio V (619-625)

Bonifacio VI (896)

Bonifacio VIII (1294-1303)

Bonifacio IX (1389-1304)

Calixto I (217-222)

Calixto II (1119-1124)

Calixto III (1455-1458)

Cayo (283-296)

Celestino I (422-432)

Ceferino (199-217)

Celestino II (1143-1144)

Celestino III (1191-1198)

Celestino IV (1241)

Celestino V (1294)

Clemente (88-97)

Clemente II (1046-1047)

Clemente III (1187-1191)

Clemente IV (1265-1268)

Clemente V (1305-1314)

Clemente VI (1342-1352)

Clemente VII (1523-1534)

Clemente VIII (1592-1605)

Clemente IX (1667-1669)

Clemente X (1670-1676)

Clemente XI (1700-1721)

Clemente XII (1730-1740)

Clemente XIII (1758-1769)

Clemente XIV (1769-1774)

Cleto (76-88)

Conon (686-687)

Constantino (708-715)

Cornelio (251-253)

Dámaso I (366-384)

Dámaso II (1048)

Dionisio (259-268)

Dono (676-678)

Eleuterio (175-189)

Esteban I (254-257)

Esteban II (752-757)

Esteban III (768-772)

Esteban IV (816-817)

Esteban V (885-891)

Esteban VI (896-897)

Esteban VII (928-931)

Esteban VIII (939-942)

Esteban IX (1057-1058)

Eugenio I (654-657)

Eugenio II (824-827)

Eugenio III (1145-1153)

Eugenio IV (1431-1447)

Eusebio (309)

Eutiquiano (275-283)

Evaristo (97-105))

Fabián (236-250)

Felix I (269-274)

Felix III (483-492)

Felix IV (526-530)

Formoso (891-896) 

Gelasio I (492-496)

Gelasio II (1118-1119)

Gregorio I (Magno) (590-604)

Gregorio II (715-731)

Gregorio III (731-741)

Gregorio IV (827-844)

Gregorio V (996-999)

Gregorio VI (1045-1046)

Gregorio VII (1073-1085)

Gregorio VIII (1187)

Gregorio IX (1227-1241)

Gregorio X (1272-1276)

Gregorio XI (1371-1378)

Gregorio XII (1406-1415)

Gregorio XIII (1572-1585)

Gregorio XIV (1590-1591)

Gregorio XV (1621-1623)

Gregorio XVI (1834-1846)

Higinio (136-140)

Hilario (461-468)

Honorio I (625-638)

Honorio II (1124-1130)

Honorio III (1216-1227)

Honorio IV (1285-1287)

Hormisdas (514-523)

Inocencio I (401-417)

Inocencio II (1130-1143)

Inocencio III (1198-1216)

Inocencio IV (1243-1254)

Inocencio V (1276)

Inocencio VI (1352-1362)

Inocencio VII (1404-1406)

Inocencio VIII (1484-1492)

Inocencio IX (1591)

Inocencio X (1644-1655)

Inocencio XI (1676-1689)

Inocencio XII (1691-1700)

Inocencio XIII (1721-1724)

Juan I (523-526)

Juan II (533-535)

Juan III (561-574)

Juan IV (640-642)

Juan V (685-686)

Juan VI (701-705)

Juan VII (705-707)

Juan VIII (872-882)

Juan IX (898-900)

Juan X (914-928)

Juan XI (931-935)

Juan XII (955-964)

Juan XIII (965-972)

Juan XIV (983-984)

Juan XV (985-986)

Juan XVII (1003)

Juan XVIII (1003-1009)

Juan XIX (1024-1032)

Juan XXI (1276-1277)

Juan XXII (1316-1334)

Juan XXIII (1958-1963)

Juan Pablo I (1978)

Juan Pablo II (1978-2005)

Julio I (337-352)

Julio II (1503-1513)

Julio III (1550-1555)

Landón (913-914)

León Magno (440-461)

León II (682-683)

León III (795-816)

León IV (847-855)

León V (903)

León VI (928)

León VII (936-939)

León VIII (964-965)

León IX (1049-1054)

León X (1513-1521)

León XI (1605)

León XII (1823-1829)

León XIII (1878-1903)

Liberio (352-366)

Lino (67 a 76)

Lucio I (253-254)

Lucio II (1144-1145)

Lucio III (1181-1185)

Marcelino (296-304)

Marcelo I (308-309)

Marcelo II (1555)

Marcos (336)

Melquiades (311-314)

Marino I (882-884)

Marino II (942-946)

Martín I (649-655)

Martín IV (1281-1285)

Martín V (1417-1431)

Nicolás I (858-867)

Nicolás II (1059-1061)

Nicolás III (1277-1280)

Nicolás IV (1288-1292)

Nicolás V (1447-1455)

Pablo I (757-767)

Pablo II (1464-1471)

Pablo III (1534-1549)

Pablo IV (1555-1559)

Pablo V (1605-1621)

Pablo VI (1963-1978)

Pascual I (817-824)

Pascual II (1099-1118)

Pedro (¿?-67)

Pelagio I (556-561)

Pelagio II (579-590)

Pío I (140-155)

Pío II (1458-1464)

Pio III (1503)

Pio IV (1559-1565)

Pio V (1566-1572)

Pio VI (1775-1799)

Pio VII (1800-1823)  

Pio VIII (1829-1830)

Pio IX (1846-1878)

Pio X (1903-1914)

Pio XI (1922-1939)

Pio XII (1939-1958)

Ponciano (230-235)

Romano (897-897)

Sabiniano (604-606)

Sergio I (687-701)

Sergio II (844-847)

Sergio III (904-911)

Sergio IV (1009-1012)

Severino (640)

Silvestre I (314-335)

Silvestre II (999-1003)

Silvestre III (1045)

Silverio (536-537)

Símaco (498-514)

Simplicio (468-483)

Siricio (384-399)

Sisinio (708)

Sixto I (115-125)

Sixto II (257-258)

Sixto III (432-440)

Sixto IV (1471-1484)

Sixto V (1585-1590)

Sotero (166-175)

Telesforo (125-136)

Teodoro I (642-649)

Teodoro II (897)

Urbano I (222-230)

Urbano II (1088-1099)

Urbano III (1185-1187)

Urbano IV (1261-1264)

Urbano V (1362-1370)

Urbano VI (1378-1389)

Urbano VII (1590)

Urbano VIII (1623-1644)

Valentín (827)

Victor I (189-199)

Víctor II (1055-1057)

Víctor III (1086-1087)          

Vigilio (537-555)       

Vitaliano (657-672)   

Zacarías (741-752)

Zosimo (417-418)